Releer un libro es como cuando ves por segunda, tercera o cuarta ocasión (o las veces que quieras) tu película favorita: al principio, durante tu mirada inicial, lo más seguro es que quedarás encantado con su argumento, que te enamorarás de sus personajes y te impresionarán las peripecias que estos pasen.
Pero sólo recién cuando la vuelvas a ver te habrás dado cuenta de ciertos detalles que en un principio se te habían escapado: la forma de cómo la iluminación está trabajada, la bella música de fondo que se te había quedado “pegada” durante esa primera instancia en que viste el filme, la actuación de sus protagonistas y que ahora no puedes dejar de admirar.
O tal vez alguna escena que antes no tenía la misma relevancia para ti, pero luego que la has vuelto a ver, te has dado cuenta de que es de suma importancia…y que te trae recuerdos de algo importante para ti.
La mayoría de nosotros, ávidos lectores del maestro de Maine, comenzamos a leer a Stephen King a temprana edad (yo mismo tenía 16 años cuando por primera vez degusté un libro suyo, por aquél entonces, hace más de diez años el mundo era para mí mucho más simple e inocente que ahora; aún no se había movido). A su vez, cuando recuerdo los distintos números de esta revista, me he dado cuenta que gran parte de nosotros empezamos este acercamiento a su mundo literario con obras tan entretenidas y complejas como lo pueden ser IT (en mi caso),Apocalipsis o Cementerio de Animales…títulos que se han repetido en hartos de los lectores principiantes. Cada una de las obras de Stephen King está lo suficientemente llena de múltiples análisis y aristas, de modo que es muy difícil para que un lector juvenil pueda apreciarlo a simple vista, y esto independientemente de su propia capacidad analítica y/o su inteligencia; por esto mismo, no es igual leer a Stephen King a los 15 años, que ya cerca de los treinta, cuando ahora la existencia de uno ha pasado por las suficientes etapas vivenciales y cognoscitivas como para realmente entender y apreciar, por ejemplo, lo que realmente significa el drama de alguien como Dolores Claiborne. Es cierto que uno se entretendrá, asustará y emocionará al máximo cuando lee algo que le gusta, siendo Stephen King, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa, Alejandro Dumas o cualquier autor que sea de la preferencia de uno, no importa la edad que tenga; a tan temprana edad recién se está preparado uno empírica e intelectualmente (gracias a la educación que la vida y el estudio mismo dan con el paso de los años) y apenas se logra apreciar mejor el conjunto de una obra literaria.
Quizás suene rebuscado, pero toda esta reflexión acerca de cómo cambia la perspectiva de un lector cuando se reencuentra con alguna lectura luego del paso de los años y se da se da cuenta/comprende detalles que en el pasado le habían sido negados, me trae a la memoria el siguiente texto bíblico de la Primera Carta a los Corintios:
“Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño. Pero cuando me hice hombre, dejé de lado las cosas de niño. Así también en el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido”.
“Cuando era niño, hablaba como niño, pensaba y razonaba como niño. Pero cuando me hice hombre, dejé de lado las cosas de niño. Así también en el momento presente vemos las cosas como en un mal espejo y hay que adivinarlas, pero entonces las veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido”.
Si bien San Pablo, el autor de las recién citadas palabras, hace alusión a este proceso de maduración desde un contexto totalmente distinto al que hoy nos interesa, no es difícil notar aquí el hincapié en la evolución del conocimiento y espíritu humano con el paso del tiempo.
Para ejemplificar mejor lo anterior, quiero remitirme a algo de mi propia experiencia. Cuando cumplí los quince años, les pedí a mis padres que me regalaran Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez y La Casa de los Espíritus de Isabel Allende. Recuerdo que ese temprano encuentro con tan magistrales novelas y narradores fue algo que me marcó para toda la vida; que conocer las aventuras y vicisitudes de sus protagonistas era algo que paladeé durante toda las vacaciones de invierno previas a mi cumpleaños. Sin embargo, hubo una serie de cabos sueltos que quedaron pendientes para mí, en especial respecto a algunas de las técnicas literarias usadas por el Sr. García Márquez que me hicieron entorpecer algo mi comprensión lectora. Dos años pasaron para que en el colegio, en mi asignatura favorita (Castellano) me dieran como lectura mensual la famosa novela sobre Macondo; entonces ya luego de muchas más lecturas personales y de colegio por fin pude entender lo que en el pasado se me había quedado velado frente a mis ojos cuando conocí a Aureliano Buendía y su vasta familia: en verdad estaba muy contento.
Pasó el tiempo y ya estaba en cuarto año de la carrera de Licenciatura en Educación con mención en Castellano y Pedagogía en Castellano cuando en una clase sobre literatura hispanoamericana contemporánea me dieron a leer la misma obra ya comentada. Aún recordaba con cariño esas dos lecturas juveniles de la que se considera la novela latinoamericana más importante de nuestra historia, pero ahora, ya como un adulto medianamente instruido, con mayores conocimientos teóricos sobre literatura y con una mejor metodología lectora, me encontré con toda una gama de ricas relecturas de lo que en verdad se escondía bajo la primera mirada de una obra (ocupamos por lo menos tres meses en analizar Cien Años de Soledad). Supongo ahora mismo, cuando estoy por cumplir los treinta años, si volviera a leer una vez más esa querida novela, nuevamente me daría cuenta de detalles que antes se me habían escapado a la luz y seguiría disfrutando como ese “niño” que alguna vez fui, de sus páginas.
Y, bueno, lo mismo ha sucedido cuando he vuelto a leer nuevamente algo luego del paso de los años. Para todos la vida misma no pasa de la misma manera; hay algunos que ya desde pequeños conocen el dolor y la pérdida, por tan sólo nombrar algunas cosas que son importantes en nuestro desarrollo y, maduración personal. Por eso recién cuando se ha tenido algún tipo de experiencia o preparación se pueden entender algunas cosas, como también identificarse respecto a lo que le sucede a un “otro” (sea ya éste alguien que conocemos o un personaje ficticio de alguna novela, cuento o película). A esto se suma la preparación intelectual que uno puede recibir con su educación, una vez que se encuentra con el mundo que está más allá de las aulas escolares, ya sea en la universidad, el instituto o la vida cotidiana de la adultez. He aquí que es gracias a este benigno pasar de los años que una relectura o “reciclaje intelectual” como me gusta llamarle, que una obra de arte realmente se logra apreciar en toda su magnitud.
Un niño, un adolescente, no ve con los mismos ojos el encuentro de Don Quijote y Sancho Panza con los molinos de viento que un profesor, un escritor o un recién egresado de la universidad (sea de la carrera que sea); para los primeros, esta ya tan conocida situación será algo de gran comicidad (“¡Es un viejo loco!” pensarán el niño y el adolescente), pero el resto podrán darse cuenta de lo que en verdad hay debajo de esa situación (al menos la mayoría de ellos): que bajo la locura del caballero de la Triste Figura hay una especie de sabiduría que lo hacer ver el mundo con los ojos de la imaginación, de la poesía; que el hecho de que Sancho Panza siga a su señor, que vaya detrás de él no es por cobardía o estupidez, pues en ello está su tremenda lealtad y amor a quién tanto admira; y que la pelea contra los molinos de vientos, tal vez, representan el punto más alto del trastrocamiento de la realidad para su protagonista, un cruce del umbral hacia el mundo de la locura (los molinos no son verdaderamente malvados gigantes).
Lo mismo sucede cuando siendo niño te dan a leer en el colegio la famosa obra de Saint Exupery,El principito. Para un infante será una entretenida odisea fantástica sobre un pequeño principito que vive en un planeta y que viaja a nuestro mundo, en el que se encuentra con gente muy diversa, para sólo encontrar su rosa que se le ha perdido; en cambio un adulto con cierto bagaje intelectual verá que ese viaje que emprende el Principito es el camino que tomamos todos hacia la vida adulta y que las relaciones entre el Principito y el Zorro, el Principito y el Aviador, son manifestaciones acerca de la amistad y el aprendizaje de la madurez. Y en cuanto a una obra como El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde en una primera lectura es una gran novela de terror sobre el narcisismo y el orgullo, que en una segunda lectura esconde una alegoría acerca de la homosexualidad.
Un autor como Stephen King manifiesta en sus escritos no sólo sus vivencias personales, sino que también su propia forma de ver la vida, su ideología y forma de ser. Que Stephen King es un escritor profundamente religioso, alguien comprometido con numerosas causas, de gran sensibilidad y además un intelectual poseedor de gran cultura general es algo que se evidencia con facilidad; por otro lado, se encuentran presente sus numerosas alusiones a la llamada “cultura pop”, las referencias a la vida cotidiana de su entorno, con todos sus matices, de héroes, monstruos reales, personajes populares y figuras del mundo occidental, nuestro sistema de vida y de entretenimiento. Al tomar en cuenta todos estos elementos, nos encontramos frente a tal grado de información el cuál fácilmente puede escapar a la percepción de un lector ingenuo o poco ducho. Por ejemplo, en temas como las connotaciones religiosas de una obra tal como Apocalipsis, el tema de la sexualidad reprimida en Carrie o la estrecha relación que existe en La Tienda de los Deseos Malignos con un posible discurso anticonsumista. En la medida que uno como lector sepa más de su entorno y esté mayor aún en sintonía con los temas y la circunstancia vital que rodea a un escritor, será más fácil poder apreciar la dimensión humana de su obra.
Así como hay películas aptas para todo espectador, otras para adolescentes y muchas para adultos, los libros también requieren cierto tipo de público; si bien hoy en día no se practica de manera tan abierta como antes la censura a los libros, en efecto hay obras literarias adecuadas sólo para cierto tipo de gente, a menos que estos textos sean adaptados para una mente más infantil como recientemente ocurrió con La Chica Que Amaba a Tom Gordon y su versión para niños. Un chico de 13 años se puede interesar por un sentido morboso hacia los monstruos y las muertes pavorosas de un texto como La Niebla, pero frente al caso de un horror más realista como el de El Juego de Gerald, hasta qué punto le interesarán las tribulaciones de una joven mujer atrapada y encadenada en su casa de campo mientras se ve rodeada de sus recuerdos.
Toda novela, película o serie de televisión está lleno de lo que se llama en términos literarios la “Intertextualidad”, consistente en sus referencias a la historia universal (la Segunda Guerra Mundial, los nazis y los campos de concentración en Alumno Aventajado), la literatura (las múltiples reseñas a otros autores en los libros de King como a John Grisham en Un Saco de Huesos y Ray Bradbury en IT o las referencias a Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis en Los Tommyknockers), el cine (los clásicos actores de películas de terror de los años treinta de la Universal como Bela Lugosi, Boris Karloff y Lon Chaney Jr. en Salem’s Lot) y un largo etcétera.
Bueno, toda la obra de King está llena de estas intertextualidades.
A su vez el propio Stephen King se cita a sí mismo cuando hace referencias a sus propios libros, tramas compartidas y personajes en sus obras, en especial cuando estas tratan sobre su famosa línea argumental de los libros de La Torre Oscura y sus numerosas novelas anexas. Como en mi caso, cuando me enteré que el padre Callahan de Salem's Lot se iba a unir al ka-tet de Roland de Gilead en la quinta novela de esta saga, no vacilé en volver a leerme esa tan aterradora novela sobre vampiros; quería tener fresco en la memoria el conocimiento sobre quién era este personaje, luego de diez años de haberme leído por primera vez la historia acerca de los últimos días de tan desdichado pueblo. Sólo entonces me di cuenta de que Salem's Lot era a su vez un personaje más en la historia, uno bastante importante. Cuando se es joven, y niño especialmente, no se comprende bien el concepto de novela río, técnica tan propia de King; en esta obra como en otras de nuestro querido escritor, se nos va a través del montaje contándonos lo que le ocurre a una serie de personajes al mismo tiempo, pero en lugares distintos, de tal modo que al final las distintas tramas confluyen en un mismo momento. Esta técnica se evidencia mayor aún en obras de un carácter más épico como sucede con Apocalipsis(la que ahora mismo también estoy redescubriendo luego de doce años desde que la gocé por primera vez).
Y es así como hay una serie de ejemplos en los que sólo una lectura más allá de lo meramente anecdótico y superficial permite esta interpretación y cabal conocimiento de cualquier obra, en especial algún texto salido de la pluma de Stephen King.
Volviendo al caso de las novelas que giran en torno a La Torre Oscura y las que de algún modo están relacionadas con ellas, luego de tantos años entre un tomo y otro, resulta difícil no resistirse a retomar libros como El Retrato de Rose Madder , El Talismán y Los Ojos del Dragón para empezar a atar los cabos sueltos de las numerosas referencias e intertextualidades que su mismo autor introduce en esta saga tan compleja. Por otro lado, siempre será más que un agrado volver a encontrarse con personajes tan queridos comos los de las primeras novelas que uno leyó de su autor favorito.
Pienso que cuando uno vuelve a leer un libro (de ficción se entiende), es como cuando estudias una materia. No basta con leerse una sola vez los contenidos para el examen, pues a la larga los contenidos se olvidarán con facilidad. Sólo cuando la mirada se detiene en lo que quedó detrás y se hace una revisión de lo que se leyó, llegan la reflexión y el aprecio de lo que antes sólo era una novedad. Entonces recién se puede entrar en conocimiento del tesoro que se tiene entre las manos; y después, al acostarse, quedarse dormido con las ensoñaciones de ese fantástico mundo que se te ha dado…o disfrutar como yo ahora mismo, escribiendo algo inspirado gracias a ello
Es verdad aquello sobre lo que yo llamaría "redescubrir" algo, a mi me ha pasado mayormente con peliculas, hoy mismo veia hombres de negro 2, y me fujaba en todos los aspectos tecnicos de la pelicula, ya sea iluminacion, montaje, efectos, etc.
ResponderEliminarcon un libro lo de releer no lo he aplicado mucho al nivel de ver con otros ojos una obra. Aunque hay cosas que a pesar de los años que tengas, cuando lo veas, o leas te haran volver a convertirte en un niño, al menos me ha pasado con el rey leon ¿Quien no llorò cuado chico la muerte de mufasa?, aunque ahora la veo, y a pesar de emocionarme me pongo a pensar por ejemplo en como llego a mi a tan temprana edad el concepto de la muerte, creando un paradigma en el espectador. Espero no haberme salido del tema central.
En fin, esperare unos años y aplicare ese ejercicio con varias obras que tengo en mi poder, tanto comics como libros, cada ocasion que leo uno de tus textos quedo maravillado por el hecho de que en verdad cada dia se puede aprender algo nuevo cuando uno pienza que a veces ya lo ha visto todo, o redescubre detalles de cualquier cosas que inconscientemente habiamos olvidado.
atte. fabian ibarra
Exacto, amigo mío, el poder de la revisión de cualquier obra de arte le confiere a ésta una fuerza y calidad mayor a nuestros sentidos, mucho mayor que en nuestro primer encuentro con ella. Como mismo ves ahora, me estoy reviendo "Los Archivos-X" y pucha qué he disfrutado de ello. Por todo esto te invito a practicar de estas miradas más profundas, que siempre valdrá la pena. Uno nunca termina de descubrirle nuevas virtudes a una verdadera obra de arte y también nunca deja de gozarse simplemente ante la contemplación de la belleza y/o aquello que ye conmueve el corazón.
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