Como
muchas de las obras que hasta el momento nos ha entregado Maestros del Horror, la
segunda incursión del director John Landis para este programa, posee más de una
lectura. A su vez corresponde a una ácida
mirada a la supuesta sociedad perfecta estadounidense (o mejor dicho, a su
ideal de familia como núcleo comunitario).
Para saber más acerca de este señor, los invito a leer una pequeña
síntesis de su trabajo en este enlace.
Tal cual es habitual en su filmografía de
horror, Landis nos vuelve a impactar con una historia donde mezcla la
truculencia con un humor negro que muchas veces cae en el absurdo. Todo gracias a una trama basada en un guión
original para este mediometraje, en el cual se muestra lo que sucede cuando un
matrimonio joven y sin hijos (ambos profesionales, jóvenes, atractivos y
gentiles, o sea, el epítome de lo que se espera de toda familia moderna
“publicitaria”) se cambia a una
nueva vecindad y entra en confraternidad con uno de sus vecinos; su nuevo amigo
en apariencia se ve como un cincuentón de actitud campechana, alguien de quien
supuestamente no habría por qué sospechar, no obstante desde los primeros
minutos de la historia, el espectador sabe que el hombre es un psicópata. Por lo tanto el confiado matrimonio se
encuentra en peligro y el curso de los acontecimientos va en la expectación
ante qué pasará si estos dos descubren la verdad y/o el psicópata logra salirse
con las suyas.
El episodio comienza de forma magistral:
la cámara se mueve ilustrándonos parte de un vecindario perfecto típico estadounidense
(lindo, limpio y lleno de áreas verdes), para luego detenerse en una casa, a la
que entra; su interior también se ve perfecto, prácticamente acogedor, pero es
en su sótano donde de forma simbólica se esconde (y oculta) el verdadero
corazón del lugar y que en todo caso no se muestra de inmediato. El momento en el que se revela la actividad
del dueño de casa, resulta más que sorpresivo: es chocante. La escena es acompañada por una alegre
melodía popular, que contrasta con lo que está sucediendo oculto a la mirada de
los vecinos (acompañamiento musical que se repetirá en otros momentos de
manifestación de la locura del personaje).
En
cuanto a la casa misma donde habita el psicópata, si bien ésta se presenta como
un hogar digno para vivir a gusto, esconde además de lo que sucede en el
sótano, la llamada “habitación favorita” del asesino: un lugar estancado en el
tiempo y que remite a los “ingenuos” años cincuenta (sitio que por supuesto el
dueño de casa no muestra a sus pocos visitantes, puesto que en él da rienda
suelta a sus fantasías de tener una familia modelo).
La apariencia del psicópata de turno
(recordemos que en la primera temporada Larry Cohen ya había abordado a estos
personajes tan caros al género y de forma bastante original) resulta
ambivalente: por un lado se ve casi patriarcal, pero pacífico, gracias a su
rostro sonrosado y cuerpo abultado; pero a la vez esta condición suya, al
poseer un cuerpo que cae en una monstruosa obesidad, es fiel reflejo de sus
apetitos insanos. Landis además permite
al espectador realizar un recorrido alucinante a la mente desquiciada de su
psicópata, de modo que es posible contemplar lo que éste ve y escucha, de modo
que se puedan comprender en parte sus aberrantes crímenes (no obstante ello no tiene
la intención de ser una humanización del personaje, si no más bien que forma
parte del elemento caricaturesco de éste, así como viene a ser parte del
discurso crítico de esta obra, al mostrarnos esta parodia del modus vivendi gringo).
En cuanto al joven matrimonio que deber
vérselas con su aparente buen vecino, es ensalzado en una primera
instancia como una pareja dulce, ingenua
y cuyos dos integrantes no pueden ser mas hermosos, en contraposición con quien
bien sabemos que es un monstruo humano; a su vez estos dos guardan su propio
secreto: la muerte trágica de su única hija.
No obstante a medida que la historia llega a su clímax, marido y mujer
descubren su verdadero rostro y ello bien ejemplifica aquello de “vemos caras, pero no corazones”. La gran revelación del final de este capítulo
puede entenderse de muchas formas: por un lado como una manifestación más de
esa idea tan “gringa” de que la justicia misma puede justificar el uso de la
violencia (incluyendo la tortura) y de la cual bien sabemos que su gobierno
aprueba sin mayores resquemores; por otro lado, presenta el antiguo tema de la
venganza, que en todo caso va de la mano con el “ojo por ojo” del código legal
de Hamurabi (otra vez la ley y la justicia, pero esta vez en un plano mucho más
visceral); por último, la inesperada confrontación del desenlace, no deja de
llevarnos a la reflexión de que todos nosotros por muy civilizados y
sofisticados que seamos, si la ocasión lo permite, no vacilamos en sacar a
flote la bestia irracional que llevamos dentro.
El título de esta pequeña joyita está más
que claro entonces: al mostrarnos las dos versiones de una familia idealizada
(la del psicópata por un lado y la de la joven pareja por otra), Landis
confirma lo que ya muchos de sus compatriotas con acidez han preconizado en
tantas ocasiones a través de películas y series de TV. El estereotipo de la familia ideal
estadounidense es solo una ilusión, puesto que si escarbamos dentro de ella,
encontramos las mismas miserias que en cualquier otra parte del mundo.
Por último, este episodio fue estrenado
originalmente el 3 de noviembre de 2006 en USA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario