Travesuras de la Niña Mala (2006) es
la versión de Mario Vargas Llosa de lo que sería una novela romántica, no en el
sentido de la literatura propia de la primera mitad del siglo XIX cultivada en
Europa, Estados Unidos y Latinoamérica en aquellos años (con personajes
extremadamente sensibles), si no en cuanto a que aborda en su argumento el
romance entre sus dos personajes principales.
En pocas palabras, trata acerca de la historia de amor entre dos
personas que abarca nada menos que 4 décadas en sus vidas, a lo largo de un
montón de ciudades en todo el mundo, el que como bien sucede en la vida real no
las tiene fácil para que sus dos protagonistas puedan ser felices juntos. De este modo en dicha obra, el autor aglutina
varios elementos caros a su bibliografía: el melodrama heredado de las
radionovelas que tanto le gustaban de joven (evidenciado a través de su libro
autobiográfico ficcionado titulado como La Tía Julia y el Escribidor); la
ambientación realista de sus historias poniendo énfasis en caracterizar el
pasado inmediato; el tema del crecimiento personal a través de las vivencias y
las personas que lo llegan a marcar a uno; y, por último, la valoración de la
amistad como fuente inagotable de historias y pilar fundamental en la vida del
ser humano.
El libro comienza en los años de la
adolescencia de su protagonista masculino.
En estas páginas se describe el despertar a la sexualidad en el entorno
del entonces muchacho, que si bien estamos hablando de flirteos donde vale más
el coqueteo que la consumación del acto sexual (claramente estamos hablando de
otros tiempos), si se trata de un cambio
significativo a la hora de evidenciar el desarrollo emocional de quien
despierta al interés por el otro género.
Es a partir de este momento que llega el gran amor de su vida, en la
figura una chica experta en el engaño y la mentira, a la que pese a todo adora
con todo su ser; con posterioridad tras el pasar de los años, en cada
reencuentro, el protagonista masculino buscará conquistar su rebelde corazón, a
lo largo de todo el tiempo en el que transcurre esta historia.
“Entonces, la reconocí. Había cambiado
mucho, por supuesto, sobre todo su manera de hablar, pero seguía manando de
toda ella esa picardía que yo recordaba muy bien, algo atrevido, espontáneo y
provocador, que si traslucía en su postura desafiante, el pechito y la cara
adelantados, un pie algo atrás, el culito en alto, y una mirada burlona que
dejaba a su interlocutor sin saber si hablaba en serio o bromeando. Era menuda,
de pies y manos pequeños y unos cabellos, ahora negros en vez de claros,
sujetos con una cinta, que le llegaban a los hombros. Y aquella miel oscura en
sus pupilas.”
Tal como dice el dicho, los opuestos se
atraen, ya que los enamorados no pueden ser más diferentes entre sí, al punto
de que mirado desde cierta perspectiva viene a ser el varón quién en realidad
ama con todo su ser, mientras que la dama nunca llega a abrazar la entrega
total por el otro. En este sentido bien
se podría decir que lo papeles se invierten en la obra, de lo que ante un
visión sexista se esperaría de la supuesta conducta de cada género en un romance:
Ya que acá es el varón el emocional y quien cede a los caprichos de su objeto amoroso,
pese a que los acontecimientos nos dicen que no vale la pena amarla con tal
intensidad; puesto que en cambio la fémina, se comporta como alguien más bien pragmático y que utiliza a los
hombres para escalar hacia su idea de la realización personal (en otras
palabras, es lo que muchos llamarían una perra
o una zorra, ya que al parecer es
incapaz de corresponder a su “príncipe azul” y hace lo que quiere con él). En
todo caso este tipo de personajes femeninos, que juegan con aquellos a los que
seducen, es ya todo un leiv motiv en
la literatura y claramente viene del Romanticismo, a través del estereotipo de
la femme fatale (de hecho, tal como
la palabra viene de un concepto francés, buena parte de la historia transcurre
en Francia, específicamente en París, donde la Niña Mala hace y deshace a su antojo y luego lleva su juego a otras
latitudes del mundo).
Teniendo en cuenta que esta novela
comienza en plenos años cincuenta, un periodo más o menos tranquilo para el
convulso Perú, luego se traslada a la época de la Revolución Comunista y de los
hippies en los sesenta, cuando los protagonistas están entrando en la segunda
década de su vida. Es aquí que el Vargas
Llosa cronista de un periodo importante del pasado inmediato, nos transporta a
este mundo lleno de contrastes, con sus ideologías rupturistas e
idealismos. Teniendo en cuenta que el
propio autor en su juventud abrazó el marxismo y luego terminó por
desencantarse de este (tal como nuestro escritor nacional Roberto Ampuero), no
deja de faltar una mirada ácida hacia los defensores de todo esto; y sin
embargo, aun así es capaz de entregarnos a uno de esos tantos personajes
carismáticos heroicos a su manera, en la figura del amigo revolucionario que
conoce en París el narrador-protagonista (siendo este el primero del importante
desfile de amistades que le conoceremos, a lo largo de los distintas etapas de
su vida que nos cuenta en estas páginas).
La historia de Perú, la misma patria del
novelista (también con una destacada carrera política en dicha nación), también
tiene su lugar en el texto. Pues acá
vamos conociendo los vaivenes por los que pasa el otrora poderoso imperio inca,
ahora sometido a los avatares producidos por los poderes fácticos tal como bien
ha pasado en muchos países latinoamericanos a partir de la segunda mitad del
siglo XX. Luego, se puede leer entre
líneas la propia posición de Vargas Llosa frente al destino de su cuna y en
especial con los hombres que han ostentado el control de la nación.
Cada capítulo de la novela hace referencia
a la valiosa fraternidad que se describe en dichos apartados, siempre tratándose
de una persona caracterizada como alguien diferente a quien le precedió y pese
a todo verdaderos ejemplos de personas nobles y leales (a falta del amor de una
mujer gentil, buenas son las amistades de gente notable). Es así que luego del revolucionario, nos
encontramos con un hippie artista (un pintor para ser más precisos) un
intérprete políglota, un matrimonio con un hijo adoptado vietnamita
supuestamente mudo y una bella muchacha diseñadora de escenarios para obras
teatrales; a cada uno de ellos se le dedica un capítulo especial y en el que se
profundiza en el papel de todos estos en la vida del eterno enamorado de la
llamada Niña Mala, convirtiéndose sin
dudas en parte esencial del crecimiento personal de este hombre. Las 3 primeras relaciones amistosas terminan
en tragedia, que buena parte de la novela está llena de ese tono doloroso
propio de las grandes historias de amor que tanto quiso honrar Vargas Llosa;
sin embargo, las dos últimas demuestran que en la vida también hay alegría,
pese a las desdichas, puesto que el amor (que tiene muchas formas) siempre resulta
ser mucho más poderoso que las barreras que nos ponemos a nosotros mismos y
logra subsanar cualquier cosa.
Otro elemento destacable en la novela
viene a ser su marcado erotismo, relacionado, por supuesto, con cada uno de los
encuentros entre ambos amantes. Por lo
tanto la narración se detiene bastante en ello, algo que por lo que tengo
entendido ya había estado presente en anteriores libros de su autor y que aún
no leo, correspondientes a Elogio de la Madrastra (1988) y Los Cuadernos
de Don Rigoberto (1997). Y sin
embargo, pese a la personalidad utilitarista de la mujer, queda claro que es
través de su entrega al Niño Bueno,
que se manifiesta incluso en la carnalidad del acto sexual su verdadero afecto
hacia este.
“Y, sin más, con la misma naturalidad
con que hubiera encendido un cigarrillo, abrió las piernas y se tendió de
espaldas, con un brazo sobre los ojos, en esa inmovilidad total, de
concentración profunda en que, olvidándose de mí y del mundo circundante,
acostumbraba sumirse a esperar su placer. Tardaba siempre mucho en excitarse y
terminar, pero esa noche tardó todavía más que de costumbre, y, dos o tres
veces, con la lengua acalambrada, debí parar unos instantes de besarla y
sorberla. Cada vez, su mano me amonestaba, tirándome de los cabellos o
pellizcándome la espalda. Al fin, la sentí moverse y oí ese ronroneo suavecito
que parecía subirle a la boca desde el vientre, y sentí el encogimiento de sus
miembros y su largo suspiro complacido. «Gracias, Ricardito», murmuró. Casi de
inmediato, se quedó dormida. Yo estuve desvelado mucho rato, con una angustia
que me estrujaba la garganta. Tuve un sueño difícil, con pesadillas que al día
siguiente apenas recordaba.”
Asimismo no se puede dejar de mencionar
la presencia de un oscuro amante en la vida la Niña Mala, quien siguiendo los parámetros maniqueos es graficado
como un ser repulsivo en todo orden (física, psicológica y
espiritualmente). No obstante una
persona tan desbalanceada como la protagonista, en vez de aceptar el amor
incondicional de su amante de años, opta por convertirse en una posesión más de
este pelafustán; con ello se evidencia más sin duda aquello de que “El
Corazón del hombre es un camino pedregoso” (parte de un diálogo de la adaptación fílmica
de Cementerio de Animales de Stephen King y que la verdad no sé si aparece como tal
en la novela, que solo la leí de adolescente).
El descenso a los infiernos por el que pasa la dama recuerda al de las viejas
historias grecolatinas, luego interviniendo su eterno amante, quien como el
Orfeo del mito, baja al mundo de sus miserias para rescatarla. La verdad es que la Niña Mala no es alguien malvado, pese a la forma de cómo utiliza y
luego desecha a los que han caído en sus redes, pero teniendo en cuenta más que
nunca estos antecedentes y lo que pasa luego de su “caída”, cuesta simpatizar
con ella (conocida es la admiración del autor hacia la obra maestra de Gustave
Flaubert, titulada Madame Bovary, a la que le dedicó un famoso ensayo; es así que
se podría decir que Travesuras de la Niña Mala es su homenaje a esta obra más
antigua, al convertir a su Niña Mala es
una especie de encarnación de esta mujer materialista y egoísta).
Tampoco se puede dejar de lado la
relevancia que se le da en la novela a la familia, como otro importante cimiento
en la vida de los seres humanos. Ello se
presenta a partir de figuras como la tía que acoge a tierna edad al
protagonista, luego de la accidental muerte de sus padres; con posterioridad
aparece un tío con el cual llega a entablar un estrecho lazo, ya en su adultez;
y, por último, nos encontramos con la intervención de un sobrino, ahora en su
madurez…Cada uno de estos les dan otra muestra al Niño Bueno, de que no
está solo en el mundo. De igual manera
la familia compuesta por sus dos amigos y el niño mudo, dan otras muestras del
poder que hay en tan importante institución, donde no es la sangre lo que une a
la gente, sino que la devoción y la comunicación entre sus miembros. Es por esto mismo, que cuando para impacto
del narrador-protagonista y de los lectores aparece nada menos que el padre de
la Niña Mala, queda claro que alguien
sin raíces como ella, es obviamente alguien incompleto e infeliz.
El emotivo final de esta obra es sin
dudas memorable, quizás “cebollero”, aunque, sin dudas, va en consonancias con
el tono melodramático con el que quiso insuflar a su novela Mario Vargas Llosa.
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