jueves, 1 de septiembre de 2011

Utopías y Antiutopías (parte 2).





Fahrenheit 451 (1953), de Ray Bradbury.

    Esta sociedad antiutópica se parece más a la visión de Huxley, que a las de Orwell, puesto que lo que hace Bradbury es mostrar una futurista comunidad de consumo, altamente tecnificada, en el país líder del capitalismo: Estados Unidos. El protagonista acá es Montag, un bombero que en vez de apagar los incendios, los produce. Los bomberos de la novela, se encargan de deshacerse por vía del fuego de todos los libros que encuentren, puesto que en su mundo la literatura, y toda expresión artística, se encuentran prohibidas. Toda va bien para Montag, hasta que conoce a una excéntrica adolescente, Clarisse, y entonces su seguridad comienza a desmoronarse; desde ahora en adelante, Montag comenzará (tal como el protagonista de 1984) un viaje interior de autodescubrimiento.
    Aparte de las distintas correspondencias negativas, es decir, de las oposiciones con la obra de Tomás Moro, una de las ideas fundamentales de esta poética novela de Bradbury, es el papel que cumple la literatura en ella.

“Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá que es el Señor de la Creación. Cree que con los libros, incluso podrá andar sobre el agua”.

    Le dice a Montag su jefe, puesto que la literatura es el germen del pensamiento original y del desborde de la imaginación. Un régimen totalitarismo no se puede dar el lujo de fomentar la rebelión y el descontento por medio del desarrollo de pensamientos ajenos al que promueve su dogmatismo.
   Una vez más en una antiutopía, el concepto y la institución de la familia se encuentran negados, lo que dista de la valoración de la familia en Utopía:

“La ciudad se compone de familias y estas se forman por parentesco. Las mujeres, al llegar a edad oportuna, se casan e instalan en el domicilio del marido, pero los hijos varones y luego los nietos permanecen en la familia prestando obediencia al más anciano de los parientes, siempre que la inteligencia de este no se hubiese debilitado con los años (…)”.

También en caso de guerra:

“Si bien a ninguno obligan a ir a una guerra en el exterior contra su voluntad, no prohíben a las mujeres que lo deseen acompañar a sus maridos, para que los alienten e inflamen con sus alabanzas, señalando a cada uno su lugar en el combate junto a su respectivo consorte y rodeando a éste de sus parientes más próximos que, en caso necesario, le presten ayuda a que por ley natural están obligados. Tienen por muy grande afrenta el que un cónyuge regrese sin el otro o un hijo sin su padre, por lo cual, una vez trabado el combate y mientras el enemigo opongo resistencia, luchan hasta la muerte en feroz y lamentable pelea”.

    De este modo en la isla de Utopía la familia es un lazo irrompible y al que se le venera. En cambio en Fahrenheit 451 se observa el siguiente discurso:

“Pete y yo siempre hemos dicho que nada de lágrimas ni algo por el estilo. Es el tercer matrimonio de cada uno y somos independientes. (…) El me dijo <<Si me liquidan, tú sigue adelante y no llores. Cásate otra vez y no pienses en mí>>.
Tengo a los niños en la escuela nueve días de cada diez. Me entiendo con ellos cuando vienen a casa tres días al mes. No es completamente insoportable. Los pongo en el SALÓN y conecto el televisor. Es como lavar ropa; meto la colada en la máquina y cierro la tapadera”.

Portada de la adaptación en cómic
(¡Qué daría por tenerla!).

Viñetas del dichoso cómic.

    Sin embargo, pese a esta atmósfera de frialdad en las relaciones humanas, donde es un crimen detenerse a contemplar la belleza de los paisajes naturales, Montag se da cuenta de que sí existe la utopía y que ésta se encuentra a la vuelta de la esquina:

“De la casa de Clarisse, por encima del césped iluminado por el claro de luna, llegó el eco de unas risas; la de Clarisse, la de sus padres y la del tío que sonreía tan sosegado y ávidamente. Por encima de todo, sus risas eran tranquilas y vehementes, jamás forzadas y procedían de aquella casa tan brillantemente iluminada a avanzada hora de la noche, en tanto que todas las demás estaban encerradas en sí mismas, rodeadas de oscuridad”.

   Así, un mundo inauténtico sólo necesita de la autenticidad y la alegría sincera para que exista la esperanza.


El Cuento de la Criada (1985), de Margaret Atwood.

    De las cinco distopías leídas, analizadas y contrastadas para este trabajo, ésta resulta ser la más particular de todas ellas: esto porque, en primer lugar es la única escrita por una mujer y ello hace que al menos como obra dentro del género de ciencia ficción, posea un grado intimista del cual tan sólo la novela de Bradbury se acerca. Si Orwell es duro y gris en su narración y descripción de los tormentos de Winston, Margaret Atwood es tan poética como Ray Bradbury y le da a su obra un clima de melancolía y belleza pese a las vicisitudes de su personaje principal (de por sí, por lo general, la ciencia ficción y la fantasía escrita por mujeres posee estas virtudes). Por otro lado, el mundo que muestra la autora no es ni de corte tecnocrático, ni marxista, ni militarista. Para describir mejor esta particular antiutopía, citaré la reseña del libro mismo que sale en el lomo de una de sus ediciones:

“(…) se sitúa en un futuro próximo y describe la vida en lo que antaño fue Estados Unidos, convertido en una teocracia monolítica que ha reaccionado ante los trastornos sociales y ante una disminución progresiva del índice de natalidad con un retorno a la intolerancia regresiva de la ideología puritana”.

    La novela en cuestión es el diario de vida de una joven mujer que cumple el rol de criada, el cual consiste en vivir como esclava en la casa de una de los matrimonios de elite de su sociedad, para ser preñada en un extraño rito que se origina de la lectura literal y fundamentalista de un fragmento de la Biblia:

“Y viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y dijo a Jacob: Dame hijos, o me moriré.
Y Jacob se enojó contra Raquel, y le dijo: ¿Soy yo, en lugar de Dios, quien te impide el fruto de tu vientre?
Y ella dijo: He aquí a mi sierva Bilhah; entra en ella y parirá sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella”.
Génesis, 30:31.

    En la obra, el texto bíblico se encuentra llevado a cabo con una literalidad increíble:

“Me tiendo de espaldas, completamente vestida salvo el saludable calzón blanco de algodón (…).
Detrás de mí, junto al cabezal de la cama, está Serena Joy, estirada y preparada. Tiene las piernas abiertas, y entre estas me encuentro yo, con la cabeza apoyada en su vientre, la base de mi cráneo sobre su pubis, y sus muslos flanqueando mi cuerpo.
Tengo los brazos levantados; ella me sujeta las dos manos con las suyas. Se supone que esto significa que somos una misma carne y un mismo ser. Pero el verdadero sentido es que ella controla el proceso y el producto de éste, si es que existe alguno (…).
Tengo la falda roja levantada, pero sólo hasta la cintura. Debajo de ésta, el Comandante está follando. Lo que está follando es la parte inferior de mi cuerpo (…)”.

    En esta obra, donde el antes llamado Estados Unidos de América sucumbió a una guerra, la cual todavía mantiene, la mayoría de las mujeres se ha vuelto infértil producto de las armas bioquímicas. Es un mundo que ha vuelto al pasado, pese a que se da en el libro noticia de que otras zonas del mundo (como Japón) siguen el curso normal de las cosas y donde se considera a las mujeres una posesión, así como la fuente de la mayoría de los pecados carnales. Por lo tanto, El Cuento de la Criada se parece mucho más a lo que describe Nathaniel Hawthorne en La Letra Escarlata, que a la antiutopía orwelliana u otras, donde se hace evidente en la obra del Romanticismo estadounidense, la intolerancia religiosa del protestantismo de su país.
   En el libro también se hace mención a una serie de enfrentamientos contra la resistencia de otras religiones en la novela. Sólo una fe es la válida. En cambia se dice en la obra de Tomás Moro:

“(…) una de las más antiguas leyes utópicas dispone que nadie sea molestado a causa de sus creencias”.

    En esta obra, también existe un sistema de castas, pero en este caso más dirigido hacia las mujeres, si bien solo algunos hombres cuentan con el privilegio de poseer una mujer fértil.
    La novela no sólo plantea los temas de la antiutopía, sino que también el papel de la mujer y su rol en la sociedad.

Una conclusión.

    Tras leer la Utopía de Tomás Moro, está claro que el mundo que muestra es una idealización de lo mejor del ser humano, llevado a la práctica en una sociedad ideal. Una civilización como la Utopía es una quimera, puesto que su desarrollo en el planeta implica una predisposición y voluntades de hierro entre todos sus participantes, cosa difícilmente de llevar a la práctica. “El mal atrae a los hombres, como la miel a las abejas”, afirmó una vez el Premio Nobel de Literatura Sir William Golding. La predisposición a la maldad y la debilidad de nuestra especie es algo que llevamos en nosotros casi de forma hereditaria, tal como este autor demostró con su novela ambientada en la Prehistoria Los Herederos.
   Es necesario creer en ideales, en utopías que muevan al ser humano a sacar lo mejor de sí mismo, y luchar por un mundo más justo y noble; pero esta es una empresa particular y hacerla un contrato social, es muy difícil.
    Tomando en cuenta las ideas de arriba, y la propia experiencia de nuestra historia, es más fácil llegar a un mundo corrupto, donde la libertad se vea suprimida día a día, en beneficio de un reducido grupo de gente, que conseguir el Paraíso en la Tierra. Las distopías dan cuenta de ello, a manera de reflexión sobre los males sociales. El abuso de poder, la violencia, la intolerancia y otros males siempre han existido; si no llegamos a tomar conciencia de ellos, con mayor razón nunca podremos saber qué nos falta para superarnos y mejorar.
    La Utopía es una obra que habla sobre la felicidad, la consagración del espíritu humano como un todo, entre cada uno de los que conforman un pueblo. La Antiutopía es en cambio la obra que habla sobre la pérdida de la felicidad, o de la merma de su sentido más sublime (en las distintas obras vistas, se ve que los personajes creen ser felices en medio de su miseria o se evaden de sus preocupaciones por medio de numerosos actos escapistas que en vez de darles verdadera dicha, les otorgan un placer momentáneo y perecedero solamente). Si de esto trata la novela antiutópica, entonces estamos frente a una literatura profundamente moralista, que no desea otra cosa que criticar los vicios sociales y promover la reflexión suficiente para provocar el cambio positivo.
    Cada uno de los totalitarismos vistos en las cinco obras analizadas aquí, fue producido por una crisis social de algún tipo (por lo general una guerra). Si la opinión pública y los poderes del estado son capaces de llegar al error de considerar que el mejor remedio para sanar la enfermedad es recurrir a la fuerza y la opresión, entonces significa esto que sin un desarrollo de la espiritualidad es imposible que una sociedad logre en realidad la estabilidad y el bien común que busca (pues al final la mayoría sale perdiendo). De este modo la antiutopía menosprecia la herencia cultural del pasado, la tradición, la realización personal, la individualidad, el arte, la risa sincera: en fin, todo lo que en la isla de Utopía se encuentra en abundancia.
   Las distopías no permiten el desarrollo individual y censuran todo tipo de visión diferente a la de su dogmatismo. Pero a larga siempre hay resistencia, tal como sucede con los protagonistas de estas obras, puesto que nuestra naturaleza implica la diversidad y la lucha por la libertad. Los finales no siempre son buenos como en Fahrenheit 451, donde todavía hay esperanza gracias al espíritu emprendedor de quienes conservan en su memoria el legado de sus antepasados, pero al menos nunca habrá un respiro para los opresores.
    Si la Utopía muestra lo que a la mayoría le gustaría vivir, las antiutopías hieren los sentidos con sus atrocidades para que digamos “No quiero esto” y hagamos lo posible por evitarlo.
   Todo es al final la búsqueda de la felicidad, no importa el escenario que sea y el hombre hará lo que está a su disposición para conseguir lo que considera lo acerca más a su objetivo.

4 comentarios:

  1. Elwin:

    Un excelente repaso a algunas de las utopías y antiutopías más célebres. Estoy de acuerdo contigo en que la predisposición a la maldad y la evidente perversidad e imperfección de la naturaleza humana hacen imposible que cualquier régimen político o institución social puedan durar eternamente sin corromperse (probablemente diez años sea el límite máximo que cualquier institución humana pueda soportar sin caer en la la corrupción y la ineficacia).

    Hay algo que se desprende de tu texto, y que muchos de los autores de las anti-utopías vieron muy bien: las anti-utopías describen cómo sería el mundo inmediatamente después de que se implantara una auténtica utopía sobre la Tierra. Así como la utopía es un recordatorio de la imperfección de nuestro mundo actual, y en ese sentido nos motiva a mejorar nuestras condiciones presentes para aproximarlas poco a poco a las de esa utopía o estado ideal, la anti-utopía es asimismo un recordatorio de nuestra imperfección intrínseca: nos avisa de que, si por algún albur lográramos alcanzar un auténtico estado utópico, el Paraíso sobre la Tierra o el Bien Absoluto, su misma realización haría que eventualmente se identificase con la anti-utopía, el Infierno sobre la Tierra y el Mal Absoluto. El Gulag estalinista así nos lo demuestra.

    Saludos cordiales.

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  2. Gracias de nuevo, Juan Carlos. Te cuento que este trabajo lo hice para un Diplomado de Literatura Universal, en el módulo de Literatura Renacentista. La verdad es que la ciencia ficción me gusta mucho (mi memoria para titularme de profesor de Lengua Castellana fue sobre Asimov y sus robots y espero publicar pronto parte de esa memoria acá)y me fascina la forma de cómo es capaz de proyectar tan bien nuestros mayores miedos y esperanzas.

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  3. Una vez más, Elwin, nuestros gustos coinciden. Yo también soy un gran aficionado a la literatura de ciencia-ficción: desde los precursores clásicos (Mary Shelley, Julio Verne, H.G. Wells, H.P. Lovecraft), hasta autores más o menos consagrados como Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Phillip K. Dick, Frank Herbert, Stanislaw Lem, Robert Silverberg, J.G. Ballard, Poul Anderson, Michael Moorcock, Orson Scott Card, Robert A. Heinlein, Robert Silverberg, Dan Simmons, George R.R. Martin, China Miéville, Larry Niven y otros muchos.

    Actualmente estoy leyendo La chica mecánica, de Paolo Bacigalupi, ganadora de los premios Hugo, Nebula, Locus y John W. Campbell 2010. Si tengo tiempo, haré una crítica en mi blog.

    Un saludo cordial.

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  4. Como puedo ver, el mundo de las antiutopias es un mundo moralmente e intelectualmente desolado, como dijiste anteriormente, todos somos iguales inmersos en una rutina mas oprimente que la realidad, puesto que en la realidad por lo menos tenemos nuestras distracciones. Leer una de estas obras es realmente asfixiante, ya que te metes en la carne del personaje, y vas captando cada detalle de todo, viendolo en tu mente y dandote cuenta que estas en un lugar mas vacio que el mismo infierno, si es que se podría decir así.

    Hablando de vacio, me llamo la atencion el pedazo de texto que extrajiste del diario de la criada, me senti como si leyera una historia sin emociones, pero en su expresion maxima, me senti oprimido, se me vinieron a la mente muchas cosas negativas

    atte. Fabian Ibarra

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