Hard
Case Crime es una pequeña editorial estadounidense, famosa por publicar novelas
originales de suspenso y policiales, en preciosas ediciones en formato de
bolsillo y tapa blanda; a través de sus títulos, su intención es la de emular,
apoyados además por sus portadas retro, las viejas colecciones del género que se
vendían en los kioscos de antaño a muy bajo precio y en papel de baja calidad
(estas eran las llamadas pulp fiction). Era de suponer que un escritor amante de la
literatura de “masas” como esta, cual Stephen King, no dudara en sumarse al
proyecto de la mencionada compañía. En
2005 el autor de Cementerio de Animales y de Salem´s Lot tuvo su
primera incursión en el proyecto de esta empresa, con Colorado Kid, novela que
debido a su éxito tiene incluso una muy especial adaptación en formato de serie
de televisión, que ya va en su quinta temporada. En
2013 el llamado “Rey del Terror” realizó su último aporte a la fecha para Hard
Case Crime, con una segunda obra; esta nueva joyita suya, para muchos resulta
mucho mejor que la que le precedió, en especial por su carácter tan emotivo,
algo no tan habitual en las narraciones sobre crímenes (aunque sí muy propio de
su autor). El nombre de este libro es Joyland,
el cual en sus casi 300 páginas de
extensión (lo que es poco en un título del señor King, aunque sí corresponde al
tamaño habitual de estas “novelitas” de bolsillo) va mucho más allá del
misterio policial, para narrar una trama acerca de la inocencia de la vida, la
amistad y las maravillas que posee el mundo mismo.
A
diferencia de muchos otros textos de Stephen King, su argumento no transcurre
en su Maine natal, sino que en Carolina del Norte, ambientándolo además en el
año de 1973, mientras su protagonista posee unos significativos 21 años (cabe
recordar que para muchos países, es recién pasadas las dos décadas de vida, que
sus ciudadanos alcanzan la mayoría de edad o al menos eso era antes de que se
consideraran los 18 como la nueva edad tope, del paso de la infancia y/o
adolescencia a la adultez). Como en
otras ocasiones en la pluma de este autor, el personaje principal oficia de
narrador, tras largo tiempo pasado desde sus aventuras, todo a manera de
remembranzas. Devin Jones es un
estudiante universitario de Literatura o cualquier otra rama de las Humanidades
ligado a ella, quien durante la temporada estival arrienda un cuarto en una
pensión, mientras para ganar algo de dinero se dedica a trabajar en un parque
de atracciones, donde le toca prácticamente hacer de todo (desde hacer
mantenimientos a los juegos, hasta “vestir las pieles”, o sea, ponerse el
caluroso traje del perro mascota del lugar, entre otras actividades). El
parque se llama justamente Joyland y pese a su aire festivo,
guarda un oscuro secreto: unos años atrás una jovencita fue asesinada en su
Casa Embrujada, en circunstancias que nunca pudieron ser dilucidadas; a su vez
se dice que dentro de sus muros el fantasma de la víctima se aparece, idea que
acapara la atención del muchacho, quien comienza a investigar ayudado por una
amiga para descubrir el misterio, además de intentar encontrarse con el
espíritu del lugar. Entre medio, Devin
conoce a un adorable niño de 10 años, quien tiene una enfermedad terminal, lo
que lleva a nuestro héroe a querer hacerle el más grande regalo de su vida: tener
para él solo y su madre Joyland durante unas cuantas horas.
Conocido es de parte de Stephen King su aprecio y admiración por muchos
de sus colegas, entre quienes le antecedieron y sus contemporáneos, a los
cuales una y otra vez les ha rendido tributo (directo e indirecto) en numerosos
de sus trabajos. Pues en el caso
concreto de este libro suyo, abundan sus constantes referencias a la literatura,
desfilando entre sus páginas (una vez más) Charles Dickens, Sir Arthur Conan
Doyle y su célebre Sherlock Holmes, Tolkien y El Señor de los Anillos,
Lovecraft con sus horrores cósmicos, J. K. Rowling y su Harry Potter. No obstante al autor a quien en este caso
concreto, ya sea de adrede o no, el padre de Carrie le hace un sentido
homenaje es a Ray Bradbury: Entre las novelas de este último señor de las
letras, se encuentra su nostálgico libro El Vino del Estío, texto que
transcurre durante las vacaciones de verano de su niño protagonista, quien vive
un montón de aventuras y es testigo de otras, rodeado de sus vecinos, muchos de
ellos personajes entrañables por la singular forma en que los caracteriza su
autor, quien además los dota de una imagen idealizada, donde abundan las buenas
intenciones y la alegría de vivir; asimismo esta obra resulta ser un retrato
acerca de los últimos días de la inocencia o al menos una fotografía acerca de
esta etapa de la vida, que bien se sabe que en algún momento acabará. Pues Devin Jones en un momento de su
narración afirma que este fue el último verano de su infancia, pues luego de
los acontecimientos que le tocó vivir durante ese tiempo, por supuesto que sale
cambiado (aunque no para mal); además se encuentra el hecho de que cuando llega
el universitario a su nuevo hogar durante este periodo, todavía es virgen,
cualidad que marca su personalidad y esencia, de modo que cuando por fin se
convierte en todo un hombre (y no solo por el hecho de conocer mujer), como el Héroe de las Mil Caras de Campbell, ha
ganado un conocimiento y/o atributo que le otorga una sabiduría que antes no
poseía. Por otro lado, y en el tono más
“bradburyano” de la palabra, nuestro joven aspirante a escritor se ve rodeado
de un montón de gente tanto o más noble que él, desde la casi maternal dueña de
la casa que le arrienda su cuarto, hasta sus jefes y compañeros de trabajo,
pasando por quienes llegan a hacerse sus amigos; por lo tanto Joyland y sus
alrededores (que corresponden a un muy querido recuerdo para Devin Jones, quien
ahora ya es un anciano) resultan ser el
paisaje adecuado para despedir esos años de juventud, pese a que en ellos anida
el mal, escondido y a la espera de poder salir de nuevo a hacer de las suyas.
Tal
como en varios de sus trabajos más clásicos, entre los que se pueden mencionar Ojos
de Fuego, La Zona Muerta y El Resplandor, Stephen King
introduce el elemento sobrenatural, maravilloso y fantástico en Joyland, con
una verosimilitud que muchos otros autores quisieran poseer. Si bien los hechos de este tipo en la
novelita en cuestión, se presentan de forma mucha más sutil que en los otros
textos mencionados, cuando hacen su intervención regalan al lector de esos momentos
tan de King, que sus “lectores constantes” gozamos como verdaderos niños.
“—Una sombra se cierne sobre ti, joven —anunció.
Bajé la mirada
y vi que tenía toda la razón. La sombra de la Carolina Spin caía sobre mí.
Sobre ambos.
—Esa no,
idiotinik. Sobre tu futuro. Vas a tener hambre.
Ya me gruñía
el estómago, pero pronto daría buena cuenta de un bocata Pup-A-Licious.
—Muy interesante,
señora… eh…
—Rosalina Gold
—dijo al tiempo que alargaba la mano—, aunque puedes llamarme Rozzie. Todo el
mundo lo hace. Pero durante la temporada… —Se metió en su personaje; era como
Bela Lugosi pero con pechos—. Diurrante la temporrada, yio… soy… ¡Forrtuna!
Le estreché la
mano. Si hubiera estado disfrazada de su personaje, media docena de pulseras
doradas habrían tintineado en su muñeca.
—Encantado de
conocerla. —Y tratando de imitar su acento, dije—: Yio… soy… ¡Devin!
No le hizo
gracia.
— ¿Es un nombre
irlandés?
—Correcto.
—Los
irlandeses están llenos de pesar y muchos tienen la visión. No sé si es tu
caso, pero conocerás a alguien que sí la tiene.
En realidad me
encontraba rebosante de alegría… además de abrigar ese incomparable deseo de
engullir un perrito Pup-A-Licious, preferiblemente bien cargado de chile. La
experiencia de aquel día se me antojaba una aventura. Me dije que probablemente
esa sensación disminuiría cuando estuviera fregando los lavabos al final de un
día concurrido o limpiando vomitonas de los asientos en el Remolino, pero en
aquel momento todo parecía perfecto.
— ¿Está usted
practicando su número?
Se enderezó
cuan larga era; mediría alrededor de un metro cincuenta y cinco.
—No es número,
muchachito. —Pronunció niúmerro—. Los judíos son la raza psíquicamente más
sensible de la tierra. Todo el mundo lo sabe. —Abandonó el acento—. Además,
Joyland es mucho mejor que montar un local de quiromancia en la Segunda
Avenida. Con pesar o sin él, me gustas. Desprendes buenas vibraciones.
—«Good
vibrations», una de mis canciones favoritas de los Beach Boys.
—Pero estás al
borde de un gran pesar. —Se calló, el viejo truco para dar énfasis—. Y, tal
vez, peligro.
— ¿Ve una
mujer hermosa con el pelo negro en mi futuro? —Wendy era una mujer hermosa con
el pelo negro.
—No —respondió
Rozzie, y lo que añadió a continuación me dejó paralizado—. Está en tu pasado.
Entendido.
La esquivé y me
dirigí al puesto de perritos, procurando ni siquiera rozarla. Era una
charlatana, no me cabía la menor duda, pero aun así, tocarla en aquel momento
me parecía una idea pésima.
No sirvió de
nada. Echó a andar a mi lado.
—En tu futuro hay una niña y un niño pequeños.
El chico tiene un perro.
—Un Perro Feliz, seguro. A lo mejor se llama
Howie.
Prestó oídos
sordos a este último intento de frivolidad.
—La niña tiene
puesta una gorra roja y lleva una muñeca. Uno de los dos posee la visión, pero
no sé cuál. No alcanzo a verlo.
Apenas oí esa
última parte de su discurso. Pensaba en su declaración previa, emitida en un
acento plano de Brooklyn: Está en tu
pasado.
Madame
Fortuna, según descubrí, se equivocaba muchas veces, pero sí que parecía poseer
una auténtica capacidad psíquica, y el día en que me entrevistaron para el
trabajo estival en Joyland, la pitonisa carburaba a toda máquina”.
Llamativo
resulta ser que su protagonista pese a su enorme deseo de encontrarse con el
fantasma y contar con dos personas que poseen sin duda el “don”, nunca llega a
encontrarse directamente con la presencia del mundo sobrenatural, salvo cuando
por fin es “liberada” la especial habitante de la Casa Embrujada y durante
algunos de sus diálogos con quiénes sí tienen acceso a esta otra realidad. De este modo nuestro querible muchacho
destaca más por su “normalidad”, que es donde radica su belleza como persona,
ya que ello es lo que lo mueve a convertirse en un sujeto admirable, o sea, a
realizar sus actos propios de alguien de su edad y de un corazón grande como el
de un león (parafraseando al mismo King, en su igualmente preciosa novela Corazones
en la Atlántida); todo ello lo enaltece por su manera de entregar amor
y superar sus propias cuitas de forma tan real.
Otro
detalle que destaca en la novela, es el lenguaje utilizado en ella, ya que como
en muchas ocasiones a lo largo de su carrera, el artista alterna entre un
lenguaje bastante informal (en especial durante los diálogos), donde abundan
los términos propios de la lengua coloquial y que en su versión en español para
los lectores latinoamericanos pueden ser engorrosos, con una narración mucho
más culta e incluso poética. Esta
técnica permite dotar a sus personajes de la credibilidad, que los hace tan
cercanos en la cotidianeidad de sus discursos y conducta.
Quien esperara hallar en Joyland
al escritor gore y macabro de muchos
de sus otros relatos, bien puede llevarse una decepción; no obstante aquel que
quiere reencontrarse con el King más humano y sensible, bien puede ser que
llegue a emocionarse hasta las lágrimas en más de una ocasión, como cuando por
primera vez Devin “viste las pieles”, realiza una muy sentida visita a un colega
al hospital o, por último, durante su última conversación con la maravillosa
dama que lo convirtió en un hombre nuevo.
¡Qué buena elección, Elwin! Me encantó esta novela, al igual que "Colorado Kid". Creo que mostraron que el maestro King se maneja igualmente bien en otros géneros además del terror (aún me falta por leer Mr. Mercedes). Su grandes baza son, para mí, la atmósfera de ensoñación y nostalgia, y la capacidad que muestra para retratar a su país y a sus gentes, con ese toque fantástico que logra, que casi parece un realismo mágico a la estadounidense.
ResponderEliminarEn cuanto a Hard Case crime, y aunque la edición de Mondadori no está nada mal, me hubiese gustado que respetasen el formato original, con ese homenaje a las viejas novelas de bolsillo (lo que en España se llamaban "novelitas de a duro", pues ese era su precio aproximado hace muchos años: un duro = cinco pesetas), incluido el membrete y la portada "retro".
En mi opinión, esta es una novela que crecerá con el tiempo.
Es una satisfacción muy grande para mí, amigo Tomás, que otro "lector constante" de S. K, como tú, se haya fijado en este texto que escribí con tanto cariño. Recuerdo que el año pasado leí tu genial crítica sobre este libro, gracias a la cual supe que existía; menos mal que mi memoria es frágil, así que cuando por fin me adentré en sus páginas, había olvidado todo lo que me enteré a través de tus palabras. Esta semana pretendo comprarme ojalá tres libros suyos de los que tengo pendiente, pues bien poco he leído estos últimos años, al autor que más me ha marcado en la vida. Saludos desde Chile.
Eliminar