Clásica pintura sobre la fundación de mi ciudad por don Pedro de Valdivia. |
Nota: El presente texto lo escribí hace unas semana atrás para concursar por una pasantía ofrecida a los profesores por Fundación Futuro. Lamentablemente no la gané, pero igual hoy la comporto con ustedes.
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Toda mi vida he sido santiaguino; así como es nunca en mis casi cuatro décadas de existencia
me he cambiado de casa, de modo que gran parte de mi deambular existencial ha
sido a través de estas calles, avenidas, pasajes y plazas, que ha medida que
pasa el tiempo van cobrando significancia para mi persona.
Mi papá era comerciante de oficio y cuando niño me gustaba acompañarlo a
comprar la mercadería a Estación Central (sólo en ocasiones extraordinarias
íbamos a Mapocho, llegando hasta el barrio de Patronato, que con sus
particulares tiendas cosmopolitas me hacía imaginarme en otras tierras…). Eso
era lo que conocía de mi ciudad hasta que entré a los 18 años a la universidad,
en las ya “míticas” dependencias del ExPedagógico (hoy llamado Universidad
Metropolitana de la Educación, pero aún nominado por casi todos de la otra forma) en Macul.
En la época pretérita a mi vida universitaria, mis dominios se extendía
sólo hasta el Paseo Ahumada (lugar donde igual me perdía a veces cuando quería
ir a los cines), en Santiago Centro; también frecuentaba San Diego, donde me
volvía loco comprando libros en sus múltiples tiendas dedicadas al fino arte de
la venta de ideas, conocimientos y fantasías; asimismo ubicaba una minúscula parte
de Maipú, pues mi madrina vivía allí; también algo de La Florida, pues mi
profesora de entonces del ramo de “castellano” era de allá y me gustaba
visitarla de vez en cuando. Con ese
reducido mundo era feliz, pero cuando entré a la vida adulta, aún como
estudiante eso sí, descubrí que la ciudad era mucho más grande que mi reducida
noción de ella. De ese modo es que me
tocó vagar por sus numerosas comunas y poco a poco el mundo se me fue
ensanchando y llenando de colores e historias.
Descubrí Providencia, Conchalí, Peñaflor y Puente Alto, Independencia,
Renca y Lo Prado, San Joaquín y Quinta Normal.
Supe de sitios que hace tiempo estaban acá y que formaban parte de la
historia de nuestro pueblo como ciudadanos de esta ciudad, que hace casi cinco
siglos fundó don Pedro de Valdivia.
Hay muchos lugares para visitar: algunos son edificios que han sido
protagonistas y testigos del pasar de los años, las décadas y los siglos, de la
evolución de esta nación que ahora en la segunda década del siglo XXI todavía
tiene mucho que demostrar al resto del orbe con sus gentes, rarezas y
bellezas. Tenemos lugares naturales que
nos pueden decir mucho acerca de quiénes fuimos como pueblo y quiénes somos hoy
en día; nos pueden contar acerca de los hijos ilustres que dieron estas tierras
y de las historias públicas y privadas que se cuentan las gentes, no siendo
siempre todas ellas registradas para la posteridad. Tomemos por ejemplo los Cerros Santa Lucía y
el San Cristóbal, pues cada uno de ellos forma parte del paisaje urbano desde
que esta metrópolis se formó al alero de los colonizadores españoles; sus
nombres de santos hablan de nuestra sangre mestiza y con los años las
construcciones que se han ido agregando a estos grandes pedazos de tierra y
piedras han ido señalando cómo ha ido creciendo la ciudad. Cerca de estos dos cerros se encuentra el Río
Mapocho, tan importante en los tiempos de la colonia, como todavía
significativo en esta época para nosotros, y que en ocasiones se ha desbordado
con las lluvias, mostrando una cara menos benévola de lo que significa vivir en
Santiago durante los meses de invierno.
En el otro extremo de la ciudad nos encontramos con un paisaje bastante
diferente, el llamado Cajón del Maipo y sus alrededores; en este sitio que
colinda con la precordillera podemos encontrar vestigios de un mundo antiguo,
prehistórico (a su vez de ese modo, a pocos kilómetros, es posible respirar
aire puro y así escapar de tanto edificio, casa y mall, que en ocasiones
pareciera que más que modernizar la ciudad, la afean). Aún nos quedan abundantes áreas verdes…¿Pero
qué pasará cuándo la población siga creciendo? No vayamos a talar los bellos
árboles del Forestal y Plaza Italia, no vayamos a sepultar sus verdes prados
con el gris cemento, por el simple gusto de ensanchar más de la cuenta las
redes ciudadanas santiaguinas.
Hay lugares de “culto” por acá, sitios en los cuales tanto ciudadanos
como extranjeros visitan con frecuencia porque a su manera poseen un encanto
particular que los hace únicos; no me refiero en este caso a los bellos y casi
sublimes construcciones como el Museo de Bellas Artes y el Diego Portales, hoy
llamado GAM (Gabriela Mistral); tampoco es mi intención mencionar la Torre
Entel y el Aeropuerto Arturo Merino Benítez (donde por obligación tienen que
llegar todos los turistas que proceden vía aérea a nuestras tierras). Tampoco
me refiero a emplazamientos tales como los consabidos Gruta de Lourdes (una
imitación chilensis de un famoso santuario francés en honor a la Virgen María),
el Templo de Maipú y el Parque O´Higgins.
No, estoy hablando de lugares tales como el Persa Bío Bío, donde puedes
encontrar las cosas más inauditas y “top” a precio de ganga; también me refiero
al Santiago Guachaca, en el que locales como el Hoyo, La Piojera y el ahora
extinto 77 son fuentes de tantas juergas y fabulaciones, que bien podrían llenar
páginas y páginas propias con la más sorprendes narraciones bohemias de estos
tiempos.
Quien no conoce su ciudad, no sabe acerca del proceso histórico por el
que ha pasado la tierra que pisa…¿Sabías que por años hubo un famoso prostíbulo
lleno de travestis, quienes alegraban con sus shows las noches santiaguinas al
amparo de la Tía Carlina? ¿Tenías idea que el Estadio Nacional, lugar donde hoy
en día se juegan importantes partidos de fútbol y se realizan internacionales
conciertos, fue apenas se dio el Golpe Militar de Pinochet, un centro de
detención y tortura para los “enemigos” del nuevo régimen? ¿Quién recuerda las
llamadas “casitas”, esas tremendas construcciones de madera, tipo laberinto,
que se erguían en los pastos del ya mencionado Parque O´Higgins? ¿Sabías de los rumores acerca de que penan en
la Biblioteca Nacional? En San Borja, Estación Central, hay una “animita”, una
casita hecha en conmemoración a un muerto de esa zona, Romualdito le llaman, a
quien le piden favores los devotos y le prenden velas y agradecen sus
atenciones con pequeñas placas conmemorativas…¿Quién sabe su historia? Cada
edificio, cada terreno de esta ciudad llamada originalmente Santiago del Nuevo
Extremo, tiene algo que contarnos. Tan
sólo hay que saber hurgar, hacer las preguntas adecuadas y verás cómo tus
conocimientos van enriqueciéndose con datos e historias que en algunas
ocasiones no se encuentran documentadas de manera oficial; sin embargo hoy en
día se ha visto como signo de madurez nacional, el nacimiento del gusto por
hablar de todas estas cosas, ya que los santiaguinos y el resto de los chilenos
merecemos hacernos partícipe de la herencia cultural que nos han legado
nuestros antepasados (incluso los que todavía siguen con nosotros, pero que
llegaron antes a este mundo, razón por la cual pueden enseñarnos tantas cosas).
Todo eso y más aún he aprendido de mi ciudad ¿Y tú qué me puedes contar
al respecto?
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