Mostrando entradas con la etiqueta Utopías. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Utopías. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de septiembre de 2011

Utopías y Antiutopías (parte 2).





Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury.

    Esta sociedad antiutópica se parece más a la visión de Huxley, que a las de Orwell, puesto que lo que hace Bradbury es mostrar una futurista comunidad de consumo, altamente tecnificada, en el país líder del capitalismo: Estados Unidos. El protagonista acá es Montag, un bombero que en vez de apagar los incendios, los produce. Los bomberos de la novela, se encargan de deshacerse por vía del fuego de todos los libros que encuentren, puesto que en su mundo la literatura, y toda expresión artística, se encuentran prohibidas. Toda va bien para Montag, hasta que conoce a una excéntrica adolescente, Clarisse, y entonces su seguridad comienza a desmoronarse; desde ahora en adelante, Montag comenzará (tal como el protagonista de 1984) un viaje interior de autodescubrimiento.
    Aparte de las distintas correspondencias negativas, es decir, de las oposiciones con la obra de Tomás Moro, una de las ideas fundamentales de esta poética novela de Bradbury, es el papel que cumple la literatura en ella.

“Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá que es el Señor de la Creación. Cree que con los libros, incluso podrá andar sobre el agua”.

    Le dice a Montag su jefe, puesto que la literatura es el germen del pensamiento original y del desborde de la imaginación. Un régimen totalitarismo no se puede dar el lujo de fomentar la rebelión y el descontento por medio del desarrollo de pensamientos ajenos al que promueve su dogmatismo.
   Una vez más en una antiutopía, el concepto y la institución de la familia se encuentran negados, lo que dista de la valoración de la familia en Utopía:

“La ciudad se compone de familias y estas se forman por parentesco. Las mujeres, al llegar a edad oportuna, se casan e instalan en el domicilio del marido, pero los hijos varones y luego los nietos permanecen en la familia prestando obediencia al más anciano de los parientes, siempre que la inteligencia de este no se hubiese debilitado con los años (…)”.

También en caso de guerra:

“Si bien a ninguno obligan a ir a una guerra en el exterior contra su voluntad, no prohíben a las mujeres que lo deseen acompañar a sus maridos, para que los alienten e inflamen con sus alabanzas, señalando a cada uno su lugar en el combate junto a su respectivo consorte y rodeando a éste de sus parientes más próximos que, en caso necesario, le presten ayuda a que por ley natural están obligados. Tienen por muy grande afrenta el que un cónyuge regrese sin el otro o un hijo sin su padre, por lo cual, una vez trabado el combate y mientras el enemigo opongo resistencia, luchan hasta la muerte en feroz y lamentable pelea”.

    De este modo en la isla de Utopía la familia es un lazo irrompible y al que se le venera. En cambio en Fahrenheit 451 se observa el siguiente discurso:

“Pete y yo siempre hemos dicho que nada de lágrimas ni algo por el estilo. Es el tercer matrimonio de cada uno y somos independientes. (…) El me dijo <<Si me liquidan, tú sigue adelante y no llores. Cásate otra vez y no pienses en mí>>.
Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el SALÓN y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.

Portada de la adaptación en cómic
(¡Qué daría por tenerla!).

Viñetas del dichoso cómic.

    Sin embargo, pese a esta atmósfera de frialdad en las relaciones humanas, donde es un crimen detenerse a contemplar la belleza de los paisajes naturales, Montag se da cuenta de que sí existe la utopía y que ésta se encuentra a la vuelta de la esquina:

“De la casa de Clarisse, por encima del césped iluminado por el claro de luna, llegó el eco de unas risas; la de Clarisse, la de sus padres y la del tío que sonreía tan sosegado y ávidamente. Por encima de todo, sus risas eran tranquilas y vehementes, jamás forzadas y procedían de aquella casa tan brillantemente iluminada a avanzada hora de la noche, en tanto que todas las demás estaban encerradas en sí mismas, rodeadas de oscuridad”.

   Así, un mundo inauténtico sólo necesita de la autenticidad y la alegría sincera para que exista la esperanza.


El Cuento de la Criada (1985), de Margaret Atwood.

    De las cinco distopías leídas, analizadas y contrastadas para este trabajo, ésta resulta ser la más particular de todas ellas: esto porque, en primer lugar es la única escrita por una mujer y ello hace que al menos como obra dentro del género de ciencia ficción, posea un grado intimista del cual tan sólo la novela de Bradbury se acerca. Si Orwell es duro y gris en su narración y descripción de los tormentos de Winston, Margaret Atwood es tan poética como Ray Bradbury y le da a su obra un clima de melancolía y belleza pese a las vicisitudes de su personaje principal (de por sí, por lo general, la ciencia ficción y la fantasía escrita por mujeres posee estas virtudes). Por otro lado, el mundo que muestra la autora no es ni de corte tecnocrático, ni marxista, ni militarista. Para describir mejor esta particular antiutopía, citaré la reseña del libro mismo que sale en el lomo de una de sus ediciones:

“(…) se sitúa en un futuro próximo y describe la vida en lo que antaño fue Estados Unidos, convertido en una teocracia monolítica que ha reaccionado ante los trastornos sociales y ante una disminución progresiva del índice de natalidad con un retorno a la intolerancia regresiva de la ideología puritana”.

    La novela en cuestión es el diario de vida de una joven mujer que cumple el rol de criada, el cual consiste en vivir como esclava en la casa de una de los matrimonios de elite de su sociedad, para ser preñada en un extraño rito que se origina de la lectura literal y fundamentalista de un fragmento de la Biblia:

“Y viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y dijo a Jacob: Dame hijos, o me moriré.
Y Jacob se enojó contra Raquel, y le dijo: ¿Soy yo, en lugar de Dios, quien te impide el fruto de tu vientre?
Y ella dijo: He aquí a mi sierva Bilhah; entra en ella y parirá sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella”.
Génesis, 30:31.

    En la obra, el texto bíblico se encuentra llevado a cabo con una literalidad increíble:

“Me tiendo de espaldas, completamente vestida salvo el saludable calzón blanco de algodón (…).
Detrás de mí, junto al cabezal de la cama, está Serena Joy, estirada y preparada. Tiene las piernas abiertas, y entre estas me encuentro yo, con la cabeza apoyada en su vientre, la base de mi cráneo sobre su pubis, y sus muslos flanqueando mi cuerpo.
Tengo los brazos levantados; ella me sujeta las dos manos con las suyas. Se supone que esto significa que somos una misma carne y un mismo ser. Pero el verdadero sentido es que ella controla el proceso y el producto de éste, si es que existe alguno (…).
Tengo la falda roja levantada, pero sólo hasta la cintura. Debajo de ésta, el Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo (…)”.

    En esta obra, donde el antes llamado Estados Unidos de América sucumbió a una guerra, la cual todavía mantiene, la mayoría de las mujeres se ha vuelto infértil producto de las armas bioquímicas. Es un mundo que ha vuelto al pasado, pese a que se da en el libro noticia de que otras zonas del mundo (como Japón) siguen el curso normal de las cosas y donde se considera a las mujeres una posesión, así como la fuente de la mayoría de los pecados carnales. Por lo tanto, El Cuento de la Criada se parece mucho más a lo que describe Nathaniel Hawthorne en La Letra Escarlata, que a la antiutopía orwelliana u otras, donde se hace evidente en la obra del Romanticismo estadounidense, la intolerancia religiosa del protestantismo de su país.
   En el libro también se hace mención a una serie de enfrentamientos contra la resistencia de otras religiones en la novela. Sólo una fe es la válida. En cambia se dice en la obra de Tomás Moro:

“(…) una de las más antiguas leyes utópicas dispone que nadie sea molestado a causa de sus creencias”.

    En esta obra, también existe un sistema de castas, pero en este caso más dirigido hacia las mujeres, si bien solo algunos hombres cuentan con el privilegio de poseer una mujer fértil.
    La novela no sólo plantea los temas de la antiutopía, sino que también el papel de la mujer y su rol en la sociedad.

Una conclusión.

    Tras leer la Utopía de Tomás Moro, está claro que el mundo que muestra es una idealización de lo mejor del ser humano, llevado a la práctica en una sociedad ideal. Una civilización como la Utopía es una quimera, puesto que su desarrollo en el planeta implica una predisposición y voluntades de hierro entre todos sus participantes, cosa difícilmente de llevar a la práctica. “El mal atrae a los hombres, como la miel a las abejas”, afirmó una vez el Premio Nobel de Literatura Sir William Golding. La predisposición a la maldad y la debilidad de nuestra especie es algo que llevamos en nosotros casi de forma hereditaria, tal como este autor demostró con su novela ambientada en la Prehistoria Los Herederos.
   Es necesario creer en ideales, en utopías que muevan al ser humano a sacar lo mejor de sí mismo, y luchar por un mundo más justo y noble; pero esta es una empresa particular y hacerla un contrato social, es muy difícil.
    Tomando en cuenta las ideas de arriba, y la propia experiencia de nuestra historia, es más fácil llegar a un mundo corrupto, donde la libertad se vea suprimida día a día, en beneficio de un reducido grupo de gente, que conseguir el Paraíso en la Tierra. Las distopías dan cuenta de ello, a manera de reflexión sobre los males sociales. El abuso de poder, la violencia, la intolerancia y otros males siempre han existido; si no llegamos a tomar conciencia de ellos, con mayor razón nunca podremos saber qué nos falta para superarnos y mejorar.
    La Utopía es una obra que habla sobre la felicidad, la consagración del espíritu humano como un todo, entre cada uno de los que conforman un pueblo. La Antiutopía es en cambio la obra que habla sobre la pérdida de la felicidad, o de la merma de su sentido más sublime (en las distintas obras vistas, se ve que los personajes creen ser felices en medio de su miseria o se evaden de sus preocupaciones por medio de numerosos actos escapistas que en vez de darles verdadera dicha, les otorgan un placer momentáneo y perecedero solamente). Si de esto trata la novela antiutópica, entonces estamos frente a una literatura profundamente moralista, que no desea otra cosa que criticar los vicios sociales y promover la reflexión suficiente para provocar el cambio positivo.
    Cada uno de los totalitarismos vistos en las cinco obras analizadas aquí, fue producido por una crisis social de algún tipo (por lo general una guerra). Si la opinión pública y los poderes del estado son capaces de llegar al error de considerar que el mejor remedio para sanar la enfermedad es recurrir a la fuerza y la opresión, entonces significa esto que sin un desarrollo de la espiritualidad es imposible que una sociedad logre en realidad la estabilidad y el bien común que busca (pues al final la mayoría sale perdiendo). De este modo la antiutopía menosprecia la herencia cultural del pasado, la tradición, la realización personal, la individualidad, el arte, la risa sincera: en fin, todo lo que en la isla de Utopía se encuentra en abundancia.
   Las distopías no permiten el desarrollo individual y censuran todo tipo de visión diferente a la de su dogmatismo. Pero a larga siempre hay resistencia, tal como sucede con los protagonistas de estas obras, puesto que nuestra naturaleza implica la diversidad y la lucha por la libertad. Los finales no siempre son buenos como en Fahrenheit 451, donde todavía hay esperanza gracias al espíritu emprendedor de quienes conservan en su memoria el legado de sus antepasados, pero al menos nunca habrá un respiro para los opresores.
    Si la Utopía muestra lo que a la mayoría le gustaría vivir, las antiutopías hieren los sentidos con sus atrocidades para que digamos “No quiero esto” y hagamos lo posible por evitarlo.
   Todo es al final la búsqueda de la felicidad, no importa el escenario que sea y el hombre hará lo que está a su disposición para conseguir lo que considera lo acerca más a su objetivo.

lunes, 1 de agosto de 2011

Utopías y Antiutopías (parte 1).


                                        

    Durante la época del Renacimiento en el siglo XVI, Santo Tomás Moro escribió una obra que se constituiría en uno de los pilares de la literatura. Esto debido al ingenio con el qué mostró de que forma seria un nuevo mundo, con sus propias reglas y características, tema caro entonces a sus contemporáneos. La llegada al Nuevo Mundo, a América, trajo a los europeos el deseo de conocer y conquistar el propio Paraíso en la Tierra: de cumplir todos sus sueños.
     Europa era entonces un hervidero de intrigas políticas, donde la guerra, la hambruna y la pobreza, se codeaban con la presencia de la figura de grandes hombre y mujeres. Fue en este caldo sociocultural que el autor dio a la luz su magna obra: Utopía.
    Santo Tomás Moro no sólo mostró la posibilidad de enmendar en la Tierra, por medio de la administración justa de los recursos, una sociedad más libre y feliz, más fraterna y comprensiva (puesto que hay que recordar que en la misma época Sir Francis Bacon y Tomaso Campanella hicieron lo mismo con sus respectivas obras de La Nueva Atlántida y La Ciudad del Sol). Pues además acuñó el término Utopía, que hoy en día forma parte del léxico habitual de la gente, pasando a numerosas lenguas. Es así cómo se habla, por ejemplo, de utópico cuando se está refiriendo a una persona cuyas ideas se acercan a lo claramente idealista o un proyecto que alberga la esperanza de superar cualquier tipo de dificultad, cuando en realidad las dificultades son demasiadas como para que éste se logre.
    Dice la misma Real Academia de la Lengua Española en la vigésima primera edición de su diccionario acerca del vocablo utopía:

“Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como sistema irrealizable en el momento de su formulación”.

    Cabe considerar que la misma palabra en cuestión es la unión de dos voces griegas, las que en castellano significan lugar que no existe. Si se atiende entonces a su etimología, una utopía es algo que en efecto, debido a sus condiciones inalcanzables para la realidad que se esté viviendo, se queda sólo en el campo de la fantasía.
    Si la utopía es imposible de llevar al mundo real, entonces qué pasa con los sueños de un mundo mejor para la humanidad. Bueno, a mi parecer el hombre es una criatura capaz de los más bellos sueños, así como también de las peores pesadillas (aquí me permito parafrasear al científico Carl Sagan en su única obra de ficción, la novela Contacto). Cada era tiene sus ilusiones, donde la humanidad plasma en ellas lo mejor de sí; pero también cada era tiene sus propios temores, sus flaquezas y errores. Cuando se dio inicio al siglo XX, una serie de eventos marcaron, tal como sucedió con el descubrimiento de América, la historia de nuestra especie para siempre. Las revoluciones políticas y culturales del comunismo, ideología que en China y la Ex Unión Soviética tomó gran fuerza al igual que en otros países, las dos Guerras Mundiales y la Guerra Fría, entre otros eventos sacudieron la integridad de nuestra sociedad contemporánea, tal como en su tiempo gente como Tomás Moro se vio enfrentada a responder intelectualmente a sus anhelos de un mundo mejor. Pero en el siglo XX, los artistas (quizás menos ingenuos o más cínicos que los hombres de la antigüedad) proyectaron sus frustraciones de otra forma: no quisieron mostrar un mundo ideal con una sociedad perfecta, sino que más bien llevaron hasta las últimas consecuencias los vicios de su época; esto extrapolando las tendencias de su mundo a una realidad donde se diera cabida a lo peor del ser humano. Estos mundos imperfectos reciben el nombre de antiutopías, contrautopías o distopías.
    Luego de tener claro estas dos ideas relacionadas entre sí, pero también tan opuestas, corresponde especificar cuál es en verdad el tema de este artículo. El tema en cuestión es la de oponer ambos conceptos, teniendo como punto de referencia a la Utopía de Tomás Moro; ver cómo en las obras del siglo XX se trabajan, cual la imagen opuesta de un espejo, ciertos temas recurrentes como suceden con la búsqueda de la felicidad, la idea de la libertad y el libre albedrío, el valor de la vida humana, el concepto de la familia, el papel que cumple el arte y específicamente la literatura en la vida de los seres humanos, etc.
   Este artículo, que se publica en dos partes, se encuentra dividido según cada una de las obras antiutópicas que he escogido para analizar y comparar: primero Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, luego 1984 y La Granja de los Animales de George Orwell, después Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y por último El Cuento de la Criada de Margaret Atwood. Cada una de ellas, salvo La Granja de los Animales, obras de ciencia ficción que muestran una sociedad de corte totalitarista. En los capítulos correspondientes se describirá a grandes rasgos la sociedad a la que se hace mención, con sus particulares premisas que las distancian del sueño renacentista de Santo Tomás Moro. De este modo, el presente artículo pretende ser un trabajo comparativo y descriptivo de algunas de las obras antiutópicas más representativas del género y que pese a su atmósfera pesimista y opresiva, le merecen su existencia a la esperanzadora obra de Tomás Moro, ya que qué poder tendría el Infierno sobre los condenados, si estos no pudiesen soñar con algo mejor a su destino.

                                 

Un Mundo Feliz (1932), de Aldous Huxley.

   Se puede considerar a una utopía como a un mundo donde se produce una reorganización favorable de sus distintos estamentos sociales, todo en beneficio del bien común. Es así como en la isla descrita por Santo Tomás Moro, existe, entre otras cosas, igualdad de derechos; también cada ciudadano es libre de abrazar la ideología que le sea más de su gusto, siempre y cuando ésta no atente contra el albedrío de los otros; tiene la oportunidad de realizarse física, intelectual y espiritualmente en medio de una sociedad donde se ha llegado a una especie de socialismo renacentista (para el momento en que se escribió esta obra, aún no había nacido el socialismo como doctrina propiamente tal).
   Si se detiene uno en los aspectos que rodean a la formación de las llamadas distopías, se puede observar que ellas han sido posibles luego de un evento catastrófico para el pueblo, por lo general una guerra, y que creyéndose necesario un nuevo estado de las cosas, se han proclamado nuevas reglas sociales. El poder se centraliza en unos pocos y la libertad del resto queda subordinada a estos, quienes supuestamente los protegen de cualquier tipo de enemigo. Este mundo en el cual se manifiesta hasta sus últimas consecuencias el poder y el control de una sociedad, es el llamado Totalitarismo, régimen que en más de una ocasión ha formado parte de algunos gobiernos reales. La distopía del totalitarismo, a diferencia de la sociedad diseñada por Tomás Moro, se disfraza de supuesta empresa preocupada del bien común. También abraza dogmáticamente las creencias (sean del tipo que sean) que se convierten en el sistema ideológico por excelencia de su sociedad; de este modo la tolerancia religiosa y social de la Utopía es imposible acá.
   Totalitarismos pueden haber muchos, tomando en cuenta las múltiples variables que existen entre los distintos sistemas de pensamientos que hay. Cuando Aldous Huxley escribió su libro, lo que quiso mostrar fue un mundo donde el capitalismo, la sociedad de mercado y propiamente “occidental” de principios del siglo pasado podía llegar a convertirse si se perdían los elementos espirituales y tradicionales: así, por ejemplo, en Un Mundo Feliz la institución de la familia se ha perdido y la gente es concebida en fábricas.
   Como “Antiutopía del Capitalismo Occidental”, la sociedad de la novela surge paralelamente a la nuestra debido a un importante avance técnico: el motor de Henry Ford, quien se convertirá acá en una figura cuasi religiosa. Así este mundo será altamente tecnificado, poseyendo además una ciencia psíquica, química y genética capaz de ordenar en un sistema de castas a la humanidad, todo con el fin de mantener el status quo. Se usa la tecnología con gran dominio de sus beneficios, pero no para solventar el desarrollo intelectual y espiritual de las personas, sino que sólo importa una satisfacción de las pasiones más inmediatas y banales, tales como son el escapismo gracias al uso de sofisticadas drogas. Es una ciencia y tecnología de puro hedonismo, algo que para los ciudadanos utópicos era una pérdida de tiempo. Es verdad que en Utopía la gente gozaba de los placeres de la vida sin tapujos, pero en ella no requerían de recursos artificiales como estupefacientes y otros.
   Dice al respecto sobre el gusto por el placer de los utópicos, la obra de Tomás Moro:

    “Llaman placer a todo movimiento corporal o anímico con el cual, obedeciendo a la naturaleza, se experimente un deleite; en ese concepto incluyen, y no sin motivo, los apetitos naturales. Los sentidos y la razón aspiran, en efecto, a lo naturalmente agradable, y a lo que se consigue sin detrimento ajeno ni ocasionar la pérdida de otro placer mejor ni acarrear mejora alguna. En cambio, lo que los hombres, en virtud de una vana convención y como si pudieran cambiar con las palabras el ser de las cosas, juzgan placentero, nada tiene con los utópicos de común con la felicidad, si es contrario a la naturaleza, antes bien creen que la perjudica, pues no deja lugar para los verdaderos y auténticos deleites y ocupa el espíritu entero con engañosas apariencias de placer”.

    De este modo, en la sociedad de Utopía se disfruta de todo, salvo de los juegos del azar, vicios y actividades que entorpezcan la sobriedad como psicotrópicos.
    Sobre lo anterior, dice el autor en el prólogo que escribiría años después a su obra, respecto a cómo se podría manejar a una sociedad en las condiciones de su novela:

    “Para llevar a cabo esta revolución necesitamos, entre otras cosas, los siguientes descubrimientos e inventos. En primer lugar una técnica mucho más avanzada de la sugestión, mediante el condicionamiento de los infantes y, más adelante, con ayuda de las drogas (…). En segundo lugar, una ciencia plenamente desarrollada, de las diferencias humanas, que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo dado adecuado lugar en la jerarquía social y económica (…). En tercer lugar, un sustitutivo para el alcohol y los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y más placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque este sería un proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones de dominio totalitario para llegar a una conclusión satisfactoria) un sistema de eugenesia a prueba de tontos, destinado a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea de los dirigentes”.

     En su novela, Huxley plasma todas estas premisas de la forma más verosímil, puesto que basta con comparar estas atrocidades con regimenes tales como el de la Rumania comunista de Nicolás Ceausescu u otros para comprobar que la visión profética de Aldous Huxley no estaba tan equivocada.

    La Utopía valoraba sobre muchas cosas el sentido de identidad nacional y social entre todos los integrantes de la comunidad. El orgullo por pertenecer no a una casta privilegiada como en la obra de Huxley, sino por formar parte importante de un pueblo unido y fraterno. El aprecio y respeto por el “otro”, un compañero con quien se trabajaba codo a codo, en la vida cotidiana, como en situaciones menos felices, tal como lo podía ser la guerra. Familias enteras se apoyaban en toda circunstancia, existiendo el amor por los mayores de parte de los más jóvenes. En cambio en Un Mundo Feliz la situación también se invirtió (no hay justificación de que los lazos interpersonales y consanguíneos permanezcan, si la institución familiar y el valor de la amistad no existen).

    “En la actualidad el progreso es tal que los ancianos trabajan, los ancianos cooperan, los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el placer, ni un solo momento para sentarse y pensar (…)”.

    Se narra en la obra. A su vez, estas líneas muestran cómo la idea de individualidad, donde cada persona cuenta con el derecho para hacer de su vida lo que más le plazca (siguiendo ciertos márgenes de acción, claro), tampoco existe.
    La igualdad de derechos, el llamado “socialismo renacentista” de Santo Tomás Moro, tampoco tiene cabida en un totalitarismo como este. La gente se encuentra dividida en una serie de castas diseñadas vía manipulación genética. Aquellos nacidos con los patrones hereditarios más generosos, ostentan el poder y poseen la inteligencia adecuada, así como la belleza física para administrar a los que se encuentran más bajo dentro de la jerarquía social.
    La sociedad de Utopía consideraba como parte fundamental de su herencia a la tierra, esto en cuanto al uso, provecho y disfrute de la naturaleza que rodeaba a la isla. Los individuos practicaban la agricultura como estilo de vida, ya sea para la producción de alimentos, como para recrearse en el contacto con la naturaleza. Pero en el libro de Huxley, donde gran parte de la trama transcurre en una ciudad altamente tecnificada, un lugar lleno de plástico, acero, concreto y nada natural, “Naturaleza” es sinónimo de “Primitivo” y por ende, la presencia de ello produce rechazo. Así se habla de los salvajes que viven fuera del orden de las cosas, en Malpaís y donde no se cuenta con ninguna de las comodidades y “maravillas” a las que están acostumbradas las personas “civilizadas”. Por esto el personaje de John, un mestizo hijo de una hermosa mujer de la ciudad exiliada en Malpaís, pese a su gran belleza e inteligencia privilegiada, nunca es totalmente bien recibido por la población de los Alfas y Betas. Al final de la obra, la pureza de John es destruida porque la existencia de un ser como él, no tiene cabida en un mundo donde la autenticidad no es un valor.
    También resulta interesante recordar que en Utopía se hace uso de un medio que para nosotros es pan de cada día: la publicidad. Claro que esto no tal como se ve en nuestros días, pero sí cuando se le ocupa al difamar al enemigo entre los suyos, con el objetivo de que le entreguen al criminal gracias a la oferta de un sustancioso premio. Huxley en el prólogo a su novela dice lo siguiente:

    “Inducirles (a los esclavos del estado) a amarla (su servidumbre) es la tarea asignada en los actuales Estados totalitarios a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. (…)Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo que ese algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. (…) Si se quiere evitar la persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, es preciso que los aspectos positivos de la propaganda sean tan eficaces como negativos”.

    De este modo, todo totalitarismo hace lo posible por mantener su sistema de vida y así, para los Alfas y los Betas, John es un peligro para su sociedad. Los libros que lee, su “independencia” ideológica que lo hacer ser un individuo autónomo, todo en él es un peligro que hay que evitar y corregir con la aniquilación total. Este “amor por la servidumbre” al que se refiere Huxley, se plasma de forma más evidente en los siguientes libros que a continuación se analizan.

1984 (1949) y La Granja de los Animales (1946), de George Orwell.

    Si el clima de la obra recientemente reseñada resulta más que pesimista, el creado en la novela 1984 de Orwell es algo asfixiante, aparte de ser pesimista en sumo grado. Este libro fue una de las dos obras de su autor, la otra era La Granja de los Animales (Animal Farm), que escribió como protesta a las aberraciones del régimen marxista soviético (Orwell era un fiel creyente de la doctrina socialista, y como tal se desencantó de la forma en que Stalin y Lenin llevaron a cabo los principios de Marx). La novela muestra un mundo donde se ha efectuado una gran crisis que ha cambiado el mapa geopolítico del planeta; existen tres grandes gobiernos: Eurasia, Asia Oriental y Oceanía. Los eventos narrados en esta antiutopía transcurren en este último lugar. Oceanía es un estado totalitario de corte marxista soviético, pero llevado a sus últimas consecuencias.
    El protagonista es Winston Smith, un gris y patético funcionario de la burocracia que pertenece al llamado Partido Único y que poco a poco se va dando cuenta del horror que lo rodea, al despertar a la conciencia de que se encuentra una sociedad donde el mundo de su infancia ya es sólo un difuso recuerdo del que él parece ser el único que tiene memoria suya. Oceanía es además la tierra del Gran Hermano, una distante y numinosa figura patriarcal que vigila toda Oceanía y a sus habitantes.
   “El Gran Hermano te vigila”, dice la propaganda del Partido.
    La obra de Tomás Moro también hace referencia al control de las acciones de la gente, pero acá toma un ribete más benigno, relacionado más bien con la moral pública y el bien común:

   “(…) el hecho de estar cada uno bajo la mirada de los demás oblígales sin excusa a un diario trabajo o a un honesto reposo”.

    De este modo la vigilancia, la típica presencia de espías de los totalitarismos, es en este caso una manifestación de la preocupación por el otro, cual compañeros dedicados todos a la misma tarea del bienestar social.
    Si al menos los personajes de Un Mundo Feliz se consideraban satisfechos en sus banales sistemas de vida, los personajes de 1984 viven sumidos en la carencia y cada día que pasa, les quitan más y más sus privilegios.
    En Utopía se habla de uno que otro adelanto tecnológico misterioso en provecho de su gente, y en Un Mundo Feliz la población cuenta con todo tipo de artilugios avanzados; pero en esta distopía apenas hay tecnología (pareciera que el mundo se hubiese paralizado, puesto que no existe arte, ni medios de diversión, ni promoción del desarrollo intelectual, al menos para los supuestamente privilegiados miembros del Partido) y a los más se nombra uno que otro autogiro, del que se podría asumir que es un medio de locomoción o las herramientas de trabajo de Winston como el hablescribe, la telepantalla y el agujero de la memoria. En 1984 se ha producido un desligamiento con el pasado o un reacomodamiento de este, para el beneficio del proyecto social del Partido.
    El libro de Santo Tomás Moro cuenta que los utópicos no poseían libros impresos, hasta que conocieron dicha tecnología gracias a los viajeros que visitaron la isla. Fue así como estos amantes del saber, el arte y la ciencia no cejaron en apreciar las obras que compartieron con ellos Rafael Hitlodeo y sus amigos. Si John el Salvaje en Un Mundo Feliz sabía de este don como último bastión de la herencia cultural de la vieja humanidad, Winston Smith logró descubrirlo también. Por esto, Winston comienza a escribir sus pensamientos en un cuaderno que logra comprar en el mercado negro.

    “Y se le ocurrió de pronto preguntarse: ¿Para quién estaba escribiendo él ese diario? Para el futuro, para los que aún no habían nacido”.

    Si el Partido niega todo tipo de individualismo y creación artística (sólo los llamados proles, la masa ignorante que vive en una especie de ghetto y que no forman parte del Partido, viviendo en las peores condiciones, cuenta con supuestas obras de arte que en realidad son hechas por máquinas, careciendo de todo sentido estético), el lenguaje mismo de Oceanía se ha ido reduciendo por medio de la llamada neolengua. Con ella se quiere reducir al mínimo el pensamiento individual de las personas, evitándose la más mínima revolución o crisis. Así, en toda la novela, se usan una serie de palabras que sintetizan toda una idea.

    “¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto ¿Cómo puede haber CRIMENTAL si cada concepto se expresa claramente con UNA sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? (…) Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. Por supuesto, tampoco ahora hay justificación para cometer un crimen por el pensamiento. Sólo es cuestión de autodisciplina, de control de la realidad”.

Afirma uno de los personajes para explicar la revolución que se está llevando a cabo en el lenguaje de los miembros del Partido. Pues de este modo, como luego se afirma después en el mismo libro:

    “El verdadero poder, el poder por el que tenemos que luchar día y noche, no es el poder sobre las cosas, sino sobre los hombres”.

    A la larga, las palabras anteriores definen lo que es una antiutopía, un gobierno totalitario. En cambio en la sociedad de Utopía el hombre tiene sólo poder sobre sí mismo (controla su vida). Resulta aquí interesante, que en la obra de santo Tomás Moro se habla de esclavos, los que más bien son criminales que han perdido su libertad como castigo y que deben servir al bien público a la espera de pagar sus afrentas. Es aquí, donde la Utopía demuestra el poder sobre los hombres (lo más cercano a una antiutopía o la vida real que existe en ella).
    La Granja de los Animales (también conocida en español como Rebelión en la Granja) es una antiutopía contada como si fuera una fábula, un cuento para niños con una clara moraleja: el poder corrompe. Tal como en la novela de anticipación de 1984, Orwell acá vuelve a extrapolar los acontecimientos del gobierno marxista de la Unión Soviética, la llamada Dictadura del Proletariado. La historia que aquí se cuenta es sencilla, pero no por ello deja de asombrar su carácter profundamente realista: En una granja los animales se han sublevado del yugo humano y deciden independizarse, echando a estos últimos y trasformando en un supuesto democrático gobierno al lugar. Pero los cerdos, quienes lideran la revolución, se transforman en los nuevos dictadores para el resto de las bestias, incluso llegan a comportarse lejos mucho peor de lo que era el anterior dueño de la granja.
   Una vez que se lleva a cabo la independencia animal, se proclaman diez mandamientos para poner en claro el comportamiento moral y cívico de las criaturas. Pero tal como sucede con 1984, los cerdos manipulan la información, el pasado y las débiles mentes de sus súbditos, infringiéndolas sin vergüenza y al final dejando todo en una sola regla:

   “Todos los animales son iguales. Pero algunos animales son más iguales que otros”.

   He aquí de nuevo el tema del poder y la manipulación sobre la gente, sobre el pueblo. En la Granja Animal, tampoco existe libertad como sí sucede en la isla de Utopía

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...