Para un lector ávido de nuevas lecturas de la febril imaginación de
Clive Barker, encontrarse con un reciente libro suyo traducido a nuestra
lengua, bien puede ser todo un regalo. Y
es que para pesar de la comunidad hispanoamericana, el autor de Hellraiser,
Imagica
y Cabal, entre tanto otros textos recomendables de horror y
fantasía, bien poco ha sido considerado por nuestras editoriales. Al principio de su carrera fue posible disfrutar
de la mayoría de estos, pero con los años se discontinuaron estas versiones en
español y hoy día solo gracias a La Factoría de Ideas (que posee un inmenso
catálogo de obras sobre estos géneros y ciencia ficción), hemos podido acceder
a posteriores ediciones de algunos de sus clásicos y de unos pocos más que
nunca antes habían aparecido en la Madre Patria y sus antiguas colonias. Demonio de Libro (Mister
B, Gone) corresponde a una de sus “últimas” novelas, pues data de 2007,
de modo que sus lectores de antaño al tenerlo en sus manos pueden hacerse una
idea mejor de su evolución como autor y saber en qué van sus narraciones
actuales. Tal como en el principio de su
carrera literaria, corresponde a una novela corta o de leída rápida, a
diferencia de sus libros más extensos como la ya mencionada Imagica
y El Gran Espectáculo Secreto.
¿Y de
qué se trata la obra en la cual me detengo ahora? Pues es la autobiografía de
su protagonista, Jakobok Botch, un demonio menor que lleva siglos atrapado en
un libro y que hace lo posible por convencer a su lector para que queme el
documento, de modo de ser liberado de su tormento. De este modo Barker juega con la ficción,
convirtiendo a su lector real en protagonista de esta fantasía oscura al apelar
en varias ocasiones a uno mismos y donde su relato permite ir más allá del acto
de contar una historia de carácter demonológico, pues se trata de una honda
reflexión sobre nuestra propia naturaleza humana (como bien lo son los papeles
que cumplen el bien y el mal, el amor y el odio y el arte en el mundo). La novela comienza en el mismo Infierno,
donde vive su protagonista junto a sus padres y a su hermana menor. Inmediatamente llama la atención la
descripción que el autor hace del lugar, bastante parecido a nuestro mundo, ya
que habla de barrios, casas, muebles, pandillas y demases. De este modo, dicha
semejanza deja clara la “humanización” con la que esta obra trata a los demonios,
ya que Barker a través de su propia monstruosidad refleja lo mejor y lo peor
(bueno, en este caso lo PEOR) de nosotros mismos. Botch, quien después se hará llamar
simplemente Señor B, no tiene la mejor relación con su padre (bueno, son
demonios, de modo que no se les puede pedir que existan buenos sentimientos
entre ellos ¿No?) y ello será el principal motivo de su llegada al mundo
exterior donde habitan los humanos. Al
llegar a la Tierra realiza un viaje que abarca siglos, solo, luego junto a otro
demonio con quien mantiene un muy especial lazo de amor y odio, y por último
otra vez en solitario. Durante su
periplo “arriba” se dedica a realizar maldades propias de su condición, las que
el autor describe con el mismo efecto gore
tan habitual en su literatura:
“Entonces el demonio guerrero se
volvió y miró a través de la ventana al interior del taller. Incluso para
alguien como yo, que había visto montones de enemigos con formas estrafalarias
merodeando por la basura del Noveno Círculo, aquel demonio resultaba
especialmente horrible. Tenía los ojos del tamaño de naranjas que le
sobresalían de unos pliegues de carne color rojo intenso. Su inmensa boca era
un túnel repleto de dientes afilados como agujas entre los que emergía una
serpenteante lengua negra con la que lamía el cristal. Sus enormes y ganchudas
garras, que todavía chorreaban luz del último ángel que habían masacrado,
golpeaban el cristal.
(…)
“Pero ni las oraciones ni las armas
sirvieron para evitar la mirada de aquella criatura, ni para apartarla de la
ventana. Aplastó su cara contra el imperfecto cristal y dejó escapar un sonido
tan estridente que hizo vibrar la ventana. Entonces el cristal se quebró, se
hizo añicos de repente y los fragmentos salieron disparados por el taller.
Varios trozos de cristal, impregnados de baba de demonio, estaban ahora bajo su
control y volaron con una precisión infalible hasta derramar sangre por el
taller. Uno de los pedazos más grandes se dirigió al ojo del hombre calvo;
otros dos rebanaron las gargantas de los dos hombres que se encargaban de las
letras. A lo largo de los años había presenciado tantas muertes que ya no
experimentaba emoción alguna ante escenas como aquella. Pero para los testigos
humanos aquello suponía una invasión de horrores en un lugar en el que habían
sido felices y aquella violación les hacía proferir gritos de dolor e ira
frustrada. Uno de los hombres que aún seguían ilesos acudió a ayudar a la
primera de las víctimas del demonio, el del ojo atravesado por el cristal.
Ignorando el peligro que representaba la proximidad del asesino, el hombre se
arrodilló y sostuvo en su regazo la maltrecha cabeza de su compañero. Mientras
tanto recitaba con calma una sencilla oración que el moribundo, entre tics y
espasmos, reconoció y trató de recitar con él. La tierna tristeza de aquella
escena repugnó visiblemente al demonio, que empleó su mirada saltona para
examinar todos y cada uno de los fragmentos de cristal que habían quedado
suspendidos en el aire por sus poderes hasta seleccionar uno que no era ni el
más largo ni el más grande, pero cuya forma denotaba fuerza.
Utilizó su poder para dirigir la punta
hacia el techo y el cristal se elevó obedientemente. Mientras ascendía, se giró
de modo que el extremo más afilado apuntaba hacia abajo. Supe lo que venía a continuación
y quise formar parte de ello. El fragmento estaba justo sobre el hombre que se
había arrodillado para arropar a su colega herido en su regazo. Ahora era él
quien estaba a punto de morir. Agarré a la llorosa víctima por el cabello y
volví su rostro hacia arriba justo a tiempo para que viera cómo la muerte se le
venía encima. No tuvo siquiera tiempo de liberarse de mí: el cristal acuchilló
su mejilla empapada en lágrimas, justo por debajo del ojo izquierdo”.
Lo
que puede llamar la atención respecto a las actividades malignas de este
“demonio de libro”, es que varias de las pellejerías que realiza tienen como
víctimas a verdaderos personajes perversos; de este modo tal como declara la
tradición al respecto, lo que hace no es otra cosa que “castigar” a estos
sujetos por su actuar tan poco cristiano.
Quitoon es el nombre que recibe el amigo del protagonista, con quien
mantiene una relación platónica enfermiza, puesto que el otro diablo llega a
humillar y a lastimar constantemente a quien lo ama y pese a todo alberga esperanzas
de conseguir su incondicionalidad. Un
día ambos llegan a las puertas de Alemania, a la misma ciudad donde Gutenberg,
el creador de la imprenta, está a punto de estrenar su invento…Es así como ello
se convierte nada menos que en la perdición de Jakobok.
No es
la primera vez en que Clive Barker usa como personajes a demonios, alejándose
de los rígidos estereotipos del monstruo de turno. Ya en dos de sus cuentos de juventud,
pertenecientes a los célebres Libros de Sangre, usó a estas
criaturas con un protagonismo con el cual se permitió desarrollar en ellos
aspectos inauditos en la narrativa de terror.
Es así cómo se puede mencionar El Geniecillo y Jack, donde por
primera vez se permitió describir el Infierno desde el punto de vista de sus
habitantes y usando como coprotagonista de su historia a un demonio de baja
calaña, como a posterioridad lo haría en Demonio de Libro. Asimismo en otro cuento suyo de esta
colección, La Última Ilusión, mostró a una de estas criaturas infernales,
despojándola de su faceta maligna, convirtiéndola además en la amante y
protectora de uno de los personajes de dicha narración. Cabe mencionar que uno de los temas
recurrentes en la obra de este escritor, viene a ser la idea de la aceptación
de la monstruosidad propia de sus personajes, como un simbolismo del
autoreconocimiento de la identidad individual; de este modo la condición de
parias y seres extraños, viene a ser una proyección de la diversidad frente a
la aparente “normalidad” de la mayoría, por lo que el monstruo humanizado cliverkiano,
no viene a ser otra cosa que el hombre y la mujer que ha aceptado su singularidad
frente a los demás. A su vez teniendo en
cuenta que por años Cliver Barker ocultó su propia homosexualidad, bien se
podría considerar este “abrazo a la monstruosidad” como un reconocimiento encubierto
a aceptarse a sí mismo, siendo que para las mentes más obtusas el tema provoca
rechazo (puesto que en aquel entonces aún era demasiado complicado reconocer de
forma pública algo así). Ligado a lo
anterior, es que ya otro de los relatos que componen su recomendable colección de
cuentos, En las Colinas las Ciudades, fue quizás el primer texto del
género en tener a una pareja gay como personajes y tratados de la manera más
natural del mundo; asimismo el ya mencionado cuento La Última Ilusión retrata
una relación homoerótica entre el citado demonio y el brujo de dicha
historia. A su vez en Imagica,
novela propia de su posterior consagración como escritor de terror, una vez que
declaró públicamente su homosexualidad, de igual modo usó a personajes
homosexuales dotándolos de gran preeminencia…
Entonces no puede extrañar a sus lectores habituales que Jakobok tenga
una relación de este tipo (si bien platónica) con Quitoon. Luego en la literatura de este autor es una
constante la temática gay, si bien no como pilar argumental, aunque sí como una
manifestación más de los sentimientos humanos.
Algo
que también puede llamar la atención en la caracterización de Botch, viene a
ser su capacidad para amar, lo que además tiene que ver con su dimensión más
sensible, que lo hacer ser un ser que puede tanto ilusionarse, como sentir
frustración, además de existir en él la habilidad para apreciar la belleza:
“Cuando la chica alzó la vista y me vio,
yo esperaba que se pusiera a chillar pidiendo ayuda, pero no; simplemente se
limitó a sonreír.
¿Cómo puedo expresar el efecto que aquella
sonrisa provocó en mí al aparecer en aquel rostro carente de defectos? Señor,
qué hermosa era; era la primera cosa realmente bella que había visto en mi vida.
Lo único que quería hacer en aquel momento era sacarla de aquel sepulcro
rodeado de árboles, con el guiso de carne de demonio hirviendo a fuego lento en
una olla y las colas cociéndose en la otra.
Cawley la había obligado a realizar aquella macabra y espantosa tarea,
no cabía duda. ¿Qué más pruebas necesitaba que la sonrisa que se dibujó en su
cara cuando levantó la vista de su espeluznante cometido? Vio en mí a su
salvador, a su liberador.
— ¡Rápido! —dije. Con una agilidad que me sorprendió, salté la pila de
huesos que nos separaba y la agarré de la mano—. Ven conmigo antes de que nos
alcancen.
Su sonrisa permaneció inalterable.
—Hablas bien —me dijo.
—Sí… Supongo que sí —respondí, sorprendido de que el poder del amor
hubiera dominado a la fuerza que convertía mis palabras en gruñidos. ¡Qué
felicidad, poder expresarme de nuevo!”.
Por
lo tanto si bien este demonio no deja de ser una criatura orientada al mal, es
capaz de sentir una gama compleja de emociones, que lo dignifican aún en sus
más sórdidas bajezas. De este modo, como
bien se trata de una obra de arte que sirve como reflejo distorsionado de
nuestra humanidad, aún los sujetos más rastreros son poseedores de un alma que
puede albergar esperanzas y hasta la necesidad de otros; por ende la imposibilidad
de compartir con los demás el real significado del amor, sería lo que luego
convierte a algunos en verdaderos monstruos (Jakobok incluso llega a dar
muestras de sentir una especie de compasión, por alguien más que no sea él
mismo). Además los demonios del libro
pueden morir, porque Barker los insufla de una dimensión que supera las de las
convenciones habituales de este tipo de ficciones.
Siendo que la novela se encuentra ambientada en plena Edad Media, si
bien abarca varios siglos durante este periodo, el novelista describe un mundo
donde por lo general la religiosidad sirve para encubrir las mismas bajezas de
los seres humanos, que comparten con los demonios la inclinación hacia el
mal. Solo hacia el espectacular clímax
de este título, en el que por fin nos enteramos por qué razón nuestro antihéroe
llegó a habitar en contra de sus deseos las páginas de un libro, es posible
encontrar una persona capaz de albergar virtudes (siendo este nada menos que un
importante personaje histórico).
No
solo habitantes del Infamundo pululan en esta novela, sino que también aparecen
los ángeles, quienes cumplen un papel fundamental hacia el final de esta
obra. Barker los describe de tal manera,
que los convierte sin duda en seres tan extraordinarios (y hasta cierto punto
ajenos) a la naturaleza humana, por cuanto son más parecidos a los demonios que
a los hombres. Por otro lado, sus
intereses pueden resultar extraños, por cuanto representan al Cielo, puesto que
seres humanos y demonios apenas pueden comprender sus designios. Como elemento que le otorga un valor agregado
a toda esta ficción, se haya el hecho de que Barker concibe aquí un extraño
pacto entre Cielo e Infierno, lo que deja más claro que nunca como en gran
parte de su obra, que su narrativa se aleja de los maniqueísmos arquetípicos,
puesto que sus “monstruos” son mucho más que una excusa para asustar o provocar
asco. Es así que sus ángeles poseen un
aspecto tan hermoso, como raro.
Un
rol destacado en el argumento de esta obra viene a tener la literatura misma,
ya que el gran invento y revolucionario que van a conocer Jakobok Botch y
Quitoon al dirigirse hacia Alemania, tiene que ver con el nacimiento del libro
como un instrumento de acceso a todo el mundo.
Es así cómo estos dos no son los únicos demonios en sentirse atraídos
hacia el lugar, estando presentes también un importante grupo de seres
angelicales, ya que queda de manifiesto la importancia que tendrá este
artefacto en el desarrollo de la Humanidad.
Por tanto la palabra convertida en un medio para expresar las ideas,
siendo además estas masificadas gracias a la invención de la imprenta, sería una
de las mayores fuentes de poder para influenciar en el corazón de los
humanos. Es así que luego el propio
protagonista de esta historia, vive en carne propia el efecto de tal verdad, lo
que queda expresado tanto desde el principio, como hacia el final de tan
recomendable obra. De este modo, tal
como se citan algunos pasajes bíblicos en el texto (En el Principio era la Palabra…)
nuestro mundo (o más bien nuestra realidad) se encuentra organizado y le damos sentido en la medida que le
otorgamos valor a lo que decimos (y eso por eso que Botch cuando comienza a ser
llamado simplemente Señor B, adquiere una dignidad que antes de ello nunca pudo
apreciar, así como reconoce el efecto que tiene la palabra para expresar
aquello que apenas es capaz de ser descrito, debido a la verdadera naturaleza inefable,
que tienen los sentimientos y la realidad misma).
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