viernes, 3 de abril de 2015

El Poder de las Palabras.


       Para un lector ávido de nuevas lecturas de la febril imaginación de Clive Barker, encontrarse con un reciente libro suyo traducido a nuestra lengua, bien puede ser todo un regalo.  Y es que para pesar de la comunidad hispanoamericana, el autor de Hellraiser, Imagica y Cabal, entre tanto otros textos recomendables de horror y fantasía, bien poco ha sido considerado por nuestras editoriales.  Al principio de su carrera fue posible disfrutar de la mayoría de estos, pero con los años se discontinuaron estas versiones en español y hoy día solo gracias a La Factoría de Ideas (que posee un inmenso catálogo de obras sobre estos géneros y ciencia ficción), hemos podido acceder a posteriores ediciones de algunos de sus clásicos y de unos pocos más que nunca antes habían aparecido en la Madre Patria y sus antiguas colonias.  Demonio de Libro (Mister B, Gone) corresponde a una de sus “últimas” novelas, pues data de 2007, de modo que sus lectores de antaño al tenerlo en sus manos pueden hacerse una idea mejor de su evolución como autor y saber en qué van sus narraciones actuales.  Tal como en el principio de su carrera literaria, corresponde a una novela corta o de leída rápida, a diferencia de sus libros más extensos como la ya mencionada Imagica y El Gran Espectáculo Secreto
    ¿Y de qué se trata la obra en la cual me detengo ahora? Pues es la autobiografía de su protagonista, Jakobok Botch, un demonio menor que lleva siglos atrapado en un libro y que hace lo posible por convencer a su lector para que queme el documento, de modo de ser liberado de su tormento.  De este modo Barker juega con la ficción, convirtiendo a su lector real en protagonista de esta fantasía oscura al apelar en varias ocasiones a uno mismos y donde su relato permite ir más allá del acto de contar una historia de carácter demonológico, pues se trata de una honda reflexión sobre nuestra propia naturaleza humana (como bien lo son los papeles que cumplen el bien y el mal, el amor y el odio y el arte en el mundo).  La novela comienza en el mismo Infierno, donde vive su protagonista junto a sus padres y a su hermana menor.  Inmediatamente llama la atención la descripción que el autor hace del lugar, bastante parecido a nuestro mundo, ya que habla de barrios, casas, muebles, pandillas y demases. De este modo, dicha semejanza deja clara la “humanización” con la que esta obra trata a los demonios, ya que Barker a través de su propia monstruosidad refleja lo mejor y lo peor (bueno, en este caso lo PEOR) de nosotros mismos.  Botch, quien después se hará llamar simplemente Señor B, no tiene la mejor relación con su padre (bueno, son demonios, de modo que no se les puede pedir que existan buenos sentimientos entre ellos ¿No?) y ello será el principal motivo de su llegada al mundo exterior donde habitan los humanos.   Al llegar a la Tierra realiza un viaje que abarca siglos, solo, luego junto a otro demonio con quien mantiene un muy especial lazo de amor y odio, y por último otra vez en solitario.  Durante su periplo “arriba” se dedica a realizar maldades propias de su condición, las que el autor describe con el mismo efecto gore tan habitual en su literatura:

    “Entonces el demonio guerrero se volvió y miró a través de la ventana al interior del taller. Incluso para alguien como yo, que había visto montones de enemigos con formas estrafalarias merodeando por la basura del Noveno Círculo, aquel demonio resultaba especialmente horrible. Tenía los ojos del tamaño de naranjas que le sobresalían de unos pliegues de carne color rojo intenso. Su inmensa boca era un túnel repleto de dientes afilados como agujas entre los que emergía una serpenteante lengua negra con la que lamía el cristal. Sus enormes y ganchudas garras, que todavía chorreaban luz del último ángel que habían masacrado, golpeaban el cristal.
   (…)
    “Pero ni las oraciones ni las armas sirvieron para evitar la mirada de aquella criatura, ni para apartarla de la ventana. Aplastó su cara contra el imperfecto cristal y dejó escapar un sonido tan estridente que hizo vibrar la ventana. Entonces el cristal se quebró, se hizo añicos de repente y los fragmentos salieron disparados por el taller. Varios trozos de cristal, impregnados de baba de demonio, estaban ahora bajo su control y volaron con una precisión infalible hasta derramar sangre por el taller. Uno de los pedazos más grandes se dirigió al ojo del hombre calvo; otros dos rebanaron las gargantas de los dos hombres que se encargaban de las letras. A lo largo de los años había presenciado tantas muertes que ya no experimentaba emoción alguna ante escenas como aquella. Pero para los testigos humanos aquello suponía una invasión de horrores en un lugar en el que habían sido felices y aquella violación les hacía proferir gritos de dolor e ira frustrada. Uno de los hombres que aún seguían ilesos acudió a ayudar a la primera de las víctimas del demonio, el del ojo atravesado por el cristal. Ignorando el peligro que representaba la proximidad del asesino, el hombre se arrodilló y sostuvo en su regazo la maltrecha cabeza de su compañero. Mientras tanto recitaba con calma una sencilla oración que el moribundo, entre tics y espasmos, reconoció y trató de recitar con él. La tierna tristeza de aquella escena repugnó visiblemente al demonio, que empleó su mirada saltona para examinar todos y cada uno de los fragmentos de cristal que habían quedado suspendidos en el aire por sus poderes hasta seleccionar uno que no era ni el más largo ni el más grande, pero cuya forma denotaba fuerza.
    Utilizó su poder para dirigir la punta hacia el techo y el cristal se elevó obedientemente. Mientras ascendía, se giró de modo que el extremo más afilado apuntaba hacia abajo. Supe lo que venía a continuación y quise formar parte de ello. El fragmento estaba justo sobre el hombre que se había arrodillado para arropar a su colega herido en su regazo. Ahora era él quien estaba a punto de morir. Agarré a la llorosa víctima por el cabello y volví su rostro hacia arriba justo a tiempo para que viera cómo la muerte se le venía encima. No tuvo siquiera tiempo de liberarse de mí: el cristal acuchilló su mejilla empapada en lágrimas, justo por debajo del ojo izquierdo”.

     Lo que puede llamar la atención respecto a las actividades malignas de este “demonio de libro”, es que varias de las pellejerías que realiza tienen como víctimas a verdaderos personajes perversos; de este modo tal como declara la tradición al respecto, lo que hace no es otra cosa que “castigar” a estos sujetos por su actuar tan poco cristiano.  Quitoon es el nombre que recibe el amigo del protagonista, con quien mantiene una relación platónica enfermiza, puesto que el otro diablo llega a humillar y a lastimar constantemente a quien lo ama y pese a todo alberga esperanzas de conseguir su incondicionalidad.  Un día ambos llegan a las puertas de Alemania, a la misma ciudad donde Gutenberg, el creador de la imprenta, está a punto de estrenar su invento…Es así como ello se convierte nada menos que en la perdición de Jakobok.
    No es la primera vez en que Clive Barker usa como personajes a demonios, alejándose de los rígidos estereotipos del monstruo de turno.  Ya en dos de sus cuentos de juventud, pertenecientes a los célebres Libros de Sangre, usó a estas criaturas con un protagonismo con el cual se permitió desarrollar en ellos aspectos inauditos en la narrativa de terror.  Es así cómo se puede mencionar El Geniecillo y Jack, donde por primera vez se permitió describir el Infierno desde el punto de vista de sus habitantes y usando como coprotagonista de su historia a un demonio de baja calaña, como a posterioridad lo haría en Demonio de Libro.  Asimismo en otro cuento suyo de esta colección, La Última Ilusión, mostró a una de estas criaturas infernales, despojándola de su faceta maligna, convirtiéndola además en la amante y protectora de uno de los personajes de dicha narración.  Cabe mencionar que uno de los temas recurrentes en la obra de este escritor, viene a ser la idea de la aceptación de la monstruosidad propia de sus personajes, como un simbolismo del autoreconocimiento de la identidad individual; de este modo la condición de parias y seres extraños, viene a ser una proyección de la diversidad frente a la aparente “normalidad” de la mayoría, por lo que el monstruo humanizado cliverkiano, no viene a ser otra cosa que el hombre y la mujer que ha aceptado su singularidad frente a los demás.  A su vez teniendo en cuenta que por años Cliver Barker ocultó su propia homosexualidad, bien se podría considerar este “abrazo a la monstruosidad” como un reconocimiento encubierto a aceptarse a sí mismo, siendo que para las mentes más obtusas el tema provoca rechazo (puesto que en aquel entonces aún era demasiado complicado reconocer de forma pública algo así).  Ligado a lo anterior, es que ya otro de los relatos que componen su recomendable colección de cuentos, En las Colinas las Ciudades, fue quizás el primer texto del género en tener a una pareja gay como personajes y tratados de la manera más natural del mundo; asimismo el ya mencionado cuento La Última Ilusión retrata una relación homoerótica entre el citado demonio y el brujo de dicha historia.  A su vez en Imagica, novela propia de su posterior consagración como escritor de terror, una vez que declaró públicamente su homosexualidad, de igual modo usó a personajes homosexuales dotándolos de gran preeminencia…  Entonces no puede extrañar a sus lectores habituales que Jakobok tenga una relación de este tipo (si bien platónica) con Quitoon.  Luego en la literatura de este autor es una constante la temática gay, si bien no como pilar argumental, aunque sí como una manifestación más de los sentimientos humanos.

    Algo que también puede llamar la atención en la caracterización de Botch, viene a ser su capacidad para amar, lo que además tiene que ver con su dimensión más sensible, que lo hacer ser un ser que puede tanto ilusionarse, como sentir frustración, además de existir en él la habilidad para apreciar la belleza:

     “Cuando la chica alzó la vista y me vio, yo esperaba que se pusiera a chillar pidiendo ayuda, pero no; simplemente se limitó a sonreír.
     ¿Cómo puedo expresar el efecto que aquella sonrisa provocó en mí al aparecer en aquel rostro carente de defectos? Señor, qué hermosa era; era la primera cosa realmente bella que había visto en mi vida. Lo único que quería hacer en aquel momento era sacarla de aquel sepulcro rodeado de árboles, con el guiso de carne de demonio hirviendo a fuego lento en una olla y las colas cociéndose en la otra.
   Cawley la había obligado a realizar aquella macabra y espantosa tarea, no cabía duda. ¿Qué más pruebas necesitaba que la sonrisa que se dibujó en su cara cuando levantó la vista de su espeluznante cometido? Vio en mí a su salvador, a su liberador.
   — ¡Rápido! —dije. Con una agilidad que me sorprendió, salté la pila de huesos que nos separaba y la agarré de la mano—. Ven conmigo antes de que nos alcancen.
   Su sonrisa permaneció inalterable.
   —Hablas bien —me dijo.
   —Sí… Supongo que sí —respondí, sorprendido de que el poder del amor hubiera dominado a la fuerza que convertía mis palabras en gruñidos. ¡Qué felicidad, poder expresarme de nuevo!”.

    Por lo tanto si bien este demonio no deja de ser una criatura orientada al mal, es capaz de sentir una gama compleja de emociones, que lo dignifican aún en sus más sórdidas bajezas.  De este modo, como bien se trata de una obra de arte que sirve como reflejo distorsionado de nuestra humanidad, aún los sujetos más rastreros son poseedores de un alma que puede albergar esperanzas y hasta la necesidad de otros; por ende la imposibilidad de compartir con los demás el real significado del amor, sería lo que luego convierte a algunos en verdaderos monstruos (Jakobok incluso llega a dar muestras de sentir una especie de compasión, por alguien más que no sea él mismo).  Además los demonios del libro pueden morir, porque Barker los insufla de una dimensión que supera las de las convenciones habituales de este tipo de ficciones.
    Siendo que la novela se encuentra ambientada en plena Edad Media, si bien abarca varios siglos durante este periodo, el novelista describe un mundo donde por lo general la religiosidad sirve para encubrir las mismas bajezas de los seres humanos, que comparten con los demonios la inclinación hacia el mal.  Solo hacia el espectacular clímax de este título, en el que por fin nos enteramos por qué razón nuestro antihéroe llegó a habitar en contra de sus deseos las páginas de un libro, es posible encontrar una persona capaz de albergar virtudes (siendo este nada menos que un importante personaje histórico).
     No solo habitantes del Infamundo pululan en esta novela, sino que también aparecen los ángeles, quienes cumplen un papel fundamental hacia el final de esta obra.  Barker los describe de tal manera, que los convierte sin duda en seres tan extraordinarios (y hasta cierto punto ajenos) a la naturaleza humana, por cuanto son más parecidos a los demonios que a los hombres.  Por otro lado, sus intereses pueden resultar extraños, por cuanto representan al Cielo, puesto que seres humanos y demonios apenas pueden comprender sus designios.  Como elemento que le otorga un valor agregado a toda esta ficción, se haya el hecho de que Barker concibe aquí un extraño pacto entre Cielo e Infierno, lo que deja más claro que nunca como en gran parte de su obra, que su narrativa se aleja de los maniqueísmos arquetípicos, puesto que sus “monstruos” son mucho más que una excusa para asustar o provocar asco.  Es así que sus ángeles poseen un aspecto tan hermoso, como raro.
     Un rol destacado en el argumento de esta obra viene a tener la literatura misma, ya que el gran invento y revolucionario que van a conocer Jakobok Botch y Quitoon al dirigirse hacia Alemania, tiene que ver con el nacimiento del libro como un instrumento de acceso a todo el mundo.  Es así cómo estos dos no son los únicos demonios en sentirse atraídos hacia el lugar, estando presentes también un importante grupo de seres angelicales, ya que queda de manifiesto la importancia que tendrá este artefacto en el desarrollo de la Humanidad.  Por tanto la palabra convertida en un medio para expresar las ideas, siendo además estas masificadas gracias a la invención de la imprenta, sería una de las mayores fuentes de poder para influenciar en el corazón de los humanos.  Es así que luego el propio protagonista de esta historia, vive en carne propia el efecto de tal verdad, lo que queda expresado tanto desde el principio, como hacia el final de tan recomendable obra.  De este modo, tal como se citan algunos pasajes bíblicos en el texto (En el Principio era la Palabra…) nuestro mundo (o más bien nuestra realidad) se encuentra organizado  y le damos sentido en la medida que le otorgamos valor a lo que decimos (y eso por eso que Botch cuando comienza a ser llamado simplemente Señor B, adquiere una dignidad que antes de ello nunca pudo apreciar, así como reconoce el efecto que tiene la palabra para expresar aquello que apenas es capaz de ser descrito, debido a la verdadera naturaleza inefable, que tienen los sentimientos y la realidad misma).

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