domingo, 12 de agosto de 2018

La saga en su mejor momento.


      Luego de un libro algo más pausado que los anteriores, Las naves de la Tierra, la Saga del Retorno de Orson Scott Card en su cuarta entrega, llega a un punto que pareciera nos otorga el libro más logrado de ella…Y es que  Retorno a la Tierra se encuentra tan llena de emociones, que el lector sin dudas se sentirá por completo a gusto, con todas las sorpresas que esta obra le deparará.
     La vez pasada en la que estuvimos pendientes de lo que pasaba con sus protagonistas, mejor dicho de sus héroes, que más encima tienen entre sus enemigos a algunos de sus mismos familiares, nos quedamos en la antesala del gran viaje por el espacio, para llegar por fin a planeta que por millones de años la humanidad abandonó.  
     El libro está dividido en 2 partes, la primera Si despierto antes de morir, la cual trata acerca de los preparativos finales para cruzar el espacio y lo que sucede en el intertanto en que llegan a la Tierra (esto último, uno de los episodios más emocionantes de la obra y tal vez de la saga) y la segunda bajo el nombre de Descenso, que transcurre luego de un tiempo indeterminado desde que los personajes se han asentado en su nuevo hogar, formando en la práctica sino una ciudad, sí una aldea o un pueblo.  Pero esta última mitad de la narración, más encima, aborda además su contacto con otras dos especies inteligentes, autóctonas del lugar, ya que tras eras desde que los hombres dejaron su cuna, evolucionaron y desarrollaron su propia cultura.
     Desde la segunda parte de esta pentalogía, La llamada de la Tierra, los protagonistas comenzaron a tener extraños sueños con unas criaturas más o  menos monstruosas: unas parecidas a grandes ratas y a las que llamaron cavadores y otras aladas que recibieron el nombre de ángeles. Su naturaleza benigna o maligna estaba incierta hasta el momento, lo que ya en este volumen se aclara, puesto que la trama le dedica unos cuantos pasajes a sujetos claves de esta especie y quienes serán fundamentales para que se logre la comunicación entre sus comunidades y la de los Antiguos, como bien llamaban a los humanos desde antes que estos volvieran a la Tierra ¿Y cómo es posible este conocimiento previo? Mejor descubrirlo por propia cuenta de uno.
      La primera parte de la novela ya nos muestra la importancia que tendrán dentro de esta y la que viene, las nuevas generaciones, es decir, los hijos del grupo original salido de Basílica para cumplir con los propósitos del Alma Suprema. Es así que personajes ya conocidos como Oykib y Chveya, quienes más encima acá se hacen pareja y tienen su propia descendencia, consiguen convertirse en personajes entrañables y vitales para los acontecimientos.  En un principio vemos cómo las divisiones entre los mayores, que más bien responden a los egoísmos de algunos pocos (como bien sabemos), no ha trastornado a que los por entonces pequeños puedan establecer relaciones fraternales entre sí  (si bien igual se describe el juego de poder entre los menores de edad); sin embargo, luego queda consignado que algunos vástagos han sido “contaminados” por sus padres, tal como sucede con el primogénito de Elemak (cómo no), quien hereda lo peor de este. 
      Luego de tantas veces en que han sido perdonados villanos, como el recién mencionado Elemak y Mebbekew, más como un acto de amor que de piedad por parte Nafai y el resto, estos dos no pueden parecernos más desgraciados llegados a este punto de la saga.  El primero ha llegado al punto de humillar a su propio padre de manera espantosa, orquestando además los peores complots contra su gente; mientras que el segundo, incluso nos parece mucho más maldito que el anterior, pues por pura cobardía sigue a su hermano mayor y ante su incapacidad para ser autónomo (salvo para acostarse con todas las mujeres que pueda), se permite justificar muchos actos deleznables de su parte, tal como el intento de asesinato (una vez más) de gente de su propia sangre. La violencia orquestada por estos dos, tiene su peor momento en un crimen pasional que sucede una vez asentados en la Tierra, en uno de los episodios más sangrientos de esta serie de libros.
    Si continuamos con la impronta negativa que poseen en la historia los 2 hijos mayores de Volemak, nos volvemos a encontrar con el tema del sexo, como una pasión desbordante que entre los individuos más deplorables expresa justamente su naturaleza más bestial.  Si un homosexual reprimido como Zdorab, ha aprendido a inhibir sus impulsos, con lo que queda de manifiesto su personalidad heroica, gente como Elemak, Mebbekew, Kokor y Sevet (recordemos a estos otros personajes), las igual conflictivas hijas de Rasa con el ya fallecido villano Gaballufix, ostentan lo peor de sí a través de su erotismo desbordante.   Entonces, casi como si se tratara de una visión moralista, Card nos muestra el sexo en poder de personas como ellos, a manera de arma para manipular a los demás, así como de una demostración de posesión de sus parejas (ya que nunca los ven como a sus iguales); en cambio, nuestros héroes mantienen su sexualidad en privado, como una verdadera manifestación de su ternura y amor por quienes les acompañan.  Luego podemos seguir hilando fino, que nos pareciera que Card censura el adulterio y pese a ser mormón, no está de acuerdo con los matrimonios en los que los hombres, tenían bastantes esposas en su religión antiguamente; cabe recordar que de las costumbres de Basílica (en la que los enlaces duraban hasta que las mujeres anulaban sus contratos conyugales), se pasó a la idea de familias más nucleares y que es bien sabido en sus obras, este aspecto es fundamental en su obra. 
    También con respecto al tema central, destaca el empoderamiento que toma la figura de la mujer a lo largo de estas novelas y en especial en la que ahora mismo nos reúne.  Es así como en esta ocasión cabe mencionar la evolución por la que han pasado personajes tales como Eiadh, la esposa de Elemak: pues quien antes fuese visto como una fémina superficial, ahora ya convertida en una madre responsable, exhibe grandes dotes de heroísmo, al enfrentar a su manera al cada vez más odioso de su esposo.  De igual manera, la ocasión en la que esta sacrifica sus propios deseos para beneficio mayor de la comunidad, cuando recibe los agradecimientos de las otras de su género, representa sin dudas la nobleza anónima de todas aquellas que en la vida cotidiana, deben enfrentar atrocidades como las de su marido y aun así manteniéndose con la frente en alto.
     Continuando con el lugar de las mujeres dentro de esta entrega, viene a ser la científica genetista Shedemey, quien nos brinda por igual uno de sus mejores pasajes: cuando se enfrenta ella sola, a las huestes liderados por el gran villano de las últimas dos novelas de la saga, Elemak (¿Quién otro más?).  Distinta en muchos sentidos al resto de héroes que ya conocemos, la vemos optar por su propio camino, ahora que sus hijos han crecido.  Resulta por un lado triste y, por otro, admirable su nueva opción de vida, la que la convierte sin dudas en otros de esos poderosos personajes creados por Orson Scott Card.  Junto a ella no podía dejar de estar Zdorab, su esposo con el cual posee tan especial relación, quien también obtiene en estas páginas sus propios actos heroicos.

     En lo que concierne a las dos razas y culturas con las que se encuentran los viajeros y posteriores colonos de Armonía en la Tierra, llama la atención el contraste que encontramos entre ángeles y cavadores.  Es así que los primeros se muestran, tal como dice su nombre, como una especie pacífica y de carácter más o menos matriarcal; a estos mismos los cavadores los llaman reses del cielo, ya que se los comen.  En cuanto a los otros, denominados como demonios por sus víctimas, resultan ser más bien belicosos y con un sistema patriarcal.  No obstante a lo largo de esta obra, nos vamos dando cuenta de que ambas sociedades están emparentadas más allá de ser roedores evolucionados, lo que tiene que ver con su origen y costumbres que otorgan varias sorpresas más a los lectores.  Ninguna de ambas especies sabe o considera a la otra como sujetos pensantes y sintientes, hasta que entran en contacto con los humanos y con quienes los lazos luego se estrechan bastante, hasta convertirse ello en uno de los pilares argumentales de esta novela.  Luego, la intervención de los seres humanos, quienes son considerados como dioses entre estos, nos lleva al tema del impacto negativo o no, que pueden tener civilizaciones más avanzadas en otras, una vez que estas llegan a un lugar con estas características e intervienen en el curso normal de sus vidas; por lo tanto el impacto de este encuentro es abordado en la novela, aunque siempre bajo la mirada más optimista hacia nuestra naturaleza.  Tampoco se puede olvidar el papel que cumple la religión dentro de todo esto, puesto que el detalle de que los humanos sean dioses para los autóctonos y cómo se usa este conocimiento para controlarlo, viene a ser otro ejemplo de cómo un cruce de este tipo, deja su huella en los pueblos que están en estas condiciones.
     Entre los mencionados “autóctonos” cabe mencionar a 3 (o más bien 4) individuos:
     Desde las filas de los cavadores se encuentra otro personaje femenino destacable, la igualmente heroica Emezeem, quien significativamente entre los suyos posee una apariencia diferente y que por ello ha sido despreciada; es así que quien era considerada una paria, luego se vuelve líder entre su gente, con lo que a través de ella podemos darnos cuenta que ser distinto no significa ser menos que otros y que, al contrario, cualquiera nos puede sorprender con todo lo bello que puede haber dentro de sí.  

     “La madre de Emeez la llevó a la caverna sagrada cuando tenía seis años. Era un lugar milagroso porque era subterráneo pero no lo había cavado la gente. Así era su forma, un regalo de los dioses; ellos lo habían creado, así que ahí llevaban a los dioses para adorarlos. 
      La caverna era extraña, áspera y húmeda, no seca y lisa como los túneles de la ciudad. Un agua lodosa goteaba por doquier. Su madre le explicó que el agua dejaba una diminuta cantidad de limo con cada gota, y que con el tiempo formaba las macizas columnas. Pero ¿cómo era posible? ¿Acaso las columnas no sostenían el techo de la caverna? Si las columnas se formaban con el goteo del agua durante tantos años, ¿cómo se había sostenido el techo en un principio? Pero su madre le explicó que esta caverna estaba hecha de piedra.
       —Los dioses abren agujeros en las montañas así como nosotros arrancamos trozos de piedra para nuestras espadas. Pueden sostener un techo de piedra tan ancho que no llegas a ver el otro lado, ni siquiera con la antorcha más brillante. Y ningún viento, por fuerte que sea, puede arrancar el techo del túnel de los dioses. 
      Por eso son dioses, supongo, pensó Emeez. Había visto los efectos de una tormenta en la parte alta de la ciudad, donde había derribado tres árboles-techo de modo que la lluvia y el sol entraban en lo que antes eran cuartos de juegos y salas de reunión. Tardaron días en sellar los pasajes y crear nuevos túneles para reemplazar el espacio perdido, y durante ese tiempo dos primos y tres primas se habían quedado con ellos. Su madre se había vuelto loca, y a Emeez poco le había faltado. Eran gente reservada y tranquila, y no sabían vérselas con esos fisgones entrometidos. ¿Qué es esto, aprendemos a tejer a tan corta edad? Oh, sin duda ya te has fijado en algún joven apuesto que acaba de salir en su primera cacería, cosa pequeña y bonita. Una mentira. Porque Emeez no era una cosa pequeña y bonita. No era bonita. 
     No era pequeña. Y por cierto no era una cosa, aunque mucha gente la tratara como tal. Por lo pronto, era demasiado velluda. A los hombres les gustaban las mujeres de vello sedoso, no oscuro y tosco como el de ella. Y su voz no era atractiva. Trataba de hablar como su madre, pero Emeez no tenía esa musicalidad.”


      Luego destacan como ángeles pTo y Poto, ambos hermanos gemelos (que en realidad dentro de su especie son mucho más que ello, ya que están ligados de una manera más estrecha de lo que podamos imaginar), quienes son los primeros de entre los suyos en acercarse a los humanos, superando con ello su temor y respeto a quienes consideran deidades.  Su encuentro con los también llamados “antiguos”, resulta ser mucho más conmovedor que en el caso de la cavadora, como una muestra increíble de amor filial y nobleza; luego, cuando se conocen con la familia de nuestro querido Nafai, bien se puede decir que se trata de uno los pasajes más bellos de la saga.   En todo caso, je, no puede dejar de ser gracioso el nombre de estos personajes para los lectores chilenos, ya que acá al trasero (o culo como le dicen en España) le llamamos poto.

      “Un hombre joven tenía muchas cosas que hacer, había muchas tareas que la comunidad le exigía, aunque ya estuviera casado, y con una mujer notable como Iguo. Dado el extraordinario progreso de pTo, los demás querían emularlo, esperaban de él que fuese un modelo para los jóvenes. 
      Pero no todos. Muchos sólo lo consideraban un chasco, un escándalo en el peor de los casos. Era demasiado joven. Iguo sólo se había casado con aquel chiquillo porque su bisabuela Upua había hecho lo mismo con Kiti. Casarse con un hombre joven se había convertido en tradición familiar para las mujeres de ese linaje, y pTo no era Kiti, como muchos se apresuraban a señalar. 
      —Tú no eres Kiti —dijo Poto, el otro-yo de pTo. 
      —Mejor para ti que no lo sea —comentó pTo—. Su otro-yo murió el año en que él hizo su escultura y fue escogido por Upua. 
      —No puedes ir por ahí haciendo locuras. No van a perdonarte nada. Si eres brillante, dirán que eres altanero. Si titubeas, dirán que te habías excedido en tus ambiciones. Si eres cordial dirán que eres condescendiente. Si eres orgulloso dirán que eres soberbio. 
      —Entonces da lo mismo que haga lo que quiera. 
      —Sólo recuerda que también arrastrarás mi nombre por el lodo. Si tú eres un lunático, ¿qué soy yo? 
      —Una pobre víctima de mi locura —respondió pTo—. Quiero ir a la torre. 
      Descansando en la gruesa rama de un árbol, vigilaban un rebaño de gordos pavos. Los pavos eran bastante dóciles, demasiado tontos para saber qué les deparaba el destino. El peligro eran los diablos, pues les gustaba robar los rebaños de la gente. Los diablos eran criaturas haraganas que nunca hacían su propio trabajo, salvo cavar horribles agujeros en el suelo y tallar el corazón de los árboles. Durante la temporada de partos, acudían en gran número, y a veces robaban hasta un tercio de los neonatos de ese año. Por eso tanta gente había perdido a su otro-yo. Durante el resto del año, en cambio, perseguían bandadas y rebaños. 
      —Estamos de guardia —dijo Poto. —Estamos vigilando lo que no debemos —insistió pTo—. Los Antiguos de la torre son las criaturas más importantes del mundo.”

      Asimismo, un nuevo villano entra en escena, el cavador Fusum y quien pretende quitarle su poder a Emezeem, valiéndose para ello de sus engaños.  En cierto sentido este viene a ser la contrapartida entre los suyos del por igual hambriento de poder Elemak, con quien se asocia para cada uno sacar provecho de esta complicidad; no obstante, la asociación entre los dos se sostiene más en la necesidad, que en el aprecio mutuo (y habrá que ver luego cuál de los dos es más astuto y logra superar al otro).
     En cuanto al desenlace de esta novela, no puede dejar de recordarnos al episodio bíblico de la salida de los judíos de Egipto, liderados por Moisés; claro que en esta obra la huida, o más bien el periplo de los personajes, se realiza de una manera menos dolorosa que en el texto bíblico y que implica la muerte de los inocentes primogénitos.  Como siempre la pluma magistral de Card logra cautivarnos, con instantes inolvidables, que incluso le dan la oportunidad a varios de los protagonistas para brillar frente a nuestros ojos.


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