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Pedro Lemebel |
Pedro Lemebel es un escritor chileno nacido a mediados de la década del
50 en condiciones humildes, de modo que la pobreza lo marcó desde pequeño,
conjuntamente con su condición homosexual, ambos elementos que tendrán una gran
relevancia dentro de su modus vivendi
e ideología, así como en su propia literatura.
Como veinteañero y ya “instalado” dentro de su alternativa forma de
vivir (una homosexualidad afeminada que tiene mucho de travestismo y en la cual
el homosexual es “la loca” y no el gay masculino que corresponde a la visión
actual de muchos que asumen esta condición), le tocó vivir y defender los
ideales del gobierno de la Unidad Popular (bajo el liderazgo del Presidente de
la República Salvador Allende, el primer gobernante socialista elegido
democráticamente en todo el mundo); este importante periodo de la historia del
Chile, fue quizás la primera vez en que la comunidad homosexual (y nótese no gay, puesto que el propio Lemebel no
se considera parte de este particular grupo, al que luego en su propia obra y
particularmente en su libro Loco Afán va casi a reprobar)
nacional tuvo su apertura al resto de la sociedad criolla. No obstante luego con el Golpe Militar de
Pinochet y su dictadura de 17 años, el sueño se le esfumó en parte y como pudo
sobrevivió en su por ya entonces “peligroso” estilo de vida, siempre
manteniendo el resentimiento por la represión, inseguridad, hipocresía y
violencia que la derecha depositó en los corazones de tantos compatriotas.
Quizás uno podría llamar maricón a
Lemebel frente a su cara, sin que éste frunza el ceño, ni se inmute, pero no poco hombre, puesto que el artista desde
sus primeros años demostró valentía para asumir su dignidad como persona y más
todavía como homosexual; así fue como en el año 1987, aún en plena dictadura,
tuvo la osadía de crear un colectivo artístico junto a su amigo y “colega”
Francisco Casas (por lo que más que colectivo, resultó ser un dúo) de
performances artísticos de clara connotación homosexual y de protesta política;
Las
Yeguas del Apocalipsis como se llamaron y son recordad@s hoy en día,
realizaron varios montajes que irrumpieron en los entonces cerrados círculos
del llamado “apagón cultural” del gobierno de Pinochet, en medio de eventos al
que llegaron de improviso y sin ser invitad@s; cabe tener presente que sus
intervenciones artísticas continuaron hasta los primeros años del regreso a la
democracia.
A la fecha Lemebel (siendo su primer apellido Mardones, pero optando por
legalizar y hacer propio el de su madre como único apellido, debido a que su
progenitor los abandonó a él y a su madre a muy temprana edad) ha ganado
numerosos premios y participado en diversos actos literarios y culturales
(ahora sí como invitado), donde ha destacado por su personalidad excéntrica,
extrovertida, pero siempre chispeante.
Recientemente se le concedió el Premio José Donoso a lo que declaró con
su habitual ironía y actitud deslenguada que con la plata se pondría pechugas.
De reconocimiento internacional, tanto en Europa, como en el resto de
Latinoamérica y de seguro otras zonas del mundo, la fama lo sorprendió cuando
su amigo el difunto escritor también chileno y emigrado en España, Roberto
Bolaño, lo apadrinó literariamente. A partir
desde entonces, en pleno 1999, su carrera como autor se internacionalizó,
gracias a la publicación de su segundo libro Loco
Afán: Crónicas de Sidario en España por la editorial Anagrama, la misma
que editaba el trabajo de Bolaño; no pasó mucho tiempo para que Lemebel fuese
traducido al francés, italiano e inglés.
Dentro de su labor
literaria, se encuentran en un principio cuentos (siendo uno de ellos, Porque
el Tiempo está Cerca, ganador del primer premio de un concurso de la
Caja de Compensación Javiera Carrera, su primera obra en hacerlo conocido en el
rubro; cabe desatacar que este acontecimiento fue en 1983, durante el gobierno
de Augusto Pinochet, siendo además que su relato ya anticipaba la temática de
su obra en conjunto, relacionada con la homosexualidad marginal). Luego el autor orientó su trabajo prosístico
hacia la llamada crónica urbana, un subgénero híbrido (como su propia
apariencia afeminada tan propia de los travestis, con los cuales éste bien se
siente reflejado) proveniente de la prensa escrita y que él escribe basándose en sus propias vivencias y en la de
otras “locas” de su conocimiento; todo redactado de forma poética, aunque
mezclando además jerga coloquial y mucha, mucha ironía. He aquí un ejemplo de su desempeño en este
subgénero que tanto le gusta:
“Santiago se bamboleaba con los temblores de tierra
y los vaivenes políticos que fracturaban la estabilidad de la joven Unidad
Popular. Por los aires un vaho negruzco traía olores de pólvora y sonajeras de
ollas, «que golpeaban las señoras ricas a dúo con sus pulseras y alhajas». Esas
damas rubias que, pedían a gritos un golpe de Estado, un cambio militar que
detuviera el escándalo bolchevique. Los obreros las miraban y se agarraban el
bulto ofreciéndoles sexo, riéndose a carcajadas, a toda hilera de dientes
frescos, a todo viento libre que respiraban felices cuando hacían cola frente a
la UNCTAD para almorzar. Algunas locas se paseaban entre ellos, simulando perder
el vale de canje, buscándolo en sus bolsos artesanales, sacando pañuelitos y cosméticos
hasta encontrarlo con grititos de triunfo, con miradas lascivas y toqueteos
apresurados que deslizaban por los cuerpos sudorosos. Esos músculos proletarios
en fila, esperando la bandeja del comedor popular ese lejano diciembre de 1972.
Todas eran felices hablando de Música Libre, el lolo Mauricio y su boca
aceituna, de su corte de pelo a lo Romeo. De sus jeans pata de elefante tan apretados,
tan ceñidos a las caderas, tan apegados a su ramillete de ilusiones. Todas lo
amaban y todas eran sus amantes secretas. "Yo lo vi. A mí me dijo. El otro
día me lo encuentro". Se apresuraban a inventar historias con el príncipe mancebo
de la televisión, asegurando que era de los nuestros, que también se le quemaba
el arroz, y una prometió llevarlo a la fiesta de Año Nuevo. A esa gran comilona
que había prometido la Palma, esa loca rota que tiene puesto de pollos en la
Vega, que quiere pasar por regia e invitó a, todo Santiago a su fiesta de fin
de año. Y dijo que iba a matar veinte pavos para que las locas se hartaran y no
salieran pelando. Porque ella estaba contenta con Allende y la Unidad Popular,
decía que hasta los pobres iban a comer pavo ese Año Nuevo. Y por eso corrió la
bola que su fiesta sería inolvidable.
Todo el mundo estaba invitado, las locas pobres,
las de Recoleta, las de medio pelo, las del Blue Ballet, las de la Carlina, las
callejeras que patinaban la noche en la calle Huérfanos, la Chumilou y su
pandilla travesti, las regias del Coppelia y la Pilola Alessandri. Todas se
juntaban en los patios de la UNCTAD para imaginar los modelitos que iban a
lucir esa noche. Que la camisa de vuelos, que el cinturón Saint - Tropez, que
los pantalones rayados, no, mejor los anchos y plisados como maxifalda, con
zuecos y encima tapados de visón, suspiró la Chumilou. “De conejo querrás decir
linda, porque no creo que tengas un visón." “Y tú regia. ¿De qué color es
el tuyo?” "Yo no tengo", dijo la Pilola Alessandri, “pero mi mamá tiene
dos.” "Tendría que verlos.” "Cuál quieres. ¿El blanco o el negro?”
“Los dos”, dijo desafiante la Chumilou. “El blanco para despedir el 72, que ha sido
una fiesta para nosotros los maricones pobres. Y el negro para recibir el 73,
que con tanto güeveo de cacerolas se me ocurre que viene pesado.” Y la Pilola
Alessandri, que había ofrecido los abrigos, no pudo echarse para atrás, y esa noche
de fin de año llegó en taxi a la UNCTAD, y después de los abrazos, sacó las
pieles sustraídas a la mamá, diciendo que eran auténticas, que el papá los
había comprado en la Casa Dior de París, y que si algo les pasaba la mataban.
Pero las locas no la escucharon, envolviéndose en los pelos posando y modelando
mientras caminaban a tomar la micro para Recoleta, comentando que ninguna había
probado bocado, menos la Pilola que en el apuro por sacar los abrigos se había
perdido la cena familiar con langosta y caviar, por eso estaba muerta de hambre,
con el estómago hecho un nudo, desesperada por llegar donde la Palma a probar
los pavos de la rota”.
La Noche de los Visones (o La Última Fiesta de la Unidad Popular),
fragmento.
Tal
como se puede apreciar en el extracto anterior, Lemebel acostumbra conjugar
sabiamente en sus textos, prosa poética, con coprolalia, algo propio de un
individuo sensible como él, pero que ha pasado parte importante de su existencia
conviviendo con personajes populares y marginales, de los cuales se siente
parte. A su vez sus crónicas son el
reflejo que hace el escritor de un sector de la sociedad chilena que antes no
tenía voz en las letras nacionales, registrando de este modo sus costumbres,
triunfos y desgracias, así como su propia historia de tal manera que personas
que de otro modo serían olvidados, por medio de su labor obtuviesen la
inmortalidad literaria. Por otro lado,
como homosexual que es (y se debe hacer la diferenciación con el gay, estilo de vida del cual Lemebel no
se siente parte y según se puede apreciar en su libro Loco Afán desprecia, lo
que más adelante será abordado en este mismo texto), acostumbra feminizar todos
los nombres y adjetivos que utiliza para referirse a sus amig@s y conocid@s, la
mayor parte de ell@s homosexuales afeminados y travestis como él.
Otro
elemento importante en su trabajo literario, es la declaración tajante y
explosiva de su postura política comunista y claramente partidista (pese a que
en su momento en el mismo Partido sufrió la discriminación por su
homosexualidad, siendo que en todo caso quienes deberían ser más tolerantes,
muchas veces son todo lo contrario y bien es sabido de la tendencia homofóbica
de muchos comunistas). A su vez es
habitual dentro de sus propios escritos, la manifestación de su desprecio hacia
los personajes elitistas y en especial aquellos que apoyaron iniciativas
ligadas al Golpe Militar y a su posterior gobierno, así como a la gente en
general de mentalidad estrecha. No
obstante todo esto lo presenta el autor sazonado con mucho sarcasmo, muchas
veces riéndose de sí mismo y de su gente, pero también con una gran ternura
cuando la ocasión lo amerita.
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Pablo Simonetti. |
La
literatura homosexual de Pedro Lemebel contrasta con la de otro autor nacional
de temática similar, el cual en todo caso aún no posee la inmensa trayectoria y
el reconocimiento internacional que destaca al artista a quien hoy le dedico mi
tiempo: Pablo Simonetti. Simonetti es lo
que Lemebel casi peyorativamente llamaría como gay, pues éste no es afeminado como él, mucho menos travesti, ni
pertenece a la marginalidad de la que forma parte Pedro. Por el contrario, Pablo Simonetti pertenece a
un estrato social mucho más alto y por ende él escribe sobre personas como él,
gays de posición acomodada y profesionales, tipos que no por ser homosexuales
se “mujerean” entre sí y les gusta usar prendas femeninas como a su
contrapartida y a sus amig@s. De hecho,
Simonetti a diferencia de Lemebel, en su apariencia no se ve como la “señora”
de vestimenta medianamente estrafalaria, chillona y algo artesanal con la que
se le acostumbra vérsele hoy en día; puesto que Simonetti viste de forma
sobria, con camisas que por cierto deben costar bastante, lo que acentúa su
postura masculina, puesto que no tiene por qué negar su virilidad pese a su orientación sexual. El mismo Pablo resulta ser un hombre
atractivo, a diferencia de Pedro quien para nada lo es (y qué raro, ambos
poseen nombres de corte bíblico y tradicional).
De este modo al leerse en contraste a ambos autores chilenos, bien se
puede tener un panorama mucho más completo de lo que significa en la actualidad
ser gay en Chile.
En el
año 2001, Pedro Lemebel publicó la que hasta ahora ha sido su única novela, Tengo
Miedo Torero, afortunada incursión en el género que hace lamentar que
el escritor no haya vuelto a escribir usando este formato. El título del libro remite a la letra de una
de esas canciones “apasionadas” que
tanto les gustan a los individuos como Lemebel (elemento que ya se había visto
en su elección para titular cada uno de los capítulos de su Loco
Afán), pero también posee más de un significado, entre ellos tiene
relación con la circunstancia vital en la que se encuentra un@ de sus
protagonistas, al tener que verse en la incertidumbre de sufrir por la vida de
su amor platónico. La novela posee
carácter de narrativa histórica, ya que se encuentra ambientada en plena mitad
de la década de los ochenta en Chile, meses previos al famoso atentado a
Pinochet en el Cajón del Maipo por un grupo guerrillero contrario a su
gobierno. El texto se encuentra dividido
en dos focos de narración, siendo el principal aquel ubicado dentro del punto
de vista de “La Loca del Frente”, proyección literaria del propio Lemebel,
quien entra en amistad con un apuesto y encantador universitario y del que se
enamora en secreto; éste último resulta ser parte del equipo encargado de dar
muerte al dictador de forma sorpresiva. El
segundo nivel de la narración, gira en torno a Lucía, nada menos que la esposa
del dictador militar de derecha y al que el novio platónico de la Loca del
Frente pretende derrocar junto a los suyos; así durante los capítulos dedicados
a ella, se nos cuentan sus propias vicisitudes, la mayoría propias de una persona
inauténtica y preocupada por el qué dirán, lo que contrasta con el espíritu
libre y bondadoso de la otra protagonista.
En ambos segmentos del libro, Lemebel cambia su estilo narrativo,
sorprendiendo en los capítulos dedicados a Lucía, donde su prosa llega a
tornarse mucho más sutil y hasta solemne, elección que llama la atención para
un personaje que demuestra claramente carecer de las virtudes de la “otra”
protagonista, pero por quien pareciera que el autor siente lástima debido a sus
propias miserias.
A
continuación un fragmento representativo de los dos focos narrativos de Tengo
Miedo Torero:
“Nunca una mujer la había provocado tanto
cataclismo en su cabeza. Ninguna había logrado desconcentrarlo tanto, con tanta
locura y liviandad. No recordaba polola alguna, de las muchas que rondaron su
corazón, capaz de hacer este teatro por él, allí, a todo campo, y sin más
espectadores que las montañas engrandecidas por la sombra venidera. Ninguna, se
dijo, mirándolo con los ojos bajos y confundidos. Intentando recobrar el pulso
de su emoción. Tratando de volver al razonamiento frío de los números y
ecuaciones de tiempo que requería el trazado de su plano. Porque el día se iba
rápido y no existía una segunda oportunidad para corregirlo. Por eso le pedía que por favor, que al menos
por media hora dejara de mirarlo así, con esa llamarada oscura quemando su
virilidad, demandando su cariño. Que por favor cortara la música, ese cassette
presagiando desgracia, ese disco de burdel antiguo, ensangrentando la tarde de
antemano. Que después podía ponerlo las veces que quisiera, pero hora era urgente terminar el
trabajo. Se me acaba la luz, faltan algunas fotos y tenemos hasta las 6 nada
más”.
El
extracto de arriba se centra en todo caso en Carlos, el joven universitario al
que la Loca del Frente adora, si bien obviamente forma parte de los capítulos
dedicados a este último personaje.
“La comitiva venía de regreso, después de
largo fin de semana en que el Dictador y su mujer oxigenaron sus pensamientos
en el oasis cordillerano del Cajón del Maipo. Como él lo supuso, ella no había
parado de chicharrear de la mañana a la noche, en que caía rendida durmiéndose
pesadamente bajo el antifaz de avión que trajo del viaje a Sudáfrica. Pero en
la mitad del sueño, cuando él se disponía a cerrar los ojos, ella sonámbula
seguía en su charla molestosa.
Soñaba que venía en el avión, regresando
de esa fallida visita a Sudáfrica. ¿Viste? Yo te dije, te lo advertí mil veces
que aseguraras bien si nos iban a recibir esos cholos mal educados. Pero no, tú
déle y déle conque ellos estaban de acuerdo con tu gobierno, porque era uno de
los pocos países que te admiraban por haber derrotada al marxismo. Fíjate tú,
por hacerte caso, mira tú qué bochorno, qué plancha, qué vergüenza Dios mío
llegar allá y tener que devolverse al tiro, sin siquiera bajar del avión. En mi
vida me había sentido tan mal, tan humillada por esos negros mugrientos y todo
por tu culpa viejo porfiado. Gonza me lo dijo, me lo advirtió tanto que no debía
ir. El calor es terrible me dijo, y tanta humedad y tanto negro resentido, y
tanta revuelta. Mejor quédese aquí. Gonza me vio el I Ching y ahí salía. No te
digo. “No cruzar el agua, permanecer quieto”, decía ese libro sabio. Pero tú
nunca me haces caso, tú siempre tan incrédulo, tu siempre desconfiando de Gonza
que es tan buen chiquillo. Tan amoroso, que me prestó su caftán de seda pura, y
me llenó las maletas de ropa fresca y sombreros de safari y repelentes. Para
que no la piquen los mosquitos, que sacan el pedazo en esas selvas, me
advirtió. Y me regaló docenas de guantes para que le de la mano a la Reina
Isabel, porque allá hay tanta sarna y esos negros siempre tienen las manos
sudadas”.
Tal como
se puede observar en las dos citas textuales, el autor ocupa buena parte de la
narración en detenerse en el pensamiento de sus personajes; no obstante en el
caso de Lucía usa la primera persona de forma constante para darle aires de
confesión a sus capítulos, pero con la intención de mostrar la soledad misma de
la mujer, quien en realidad pese a todo el poder que ostenta su marido, es
alguien infeliz.
En 1996
publicó Loco Afán: Crónicas de Sidario, su segundo libro. La primera parte del título remite a los
personajes de la vida real a los que dedica una vez más sus escritos: “locas”,
gays de procedencia popular, que en muchos casos ofician de prostitut@s, cada
uno de ellos excéntricos en su existencia y personalidad, como acostumbran a
ser de extrovertid@s sus pares (tal cual el mismo Lemebel). El subtítulo del tomo tiene relación con al
menos las dos primeras partes del texto, llamadas melodramáticamente Demasiado
Herida y Llovía y Nevaba Fuera y Dentro de Mí, donde el artista cuenta
en cada crónica cómo el SIDA lo ha sobrellevado uno y otro de sus singulares
personajes sacados de la vida real. Lo
que bien llama la atención de este apartado del libro, es cómo Lemebel escapa a
la compasión barata y prefiere ilustrar con gran humor (negro por cierto), en
muchas ocasiones, con poética solemnidad en otras, la humanidad de estos
curiosos personajes y a los que el autor logra poner por sobre sus desgraciadas
circunstancias.
Desde
el comienzo del libro recién mencionado, resalta tal como ya se abordó más
arriba, la separación tajante que hace Lemebel del estilo de vida por el cual
él ha optado y a cuyos miembros que cuando no llama homosexuales, los designa
con familiaridad colizas o con
cualquier otro término propio de la jerga coloquial chilena para referirse a
sus congéneres; de este modo, Pedro se separa del gay, estereotipo al que considera propio de la invasión cultural
USA, con su imagen masculina y deportista, tan lejana a su propia identidad y a
la de los travestidos seres a los que dedica sus crónicas. Por otro lado, tal como demuestra el propio Lemebel
en sus escritos, su interés homoerótico no se orienta hacia este sector más
sofisticado del mundo homosexual, si no al hombre común y corriente, personajes
toscos y de la clase obrera, hombres casados aburridos de las negativas de sus
esposas…
La
tercera parte del libro, lleva por título El Mismo, el Mismo Loco Afán se
detiene en temas varios, comenzando con un desgarrado discurso de corte lírico,
en el cual el autor hace una apología de sí mismo y que fue leído por primera
vez en un acto del Partido Comunista.
Desde mi propio punto de vista, a partir de aquí el libro se torna
mejor, puesto que es entonces que su autor logra mostrar con creces su talento
al abordar el tema de la homosexualidad desde diferentes perspectivas y ya no
centrada en el drama del SIDA (lo que bien podría llegar a cansar o deprimir al
lector).
Besos
Brujos es quizás uno de los segmentos más atractivos del libro, puesto
que gira en torno a la homosexualidad y el arte (temas bastante ligados entre
sí, históricamente hablando). De este
modo Lemebel en cada una de las crónicas que integran el capítulo o apartado,
muestra cómo desde la música, las artes plásticas y la televisión, el mundo
homosexual se haya presente casi a manera de un alternativo incontente
colectivo y de la tradición popular chilena e hispanoamericana.
Por
último, con Yo Me Enamoré del Aire, del Aire me Enamoré, el escritor trae a
la memoria a una que otra “loca” nacional, que en su momento para bien o para
mal hizo historia en los medios de comunicación masivos durante los últimos
años, rescatando para el recuerdo los singulares episodios que protagonizaron. Es a su vez en este segmento final, donde el
Lemebel más literario demuestra su gran capacidad como albacea de los suyos, a
la hora de recordarnos que humanidad es sinónimo de diversidad.
La
apariencia y actitud de Pedro Lemebel en la vida pública puede bien incomodar a
algunos, lo mismo sucede con sus escritos, pero negar su talento narrativo y la
trascendencia de su obra, bien resultaría un crimen de intolerancia e
ignorancia ante uno de los artistas más virtuosos de las letras actuales de
Chile (no en vano hoy en día sus libros están entre las lecturas
complementarias recomendadas por el Ministerio de Educación).
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Las Dos Fridas, montaje plástico de Las Yeguas del Apocalipsis. |