Juan Giménez. |
1.
Para comenzar.
Mientras escribo estas palabras y mis
lectores las leen una vez que termine este texto y lo suba a mi blog, gran
parte del mundo seguimos con la cuarentena para protegernos de la pandemia que
ahora nos asola (y que ahora a la gente le da por llamar cursimente Covid-19,
cuando ya hace rato se había conocido a la enfermedad o al bicho como
Coronavirus). Por mi parte ya llevo casi
dos meses, desde la quincena de marzo en la que se cerraron hasta nuevo aviso
todos los establecimientos educacionales, haciendo clases online y a lo más
habré salido unas 4 veces de casa desde aquel entonces y siempre protegido.
Mucha gente ha ido muriendo a lo largo del
orbe debido a esta desastrosa enfermedad, a la ineficacia de las medidas de los
gobiernos y, en muchos casos, por la propia irresponsabilidad de los mismos
ciudadanos o, también, por pura mala suerte tras contagiarse quién sabe
cómo. Y entonces los fanáticos de los
cómics nos enteramos que una de sus primeras víctimas famosas, fue nada menos
que el argentino Juan Giménez, un artista de renombre al cual vine a conocer
cuando años atrás me regalaron para un cumple dos volúmenes de La
Casta de los Metabarones, preciosa saga de ciencia ficción que realizó
junto a mi compatriota Alejandro Jodorowsky (este último a cargo del
guión). Solo muchos años después pude
comprarme el integral de lujo y en tapa dura, más encima a un precio
maravilloso, de modo que por fin conseguí apreciar en plenitud el talento de
este para lo que vendría a ser (tal vez) una de las mejores obras del cómic de
ciencia ficción. Antes de poder
disfrutar de esta saga completa, en la cual cada viñeta es un deleite lleno de
detalles para la vista, llegaron a mis
manos y también muy baratos otros dos pequeños trabajos suyos, que de
inmediato me leí, uno de ellos Ciudad y el otro no recuerdo su
nombre (que ambos los tengo por ahí y por ahora no me doy el tiempo para
buscarlos y repasar), de la desaparecida editorial Toutain. Como se habrán dado cuenta no he podido
disfrutar mucho del talento de este genio, que mayormente realizó en Europa y
alejado de los populares superhéroes, que la historieta es mucho más que
hombres y mujeres guap@s en mallas; así que tengo pendiente profundizar más en
su legado.
Cuando la muerte le llegó a Giménez, contaba
con 76 años de edad, encontrándose por ello en el mayor grupo de riesgo entre
quienes son vulnerables a este flagelo.
Por otro lado, hace rato que España lo había acogido entre sus ciudadanos más ilustres, país que ha sido
uno de los más afectados con todo esto.
Y las mismas circunstancias se dieron, lamentablemente, con Luis
Sepúlveda, querido escritor nacional que como muchos otros autores chilenos
reconocidos a nivel mundial, desde el exilio tras el Golpe Militar de Pinochet
hicieron sus carreras fuera de nuestra patria (como Isabel Allende, Roberto Ampuero
y Roberto Bolaño). El 16 de abril
abandonó este mundo el escritor, tras llevar más de 40 días en coma, puesto que
ingresó bastante afectado por el Coronavirus.
“Solo” 70 años tenía y ya llevaba décadas en la Península, como
Giménez. Apenas se supo de su condición,
la prensa internacional cubrió el asunto (quizás mucho más célebre que el
historietista) y en Chile el pesar se hizo notar, que era todo un orgullo
nacional; para qué les voy a hablar de quienes nos emocionamos con sus obras y
las disfrutamos, en especial los profesores que hicimos leer sus libros a
nuestros alumnos, ya que muchos de ellos corresponden a títulos ideales para
entusiasmar en la lectura a las nuevas generaciones…Y me acuerdo muy bien de
cuando fue su deceso, que los de mi comunidad y “colemigos” no dejamos de
manifestar en las redes sociales el pesar que sentíamos.
La verdad es que ha pasado más de una
década (¿Quizás dos?) desde la última vez en que tuve en mis manos una de sus
obras, que más encima le perdí el rastro sobre sus nuevos trabajos y solo ahora
me doy cuenta de que publicó bastante más luego de Los Peores Cuentos de los
Hermanos Grimm (2004), una novela que realizó en coautoría junto a su
colega uruguayo Mario Delgado Aparain (de quien nada sé) y que varias veces
pillé por ahí; no les voy a mentir, que tampoco me he leído este título y
varias veces estuve a punto de comprarme en una linda edición en tapa dura de su
libro Hot Line (2002), que al final quedó entre mis “pecados de omisión” y que según mi comadrita Ledda es muy divertido. Pero en final, pese a mis faltas con
Sepúlveda, igual no deja de ser un artista que forma parte de mi propia
historia personal, como ávido lector y maestro de literatura…Así que para él
van por igual estas palabras.
Luis Sepúlveda. |
Si la memoria no me falla, conocí a Sepúlveda
gracias a las recomendaciones de unas amigas, en especial de Bernardita, quien
en su casa tenía varios libros suyos (¿O fue otra de mis amistades femeninas?)
ille tempore. Era una era muy anterior a
que empezara a usar Internet y yo todavía era un estudiante universitario y la
poca plata que tenía, que tampoco trabajaba en aquellos años, cuando se trataba
de comprar libros la usaba en su mayoría para adquirir todo lo que podía de
Stephen King u otras volúmenes de mi género favorito (el terror), ciencia
ficción o fantasía (por lo general, ofertas).
Como en aquel entonces recién me estaba haciendo mi propia biblioteca,
no tenía dudas en pedir prestado algún texto que me pudiera interesar (tal como
sucedió con mis primeras lecturas de Harry Potter, gracias a mi otra
querida amiga María Elena). Fue así como
me facilitaron Un Viejo que leía Novelas de Amor (1988), si no me equivoco el
libro que le dio la fama en el extranjero, que publicó cuando ya llevaba tiempo
viviendo fuera (puesto que todavía en Chile seguíamos en la dictadura de
Pinochet) y que tal vez sea su novela más famosa.
Un Viejo que leía Novelas de Amor es
una preciosa historia heredera del realismo mágico que popularizó por estas
tierras el colombiano Gabriel García Márquez, dándole algunas de las mayores
glorias a la literatura latinoamericana. Se trata de una narración ágil,
divertida, amena y emotiva, no exenta de humor y de un contenido ecológico que
aún ya luego de décadas de haberlo leído todavía tengo bien claro. En breves palabras, nos cuenta la vida de un
“hombre blanco”, que ha decidido pasarla aislado del mundo civilizado en plena
selva y su único contacto con el resto del mundo corresponde a su amigo
dentista y a los libros románticos que gusta leer. Un día acuden a él para que se deshaga de un
peligro que acecha a la región, un animal que está matando gente y es que él es
la única persona que puede ayudarlos con dicho dilema. Más no les voy a contar, que mejor descubran
ustedes por qué razón adoro tanto esta obra.
Como ya dije antes de cierta manera, esta
novela ha sido uno de mis “caballitos de batalla” para tener una lectura
complementaria atractiva entre mis estudiantes, que igual es un texto corto (no
alcanza a tener las 300 páginas de extensión, bueno, poco para mí, je) y además
es muy buen ejemplo del mencionado realismo mágico, que no hay que olvidar sus
llamativos personajes y ambientación tan bien descrita y que lo transporta a
uno a ese mundo que pese a ser tan distinto a nuestra realidad sí existe.
Se hizo una versión cinematográfica de este
título, estrenado en 2000 y que tuvo entre sus protagonistas a actores de la
talla de Richard Dreyfuss en el papel principal, Hugo Waeving y Timothy Spall. Este filme nunca se exhibió en los cines
chilenos y quien acá escribe aún no la ve, así que creo que ya es hora de darle
su oportunidad; solo espero que no me decepcione.
Luego me leí Historia de una Gaviota y del
Gato que le enseñó a volar (1996), la que sería su primera incursión en
la narrativa infantil y que demostró su versatilidad para pasar de un género o
estilo a otro sin problemas. Se trata de otra inolvidable historia suya cuyo
nombre logra sintetizar a la perfección de qué trata y que viene a ser una
celebración sobre la amistad y la tolerancia, por no mencionar su marcado
mensaje ecológico (aún más potente que en el caso anteriormente nombrado). Por cierto, tuve la suerte de ver unas dos o
tres veces una preciosa versión teatral de este libro, que más encima lo
compartí con mi sobrina Natalia cuando era más chiquitita y en otra ocasión como
mi comadrita Ledda; se me vienen a la memoria los preciosos trajes y
maquillajes de los actores que hacían de los gatos…¡Una verdadera delicia!. La
verdad es que tengo aún más bellos recuerdos de este obra, que me gustaría
compartir algún día con mis regalones Amilcar y Brunito (por supuesto que tanto
el libro y la película animada, que también la tengo pendiente, puesto que
tampoco llegó a estos lares).
3.
Para terminar.
Me habré leído otros 3 libros suyos más
o menos, pero no logro retener ni un retazo en mi cabeza de esos textos, que
han pasado casi dos décadas desde aquel entonces. Les estoy hablando de Patagonia Express (1995),
Diario
de un Killer Sentimental & Yacaré (1998) y, no estoy seguro, Mundo
del Fin del Mundo (1996)…En todo caso eso lo bueno de los grandes
autores, que han dejado su legado tras pasar el umbral, es que con solo
proponérselo uno puede reencontrarse con su pluma y recrearse con ellos.
En verdad lamenté mucho la partida de Luis
Sepúlveda, que me habría hecho muy feliz conocerlo y sacarme una foto con él
(como tuvo el honor de hacerlo mi comadrita); lo mismo digo sobre Juan Giménez,
que tanto al uno como con al otro les debo más tiempo con sus herencias tan
preciadas. Por ahora solo me queda pedir
que este maldito Coronavirus no se lleve más gente y en especial a mis propios seres
queridos y a otros artistas a los que
aprecio (que lo único que quiero, es que a la vuelta de todo esto podamos
juntarnos y celebrar la vida, pues en verdad se entraña la compañía); por igual
sé que debo cuidarme para no enfermar de gravedad y así cumplir mi palabra de tener
entre mis manos todas esas historias, que quiero disfrutar de los genios que
hoy he querido honrar.
Lindo artículo para conmemorar la muerte de dos grandes y recordarnos lo frágiles que estamos frente a esta enfermedad. Tal como dices a cuidarnos a nosotros mismos y a los demás.
ResponderEliminarCariños querido amigo!!
Gracias, linda, por pasarte por acá y compartir estos recuerdos conmigo. Espero nos podamos ver apenas acabe la cuarentena.
EliminarMuy buen recuerdo a estos dos grandes, aunque a Sepúlveda no llegue a leerlo. Sí disfruté, y mucho a Gimenez, con sus inolvidables sagas como "As de Pique", sus trabajos en aquellas revistas de culto como "Zona 84" o su historia del taxista en la película Heavy Metal. Un terrible dibujante. Una pena, ¡maldito virus! Hay que cuidarse y quedarse en casa todo lo posible.
ResponderEliminarSaludos,
RICARDO
Nos echaron la maldición de vivir "tiempos interesantes" y mientras tanto nos queda honrar a quienes nos han dejado y seguir su ejemplo: vivir dando lo mejor de nosotros, tal como lo hicieron personas admirables como Juan Giménez y Luis Sepúlveda.
EliminarMuy sentido el texto que le dedicas a estos dos artistas. Yo también estoy esperando que este desgraciado virus (que me late fue creado, no puede ser algo accidental que medio mundo se haya infectado y nunca Pekin, Shangai y Hong Kong que están allí mismo, pero no caigamos en conspiranoia) no se lleve a ningún artista apreciado o ser querido cercano mío. Muy buen texto, Elwin.
ResponderEliminarEn efecto estamos pasando por una crisis a nivel mundial como no nos había tocado en generaciones y a eso le sumamos los inútiles gobiernos que hay en nuestros respectivos países. Es de esperar no tengamos que enterrar a otros de nuestros ídolos por esto y mucho menos a nuestros seres queridos.
EliminarPor mi parte, hago lo posible por no preocuparme más de la cuenta, que también a veces me asusto por mí mismo.