Bastante popular entre los cultores de la fantasía en sus
manifestaciones literarias, cinematográficas y en los cómics, resulta ser el
famoso personaje creado por Robert Howard a principios de la década del treinta
del siglo pasado. Este escritor se
hallaba entre el selecto grupo de amigos epistolares de otro autor de culto como
lo es H. P. Lovecraft y con sus escritos ayudó a configurar los hoy famosos
Mitos de Cthulhu. Fue así que Howard en
su corta pero intensa vida, escribió un montón de cuentos sobre su creación más
celebrada, ambientando las aventuras del bárbaro en distintas épocas de su
existencia y de forma “desordenada”. Tras
su muerte, los albaceas de su trabajo (L. Sprague de Camp y Lin Carter) sistematizaron
dichos textos en una cronología que ordenó biográficamente sus cuentos.
Ante
el atractivo de Conan el Bárbaro, también
conocido como Conan de Cimmeria (por su procedencia), Conan de Aquilonia
(debido al trono que ya maduro consiguió de esta poderosa nación hiboria) y un
montón más de atributos, otros artistas escribieron nuevos relatos en torno a
su figura. Respecto a esto último,
destacable es el caso del hoy en día consagrado autor Robert Jordan, quien no hace
mucho dejó este mundo, el cual antes de iniciar la extensa saga que le dio fama
y fortuna de La Rueda del Tiempo, redactó al menos dos novelas teniendo de
protagonista al hijo ficticio de su tocayo.
Asimismo otro artista destacado realizó una nueva obra teniendo a Conan
como protagonista, su nombre: Karl Edwad Wagner.
Escritor, editor y antologista de un buen número de títulos, Wagner (1945-
1994) tuvo más de un acercamiento profesional con el guerrero y su fabuloso
mundo. Fue así como entre sus trabajos
destacaron una serie de libros, donde organizó los relatos originales de Robert
Howard tal como en un principio su propio autor publicó (esto es sin seguir la
cronología estructurada que le dieron a sus textos L. Sprague de Camp y Lin
Carter). Otro libro suyo dedicado al guerrero fue Conan el Libertador. Asimismo escribió una novela
sobre otro personaje de Howard, Bran Mak Morn.
De creación propia, fue su extensa serie de libros de fantasía épica
dedicadas al espadachín Kane, entre novelas y cuentos. Dentro de sus aportes para el mundo de las
antologías, se pueden mencionar entre sus más importantes trabajos su labor
como editor durante más de una década con Las Mejores Historias de Terror del Año,
entre 1980 y 1994. El fruto de su labor en el terror y la fantasía literaria,
le otorgó importantes galardones como el Premio Mundial de Fantasía y el Premio
Británico de Fantasía.
Karl Edward Wagner. |
Publicada en 1976, Conan y el Camino de los Reyes se puede
considerar sin vacilaciones como una novela que le rinde justos homenajes al
personaje y a su creador, ya que sin duda rescata el espíritu de los textos
originales e incluso le otorga interesantes aristas que en su momento no fueron
consideradas a la hora de narrar las aventuras del cimmerio (ya sea por
desinterés del propio Howard, como por su propia estrechez de miras tan
habitual en muchos autores de la época, como bien quedará detallado más
adelante). En pocas palabras el libro
aborda los primeros años de la segunda década de vida del bárbaro, quien pese a
su juventud ya lleva a cuestas numerosas batallas y ha visto y vivido mucho más
que la mayoría de las personas. El
comienzo de la novela no puede ser más atractivo y logra enganchar de inmediato
con el lector ávido de más historias de uno de sus personajes favoritos; pues
Conan se haya a las puertas de la muerte (¡una vez más!) y como es de suponer
su astucia, valentía y la misma suerte se oponen al destino cruel que le
espera. Es aquí cuando quien haya
disfrutado de los relatos primigenios del guerrero, se encuentra con la
sorpresa de una pluma diferente a la hora de describir los exóticos ambientes
en los que se desenvuelve su héroe, pues Wagner introduce en sus descripciones
una carga de humor negro y duro realismo (sazonado con el gore habitual en obras
posteriores y en la misma producción original de este heredero de Robert
Howard); ellos le otorgan a la narración un ritmo más maduro y poco a poco va
revelando una crítica social antes inexistente en los primeros títulos sobre el
cimerio.
“El hedor de la
carroña se hacía más fuerte. Rígidamente tumbados en el suelo, delante del
cadalso, siete cadáveres miraban hacia el cielo sin ojos en las cuencas. Los
grajos habían hecho un buen festín con sus rostros, y ya no era posible
reconocerlos. Como ya habían cumplido la sentencia de servir de ejemplo durante
una semana para sus compañeros de depravación, habían bajado a los muertos de
la soga y los habían tendido en el suelo para que se despidieran de la
muchedumbre por última vez. Unos jornaleros los iban arrastrando uno a uno
hasta un pequeño yunque, donde les quitaban los grilletes de las piernas. No
los necesitarían más, y quedaban otros a quienes habría que impedir que
caminaran con libertad.
Con licencia
del rey, los saltimbanquis podían vender amuletos y recuerdos de los muertos.
Un puñado de niños peleaba y reía tontamente al pie del cadalso, y daba
empujones en un intento de verlo mejor.
-¿Queréis
rizos de un muerto, muchachas? -ofrecía un buhonero, al tiempo que sacaba un
mechón y lo agitaba delante de ellas-. ¡Hará que los mozos os vayan detrás si
os lo prendéis con un alfiler cerca del corazón!
Con agudas
risas, los niños salieron corriendo y se pusieron a jugar al marro,
alocadamente, entre los maderos del cadalso.
-¡La mano de un
muerto! ¿Quién la va a comprar? -Con un solo hachazo obtuvo su mercancía-. ¡La
mano de un asesino ahorcado! -gritaba el saltimbanqui, al tiempo que mantenía
en alto el podrido puño-. ¡Grasa de cadáver para velas! ¿Alguien busca un
tesoro escondido? ¡Éste es el amuleto que necesita! ¿Quién me dará plata por
encontrar oro?
-¡Simiente de
un muerto! -gritaba otro, al tiempo que sostenía un pequeño frasco-. ¡La
polución que tuvo al morir el famoso estuprador y asesino Vulosis! ¡La
vitalidad de un joven semental ya es vuestra! ¡Señoras! ¡Vuestro hombre podrá
volver a tener el vigor de un toro joven! ¡Simiente de un ahorcado! ¿Quién la
va a comprar?.
Entre todo
aquello, los actores principales del espectáculo matinal iban avanzando con
lentitud. Ante las alabardas de los guardias, la turba se dividía para dejarlos
pasar. Un millar de rostros estiraba el cuello y se esforzaba por ver,
examinaba a los siete actores en sus disfraces de harapos y cadenas. Los padres
cargaban a hombros con sus hijos para que pudieran verlo mejor. Los recién
llegados se abrían paso entre el gentío empleando hombros, codos y rodillas.
Iban comiendo espetones de carne, y mendrugos de pan y fruta. Con los brazos
oprimían junto al cuerpo sus fardos, bolsas y cestas. Cuando los condenados
llegaron al cadalso, la pandilla de críos que allí jugueteaba se puso a gritar
y bailar a su alrededor. Los buhoneros cesaron en su frenético pregoneo; se
volvieron para contemplar el sórdido drama que habían visto tantas veces ya en
escena”.
Estas
palabras no pueden dejar más que claro la bestialidad de la idea de “civilización”,
a la que ya el mismísimo Conan en los trabajos de Howard había denunciado como
verdadera decadencia y la que justamente contrastaba con su regio código de
honor de hombre salvaje, nunca mancillado por las tentaciones de la vida
fácil. Tal como se puede apreciar en el
fragmento y a la luz del resto de la novela, la perversión y la violencia son
propias de la naturaleza del ser humano, por mucho que algunos lo disfracen con
su sofisticación; de este modo los que ostentan virtudes en el libro en
realidad esconden su propia podredumbre y en cambio los que se muestran como seres
banales, se manifiestan a lo largo de sus páginas como poseedores de virtudes
inesperadas y con ello logran dignificar sus nombres. Justamente Conan se haya en su difícil
situación debido a una traición, falta al decoro que recrimina este sin tapujos,
de modo que a lo largo del texto dicha conducta negativa se presentará en más
de una ocasión (claro que nunca cometida por Conan). Asimismo la contraposición entre espíritus
más simples, pero a su vez más auténticos, con la de los corazones enceguecidos
por sus pasiones más bajas, realza luego los principios que alguien como Conan
defiende aún en su mismo “primitivismo”.
“Desde sus primeros días, este distrito había sido
conocido como la Fosa. El nombre resultaba tan apropiado como inevitable. A la
Fosa iban a establecerse las heces de la plebe de Kordava: los pobres y los
rechazados, los rotos y los degenerados, los que hacían rapiña en el poderoso y
en el miserable. Criminales de toda suerte andaban con insolencia por las
calles eternamente oscuras; la guardia de la ciudad no osaba entrar en la Fosa,
pues no hubieran podido hallar al hombre que buscaran en las laberínticas vías
de la ciudad enterrada. Los marineros libres y los soldados que habían cobrado
su paga iban a pavonearse allí, en busca de cualquier especie de
entretenimiento o vicio que les pidieran sus gustos, pues, en todo el Océano
Occidental, no había tugurios de puerto con tan especiosa reputación. Se decía
que en ningún panteón podía hallarse un infierno poblado de demonios y malditos
más depravados que quienes moraban en la Fosa. El humor zingario solía
complacerse en alguna ocurrencia más maliciosa, e igualmente apropiada. Conan
había visitado la Fosa sólo una vez en el curso de su breve carrera en el
ejército zingario. El hecho de que regresara con tan sólo una mala resaca y la
bolsa algo aligerada por su propia liberalidad decía mucho de su fuste.
Aquel día,
Conan regresó a la Fosa, osadamente, en un caballo enjabonado, con sus nuevos
compañeros, por uno de los numerosos pasajes que llevaban a las enterradas
calles de la ciudad antigua. Con una dura cabalgada desde la zona del Patio de
Baile habían dejado atrás toda persecución, y nadie, en las abarrotadas calles
del Día de Mercado, iba a impedirles que pasaran. En cuanto hubieran llegado a
la Fosa, un millar de guardias saldrían en busca de Mordermi, y más difícil les
sería hallarlo que cazar una risa al vuelo.
Era media
mañana, y pálidos rayos de luz se colaban por los tragaluces y pozos de
ventilación, para añadirse a la infrecuente iluminación del alumbrado público.
En aquella hora, las calles de la Fosa estaban desiertas, en contraste con las
de la ciudad. Pues la Fosa era un reino de la noche, así como sus moradores
eran criaturas de la noche.
Unas pocas
vinaterías y burdeles seguían abiertos; las putas de rostro fatigado
holgazaneaban a sus puertas, atentas a cualquier palurdo que, visitando la
ciudad en día de mercado, viniera temprano a probar los placeres prohibidos de
la ciudad. Las antorchas del alumbrado público, a las que se dejaba arder en la
perpetua penumbra, arrojaban su luz amarillenta sobre pavimento sucio. Casas de
opio y antros de juego procuraban por los sueños de sus adictos. Tras las
cerradas ventanas de los burdeles, sus ocupantes aprovechaban los jergones para
dormir. En cuartos clandestinos, los ladrones y asesinos dormitaban con los
remordimientos que pudieran llegar a tener. Frente a la puerta atrancada del
tugurio donde Conan la había visto actuar en el escenario con un enano kushita,
una niña de seis años, fatigada, echaba agua sucia al desagüe.
Arquitectónicamente
-aunque poco importaran a Conan tales consideraciones- la Fosa era un museo
viviente. Un anticuario habría advertido con gran entusiasmo el estuco de las
fachadas y las elaboradas verjas de otras épocas, las adornadas ventanas de
vidrio de color, y los cristales pintados con rombos del alumbrado público, que
aquí y allá habían escapado a la destrucción. Conan sólo veía sucia desolación,
y pobres esfuerzos por reparar estructuras ruinosas que más habría valido dejar
que se desmoronaran. Los tragaluces apenas si alcanzaban a convertir la
penumbra en variados matices de sombra. Los pozos de ventilación no bastaban
para dar salida al dañoso miasma de humo y corrupción y miseria humana.
Un piso o dos
más arriba, el omnipresente techo se cernía cual firmamento hollinóso y vacío
de estrellas, que soportaba y sostenía el mundo de la luz diurna que
irreflexivamente se agitaba arriba. Extrañamente truncados, los edificios de la
ciudad antigua, restaurados en parte, habían sido olvidados bajo el suelo de la
ciudad nueva. Como una sutil metástasis, algunas de aquellas estructuras
renovadas iban a dar en las bodegas de las casas de la ciudad nueva; algunas
otras tenían sus bodegas propias, que se hundían en profundidades secretas del
subsuelo de la antigua. Las vigas en que se apoyaban los edificios de arriba se
hundían en la Fosa como enormes columnas, como raíces que penetran en el
corredor de una tumba subterránea. Sí, la Fosa le parecía a Conan una enorme
catacumba, una catacumba para los vivos”.
Es
así como el héroe se ve entre las filas de la llamada Rosa Blanca, hermandad de
tipo “izquierdista”, que desea promover algo así como un estilo de democracia
en un mundo donde todos los pueblos (o más bien la mayoría) funcionan en base
al monarcado. De este modo en el libro,
quizás por primera vez en una obra de Conan, es posible ver una intriga
política donde se cuestionan y ponen en tapete los temas del ejercicio de la
libertad de los individuos y de los pueblos, a tal punto que el mismo título
del libro (Conan y el Camino de los Reyes) deja claro el sentido que
cobran estos dilemas. Para los
conocedores de la cronología ficticia y canónica del personaje, bien es sabido
que ya llegada su media edad logra para
sí el trono de Aquilonia y la que llega a reinar con verdadera justicia. Es así que en esta novela Conan ve los
vericuetos en los que se encuentran quienes en realidad desean poder (lo que en
realidad no está entre los propósitos de un vitalista como él mismo) y cuyos
senderos se encuentran sembrados más por actos maquiavélicos, que por un deseo
de servir a quienes estarían bajo el mando de uno; por ende este Camino de los
Reyes resulta ser tortuoso y al menos el que se le presenta aquí al
protagonista no es la ruta que le interesa.
Portada de la adaptación al cómic de esta novela y guionizada por nada menos que Roy Thomas, el mismo artista que adaptó los relatos originales de Howard a la historieta. |
Siguiendo los parámetros del creador de Conan en sus narraciones, Wagner
retoma la visión de la magia como algo nefasto y propio de sujetos perversos,
lo que se opone a la opción por una vida sin artilugios facilistas,
representada en los puños y la lucha cuerpo a cuerpo de un sujeto como
Conan. Y es así que en la trama se
introduce la figura de un brujo que para variar proviene de las tierras de
Estigia, sitio que en el mundo del guerrero se haya lleno de seres malignos que
hacen uso de la hechicería más negra. Lo
interesante con este personaje, es que en un principio resulta hasta simpático,
si bien el escritor lo dota de una debilidad que en parte adelanta su
naturaleza erosionada (es drogadicto).
El hombre se muestra casi con humildad cuando hace su inesperada
presentación, sin embargo luego deja claro ser otro hombre tentado por el
mencionado Camino de los Reyes. Cuando
Conan irrumpe en su guarida, Wagner hace uso de su gusto por las descripciones
terroríficas, que tal vez el propio Howard no habría sido capaz de usar en su
momento.
“Conan había estado
más a menudo de lo que quería en cámaras secretas de hechiceros, y tenía cierta
idea de lo que podría encontrar. Y sin embargo, el interior de la estancia de
Callidios no se parecía en nada a lo que había esperado. Aquella habitación era
un escenario de matanza, un osario.
Había
esparcidos por la cámara, sin más orden que el del niño que deja por el suelo
sus muñecos, cadáveres humanos en todos los estadios de la descomposición. Una
momia estaba tumbada, yerta, envuelta en andrajosas vendas; tenía el sarcófago
lleno de huesos secos en desorden, algunos mineralizados, otros que conservaban
jirones de roja carne. En un estante había cierto número de fetos humanos, que
flotaban en fluido preservador. Un esqueleto bellamente articulado colgaba de
un gancho en la pared. A su lado, pendía una especie de disecada abominación,
abrasada por los vientos del desierto. Un montón de huesos chamuscados estaba
apilado en el suelo. A su lado había algo que Conan, al principio, tomó por una
muñeca de tamaño natural, pero luego vio que no era una muñeca.
El bárbaro
movió la cabeza con incredulidad. El aire estaba cargado del hedor de la
podredumbre, y de las especias, los perfumes y los aceites que habían
conservado aquellos cadáveres con variado éxito. Había intrincados pentagramas
trazados en el suelo con tiza, y luego medio borrados, distraídamente, por
líquidos vertidos y huellas de pisadas. Había mapas y pergaminos desplegados
sobre una mesilla, entre varios libros en desorden”.
Si bien la novela en cuestión sin dudas
expresa que la magia es una herramienta más de los deshonestos, en el argumento
se incorpora a otro personaje que aun cuando hace uso de estas artes, viene a
ser todo lo opuesto al detestable estigio: una bella mujer que es descrita casi
con atributos angelicales y quien se transforma en la inesperada aliada del
bando de los buenos. Llamativo puede
resultar el hecho de que dicha dama representa en el libro las fuerzas benignas
de la naturaleza, una especie de matriarcado primigenio que en el mundo
violento de Conan apenas tiene lugar (o que más bien ha sido olvidado). Por ende en la presentación de estos dos
sujetos, es posible encontrar una nueva lectura que en un texto de Robert Howard
no habría sido posible hallar.
Como quizás ya habrá quedado de manifiesto
en esta entrada al blog, el libro que la inspira posee todos los elementos
propios de una obra de Conan: actos heroicos en un mundo maravilloso, aunque
peligroso; aventuras e intrigas con personajes interesantes, si bien nos
estamos hablando de individuos de carácter romántico y pasivo, ya que en la
Edad Hiboria la única manera de sobrevivir es haciendo uso de las artimañas de
cualquier tipo (incluso entre quienes no son villanos); también es posible
encontrar varios bravos guerreros, aparte del protagonista, además de
seductoras mujeres con escasa ropa, a su vez de la presencia de recios enemigos
de crueldad apabullante; tampoco podía
faltar el uso fantástico de la ya mencionada magia, que aquí toma los aspectos
más inesperados… En este sentido Karl
Edward Wagner supo dotar a su ficción de vida propia, aunque siempre teniendo
en cuenta su sentido de tributo al Conan de Robert Howard. No obstante Wagner supo ser inteligente y
quitó a su versión el discurso racista
de “supremacía blanca” y el cual tanto constantemente se le ha reprochado a su
antecesor. La eliminación de esta faceta
negativa de los relatos sobre Conan queda más que justificada, por el hecho de
que en un mundo cosmopolita como en el que vive nuestro protagonista (clara
proyección literaria del nuestro), resulta ridículo el uso de descripciones
xenófobas para referirse al “otro”; basta con recordar que el cimerio comparte
con personas provenientes de numerosos lugares de su orbe, con quienes entabla
amistad e incluso romances. Con Robert
Howard, claro hijo de su tiempo, uno puede hacer la vista gorda con este
aspecto, pero en los años en los que escribió su obra Wagner, ya no era políticamente
correcto relacionar lo animalesco con las etnias de color y los pueblos menos
avanzados.
Tras leerse Conan y el Camino de los Reyes, hay que conseguirse de inmediato esta otra novela de Karl Edward Wagner sobre Conan. |
Hola Elwin! Me paso por aquí para avisarte de que me he cambiado de blog, ahora es www.elcactusliterario.blogspot.com por si quieres cambiar los enlaces y eso :)
ResponderEliminar¡Qué gusto volver a saber de ti, María! Por supuesto que cambiaré tus datos...¿Pero por qué razón dejaste la página anterior? ¡Si es como abandonar a un hijo! ¿Y qué va a pasar con tu banner?
EliminarCasi parece que nos hubiésemos puesto de acuerdo para hablar sobre Robert E. Howard: Acabo de publicar una reseña de Almuric .
ResponderEliminarAún no he leído nada de Conan fuera de los originales de Howard, pero debería animarme con sus continuadores, porque parece, por los fragmentos escogidos, que mantienen la línea de su creador.
Este es el tercer libro de Conan que leo que no es de Howard (los dos primeros eran de Jordan y hubo un cuarto que me aburrió, a ver si lo retomo). Hace unas semanas me compré una novela de terror de Robert Howard, la cual está en mis planes de lectura inmediata. Antes de fin de año me paso por tu blog.
EliminarHola Elwin. Aqui en España los relatos originales de Howard han sido editados (y reeditados) varias veces, pero tan sólo un par de editoriales se han animado (por el momento) a publicar nuevas historias, como las que aquí comentas: Martínez Roca y la Factoría de Ideas, poco después. Más recientemente el magazine Barsoom ha publicado un número especial donde recoge la antología (inédita) "Conan el espadachín", con relatos originales de Carter y De Camp que funcionan como precuelas y/o secuelas de algunas de las historias clásicas de Howard, y me consta que hay otra editorial interesada en reeditar la saga de Conan en una nueva traducción, respetando la esencia de Howard y eliminando muchas de las correcciones de autores posteriores. ¡Saludos!
ResponderEliminarA mí me gusta gusta mucho Conan y Howard, por lo que he aprovechado de adquirir todo lo que me he encontrada de ambos desde que puedo darme esos gustos (hace unas semanas atrás pude comprarme "Rostro de Calavera", que pretendo leer dentro de las próximas semanas y escribir al respecto). Me encantaría conseguirme esa antología a la que te refieres y que no sabía existía.
EliminarHola, Grabriel, siempre me es un gusto encontrarme con un nuevo lector por acá, que además me honra mucho que alguien conocedor de estos temas se detenga en mi blog; de antemano quedas invitado a hacerte seguidor. Por mi parte revisaré con gusto el tuyo.
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