I- Sobre el autor.
Roberto Ampuero (nacido en la ciudad de Valparaíso de Chile el 20 de
febrero de 1953) es hoy en día uno de los escritores chilenos más leídos en el
mundo, teniendo a su haber más de 10 libros, los que han sido traducidos a casi
10 lenguas diferentes (entre las que se encuentran el croata, el chino y el
sueco, entre las más “exóticas”). Su
enorme talento y éxito de crítica, como entre su público, le han otorgado
varios premios, como reconocimientos honoríficos.
Roberto Ampuero. |
Su literatura en general se mueve entre la novela policial (con la cual
cobró fama y fortuna) y una narrativa centrada en las relaciones de las parejas
heterosexuales contemporáneas y sus conflictos, además de unos cuantos cuentos
y otros géneros. En su infancia y adolescencia estudió en un
colegio alemán, donde le tocó convivir junto a gente de varios lugares del
mundo; luego como adulto radicó en numerosos países, algunos bastantes distintos
entre sí…Todo ello llevó a que su narrativa se encontrara llena de los paisajes
y culturas que llegó a conocer, al igual que de la gente con la cual compartió. De este modo, las miles de páginas que ha
escrito reflejan su paso por las dos Alemanias durante la existencia del Muro
de Berlín, Cuba, México, Suecia y Estados Unidos. Sus primeros viajes que lo convirtieron en
ciudadano del mundo, fueron motivados tanto por su juventud, como por su
militancia de izquierda, una vez que decidió autoexiliarse luego de que la
dictadura de Pinochet se asentó en su país.
No obstante ya más adulto, desencantado de la ideología comunista, convertido
en un profesional y flirteando con el pensamiento de derecha que heredó de su
familia, vivió radicado en otros lugares; también regresó en más de una ocasión
a su tierra natal, tras la vuelta de la democracia a Chile.
II- La novela “Boleros en la Habana”.
Corresponde a la segunda obra de su ciclo
dedicado al detective privado Cayetano Brulé, editándose en 1994 y siendo la
segunda entrega tras su debut con ¿Quién Mató a Cristián Kustermann? de
tan sólo el año anterior. A la fecha,
son 6 los libros del autor que giran en torno a las andanzas policiales de su
particular protagonista.
Sin dar mayores detalles, que pudieran quitarle a un eventual nuevo
lector el gusto de la sorpresa, su trama consiste en lo siguiente: Un cantante
de boleros contacta a Cayetano Brulé para que resuelva el misterio de una
maleta con muchísimo dinero que llegó a sus manos y cuyo origen el artista
ignora por completo. Ante los hechos
increíbles que se van dando de forma rápida, una vez que el cantante comienza a
despertar la inquietud de los involucrados, Brulé le recomienda esconderse nada
menos que en Cuba, su país de origen, cambiando eso sí de identidad; por otro
lado el detective cubano avecindado en Chile se dedica a investigar, hasta que
descubre una serie de acciones criminales que llegan a involucrar nada menos
que a un importante político nacional.
Sin decir más al respecto, su desenlace involucra más de una sorpresa,
que a más de un lector le maravillarán.
Al tratarse de una obra policial, en el libro aparecen varios
arquetipos, temas y patrones propios del género. En primer lugar se encuentra la inmensa carga
de la crítica social y con la cual se denuncia en este caso la existencia de
corrupción incluso en las más altas esferas.
Este elemento le otorga al texto, el carácter de ser un oscuro retrato
de los primeros años del regreso a la democracia en Chile, tras el lapsus en el
que estuvo sometido a los vejámenes del gobierno pinochetista; es así cómo en
la novela es posible identificar sujetos de moral sospechosa o meramente
turbios y que sin embargo viven amparados por cierta amnistía de parte del
nuevo gobierno y que en algunos casos hace la vista gorda frente a una que otra
irregularidad (dentro de esto destaca la figura de un agente de carabineros o
de investigaciones, quien durante el régimen dictatorial realizó torturas a los
opositores y que pese a todo sigue trabajando en lo suyo, cuando se supone que
alguien de su calaña ya hace rato que debería haber sido ajusticiado). Por otro lado en los capítulos que
transcurren en Cuba, es posible identificar la ambigüedad del régimen de Castro,
siendo sus ciudadanos comunes y corrientes los que pasan las penurias de su
injusticia social, que supuestamente su marxismo ha abolido y al que en más de
una ocasión un ex partidario como el mismísimo Ampuero ha denunciado en sus
obras (si no, basta con leer su entretenidísima novela semiautobiográfica Nuestros
Años Verde Olivo, color que remite al traje que usan los militantes del
“presidente” caribeño).
Ilustración que representa al carismático protagonista. |
Siguiendo en la misma línea de las convenciones propias del género
policial, de las que se apropia a su manera el autor, sobresale la existencia
de la femme fatale, que en el texto
corresponde a una mujer que necesariamente sin ser malvada, con su presencia
gatilla varias subtramas y tragedias entre más de un enamorado suyo; la fémina
a su vez se convierte en un fiel reflejo de una que otra pauta de
comportamiento habitual entre la gente de su cultura (como bien resulta ser el
deseo inmenso de sobrevivencia, a toda costa en un mundo difícil). También existe en Boleros en la Habana la
habitual violencia en este tipo de obras, la que en todo caso no llega a ser
tan explícita y gore como sucede entre otros cultores del género; no obstante,
ésta no deja de otorgarle su impronta de peligro a los vericuetos por los que
pasan los protagonistas (cuota esencial en toda obra policial que se precie de
atenerse a sus reglas), así como de brindarle su aire de salvajismo a los
protagonistas de la novela. Por otro
lado, el misterio y las vueltas de tuerca abundan en la trama, a tal punto que
vez en que se desenreda un argumento o conflicto, aparece otro que lo complica
todo.
La novela cuenta además con la presencia de un sano humor, que le otorga
a la lectura un plus más a la hora de evaluarla de forma positiva, con
personajes llamativos y hasta entrañables (tal como resultan ser el mismo
protagonista, Cayetano Brulé y su fiel ayudante, de quienes se hablará más
adelante, además del cantante de boleros y los secundarios que van apareciendo
a medida que el libro se desarrolla).
Dentro de lo que respecta a los entes de ficción que pululan a través de
sus páginas, es posible evidenciar en ellos a muchos de los personajes
populares y anónimos, que abundan por las calles de las ciudades en las que
transcurre la obra (en especial la Habana en Cuba y Valparaíso en Chile). Todos
ellos son gente común y corriente que pese a su aparente monotonía, poseen uno
que otro rasgo en su personalidad que les otorga atractivo y que por eso tanto
el narrador como el detective se detienen en dedicarles su tiempo. Es así como se encuentran en el texto
oficinistas, agentes de la policía, dueñas de casa, vecinos, artistas, obreros
y muchos más que configuran el especial mundo narrativo de la novela.
Otro aspecto a destacar, es la prosa con la que se encuentra escrita
esta narración y que resulta ser bastante barroca en varios momentos, quizás
como una técnica estilística usada a propósito por el escritor, para emular a
sus colegas más clásicos.
III- Los personajes:
- Cayetano Brulé: El más celebrado detective de
las letras criollas es de origen cubano, si bien se vino a vivir a
principios de los setenta en Chile, radicándose en la ciudad de Valparaíso
y donde tiene tanto su vivienda, como su modesta oficina. Es un hombre que durante los eventos de
este libro está por sobre los cuarenta años de edad, de estatura baja y con
serios problemas de sobrepeso, que además usa bigotes y hace rato se está
quedando calvo. Como buen cubano
gusta mucho del mejor café y del tabaco, los que en un país como Chile no
siempre puede obtener de la mejor calidad y más aún considerando sus constantes
apuros económicos. Quizás como una
ironía de su propio autor (tan dado a crear en esta serie de novelas a
personajes llamativos, que en algunos casos caen en lo esperpéntico),
Cayetano Brulé consiguió su identidad de detective privado gracias a un
curso por correspondencia y que “dictaba” una institución de dudosa
reputación; es por esta misma razón que a diferencia de muchos de sus más
sofisticados colegas de oficio, el cubano no sea poseedor de la postura
gallarda de quienes le han precedido en este tipo de historias; no
obstante sí comparte con ellos el ingenio y la personalidad chispeante,
además de la valentía, características que resultan ser requisito para
sobrevivir en su medio. A su vez
como ya lleva años en el último país del mundo, codeándose con su gente de
la forma más íntima posible, ocupa como todo un nativo de la región su
lenguaje al revés y al derecho, así como también conoce y maneja todas sus
más mínimas costumbres. Mantiene
una relación amorosa libre, con la dueña de un particular prostíbulo.
- Bernardo Susuki: Hijo de un marinero japonés y
una chilena, en las novelas de la saga cumple el papel convencional del
fiel ayudante y confidente del detective privado de turno. A su vez es un hombre sencillo, quien
profesa un gran respeto por su jefe, al que trata de “usted”, quien lo
llama afectuosamente “chino” (término usado en Chile para designar a
cualquier persona de origen oriental y/o con ojos rasgados, indistintamente
de su nacionalidad). Posee un
amorío con la dueña de un servicio de empleadas domésticas; esta relación
le sirve a su jefe para averiguar secretos importantes, de quienes usan
los servicios de dicha oficina de colocación.
- Plácido del
Rosal: En
apariencia es un insignificante hombrecito quien contrata a Cayetano, no obstante
guarda para sí más de una sorpresa.
A su vez este sujeto de voz angelical, ha recorrido gran parte del
continente gracias a su labor artística.
Su papel sirve además para mostrar al lector un mundo para muchos
desconocido y que no deja de hacerse atractivo en la novela, el de los
cantantes itinerantes de pequeños espectáculos musicales (labor que el
escritor realiza con eficacia, a la hora de describirlo todo con gran
viveza).
- Paloma Matamoros: Exótica bailarina del
exclusivo Tropicana, centro de eventos cubano al que sólo los extranjeros
pueden acceder en el país (si bien sus empleados son lugareños que
trabajan para el gobierno de Fidel).
Es una mujer de belleza increíble, que ha roto más de un corazón entre
los hombres. Oficia también de prostituta,
situación que el autor no deja de ilustrar y que es tan típica en la isla,
en especial entre quienes explotan sus encantos para conseguir los medios
que escasean para el ciudadano común o en el mejor de los casos, conseguir
que un extranjero se los lleve a otra parte (a su vez el personaje permite
desarrollar el drama de los balseros, lo que corresponde a los disidentes
cubanos que arriesgan su vida escapando a aguas internacionales y usando
embarcaciones endebles de producción casera). Siendo menor de edad se enamoró con
locura de un militar ruso, a quien le entregó su virginidad y le dio un
hijo, quien en todo caso no llegó a conocerlo, ya que no volvió de nuevo
al país una vez que terminó su periodo allá. Cuando conoce a Plácido, quien engancha de
inmediato con ella, aprovecha la oportunidad de poder irse por fin de Cuba
(lo que en todo caso no será tan fácil como ella cree). Su nombre y apellido, que bien pueden
corresponder a su pseudónimo artístico para despertar mayores pasiones
entre su público masculino, no puede ser más simbólico en su
configuración: puesto que nombre y apellido corresponden a cierta
antítesis entre sí, al poner en una misma persona la candidez del ave que
le da nombre, junto a la idea de la “devoradora” de hombres y/o “asesina”
de pasiones.
- Suizo: Atractivo y varonil hombre que
contrasta por completo con la figura desgarbada de Plácido y el pachacho
Brulé. Trabaja para la gente que
perdió el dinero que encontró el cantante y que lo envía en su búsqueda
para recuperarlo. Si bien trabaja fuera de la ley, no es un hombre
por completo violento y acostumbra a usar el diálogo antes de ocupar la
fuerza bruta. Su destino se cruza
de la forma más sorprendente con la ninfa Paloma Matamoros.
- Moshé Dayan: Su nombre es un claro ejemplo de intertextualidad y/u homenaje por parte del autor, ya que Ampuero lo sacó de un personaje público israelí, quien era tuerto como su símil literario. En la novela corresponde a un lustrabotas callejero que sirve a Cayetano de informante, respecto a varias actividades ilegales o de difícil acceso, gracias a sus bien ubicados contactos. El detective le paga por estos datos a este hombre tuerto de serias convicciones racistas y que aparece en varias de las novelas del ciclo de Brulé (otro elemento irónico en el libro, si se considera que el protagonista es de origen cubano, quien mantiene esta estrecha relación de servicios con el lustrabotas).[1]
Lustrabotas chileno (para que se hagan una mejor idea los lectores extranjeros, acerca de estos populares personajes de mi país). |
[1] En Chile corresponde este oficio a
sujetos que en plena vía pública lustran el calzado de los transeúntes, usando
un banquito donde se sientan sus clientes y a quienes por lo general ofrecen
periódicos, además de amena conversación, para que se entretengan mientras le
realizan su servicio y el que realizan de una forma verdaderamente profesional.
Me gustó en gran medida la novela que leí de este personaje, "¿Quién mató a Cristián Kustermann?", y esta también me resulta muy atractiva. Sólo que comencé por la otra por ser la primera y querer seguir el orden. Es un personaje muy interesante por su carácter de antihéroe. Me recordó mucho a Pepe Carvalho, pero con su propia personalidad, y esa mirada irónica sobre la realidad de Iberoamérica.
ResponderEliminarEs llamativa la figura del limpiabotas como informante. En las aventuras de Pepe Carvalho también tiene un confidente de esta profesión, "el Bromuro". Me resultó curioso que en tu país sigan siendo habituales los limpiabotas, Elwin. Aquí en España han desaparecido casi por completo. Antes eran muy comunes, tantos los callejeros como los que tenían unos pequeños locales con asientos. En A Coruña hubo un local así en el centro, pero desapareció cuando se jubiló su propietario. Hoy son testimoniales, como los afiladores. Un abrazo Elwin.
Estimado amigo Tomás, hace un tiempo atrás en tu texto dedicado a Roberto Ampuero, te escribí que al leerte me alentabas a retomar la obra de este escritor, que hace rato tenía olvidada (pues siempre es grato disfrutar de uno de nuestros autores predilectos). Lo que me cuentas en tu comentario acerca de que allá en tus tierras también existe este oficio, si bien veo casi desaparecido en la Madre Patria, me hace ver cómo en Chile nos mantenemos arraigados a recias tradiciones venidas del Viejo Mundo; y es que bien creo que como latinoamericanos debemos honrar tanto nuestra herencia indígenas como la europea ya que gracias al mestizaje somos lo que hemos llegado a ser y con orgullo, Es por esta razón que la literatura de Ampuero se convierte en un fiel testimonio del carácter intercultural de mi amado país.
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