domingo, 7 de diciembre de 2014

El regreso majestuoso de Conan a la literatura.


      Bastante popular entre los cultores de la fantasía en sus manifestaciones literarias, cinematográficas y en los cómics, resulta ser el famoso personaje creado por Robert Howard a principios de la década del treinta del siglo pasado.  Este escritor se hallaba entre el selecto grupo de amigos epistolares de otro autor de culto como lo es H. P. Lovecraft y con sus escritos ayudó a configurar los hoy famosos Mitos de Cthulhu.  Fue así que Howard en su corta pero intensa vida, escribió un montón de cuentos sobre su creación más celebrada, ambientando las aventuras del bárbaro en distintas épocas de su existencia y de forma “desordenada”.  Tras su muerte, los albaceas de su trabajo (L. Sprague de Camp y Lin Carter) sistematizaron dichos textos en una cronología que ordenó biográficamente sus cuentos.
     Ante el atractivo de Conan el Bárbaro, también  conocido como Conan de Cimmeria (por su procedencia), Conan de Aquilonia (debido al trono que ya maduro consiguió de esta poderosa nación hiboria) y un montón más de atributos, otros artistas escribieron nuevos relatos en torno a su figura.  Respecto a esto último, destacable es el caso del hoy en día consagrado autor Robert Jordan, quien no hace mucho dejó este mundo, el cual antes de iniciar la extensa saga que le dio fama y fortuna de La Rueda del Tiempo, redactó al menos dos novelas teniendo de protagonista al hijo ficticio de su tocayo.  Asimismo otro artista destacado realizó una nueva obra teniendo a Conan como protagonista, su nombre: Karl Edwad Wagner.  
    Escritor, editor y antologista de un buen número de títulos, Wagner (1945- 1994) tuvo más de un acercamiento profesional con el guerrero y su fabuloso mundo.  Fue así como entre sus trabajos destacaron una serie de libros, donde organizó los relatos originales de Robert Howard tal como en un principio su propio autor publicó (esto es sin seguir la cronología estructurada que le dieron a sus textos L. Sprague de Camp y Lin Carter).  Otro libro suyo dedicado al guerrero fue Conan el Libertador. Asimismo escribió una novela sobre otro personaje de Howard, Bran Mak Morn.  De creación propia, fue su extensa serie de libros de fantasía épica dedicadas al espadachín Kane, entre novelas y cuentos.  Dentro de sus aportes para el mundo de las antologías, se pueden mencionar entre sus más importantes trabajos su labor como editor durante más de una década con Las Mejores Historias de Terror del Año, entre 1980 y 1994. El fruto de su labor en el terror y la fantasía literaria, le otorgó importantes galardones como el Premio Mundial de Fantasía y el Premio Británico de Fantasía. 
Karl Edward Wagner.
     Publicada en 1976, Conan y el Camino de los Reyes se puede considerar sin vacilaciones como una novela que le rinde justos homenajes al personaje y a su creador, ya que sin duda rescata el espíritu de los textos originales e incluso le otorga interesantes aristas que en su momento no fueron consideradas a la hora de narrar las aventuras del cimmerio (ya sea por desinterés del propio Howard, como por su propia estrechez de miras tan habitual en muchos autores de la época, como bien quedará detallado más adelante).  En pocas palabras el libro aborda los primeros años de la segunda década de vida del bárbaro, quien pese a su juventud ya lleva a cuestas numerosas batallas y ha visto y vivido mucho más que la mayoría de las personas.  El comienzo de la novela no puede ser más atractivo y logra enganchar de inmediato con el lector ávido de más historias de uno de sus personajes favoritos; pues Conan se haya a las puertas de la muerte (¡una vez más!) y como es de suponer su astucia, valentía y la misma suerte se oponen al destino cruel que le espera.  Es aquí cuando quien haya disfrutado de los relatos primigenios del guerrero, se encuentra con la sorpresa de una pluma diferente a la hora de describir los exóticos ambientes en los que se desenvuelve su héroe, pues Wagner introduce en sus descripciones una carga de humor negro y duro realismo (sazonado con el gore habitual en obras posteriores y en la misma producción original de este heredero de Robert Howard); ellos le otorgan a la narración un ritmo más maduro y poco a poco va revelando una crítica social antes inexistente en los primeros títulos sobre el cimerio.

    “El hedor de la carroña se hacía más fuerte. Rígidamente tumbados en el suelo, delante del cadalso, siete cadáveres miraban hacia el cielo sin ojos en las cuencas. Los grajos habían hecho un buen festín con sus rostros, y ya no era posible reconocerlos. Como ya habían cumplido la sentencia de servir de ejemplo durante una semana para sus compañeros de depravación, habían bajado a los muertos de la soga y los habían tendido en el suelo para que se despidieran de la muchedumbre por última vez. Unos jornaleros los iban arrastrando uno a uno hasta un pequeño yunque, donde les quitaban los grilletes de las piernas. No los necesitarían más, y quedaban otros a quienes habría que impedir que caminaran con libertad.
     Con licencia del rey, los saltimbanquis podían vender amuletos y recuerdos de los muertos. Un puñado de niños peleaba y reía tontamente al pie del cadalso, y daba empujones en un intento de verlo mejor.
     -¿Queréis rizos de un muerto, muchachas? -ofrecía un buhonero, al tiempo que sacaba un mechón y lo agitaba delante de ellas-. ¡Hará que los mozos os vayan detrás si os lo prendéis con un alfiler cerca del corazón!
     Con agudas risas, los niños salieron corriendo y se pusieron a jugar al marro, alocadamente, entre los maderos del cadalso.
    -¡La mano de un muerto! ¿Quién la va a comprar? -Con un solo hachazo obtuvo su mercancía-. ¡La mano de un asesino ahorcado! -gritaba el saltimbanqui, al tiempo que mantenía en alto el podrido puño-. ¡Grasa de cadáver para velas! ¿Alguien busca un tesoro escondido? ¡Éste es el amuleto que necesita! ¿Quién me dará plata por encontrar oro?
    -¡Simiente de un muerto! -gritaba otro, al tiempo que sostenía un pequeño frasco-. ¡La polución que tuvo al morir el famoso estuprador y asesino Vulosis! ¡La vitalidad de un joven semental ya es vuestra! ¡Señoras! ¡Vuestro hombre podrá volver a tener el vigor de un toro joven! ¡Simiente de un ahorcado! ¿Quién la va a comprar?.
    Entre todo aquello, los actores principales del espectáculo matinal iban avanzando con lentitud. Ante las alabardas de los guardias, la turba se dividía para dejarlos pasar. Un millar de rostros estiraba el cuello y se esforzaba por ver, examinaba a los siete actores en sus disfraces de harapos y cadenas. Los padres cargaban a hombros con sus hijos para que pudieran verlo mejor. Los recién llegados se abrían paso entre el gentío empleando hombros, codos y rodillas. Iban comiendo espetones de carne, y mendrugos de pan y fruta. Con los brazos oprimían junto al cuerpo sus fardos, bolsas y cestas. Cuando los condenados llegaron al cadalso, la pandilla de críos que allí jugueteaba se puso a gritar y bailar a su alrededor. Los buhoneros cesaron en su frenético pregoneo; se volvieron para contemplar el sórdido drama que habían visto tantas veces ya en escena”.

    Estas palabras no pueden dejar más que claro la bestialidad de la idea de “civilización”, a la que ya el mismísimo Conan en los trabajos de Howard había denunciado como verdadera decadencia y la que justamente contrastaba con su regio código de honor de hombre salvaje, nunca mancillado por las tentaciones de la vida fácil.  Tal como se puede apreciar en el fragmento y a la luz del resto de la novela, la perversión y la violencia son propias de la naturaleza del ser humano, por mucho que algunos lo disfracen con su sofisticación; de este modo los que ostentan virtudes en el libro en realidad esconden su propia podredumbre y en cambio los que se muestran como seres banales, se manifiestan a lo largo de sus páginas como poseedores de virtudes inesperadas y con ello logran dignificar sus nombres.   Justamente Conan se haya en su difícil situación debido a una traición, falta al decoro que recrimina este sin tapujos, de modo que a lo largo del texto dicha conducta negativa se presentará en más de una ocasión (claro que nunca cometida por Conan).  Asimismo la contraposición entre espíritus más simples, pero a su vez más auténticos, con la de los corazones enceguecidos por sus pasiones más bajas, realza luego los principios que alguien como Conan defiende aún en su mismo “primitivismo”.
   
El libro transcurre en la famosa nación de Zamora, tan habitual en los cuentos de Conan; incluso en determinado momento el narrador hace mención directa a uno de los relatos más famosos de los escritos por Howard para Conan: La Torre del Elefante.  A su vez siguiendo la tendencia formal de los libros de antaño sobre el bárbaro, este título se encuentra articulado en base a varios episodios de pequeña extensión, con nombres atractivos que engloban el sentido de la acción de sus páginas.  Volviendo al lugar donde transcurren los acontecimientos, en este sitio Conan se ve involucrado en una revolución política y social en ciernes, que desea derrocar al rey corrupto que gobierna con crueldad a su pueblo, apoyado por parásitos nobles.  Zamora es abordada por el novelista de una forma refrescante, destacando en ello las palabras dedicadas a una de sus zonas más populares y donde buena parte del libro se desarrolla:

    Desde sus primeros días, este distrito había sido conocido como la Fosa. El nombre resultaba tan apropiado como inevitable. A la Fosa iban a establecerse las heces de la plebe de Kordava: los pobres y los rechazados, los rotos y los degenerados, los que hacían rapiña en el poderoso y en el miserable. Criminales de toda suerte andaban con insolencia por las calles eternamente oscuras; la guardia de la ciudad no osaba entrar en la Fosa, pues no hubieran podido hallar al hombre que buscaran en las laberínticas vías de la ciudad enterrada. Los marineros libres y los soldados que habían cobrado su paga iban a pavonearse allí, en busca de cualquier especie de entretenimiento o vicio que les pidieran sus gustos, pues, en todo el Océano Occidental, no había tugurios de puerto con tan especiosa reputación. Se decía que en ningún panteón podía hallarse un infierno poblado de demonios y malditos más depravados que quienes moraban en la Fosa. El humor zingario solía complacerse en alguna ocurrencia más maliciosa, e igualmente apropiada. Conan había visitado la Fosa sólo una vez en el curso de su breve carrera en el ejército zingario. El hecho de que regresara con tan sólo una mala resaca y la bolsa algo aligerada por su propia liberalidad decía mucho de su fuste.
     Aquel día, Conan regresó a la Fosa, osadamente, en un caballo enjabonado, con sus nuevos compañeros, por uno de los numerosos pasajes que llevaban a las enterradas calles de la ciudad antigua. Con una dura cabalgada desde la zona del Patio de Baile habían dejado atrás toda persecución, y nadie, en las abarrotadas calles del Día de Mercado, iba a impedirles que pasaran. En cuanto hubieran llegado a la Fosa, un millar de guardias saldrían en busca de Mordermi, y más difícil les sería hallarlo que cazar una risa al vuelo.
     Era media mañana, y pálidos rayos de luz se colaban por los tragaluces y pozos de ventilación, para añadirse a la infrecuente iluminación del alumbrado público. En aquella hora, las calles de la Fosa estaban desiertas, en contraste con las de la ciudad. Pues la Fosa era un reino de la noche, así como sus moradores eran criaturas de la noche.
     Unas pocas vinaterías y burdeles seguían abiertos; las putas de rostro fatigado holgazaneaban a sus puertas, atentas a cualquier palurdo que, visitando la ciudad en día de mercado, viniera temprano a probar los placeres prohibidos de la ciudad. Las antorchas del alumbrado público, a las que se dejaba arder en la perpetua penumbra, arrojaban su luz amarillenta sobre pavimento sucio. Casas de opio y antros de juego procuraban por los sueños de sus adictos. Tras las cerradas ventanas de los burdeles, sus ocupantes aprovechaban los jergones para dormir. En cuartos clandestinos, los ladrones y asesinos dormitaban con los remordimientos que pudieran llegar a tener. Frente a la puerta atrancada del tugurio donde Conan la había visto actuar en el escenario con un enano kushita, una niña de seis años, fatigada, echaba agua sucia al desagüe.
     Arquitectónicamente -aunque poco importaran a Conan tales consideraciones- la Fosa era un museo viviente. Un anticuario habría advertido con gran entusiasmo el estuco de las fachadas y las elaboradas verjas de otras épocas, las adornadas ventanas de vidrio de color, y los cristales pintados con rombos del alumbrado público, que aquí y allá habían escapado a la destrucción. Conan sólo veía sucia desolación, y pobres esfuerzos por reparar estructuras ruinosas que más habría valido dejar que se desmoronaran. Los tragaluces apenas si alcanzaban a convertir la penumbra en variados matices de sombra. Los pozos de ventilación no bastaban para dar salida al dañoso miasma de humo y corrupción y miseria humana.
      Un piso o dos más arriba, el omnipresente techo se cernía cual firmamento hollinóso y vacío de estrellas, que soportaba y sostenía el mundo de la luz diurna que irreflexivamente se agitaba arriba. Extrañamente truncados, los edificios de la ciudad antigua, restaurados en parte, habían sido olvidados bajo el suelo de la ciudad nueva. Como una sutil metástasis, algunas de aquellas estructuras renovadas iban a dar en las bodegas de las casas de la ciudad nueva; algunas otras tenían sus bodegas propias, que se hundían en profundidades secretas del subsuelo de la antigua. Las vigas en que se apoyaban los edificios de arriba se hundían en la Fosa como enormes columnas, como raíces que penetran en el corredor de una tumba subterránea. Sí, la Fosa le parecía a Conan una enorme catacumba, una catacumba para los vivos”.

     Es así como el héroe se ve entre las filas de la llamada Rosa Blanca, hermandad de tipo “izquierdista”, que desea promover algo así como un estilo de democracia en un mundo donde todos los pueblos (o más bien la mayoría) funcionan en base al monarcado.  De este modo en el libro, quizás por primera vez en una obra de Conan, es posible ver una intriga política donde se cuestionan y ponen en tapete los temas del ejercicio de la libertad de los individuos y de los pueblos, a tal punto que el mismo título del libro (Conan y el Camino de los Reyes) deja claro el sentido que cobran estos dilemas.  Para los conocedores de la cronología ficticia y canónica del personaje, bien es sabido que ya llegada su media edad  logra para sí el trono de Aquilonia y la que llega a reinar con verdadera justicia.  Es así que en esta novela Conan ve los vericuetos en los que se encuentran quienes en realidad desean poder (lo que en realidad no está entre los propósitos de un vitalista como él mismo) y cuyos senderos se encuentran sembrados más por actos maquiavélicos, que por un deseo de servir a quienes estarían bajo el mando de uno; por ende este Camino de los Reyes resulta ser tortuoso y al menos el que se le presenta aquí al protagonista no es la ruta que le interesa.
Portada  de la adaptación al cómic de esta novela y
guionizada por nada menos que Roy Thomas,
el mismo artista que adaptó los relatos
 originales de Howard a la historieta.
     Siguiendo los parámetros del creador de Conan en sus narraciones, Wagner retoma la visión de la magia como algo nefasto y propio de sujetos perversos, lo que se opone a la opción por una vida sin artilugios facilistas, representada en los puños y la lucha cuerpo a cuerpo de un sujeto como Conan.  Y es así que en la trama se introduce la figura de un brujo que para variar proviene de las tierras de Estigia, sitio que en el mundo del guerrero se haya lleno de seres malignos que hacen uso de la hechicería más negra.  Lo interesante con este personaje, es que en un principio resulta hasta simpático, si bien el escritor lo dota de una debilidad que en parte adelanta su naturaleza erosionada (es drogadicto).  El hombre se muestra casi con humildad cuando hace su inesperada presentación, sin embargo luego deja claro ser otro hombre tentado por el mencionado Camino de los Reyes.  Cuando Conan irrumpe en su guarida, Wagner hace uso de su gusto por las descripciones terroríficas, que tal vez el propio Howard no habría sido capaz de usar en su momento.

    “Conan había estado más a menudo de lo que quería en cámaras secretas de hechiceros, y tenía cierta idea de lo que podría encontrar. Y sin embargo, el interior de la estancia de Callidios no se parecía en nada a lo que había esperado. Aquella habitación era un escenario de matanza, un osario.
     Había esparcidos por la cámara, sin más orden que el del niño que deja por el suelo sus muñecos, cadáveres humanos en todos los estadios de la descomposición. Una momia estaba tumbada, yerta, envuelta en andrajosas vendas; tenía el sarcófago lleno de huesos secos en desorden, algunos mineralizados, otros que conservaban jirones de roja carne. En un estante había cierto número de fetos humanos, que flotaban en fluido preservador. Un esqueleto bellamente articulado colgaba de un gancho en la pared. A su lado, pendía una especie de disecada abominación, abrasada por los vientos del desierto. Un montón de huesos chamuscados estaba apilado en el suelo. A su lado había algo que Conan, al principio, tomó por una muñeca de tamaño natural, pero luego vio que no era una muñeca.
    El bárbaro movió la cabeza con incredulidad. El aire estaba cargado del hedor de la podredumbre, y de las especias, los perfumes y los aceites que habían conservado aquellos cadáveres con variado éxito. Había intrincados pentagramas trazados en el suelo con tiza, y luego medio borrados, distraídamente, por líquidos vertidos y huellas de pisadas. Había mapas y pergaminos desplegados sobre una mesilla, entre varios libros en desorden”.

    Si bien la novela en cuestión sin dudas expresa que la magia es una herramienta más de los deshonestos, en el argumento se incorpora a otro personaje que aun cuando hace uso de estas artes, viene a ser todo lo opuesto al detestable estigio: una bella mujer que es descrita casi con atributos angelicales y quien se transforma en la inesperada aliada del bando de los buenos.  Llamativo puede resultar el hecho de que dicha dama representa en el libro las fuerzas benignas de la naturaleza, una especie de matriarcado primigenio que en el mundo violento de Conan apenas tiene lugar (o que más bien ha sido olvidado).  Por ende en la presentación de estos dos sujetos, es posible encontrar una nueva lectura que en un texto de Robert Howard no habría sido posible hallar.
    Como quizás ya habrá quedado de manifiesto en esta entrada al blog, el libro que la inspira posee todos los elementos propios de una obra de Conan: actos heroicos en un mundo maravilloso, aunque peligroso; aventuras e intrigas con personajes interesantes, si bien nos estamos hablando de individuos de carácter romántico y pasivo, ya que en la Edad Hiboria la única manera de sobrevivir es haciendo uso de las artimañas de cualquier tipo (incluso entre quienes no son villanos); también es posible encontrar varios bravos guerreros, aparte del protagonista, además de seductoras mujeres con escasa ropa, a su vez de la presencia de recios enemigos de crueldad apabullante; tampoco  podía faltar el uso fantástico de la ya mencionada magia, que aquí toma los aspectos más inesperados…  En este sentido Karl Edward Wagner supo dotar a su ficción de vida propia, aunque siempre teniendo en cuenta su sentido de tributo al Conan de Robert Howard.  No obstante Wagner supo ser inteligente y quitó a su versión  el discurso racista de “supremacía blanca” y el cual tanto constantemente se le ha reprochado a su antecesor.  La eliminación de esta faceta negativa de los relatos sobre Conan queda más que justificada, por el hecho de que en un mundo cosmopolita como en el que vive nuestro protagonista (clara proyección literaria del nuestro), resulta ridículo el uso de descripciones xenófobas para referirse al “otro”; basta con recordar que el cimerio comparte con personas provenientes de numerosos lugares de su orbe, con quienes entabla amistad e incluso romances.  Con Robert Howard, claro hijo de su tiempo, uno puede hacer la vista gorda con este aspecto, pero en los años en los que escribió su obra Wagner, ya no era políticamente correcto relacionar lo animalesco con las etnias de color y los pueblos menos avanzados.

Tras leerse Conan y el Camino de los Reyes, hay que conseguirse de inmediato esta otra
novela de Karl Edward Wagner sobre Conan.

7 comentarios:

  1. Hola Elwin! Me paso por aquí para avisarte de que me he cambiado de blog, ahora es www.elcactusliterario.blogspot.com por si quieres cambiar los enlaces y eso :)

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    1. ¡Qué gusto volver a saber de ti, María! Por supuesto que cambiaré tus datos...¿Pero por qué razón dejaste la página anterior? ¡Si es como abandonar a un hijo! ¿Y qué va a pasar con tu banner?

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  2. Casi parece que nos hubiésemos puesto de acuerdo para hablar sobre Robert E. Howard: Acabo de publicar una reseña de Almuric .

    Aún no he leído nada de Conan fuera de los originales de Howard, pero debería animarme con sus continuadores, porque parece, por los fragmentos escogidos, que mantienen la línea de su creador.

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    1. Este es el tercer libro de Conan que leo que no es de Howard (los dos primeros eran de Jordan y hubo un cuarto que me aburrió, a ver si lo retomo). Hace unas semanas me compré una novela de terror de Robert Howard, la cual está en mis planes de lectura inmediata. Antes de fin de año me paso por tu blog.

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  3. Hola Elwin. Aqui en España los relatos originales de Howard han sido editados (y reeditados) varias veces, pero tan sólo un par de editoriales se han animado (por el momento) a publicar nuevas historias, como las que aquí comentas: Martínez Roca y la Factoría de Ideas, poco después. Más recientemente el magazine Barsoom ha publicado un número especial donde recoge la antología (inédita) "Conan el espadachín", con relatos originales de Carter y De Camp que funcionan como precuelas y/o secuelas de algunas de las historias clásicas de Howard, y me consta que hay otra editorial interesada en reeditar la saga de Conan en una nueva traducción, respetando la esencia de Howard y eliminando muchas de las correcciones de autores posteriores. ¡Saludos!

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    1. A mí me gusta gusta mucho Conan y Howard, por lo que he aprovechado de adquirir todo lo que me he encontrada de ambos desde que puedo darme esos gustos (hace unas semanas atrás pude comprarme "Rostro de Calavera", que pretendo leer dentro de las próximas semanas y escribir al respecto). Me encantaría conseguirme esa antología a la que te refieres y que no sabía existía.

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  4. Hola, Grabriel, siempre me es un gusto encontrarme con un nuevo lector por acá, que además me honra mucho que alguien conocedor de estos temas se detenga en mi blog; de antemano quedas invitado a hacerte seguidor. Por mi parte revisaré con gusto el tuyo.

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