domingo, 28 de septiembre de 2014

Homenaje al poder de las historias, al cine…y a la Pampa.


      Desde tiempos inmemoriales las narraciones de todo tipo han acaparado la atención de la gente, maravillándola con las aventuras y desventuras de sus personas, como proyectándose en estos mismos gracias a sus propios sueños y pesadillas.  Las historias tienen la capacidad de reflejar como ninguna otra expresión cultural, el carácter de la comunidad de las que se han originado y, también, la misma esencia de su autor; de este modo han habido más de un caso en los cuales gracias a este tipo de obras, que se ha logrado reconstruir el pasado y las costumbres de un pueblo ya extinguido.  La verdad es que a la hora de buscar la razón de que dicha manifestación de nuestra humanidad sea tan popular y se mantenga con el paso del tiempo, encontrándose en cada una de las culturas conocidas, nos llevaría a confeccionar una lista demasiado larga.
    Originalmente el arte de la narración comenzó con la tradición oral.  Quien se encargaba de recopilarlas, memorizarlas y compartirlas con el resto de las personas, si no era visto como alguien de atributos religiosos para los suyos, al menos siempre era abordado con admiración y respeto, gracias a su capacidad para llevar a los oyentes a otra realidad, a otro mundo a través de su discurso.  Cuando la palabra se hizo escrita y luego nacieron diversas formas de mantener registro de ello, la piedra, el papel, el formato electrónico, el rol de quien se dedicara a esta labor se popularizó más que nunca y lo que antes fuera un oficio o un cargo sagrado, ahora se convirtió en profesión (¡y más rentable que nunca!).
     Con el correr del tiempo los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos, se fusionaron con las formas más antiguas de hacer arte y, por consiguiente, de fabular.  El antiguo teatro dio paso a nuevas expresiones de la creatividad humana y fue entonces que hace poco más de un siglo nació el cine.   No tuvo que pasar mucho tiempo para que el llamado séptimo arte acaparara con sus virtudes la atención de millones de personas, gracias a su gran capacidad para ofrecer ilusiones y magia, popularizándose como ninguna otra expresión para fabular.
     La Pampa salitrera, esa extensa y agreste extensión de tierra desértica, pero llena de tesoros minerales, que forma parte de un importante fragmento de nuestro pasado como país…durante décadas le dio grandes dividendos económicos a Chile, hasta que con la invención del salitre sintético primero y luego con la crisis económica gringa de los años veinte, quedó mayoritariamente abandonada.  Fue entonces que los numerosos pueblos que se fundaron y que conocieron la fortuna durante su periodo de esplendor, se despoblaron y se convirtieron en zonas inhóspitas, hasta que mucho después fueron recuperados en parte como patrimonio de nuestra herencia cultural.  Solo en parte.
    Sólo una persona podía reunir en sí misma y en su labor literaria estos tres elementos: el arte de contar historias, el cine y la Pampa, para crear una obrita (lo de obrita va porque en realidad se lee en un par de horas, aunque con mucho divertimento y emoción) que luego de leerla resulta difícil que no se quede en nuestra memoria y en corazón.  Su nombre es Hernán Rivera Letelier y con orgullo puedo afirmar que también es chileno, como yo (como tú y como muchos de ustedes).
    
II

   
Hernán Rivera Letelier.
     Nacido el 11 de julio de 1950 en la ciudad de Talca, ha pasado gran parte de su vida viviendo en el Norte del país, conociendo de primera mano lo que significa la vida del minero, del obrero y del pobre.  Durante su juventud se dedicó a viajar por el Chile y otras naciones del Cono Sur.  La precariedad de su situación económica hizo que sus estudios de enseñanza básica los terminara ya de adulto y que su educación formal llegara sólo hasta eso, ya que desde muy pequeño tuvo que trabajar en un montón de actividades, puesto que la educación era un “lujo” que por aquellos años hombres y mujeres como él no podían permitirse.  Y no obstante pese a su falta de preparación académica, se convirtió en uno de los escritores chilenos de mayor trascendencia nacional e internacional en la actualidad, siguiendo la impronta de autores de prestigio; compatriotas suyos como Gabriela Mistral y Manuel Rojas, quienes se encumbraron desde sus humildes orígenes y que a base de talento nato se convirtieron en maestros de la lengua castellana literaria.
     Tal cual muchos de sus colegas, Rivera Letelier escribe sobre lo que conoce y en su caso en concreto algo de lo que sí sabe muy bien es acerca del mundo de la Pampa salitrera, a la que describe en todo su esplendor con sus maravillas y miserias, sus personajes típicos y su posterior decadencia. Es así que ya van casi 20 libros dedicados a este lugar, llevando a buena parte del mundo las historias de una zona que hasta antes de su internacionalización apenas se sabía de ella.  La fama del autor ha llegado a tales niveles, que hoy en día se encuentra entre los autores criollos vivos más leídos y famosos en buena parte del mundo, siendo traducidas sus obras a un montón de idiomas (grupo selecto de artistas nacionales en los que se encuentran gente como Isabel Allende y Roberto Ampuero).
    Su narrativa se caracteriza por la inclusión de un humor chispeante, en parte gracias a la creación de personajes de gran carisma y herederos muchos de ellos del esperpento, subgénero creado por el escritor español Ramón del Valle-Inclán y consistente en la incorporación de seres caricaturescos y grotescos (usando además la técnica del feísmo), a lo que Roberto le da su propia forma.  No obstante pese a los elementos hilarantes en sus argumentos, no deja de lado un dramatismo que le otorga a su obra un aire de sublimidad, que al final a sus lecturas las hace más realistas que cómicas.  Un tema recurrente en sus títulos es el de la búsqueda de la identidad nacional, la llamada chilenidad, tan caro a muchos otros literatos del país; de este modo muchos de sus diálogos se encuentran llenos de modismos (chilenismos) y coloquialismos, si bien el resto de la narración no deja de ser culta formal, aunque abundan en ella la adjetivización, al punto de crear adjetivos nuevos tal como el mismo Valle-Inclán gustaba hacer.
      Su primer gran éxito corresponde a su obra más famosa, La Reina Isabel cantaba Rancheras, la cual data del año 1994 y que le otorgó en esta ocasión premios de importancia (antes ya había ganado varios certámenes menores).  Éste no fue su debut literario, si no el tercero de su producción, no obstante los otros dos fueron editados de forma casi artesanal y en muy pocas tiradas.  Una obra con un nombre tan curioso se explica en su trama de la forma más simpática y original: ésta Reina Isabel no es ninguna de las soberanas de Gran Bretaña, ni de otra parte, si no que es la más celebrada y querida prostituta de la Pampa salitrera, quien tal como dice el título, gustaba de cantar rancheras…hasta que se murió.  De este modo la novela cuenta lo que ocurrió cuando sus compañeras de oficio y antiguos clientes deciden hacerle un funeral digno de ella.  El libro es sin dudas atrayente desde su primera página y sentó las bases de lo que sería el resto de la obra de Letelier.  Mucho se ha hablado de llevar al séptimo arte este título, no obstante todo se ha quedado en ascuas, como ha sucedido con gran parte de las intenciones de adaptar para la pantalla grande otras de sus obras; sin embargo sí le han hecho numerosas adaptaciones para el teatro y no en Chile solamente, las que han sido bastante aplaudidas.
    Dentro de su trayectoria cabe destacar una novela suya de carácter histórico, Santa María de las Flores Negras, en la cual veló por documentar literariamente uno de los hechos más tristemente recordados de la cronologia chilena: la matanza de miles de obreros del salitre y de sus familias en la Escuela Santa María de Iquique.  Es así como esta obra suya que data de 2002, contó el drama de esta gente que en un intento de defender sus derechos a tener un trato digno por parte de sus patrones, murió acribillada por órdenes de su mismo gobierno el 21 de diciembre de 1907.  El libro en su honda humanidad, sin caer en facilismos sentimentalistas, demostró una faceta aún más artística por parte de su autor, consolidándolo como escritor.
   Considerando el atractivo de las obras de Ampuero, su éxito de crítica y público, así como también las posibilidades cinematográficas de sus trabajos, hace rato ya que se deseaban plasmar varias de ellas al celuloide; es así que luego de varios intentos fallidos (en parte por la falta de interés y de orientación literaria de las producciones nacionales) por fin este año se estaría estrenando la primera cinta basada la trayectoria de este destacado autor: Fatamorgana de Amor con Banda de Música , la que en todo caso es una coproducción europea. A ver qué tal les sale el filme.


Oficina salitrera a comienzos de siglo pasado.
III

     Desde un principio La Contadora de Película es un engaño por partida doble.  Primero porque si no fuera por la fama y fortuna de su autor no se “vendería” al público como novela, puesto que en su extensión apenas alcanza para novela corta; de modo que si se tratara de otro autor, esta historia bien calzaría como parte de una colección de cuentos, ya sea del mismo artista o en una antología de la obra de varios autores.  No obstante como ya está comprobado que hasta la lista del supermercado de Rivera Letelier vende, los editores y éste mismo han osado con publicarla en solitario y en un tomo que aparenta mayor longitud de lo que corresponde en realidad (usando letra grande y dejando varios espacios y páginas en blanco entre un episodio y otro, los que a su vez resultan bastante breves).  No obstante este recurso mercantilista es perdonable a la luz de la reconocible calidad literaria del librito en cuestión.
     En segundo término, el embuste en el que se traduce esta obra atiende al tono liviano con el que comienza el texto y que hace que uno crea que se trata de una narración que sólo pretende divertir, si bien escrita de forma impecable; ello debido en gran parte al buen humor con el que la narradora, la misma protagonista de este libro, empieza a hablar de sí misma, de la gente que la rodea y del lugar en que vive: una oficina salitrera.  Si bien estas primeras páginas, casi la mitad de su breve extensión, poseen este ritmo que media entre los anecdótico, la nostalgia pura de un mundo que ya fue y se traducen en un verdadero tributo al encanto de los viejos cinematográficos y de las glorias del cine de antaño, en la narración se van entregado pequeños detalles que terminan dejando de lado la cuasi comedia costumbrista, para adentrarnos en un verdadero drama sobre las penumbras del corazón humano.  De tal modo, esta pequeña perla de la narrativa chilena actual se adentra en los temas de la soledad, la pobreza, la pérdida de la inocencia mancillada y el abuso de poder, temas que lamentablemente en muchas ocasiones se encuentran ligados entre sí, siendo algunas veces causas y efectos unos de los otros.  No obstante el librito mismo muestra en su parte más grata, el ingenio de los más humildes para enfrentarse a la adversidad, así como rescata a algunos personajes propios de la idiosincrasia nacional (como los mismos “contadores de películas” y la gente de los pueblos, en este caso, de las ya desaparecidas salitreras).  He aquí una muestra del cariz más alegre de la primera parte de esta obra:

     “En la familia éramos cinco hermanos. Cuatro hombres y yo. Los cinco hacíamos una escala real perfecta, en tamaño y edades. Yo era la menor. ¿Se imaginan lo que significa crecer en una casa con puros hermanos varones? Nunca jugué a las muñecas. En cambio, era campeona para las bolitas y el juego de palitroques. Y a matar lagartijas en las calicheras no me ganaba nadie. Donde ponía el ojo, paf, lagartija muerta.
     Andaba a pata pelada todo el santo día, fumaba a escondidas, llevaba una gorra de visera y hasta había aprendido a mear parada
     Se mea parada, se orina acuclillada.
     Y lo hacía en cualquier parte de la pampa, tal como mis hermanos. Incluso en las competencias de quien llegaba más lejos a veces les ganaba por más de una cuarta. Y en contra del viento.
     Cuando cumplí los siete años entré a la escuela. Aparte del sacrificio de tener que usar polleras, me costó un kilo acostumbrarme a orinar como las señoritas.
     Me costó más que aprender a leer”.

     El argumento narrado en primera persona por su propia protagonista, quien da título a la obra, trata acerca de una niña pequeña, la cual oficia de “contadora de películas” en un principio sin mayores pretensiones para su familia (padre y hermanos todos varones),  luego amigos de ésta y por último sus vecinos y buena parte de las personas del lugar.  Su labor consiste en contar las películas que ve en el único cine del pueblo en que vive, lo que hace utilizando los métodos más ingeniosos de la narración oral, a lo que se suma su gusto por el histrionismo y simpatía; pobres y no tan pobres acceden a los servicios de la muchacha, quien con su trabajo logra aportar para la economía de los suyos.  Cuando todo parece ir bien, las desgracias comienzan a acumularse, primero entre su mismo núcleo familiar y luego en la misma protagonista, de modo que al final ésta quedará marcada cual heroína trágica de muchas de las cintas que gustaba ver.  Es así cómo debido a esta misma cuota melodramática, que la narración se torna angustiante, porque Rivera Letelitier golpea fuerte a su lector, haciéndonos que en pocas páginas nos encariñemos con la pequeña y su particular familia, para luego desear sólo que todo se enderece, de modo de no sufrir más el infortunio de todos ellos (y por ende, esperar el típico final feliz del Hollywood tan presente en el texto).  En cierto sentido La Contadora de Películas es toda una tragedia clásica, ya que su protagonista es una persona extraordinaria, cual Antígona o Hamlet, un espíritu noble, que se enfrenta a un destino inexorable y por ello superior a sus propias fuerzas mortales, puesto que finalmente sucumbe al peso de éste por mucho que luche con toda su voluntad.  Asimismo la misma caída de la protagonista es la derrota de una pampa nortina orgullosa que, luego tal como la jovencita, es condenada a convertirse en una sombra de lo que fue y a ser olvidada por mucho que haya brillado aunque, tal como luciérnaga, de forma efímera.
     Dentro de las temáticas abordadas en la “novelita” destaca la idea del abandono en el que están sumidos varios de los personajes, empezando por su protagonista, quien proviene no sólo de una familia paupérrima, si no que de una de tipo disfuncional.  Si bien la marcó la figura de su madre que en muchos aspectos sobresalía entre las monótonas gentes de la comunidad, ésta la abandonó juntos a los suyos.  Por otro lado, el padre aunque es un sujeto cariñoso a su manera, está sumido en el alcohol, de modo que los hijos no siempre cuentan con su apoyo.  Luego los cuatro hermanos varones tomarán sus propios rumbos, rompiéndose el bello lazo que en un principio había entre todos ellos y su hermanita.  Por último, la misma niña queda tan desamparada, que la trama se vuelve cada vez más lacrimosa.  Es por esta razón que la soledad logra sentirse sin vacilaciones en la narración, en especial si se considera el particular clima árido de la Pampa salitrera.   Cuando ya parece que la tristeza, la falta de comunicación y el aislamiento no pueden calar más adentro, tanto en la narradora protagonista como en el lector, el escritor a través de su personaje nos da un último golpe, haciendo un salto en el tiempo hacia atrás en los acontecimientos; de este modo nos entrega una “escena” emotiva, aunque cruel, para representar mejor la miseria en la que se hayan sus personajes y quienes representan en sus desdichas el destino final de las mismas oficinas salitreras.
     Teniendo en cuenta que este libro es además un homenaje al séptimo arte y a su poder de llevar al público con sus fantasías a la ensoñación, éste se encuentra lleno de referencia a ello, como a muchos de sus artistas más destacados.  Si embargo no sólo trata acerca del cine gringo, si no que aquí toman un papel destacado las populares y tan queridas producciones aztecas, que en Chile llevan décadas acaparando la atención de las personas.  Ahora bien, no es la primera vez que Hernán Rivera Letelier les dedica a los mexicanos y a su arte (música y cine) un espacio en su narrativa, demostrando una vez más los fuertes lazos de amistad que existen entre estos dos países hermanos.  Ello además recalca aspectos de nuestra misma chilenidad, al mostrar los pasatiempos y preferencias del pueblo chileno, tal como bien sucede con el uso continuo de los sobrenombres o apodos, costumbre tan habitual en el país y que en parte heredamos de la Madre Patria (tema ya destacado en su celebrada novela La Reina Isabel Cantaba Rancheras).


2 comentarios:

  1. Rivera Letelier es un tesoro que tenéis los chilenos y que es, desde luego, uno de vuestros grandes embajadores ante el mundo. Conocí la historia de la industria salitrera y de la sociedad pampina gracias a sus novelas, que me hicieron interesarme por ella (fuera de la matanza de Santa María de Iquique o la figura de Luis Emilio Recabarren, poco más sabía sobre el tema) y si algún día me lo puedo permitir y viajo a América, sería uno de los destinos que me gustaría visitar.

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    1. Qué bueno que otro escritor compatriota mío sea de tu agrado. Respecto a esta obra, a ver si te animas a leerla, que en un par de horas lo haces (o menos, conociendo la rapidez con la que te acabas los libros). Reconozco que debería leer más de él. También tengo pendiente conocer las salitreras y eso que vivo en el mismo país.

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