viernes, 14 de enero de 2022

Es difícil ser un dios.

 
1. Los participantes.
 
    La saga de Dune de Frank Herbert, considerada por muchos como la mejor en su género (¿O eso fue décadas atrás?), continúa en el tercer libro con Hijos de Dune (1976).  Más de una década ha pasado desde que Paul Muad' Dib desapareció en el desierto de Arrakis y el planeta como el resto del imperio son dirigidos por su hermana Alia, quien además está a cargo de los hijos huérfanos de su familiar.  Las cosas no son fáciles como siempre para los Atreides y por lo mismo nuevos complots hay en su contra, los que implican a la Casa Corrino (sus parientes) y la presencia de otras voluntades (algunas ya conocidas y otras recién introducidas en la trama), cuyas verdaderas intenciones solo quedan claras, luego de bien avanzada la novela.
     La historia es más compleja que nunca, ya que la narración se detiene en varios personajes, de modo que se trata una vez más de una "novela río" gracias a su manera de articular su argumento.  Es así, que nos encontramos con Alia, cuyo apodo de La Abominación  por fin se explica (¡Y vaya que resulta impactante y dramático este detalle!), siendo el personaje más dramáticos de todos.  Por otro lado, Dama Jessica vuelve a tener gran relevancia para la historia, si bien como es típico ya en esta serie, sus propósitos son ambiguos y en más de una ocasión dudamos de su bondad (a estas alturas, la verdad, apenas hemos presenciado verdaderos gestos de amor por parte de los personajes y, mucho menos, demostraciones de ternura... ¡Y es que en el universo de Dune prevalece la ley del más fuerte y los valores morales que más destacan son el honor y la lealtad, aparte de la valentía!).  Asimismo, los admirables Duncan Idaho y Stilgar, deben hacer cada uno por su cuenta que se mantenga el orden, ello a costa de más de un sacrificio personal y de ser considerados por otros como meros traidores.
    Los anteriores no son los únicos personajes importantes en la trama.  Y es que tenemos acá la bíblica figura del Predicador, un ciego nómada del desierto que está creando conmoción en la población (y en especial entre los Fremen y el gobierno) con su discurso político-religioso.  Por otro lado, el secreto de su identidad es algo que tendrá mucha relevancia para el devenir de los acontecimientos.
    Y, también tenemos nada menos que al heredero del destronado Shaddam IV, el príncipe Farada'n, otro sujeto de una tremenda ambigüedad moral, quien está en medio del complot para devolver a su familia el poder que otrora tenía.  Lo acompañan su madre, una mujer arpía que nos recuerda a la villana de la primera novela, la Reverenda Madre Gaius Helen, si bien sus propósitos son por completo egoístas; y, por otro lado, con un fiel general Sardaukar, el cual le otorga la riqueza dimensional que le faltaban a los suyos, desde hace rato.
     Y es cuando llegamos a los hermanos gemelos Ghanima y Leto II, hijos de los desaparecidos Chani y Paul.  Nacidos con poderes aún mucho más grandes que los de su padre y abuela, solo se tienen a sí mismos y deben crear un plan para remediar el caos que está por venir, ello a costa de un precio muy alto, que incluye incluso el valor de sus vidas.  Cabe mencionar que será del chico, de quién saldrá la noción de la Senda de Oro, concepto que será tan valioso a partir de este momento en la saga.


 
2. Los temas.
 
    El libro, casi de manera más fuerte que con sus predecesores, vuelva a tratar el tema de la relación estrecha entre religión, política y gobierno.  Se nos deja claro la manipulación que hay detrás de ello, habiendo corrupción debido a la avaricia y la sed de poder; por lo tanto, la única fe respetable que aquí hayamos es la del pueblo y la gente sencilla, de modo que solo alguien como Stilgar puede ser apreciado por su discurso y actitudes más consecuentes que la de los integrantes de familias poderosas.  Cabe mencionar que sujetos como Paul y Alia, con todos los beneficios que les trajeron sus envestiduras, son sujetos infelices y que apenas han conocido la plenitud.  El resto se encuentra en situaciones parecidas y para llegar a la mencionada Senda de Oro, las autoridades nos recuerdan esa máxima de Maquiavelo que dice:
 
"Al Príncipe mejor que se le tema, a que se le ame".
 
    No podemos olvidar todo lo relacionado con la ecología, tan caro a la entrega inicial de esta serie literaria.  Es así que en Hijos de Dune se retoma esto, pero ahora demostrándonos los efectos nocivos que pueden tener en un ecosistema, la intervención del ser humano.  En este caso no estamos hablando de contaminación tal y como estamos acostumbrados a ver en la vida real y la manera de cómo se presenta esto en las obras de ciencia ficción catastróficas; sino que más bien se refiere a los cambios de todo un ecosistema, que pretendiendo mejorar la calidad de vida de sus habitantes, resultan ser tan intrusivos que perjudican el ciclo de la vida del lugar y, en especial, de su flora y fauna.  Por lo tanto, se pone en el tapete de estas páginas la dicotomía de responsabilidad/irresponsabilidad respecto a nuestra intervención en el medio ambiente.  Respecto a todo esto, muchos de los actos y palabras del Predicador y de Leto II, no dejan de abordar tal problemática.
 
3. Algo más que decir.
 
    Volvemos a encontrar interesantes citas al comienzo de cada capítulo, sacadas de todo tipo de libros ficticios, cuyo autor principal en las últimas líneas será sorpresivamente revelado.  Cabe recordar que el sentido de sus líneas, siempre está estrechamente ligado a lo que sucede luego de dichos encabezados.  La inteligencia de Herbert es maravillosa, en especial por la calidad argumentativa de estos pequeños fragmentos, los cuales tratan de temas tan valiosos como las ya mencionadas religión, política y ecología, además de otros como el liderazgo, las leyes del comercio y la tradición, entre otros.  En todo caso, a veces se trata de pasajes oscuros que para más de un lector pueden ser confusos debido a su manera discursiva y, por lo mismo, resultar aburridos.
     Los hermanos Atreides poseen una inteligencia abrumadora, una que nadie logra estar a su altura (ni el propio Muad' Dib) y aunque aparentemente poseen el cuerpo de unos imberbes (unos doce años), poseen en su interior los conocimientos y las vidas de miles de generaciones.  La personalidad de ambos y la manera de cómo hablan a nadie dejará indiferente.  Considerando la época en la que fue escrita esta obra y el precedente en que se ha transformado, un lector ávido del género y de sus grandes títulos, puede llegar a pensar que Orson Scott Card se inspiró en estos para delinear a sus genios precoces de El Juego de Ender y sus posteriores secuelas; eso sí, el autor mormón a sus creaciones los dotó de una humanidad sobrecogedora, que no logramos apreciar en estos dioses encarnados y por los cuales podemos sentir simpatía (aunque no sobrecogimiento).
    Hay un montón de momentos memorables en la novela y da la impresión de que cada secuela es mejor que la anterior.  Mucho placer provoca leer este texto, pero en determinada parte de su desarrollo pareciera ralentizar su ritmo y, sin embargo, ya cerca del clímax ocurre algo demasiado increíble y que bien nos podría recordar las posteriores lecturas de Brandon Sanderson y sus personajes con superpoderes (algo, también, tan propio del manga, del anime y de las historietas marvelitas y deceístas).  Luego tenemos un desenlace que está a la altura de los Dune y El Mesías de Dune, lleno de ese drama tan shakesperiano al que nos tiene ya acostumbrados el buen Herbert... Pero, además, nos regala un último episodio a manera de epílogo, una promesa que nos adelanta lo que podríamos llegar a vislumbrar, en la siguiente trilogía que aún estoy por descubrir.

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