El recién pasado 5 de junio del
presente año, nos dejó Ray Bradbury a los 91 años de edad y con él se fue uno
de los mayores fabuladores de la literatura mundial, del presente siglo, del
pasado y de la historia. Ray Bradbury
nos dejó un montón de cuentos y libros (entre novelas, poesía, obras dramáticas
y ensayos), aparte de sus muchos guiones para la televisión y el cine…Todas
estas historias que cargadas de una prosa poética y melancólica en medio de sus
historias de ciencia ficción y fantasía, mostraron las más grandiosas
maravillas del corazón humano, así como también fueron capaces de ilustrar la
pesadilla latente de la intolerancia y la opresión.
Su
obra en general aparte de contar con las características ya mencionadas, se
identificó por la creación de personajes de una gran sensibilidad, siendo
incluso sus marcianos y el resto de sus extraterrestres, seres que reflejaban
en una especial poesía nuestro deseo de comunicar a otros, aquello que nos hace
ser únicos y valiosos en sí mismos; de este modo sus héroes y heroínas tuvieron
que enfrentarse a un sinnúmero de tribulaciones para defender su derecho a ser
auténticos. Así es como temas
recurrentes en su obra, aparte de la autenticidad, fueron la búsqueda de la
felicidad y la descripción de un mundo pasado o cuasi rural idealizado y donde
era posible hallar la paz consigo mismo.
Por esta razón sus personajes nunca (o casi nunca) fueron individuos
sofisticados, si no que más bien Bradbury primó en ellos una personalidad más
bien intimista, si bien siempre sensible, a veces infantil, pero nunca
estúpida; efectivamente es que en sus obras más famosas, las novelas Fahrenheit
451 y La Feria de las Tinieblas, no es gracias a una gran
intelectualidad, ni a grandes proezas heroicas o técnicas, sino que sólo con su
capacidad de encontrar la belleza en la simpleza y en el poder del amor, que
sus protagonistas logran sortear las eventualidades que se les presentan.
Cuando escribo estas palabras, me doy cuenta que no quiero dedicarme en
exclusiva a analizar la obra de este artista, quien bien influyó en tanta
gente: artistas, científicos, profesores, niños…y yo. Quiero contar que con Ray Bradbury comencé a
leer ciencia ficción, como millones de personas en todo el mundo, por esa razón
el mismo Isaac Asimov lo llamó “el embajador de la ciencia ficción ante el
mundo exterior” y cuando en mi adolescencia veía su Teatro
de Ray Bradbury en la televisión, poniendo especial atención a sus
introducciones donde nos contaba el origen de mucho de sus cuentos más celebres
(puesto que era primera vez que lograba conocer la génesis de alguna obra
literaria, revelación que un ya joven amante de los libros como yo, atesoraba
cual cofre de perlas); entonces llegué muchas veces a emocionarme ante
historias que realistas o no, nunca dejaban de llegar al corazón de su
destinatario (Hola y Adiós, El Ancho Mundo allá lejos, Los
Exilios, El Lago y muchos otros más que en estos momentos soy incapaz de
recordar). Pues Ray Bradbury nunca tuvo
como intención convertirse en un escritor de ciencia ficción, menos contando
tramas elaboradas ambientadas en mundos propios de un bestiario o donde la
ciencia y la tecnología futuristas deslumbraran al lector. No,
Ray Bradbury lo que procuró siempre fue hacernos abrir los ojos ante la
oscuridad que podía haber dentro de nosotros mismos, ante la ceguera cultural
que recelaba de los artistas y de las relaciones humanas, para en medio de sus
muchos futuros distópicos o narraciones maravillosas/bucólicas, enseñarnos que
a lo largo lo único valioso de nosotros mismos es nuestra capacidad para sentir
y con ello entrar en comunión con quienes nos rodean.
El
primer libro que leí suyo fue Las Crónicas Marcianas, que me
regalaron para una Navidad, cuando tenía 15 años. Al año siguiente, también para Navidad,
recibí como obsequio El Vino del Estío. Ambos presentes me los regalaron compañeras
de curso en el colegio, las dos de nombre Marta, tanto la una como la otra ya
no están en mi vida. Sin embargo, se
quedó conmigo la dicha de tener a tan temprana edad esos relatos que desde
entonces fueron fijándose en mi persona con un deleite tal que hasta el momento
sólo Las
Cronicas de Narnia de C. S. Lewis lo habían conseguido. El primer libro de ciencia ficción que leí
fue una novela juvenil de Ana María Guiraldes y Jacqueline Balcells, autoras
nacionales de gran popularidad entre las lecturas escolares, Aventura
en las Estrellas. Ese texto
llegó a mis manos cuando aún era un niño y estaba en séptimo básico. Creo que fue al año siguiente que otro amigo
me regaló nada menos que La Guerra de los Mundos del gran
Wells y sus malvados marcianos vampiros me fascinaron a tal punto que éste fue
para mí mi primer verdadero libro de ciencia ficción “seria”, hasta que luego
de tener noticias de un “tal” Bradbury, pedí a la primera de las Martas, que me
obsequiara una de sus obras. La memoria
es frágil y no recuerdo si fue entre Las Crónicas Marcianas y El
Vino del Estío, que me dieron a leer en el cole Fahrenheit 451 o si este
evento fue un año después. De lo que sí
estoy seguro, es de que siempre me encantó la ciencia ficción, que tras ver
tantos filmes en la tele (y ninguno en el cine) del género, aparte de
innumerables series y animés de este tipo (Capitán Futuro, El Festival de los Robots,
Mazinger
Z y, por supuesto, el “animé revisionado” por los gringos, Robotech
y que a tantos nos marcó como nunca antes una producción animada podría llegar
a provocar en aquellos ya lejanos años), lo único que ansiaba era saber qué
significaba leer algo de ciencia ficción.
Por lo tanto, en efecto Bradbury estuvo en el principio de mi vida como
lector y los recuerdos de mi encuentro con su obra se convirtieron en el mejor
antecedente para amar más estas historias.
Todo
esto y mucho más fui aprendiendo con el tiempo al leer, luego analizar, y
siempre disfrutar su obra. Volviendo a
las palabras que dedicó Asimov a su colega y que forman parte de su libro de
ensayos Sobre la Ciencia Ficción:
“Ray
Douglas Bradbury fue desde el comienzo una anomalía en la ciencia ficción.
(…)
Los
escritos de Bradbury (…) creaban estados de ánimo con pocas palabras. No se avergonzaba con tironear las cuerdas
del corazón y había una nostalgia semipoética en la mayoría de estos
tironeos. Creó su propia versión de
Marte directamente a partir de las imágenes del siglo diecinueve, ignorando
totalmente los descubrimientos del siglo XX”.
Y es que tal como afirmó en su
momento el “Buen Doctor” como cariñosamente se le llamó a Isaac Asimov, este
“embajador de la ciencia ficción” fue tal como otros destacados autores (el
propio Lovecraft y nuestro compatriota Manuel Rojas) un autodidacta, ya que no
llegó a hacer estudios universitarios y sin embargo hizo de su arte una de las
plumas más reconocidas, admiradas y queridas al contar tantas inolvidables
historias, que lo convirtieron rápidamente en una leyenda. Por su propia escritura no versada en los
rigurosos conocimientos científicos y tecnológicos, en un principio la elite de
la ciencia ficción lo tuvo al margen, sin embargo su gran conocimiento del alma
humana y sus virtudes literarias, lo hicieron sobrepasar con creces a muchos de
los llamados maestros de la ciencia ficción (como bien reconoce Asimov),
pudiendo llegar a ser apreciado hasta por quienes nunca se dignaron a leer este
tipo de literatura.
Por
otro lado, su obra hoy ya hace rato convertida en grandes clásicos, es lectura
(no quiero decir “obligada”) habitual en colegios y liceos a lo largo de todo
el mundo. No sé de quien sus textos lo hayan
dejado indiferente, de hecho la mayor parte de las veces gracias a su obra he
acercado a mis alumnos al fabuloso mundo de la ciencia ficción. Su fascinante, aterradora, pero aún
esperanzadora novela Fahrenheit 451, resulta ser la
invitación perfecta a la reflexión acerca de hacia dónde vamos como sociedad,
lo que queremos de nuestra vidas si en realidad deseamos ser plenos y la
función que cumplen en el mundo el arte y en especial la literatura. Al rememorar este libro y muchos otros de sus
escritos, uno se pregunta qué es lo que nos hace ser humanos y ser dignos de
que nuestro paso por la existencia tenga validez…Pues yo creo que es nuestra
capacidad de crear belleza, de dejar tras nuestra breve existencia una huella
que puede permanecer incólume ante la historia, pues son nuestras narraciones,
nuestras canciones, nuestros versos e imágenes los que reflejan mejor esa
chispa divina que habita dentro de nosotros.
Sus
novelas La Feria de las Tinieblas y El Vino del Estío son una
defensa a la infancia dorada, como lo son muchos de sus cuentos, pero en estos
dos casos concretos se hace evidente la compenetración del autor por el idílico
mundo de la niñez y el derecho a vivirla como bien se merece. Aún cuando el primer libro de estos dos
corresponde a una obra de terror tal y como acostumbraba abordar el género
Bradbury (sin monstruos viscosos, ni detallados hechos de sangre), en el texto
se vislumbra la misma prosa lírica de su autor; a su vez el mensaje de
esperanza se deja ver sin vacilaciones, puesto que el mal se muestra como algo
que fácilmente puede ser derrotado cuando hay voluntad…y amor (y también abunda
la idea del sacrificio, tan caro a la literatura de fantasía). En cuanto a El Vino del Estío es una
sucesión de relatos concatenados vistos a través de los ojos de su joven
protagonista (o testigo); aquí Bradbury escribe acerca de ese Estados Unidos
idealizado, tan propio de las pinturas de Norman Rockwell y donde dicha nación
no ha sufrido de las múltiples máculas que lleva en su historia; así niño y el
pueblito donde vive, resultan ser parte de esa maravillosa idea de que todo
puede llegar a ser mejor y que todos lo que tenemos en común es nuestro deseo
de ser felices (y si esto resulta ser en armonía unos con otros, mucho mejor).
De su
libro de cuentos Crónicas Marcianas mucho se ha escrito ya, más si se recuerda
esa miniserie de principios de los ochenta que muy bien supo mantener su
espíritu, pese a sus irrisorios efectos especiales. No obstante es con estos cuentos que el autor
logró a temprana edad notoriedad, puesto que su cronología sobre los últimos
días de la Tierra, en paralelo a los últimos días del Marte aborigen (con la
desaparición del pueblo marciano nativo), se constituyen en un muestrario de
las preocupaciones del mundo de aquel entonces ante la Guerra Fría y la amenaza
de la guerra nuclear. Bradbury en estos
hermosos relatos nos muestra que somos responsables del planeta en que vivimos
y que no importa dónde estemos, siempre llevamos a cuesta nuestra
historia. Cada cuento del libro es una
caricia al lector, con momentos y personajes inolvidables acerca de un futuro o
que bien es reflejo de nuestro pasado o que bien está a las puertas de
realizarse. En estos relatos se ve tanto
nuestra naturaleza violenta y destructora, como también la capacidad que
poseemos para sobreponernos a la catástrofe y levantarnos de nuevo, de modo de
luchar por algo mejor.
Una
verdadera contribución de Bradbury al ensayo, permitiendo a los interesados en
conocer los artificios del arte de la narración, es su libro Zen
en el Arte de Escribir. Cada
uno de los textos breves que componen este libro, es un canto al oficio de
contar historias, de modo que el autor muestra el amor del artista por sus
escritos, sus historias y personajes, así como su estrecha relación con sus
lectores y a quienes el narrador honra con cada una de sus obras. El libro no pretende ser un manual para
quienes desean seguir los pasos de un maestro, pero sí compartir con otros los
misterios de la escritura para, en el mejor de los casos, inspirarnos a crear
nuestras propias fantasías. De este
modo, tal como otro libro que aborda de forma tan amena e intimista la
escritura, me estoy refiriendo a Mientras Escribo de Stephen King,
este trabajo de Bradbury no deja de ser recomendable y de leerse a gusto.
Otro
aspecto que no se puede olvidar de la carrera del escritor a quien hoy deseo
honrar con estas palabras, es su labor como guionista. Fue así ya como a principios de los sesenta
Bradbury contribuyó con su trabajo en nada menos que la ya mítica serie de
televisión The Twilight Zone (La Dimensión Desconocida en
Latinoamérica), teniendo a su haber uno de los episodios más hermosos y
emotivos durante su segunda temporada: I Sing the Body Electric. Suyos son también su guión para la famosa
versión de John Huston de la novela Moby Dick y la adaptación de su
propia novela para el cine: La Feria de las Tinieblas. Todo lo anterior sin olvidar su labor para el
propio Teatro de Ray Bradbury.
A su vez el escritor ofició de guionista para nada menos que de los
también célebres cómics EC, importante editorial gringa de los cincuenta, que
con sus historietas de terror, ciencia ficción, misterio y otros, hizo ver a
las masas que el noveno arte bien podía ser más que una entretención, si no que
algo para tomar en serio.
Los
premios de Bradbury son montones, obteniéndolos desde su juventud, pasando por
su consagración, hasta ya cuando era considerado una leyenda viviente. Escribió regularmente bien pasado los ochenta
años y entre los galardones que recibió, aparte de todos los especializados,
estuvo una mención especial al Pulitzer en el 2007 por su “distinguida, prolífica y
profundamente influyente carrera como un incomparable autor de ciencia ficción
y fantasía”.
Su
influencia y el afecto que provoca entre la gente común, pero especialmente en
otros artistas, se puede apreciar en un montón de homenajes que le han hecho en
tantas obras: por ahora puedo citar el capítulo piloto de la serie Star
Trek: Voyager y titulado Caretaker, que durante una buena
parte de su metraje es calcado de uno de los primeros cuentos de Las
Crónicas Marcianas; a su vez el mismo Stephen King comienza su famosa
novela Firestarter (Ojos de Fuego) citándolo con la
famosa frase “Era un placer quemar”, nombre del primer capítulo de Fahrenheit
451. A su vez el polémico documentalista y escritor Michael Moore, tituló a uno de sus trabajos más famosos Fahrenheit 9/11 como un amanera de demostrar que el concepto de un gobierno corrupto en USA no estaba tan lejano a la realidad ("tributo" que en todo caso a Bradbury no le gustó al usar parte del nombre de su célebre libro, sin mencionarlo, ni menos pedirle permiso).
Por
último, quisiera terminar este texto con una cita de su libro más famoso,
después de su colección de historias marcianas: Fahrenheit 451:
“Montag
se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro
y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todo en su
sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar
violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven,
vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y
constante en su interior. No era la luz histérica de la electricidad, sino...
¿Qué? Sino la agradable, extraña y parpadeante luz de una vela. Una vez, cuando
él era niño, en un corte de energía, su madre había encontrado y encendido una
última vela, y se había producido una breve hora de redescubrimiento, de una
iluminación tal que el espacio perdió sus vastas dimensiones Y se cerró
confortablemente alrededor de ellos, transformados, esperando ellos, madre e hijo,
solitario que la energía no volviese quizá demasiado pronto...
(…)
Siguieron caminando y la muchacha preguntó:
-¿Es verdad que, hace mucho tiempo, los
bomberos apagaban incendios, en vez de provocarlos?
-No. Las casas han sido siempre a prueba de
incendios. Puedes creerme. Te lo digo yo.
-¡Es extraño! Una vez, oí decir que hace
muchísimo tiempo las casas se quemaban por accidente y hacían falta bomberos
para apagar las llamas.
Montag se echó a reír.
Ella
le lanzó una rápida mirada.
-¿Por qué se ríe?
-No lo sé. -Volvió a reírse y se detuvo-,
¿Por qué?
-Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y
contesta inmediatamente. Nunca se detiene a pensar en lo que le pregunto.
Montag se detuvo.
-Eres muy extraña -dijo, mirándola-.
¿Ignoras qué es el respeto?
-No me proponía ser grosera. Lo que me
ocurre es que me gusta demasiado observar a la gente”.
Bradbury forma parte de mi vida. Él y Kafka fueron las cartas de presentación de la literatura que me hizo soñar. Rindo honores al gran escritor, Premio Nobel de Literatura en aquel mundo paralelo que supo reconocer su valía.
ResponderEliminar" Mucho peor que quemar libros, es no leerlos" ( R. Bradbury)
Como siempre, se agradecen tus palabras tan inteligentes y emotivas. Me llama la atención eso sí que un autor tan críptico como Kafka haya sido junto a Bradbury (mucho más ameno) quien te haya llevado a amar la literatura. En todo caso, es un detalle que a Bradbury no le hayan dado el Nobel, pues recuerda que este premio es tan politizado y manejado como el Oscar (¿O ignoras la estupidez de darle el Nobel de la Paz a Obama?); lo importante es que obtuvo galardones lejos especializados y que sus pares se hayan dado cuenta de su valía es lo mejor. Espero verte más por acá en estos lares.
ResponderEliminarmuy buen homenaje/analisis amigo mio, a partir de esto ¿entonces me recomendarias leer Farhenheit 451? intentare buscarlo, ya que por lo que veo, es una gran obra de ciencia ficcion que podria servir como referencia a alguna creacion a futuro.
ResponderEliminarAtte. Fabian Ibarra
Por supuesto, amigo, que leer cualquier texto de este gran escritor es altamente recomendable. Tú que has leído gran parte de mis textos, recodarás que "Fahrenheit 451" fue una de las novelas que ocupé en mi trabajo sobre las antiutopías; esta novela definitivamente es una obra que todo el mundo capaz de apreciar una joya literaria, debería degustar. Gracias nuevamente por leerme y comentarme.
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