El reciente desastre del avión de la Fuerza Aérea chilena que transportaba a 21 personas a la Isla de Juan Fernández, en mi querido país Chile, me ha provocado más impacto del que en un principio esperaba. Fueron 21 valiosas vidas que acabaron de forma fulminante, provocando no sólo dolor para sus familiares y seres queridos, si no que para toda la nación. Dentro del grupo de las víctimas iban unas cuantas figuras públicas, como Felipe Cubillos, un empresario que ayudó como pocos luego del desastre del terremoto del 2010, liderando una gran campaña para ayudar a quienes perdieron sus casas con el sismo; también iba un periodista de TVN (Televisión Nacional de Chile), Roberto Bruce, de quien si bien apenas sabía de su existencia, puesto que no veo televisión, tengo claro que era bastante popular por estos lares. La verdad es que cada uno de los integrantes del vuelo siniestrado era alguien que destacaba por sí solo en algún aspecto por sus labores y virtudes (iba una joven piloto que fue una de las primeras y pocas chilenas en graduarse como piloto de la Fuerza Aérea), razón por la cual resulta imposible no compartir con los dolientes de estas personas, su congoja y sentimiento de pérdida.
Pero hay una persona en especial que me lleva a escribir este texto, que iba en el grupo de los caídos de ese fatídico viernes 2 de septiembre y que para los chilenos resultó ser una pérdida que cuesta más que asumirla: Felipe Camiroaga.
Es cierto que toda vida es un tesoro invaluable, que cada una de las personas que fallecieron aquel día bien merecen nuestros respetos, oraciones y pesares, pero si me preguntan, si a muchos y muchas nos preguntan por qué tanta identificación con la figura del desparecido Felipe Camiroaga, no resulta difícil responder: Camiroaga a lo largo de sus más de veinte años de carrera televisiva se convirtió en parte de nuestro inconciente colectivo, de nuestra historia catódica y personal. Alguien a quien acostumbrábamos ver en las pantallas nacionales, en su momento hasta oír en la radio, y siempre presente en diarios y revistas. A Felipe lo vimos crecer como figura pública que con su carisma y profesionalismo se ganó el cariño de tanta gente, un tipo chispeante que hizo tantos programas y hasta participó en dos teleseries (y menos mal que dejó de hacer el ridículo para dedicarse a lo suyo realmente) y estuvo en un gran número de eventos artísticos y sociales.
Como ya he dicho, hoy en día no veo televisión, pero una personalidad como la de Felipe Camiroaga ya formaba parte de mi diario vivir (en mi casa seguían sus programas y siempre había una tele prendida sintonizándolo). Podría decir incluso que fui creciendo a la par con este personaje, pues allá en los años ochenta, cuando era niño, veía el programa juvenil donde comenzó su labor: Extra Jóvenes, un programa juvenil como no los hay ahora en Chile y donde para nada consideraban a los jóvenes como a los idiotas de hoy en día; no era un programa de puro poto y teta como me gusta llamarles, si no que era una verdadera contribución para la mentalidad juvenil. Con el pasar de los años lo vi en numerosos programas donde siempre resaltó su espontaneidad, su alegría.
Cuando pienso en que ya no lo veremos en la tele, salvo en los numerosos registros y archivos que se mantienen de él, me doy cuenta de que con él se da lo que sucede en muchos casos con esos personajes históricos o de ficción a los que uno sigue: se les tiene afecto y en cierta medida se les admira. Uno no los conoce, pero forman parte de los individuos con quienes llegó de algún modo a establecer un vínculo, que si bien no es íntimo, sí forma parte de nuestras memorias y sentires. Sé que son personas y ámbitos completamente distintos, pero cuando murió el Papa Juan Pablo II sentí algo parecido, pues también era una figura pública que nos dejaba, que estuvo gran parte de mi existencia presente. El “Santo Padre” como cariñosamente le llamamos los católicos no sólo fue una destacada figura internacional, si no que para nuestro país fue un personaje fundamental y al que le debemos mucho. Bueno, Camiroaga no era Juan Pablo II, tampoco pretendió serlo, pero fue alguien popular y querido por un montón de gente que en el presente nos deja su aporte a nuestra sociedad como chilenos, a nuestra identidad nacional y a nuestra particular historia televisiva.
Tenía sólo 44 años cuando acabó su existencia, pudiendo haber tenido muchos años más de vida, otorgando a los chilenos su compañía desde el set, con sus entrevistas y comentarios, con sus numerosas intervenciones que lo hicieron convertirse en uno de los principales animadores de Chile. Pudo tener más éxitos, pudo por fin “darnos un hijo”, pues pese a sus numerosas conquistas con ninguna de las bellas mujeres que se le conoció tuvo descendencia, pese a que muchas hubiesen querido tener la suerte de casarse con el y darle un hijo (bueno, y supongo más ahora que nunca correrá por ahí el rumor de que en realidad todo era una fachada para su homosexualidad encubierta, si bien este último tema no es algo de lo que valga la pena escribir ahora mismo). Pudo hacer tantas cosas más, pero ya no será así. A su modo, como muchos otros personajes famosos, murió en la gloria, en la plenitud y se fue dejándonos su imagen de hombre galante, amistoso, locuaz y dicen que hasta sencillo. A veces pienso, tontamente, que como no lo vimos envejecer, no le conocimos mayores cuitas, ni caer en la ignominia y el olvido, de ese modo nos dejó la idea de un hombre exitoso, profesional, guapo, amado, incluso deseado, que inspirará a un montón de gente a dar lo mejor de sí, y a ser una verdadera contribución para los demás.
Gran parte de lo expuesto en estas líneas ya lo he comentado con familiares y amigos, pero de seguro más de alguno de los que me conocen y los que siguen este blog, se preguntarán qué hace un texto como éste en mi blog. Bueno, aparte del compartir con el pueblo chileno su dolor ante la desgracia y la pérdida, hay otro tema que me lleva a escribir hoy: Cuando reflexiono ante este lamentable hecho, me doy cuenta de cuán frágil somos, de cómo una vida se extingue en el momento menos esperado y entonces esa persona que para nosotros fue importante, ya no está más. Felipe Camiroaga, Felipe Cubillos y el resto de la tripulación estaban llenos de sueños, deseos, ganas de vivir, cada uno tenía su propia historia, sus conquistas y caídas, sus virtudes y defectos; cada uno de ellos era un mundo aparte digno de conocerse y alguien con quien compartir, amar, necesitar…y ahora esa gente ya es solo un recuerdo, una imagen y un vacío que queda. Pero les sobreviven quienes los conocieron, en persona o en la tele, y aprendieron a apreciarlos. Si ese mismo viernes un montón de gente veía en el matinal de TVN a Felipe Camiroaga y luego al atardecer se enteraba del accidente, no resulta extraño sentir que este hermoso don de la vida que Dios nos dio es también algo frágil y que por eso debemos valorarlo como a nada. Por eso hay que honrar a los que se fueron, viviendo con honor lo que no sabemos nos queda de nuestra existencia.
Recuerdo los siguientes versos de uno de los pocos poemas que me gustan, pues quién soy para negar la belleza de las Coplas a la Muerte de su Padre de Jorge Manrique:
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
Hace tiempo que no recordaba con tanta intensidad el momento de la muerte de mi papá. Todos sus hijos deseaban estar con él hasta su último suspiro, menos yo, quien a veces escapaba de casa para no seguir viendo cómo su vida se iba extinguiendo. Y resultó que literalmente mi padre murió en mis brazos, estando rodeado de mis hermanas y algunos sobrinos (ni siquiera estaba mi mamá, ni los otros dos hijos varones de mi papá), cuando yo se suponía que a esa hora no iba a encontrarme en casa; pero Dios lo quiso así, y pucha que en realidad sentí Su mano en todo lo que pasó; por única vez en mi vida vi cómo se iba en los ojos de alguien su ser. Todo esto se me viene a la memoria cuando pienso en Camiroaga y los demás. Pero desde pequeño, supongo por naturaleza propia y quizás por don de nuestro Señor, he aceptado la muerte con naturalidad. Duele perder a un ser querido, pero por muy trillado que suene, es la ley de la vida y si aún vivos perdemos a gente que hemos amado y que por algún motivo ya no están con nosotros, en la muerte aprendemos que podemos mirar hacia atrás y decir con dignidad gracias por habernos dado la oportunidad de haber tenido a quien nos acaba de dejar.
Hola, Elwin.
ResponderEliminarLeyendo este texto tuyo, tan estupendo como los demás que sueles regalarnos, no he podido evitar acordarme de una especie de extraña inquietud que me asaltó muchas veces durante mi adolescencia (y también después: de hecho, incluso hoy me asalta de vez en cuando). Esta inquietud tenía (y tiene) la forma de este pensamiento: "¿Cómo es posible que a diario mueran tantas y tantas personas en el mundo, y sin embargo el resto de la gente siga con sus tareas cotidianas y el mundo continúe funcionando como si tal cosa? ¿No debería la muerte de cualquier persona estar acompañada de alguna especie de cataclismo, o por lo menos de alguna señal de pérdida irrecuperable que fuese bien visible para todo el mundo, y que hiciese que la vida de todos (aun de quienes no hubieran conocido nunca al fallecido) no pudiese proseguir de la misma forma? Si alguien se muere, ¿no debería formarse una especie de hueco o vacío real en el mundo que esa persona conoció, algo así como un retazo de la Nada blanca y abismal descrita en La Historia Interminable, reptando como una serpiente correosa y ciega por los edificios, los barrios, las calles y los paisajes que esa persona fallecida hubiera transitado?"
Más adelante descubrí que esa misma pregunta se la habían hecho --de forma muchísimo más certera y profunda que la mía, por supuesto-- algunas de las mentes más privilegiadas de la humanidad, concretamente filósofos tan geniales como Berkeley, Kant y Schopenhauer, y que también habían surgido inquietudes semejantes en la antigua sabiduría oriental e incluso en el Talmud, donde se dice que la muerte de un ser humano conlleva la muerte del universo entero.
En cierto modo, yo que carezco por completo de la fe religiosa, sigo manteniendo este pensamiento idealista de que la muerte de una persona implica siempre un empobrecimiento de la realidad, un vaciamiento del cosmos, que la muerte de alguien deja un hueco, un agujero que es ontológico, es decir, que se produce en la realidad material misma y no sólo en la vida de quienes conocieron a esa persona. Y ese hueco material ya nunca se podrá parchear, aunque el recuerdo y la añoranza ayuden a paliar el vacío. Por eso la realidad, el mundo tal como lo conocemos, es incompleto y está lleno de agujeros igual que un queso gruyer.
Cordiales saludos.
Muchas gracias, Juan Carlos, por tus palabras. Recién me he dado cuenta de tus tres comentarios y realmente lo que me dices en cada uno de ellos me hace reflexionar bastante. Es cierto que el tema de la muerte y su significancia para nuestras vidas es algo tan complejo. Creo que a la larga cada uno lleva a su manera esta realidad y en ello siempre es necesario algún tipo de respaldo ideológico para sobrellevarlo. Pienso como tú que la muerte de quienes conocemos y amamos nos deja un vacío, pero también pienso poderosamente que ese vacío se puede transformar en algo que nos puede convertir en mejores personas (y lo digo empíricamente). Como dice el gran C.S.Lewis en su libro "El Problema del Dolor" (y que lo retoman en la película "Tierra de Sombras" sobre su vida): "El Dolor es la bocina de Dios para despertar a un mundo sordo". Creo que igual este libro sería de tu agrado.
ResponderEliminarElwin, me alegra que cites a C.S. Lewis. De este autor he leído Una pena en observación, y me quedo con su idea de la fuerza redentora del amor como cauce para superar el vacío, la falta sin sentido y el dolor por la pérdida.
ResponderEliminarTambién es magnífica la película (en España se tituló "Tierras de Penumbra"), con una soberbia y muy emotiva interpretación de Anthony Hopkins y de Debra Winger.
Frente a la única certeza que enfrentamos como humanidad sigue siendo paradógica nuestra angustia cuando la muerte hace su violenta aparición, llevándose consigo a familiares cercanos, carismáticos personajes catódicos, autores favoritos, etc. Después de la pena, y la angustia del vacío corporal, sólo quedan los lazos, historias, acciones nobles, errores y lo más importante, el aporte que pudieron o debieron haber dejado en su paso por este mundo.
ResponderEliminarElwyn...tu sabes que son muchos anos que yo no estoy en Chile... y con el tiempo perdi la coneccion de los personajes e historia de Chile..,pero no significa que estoy ignorante de lo que paso...y cuando me entere de la noticia, una pena muy grande senti...no solo por los que conoci..por todos los que viajaron.... por sus familias..amigos.... como tu se que es tener la muerte al lado tuyo, sentir que el ser amado se va y tu no puedes hacer nada...solo estar al lado del que se va... tu padre, mi padre gente que he conosido y que los vi partir...y si duele...pero he aprendido que es un privilegio poder ser esa persona, la muerte no es oscuridad es vida eterna... y tu estas ahi para despedirlos al comienzo de una nueva vida.....lloras por que ya no estas, el vacio queda por mucho tiempo...pero tu vida queda marcada por la existencia de esa persona...y con el tiempo recuerdas lo lindo de ellos y tu vida sigue otro curso..nunca es la misma...alguien no esta contigo.., pero como un nino aprendes a caminar nuevamente y antes de que te des cuenta vuelves a vivir a seguir tu camino.....el vacio que ha quedado de esa persona ha hecho que tu vida cambie su curso.
ResponderEliminarTu comentario de este tragico accidente me hizo sentir la pena grande , de saber que esas 21 personas, no tuvieron sus familiares para despedirlos, para hacerles senti de que eran amados, que tiene su familia, amigos, gente que supo de ellos por diferentes circunstancias...y no pudieron decir ..."Te amo" "siempre estaras conmigo"...., tu padre lo supo como asi mi padre... los 21...no....y eso duele..me dolio y dolera siempre al saber de noticias tan tragicas..... La muerte para mi es vida..es eternidad... por que sus amigos , sus familias..siempre les recordaran seguiran viviendo en sus mentes y corazones.....
Gracias Elwyn por tus letras.. garcias por la emocion que se siente al leer tu narracion...
Te quiero mucho y Dios te Bendiga.
Interesante tu publicacion... y ahora que reconoces no ver tele... a ver si ves las noticias para que sigas escribiendo cosas como estas, para gente comun y corriente, y no solo super heroes...
ResponderEliminarPero con todo lo que pasó con tu papi y el dolor bien canalizado que llevas... te creo que eres Bruno Diaz.
Un abrazo amigo...
ha pasado mas de un año y aun se encuentra gente que no puede asumir lo que ocurrio en septiembre del año pasado, por ejemplo, una señora que vive a un par de cuadras de mi casa, a quien yo veo como si fuera a mi abuela (puesto que me arrancaba de la casa de mis abuelos en la tarde a tomar tecito con ella cuando tenia entre 2 y 3 años), aun dice "puuuucha se nos fue mi felipito" aunque suene ironico, el esta aun en el conscient colectivo de cada chileno que lo vio en la tele.
ResponderEliminarAunque algo que no me gusta y nu nca me ha gustado es la forma depredadora (por decirlo menos), de como los canales de television han usado su imagen para vender y generar niveles de audiencia.
Cambiando de tema, el asunto de la muerte en si es complejo, por ejemplo a un niño pequeño no le puedes hablar de la muerte asi sin mas, es como hablarle de como vienen los bebes al mundo, es complejo, por lo cual se le debe intuir a las personas de a poco, para cuando llegue el dia menos pensado en el que perdamos a alguien cercano por un motivo cualquiera, no sea tan chocante, de tal forma que podamos sobrellevarlo en la continuidad de nuestras vidas, ya que pese a todos, debemos seguir nuestro camino sin rendirnos.
atte. Fabian Ibarra.
La muerte es un tema "escabroso", pero hay que asumirlo con dignidad. Prefiero esa imagen tan católica de la muerte como una oportunidad para estar en paz y reencontrarte con quiénes se fueron antes que tú...y lo más importante, con el Creador. Nunca estamos completamente preparados para esta regla de la vida, sólo queda armarse de esperanza de que uno honrará al fallecido como corresponda. Creo que los adultos debemos educar a los niños en estos temas, de modo que no demonicen la muerte y la asuman como parte de nuestra propia existencia. Una sobrina mía tenía un hámster, se le murió cuando ella tenía como once años; sus padres le volvieron a comprar otra mascota de la especie y mi sobrina no encontró mejor cosa que ponerle el mismo nombre, de modo que para ella el primer animalito nunca murió (les dije a sus padres que ése era un gran error, que a ellos les correspondía explicarle que eso estaba mal, pero como siempre mi hermana y mi cuñado "le quitaron el poto a la jeringa"...creo fuí el único que le dijo a Natalia que no correspondía lo que había hecho )
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