El 29 de diciembre de 2006 se estrenó la segunda contribución del
director, guionista y productor Mick Garris para el ya clásico programa que el
mismo creó; a su vez fue también la segunda historia salida de la ingeniosa
mente del escritor Clive Barker, en ser plasmada audiovisualmente en Maestros
del Horror. En todo caso, en
muchos aspectos este nuevo aporte de ambos artistas para dicha serie de
películas, lejos resultó ser mucho mejor a la anterior incursión de los dos al
show, en especial si se considera lo visto antes en Chocolate de Garris y El Cuento de Hackel de McNaughton (de un cuento del mismísimo Barker)
durante su primera temporada (si bien la historia de zombies de McNaughton
viene a ser sin duda superior a la de terror psicológico algo decepcionante que
hizo Garris). Debe hacerse notar que la
colaboración artística entre el director canadiense y el autor inglés no fue la
primera en todo caso, ya que por años estos ya llevaban una amistad que les
había permitido trabajar juntos, como en el caso de la recomendable Quicksilver;
de tal modo Mick Garris para esta ocasión tuvo el gusto de poder adaptar una
vez más un relato de Clive Barker, quien le dio otra de sus historias
originales y llenas de lecturas, a tal punto que bien se puede afirmar que Valerie
en las Escaleras viene a ser una de los mejores episodios/filmes del
programa. Otro detalle que le da realce
al mediometraje en el cual hoy nos detenemos, es la participación entre los actores
protagónicos de dos verdaderos íconos dentro del género fantástico y de terror:
Cristopher Loyd y Tonny Tood (el primero, entre un montón de cintas hoy de
culto, ya había trabajado con el director en una obra basada en el trabajo de
Barker, siendo esta la ya mencionada Quicksilver; mientras que el segundo
en su también abundante filmografía, fue el famoso asesino sobrenatural de Candyman,
uno de los mejores filmes que hayan adaptado la literatura del escritor de Imagica).
La trama de este memorable episodio gira
sobre un joven aspirante a escritor profesional, quien gana una particular
beca, de modo de tener un lugar donde escribir tranquilo la que sería su ópera
prima; es así cómo esta beca consiste en poder ser uno de los residentes de una
casa habitada por unos cuantos escritores, todos ellos artistas frustrados,
decadentes y bohemios, quienes llevan años en el lugar intentando conseguir el
éxito. A su vez el sitio es regentado
por una amargada mujer, tanto o más extraña que el resto de los que allí
viven. Al poco tiempo después de llegar
a su nuevo hogar, el personaje principal se entera de la existencia de una especie
de musa, quien inspira a algunos de sus colegas de la casa, la cual resulta ser
una bella mujer de aspecto virginal y que por cierto se “aparece” de vez en
cuando cerca de las escaleras. El hombre
se obsesiona con ella y a su vez entra en conocimiento de la presencia de un
demonio, quien como dueño de la fémina, se cobra su derecho preferencial entre
quienes pretenden hacer uso de la dama (o sea, entre los escritores). Existe un secreto entre el origen de esta
muchacha y algunos de los que habitan el edificio, por lo que el protagonista
comienza a investigar, hasta saber la oscura verdad: es cuando de un guiño a la
trama de tipo policial, el episodio pasa a tomar ribetes de cuento tradicional,
con un particular descenso a los
infiernos y/o calabozo de la bestia, de modo que tal cual caballero andante, el
particular héroe de la cinta rescate a la indefensa doncella de las garras de su
maléfico captor.
Llama la atención que en las críticas que
se pueden encontrar en Internet acerca de este episodio, sus autores no han
sido muy amables con él, en especial a la hora de referirse a su director (a
quien muchos injustamente consideran falto de talento); no obstante si se lee
con atención sus palabras, queda de manifiesto que la mayoría de las personas
se quedó tan solo con una primera lectura de la trama, sin ver más allá de una
contemplación superficial de ella. De este modo, los siguientes párrafos
pretenden demostrar las virtudes de una obra como esta.
Como es habitual en las ficciones de
alguien como Clive Barker, el guión cuenta con su buena dosis de erotismo y de gore,
siendo éste último elemento algo también característico en buena parte del
trabajo de Mick Garris. No obstante algo
que destaca en esta obra y que hace sobresalir Valerie en las Escaleras entre
buena parte de las anteriores entregas del programa y los títulos de Garris, es
su poesía visual y argumental, la cual consigue su cenit hacia el inolvidable
final del capítulo: El cual simboliza de forma magistral que la materia de la
cual los artistas elaboran su trabajo, es su vida misma, por lo que cada acto
de crear, resulta ser una dolorosa gestación que bien puede significar su
propia perdición.
Por otro lado, existe otro tema subyacente
en este capítulo y que comienza a desgranarse una vez que comienza a revelarse
la naturaleza de Valerie y su monstruo: el poder de la fabulación y la
imaginación, desde tiempos inmemoriales en la tradición literaria de tantos
pueblos. Luego se desprende la noción de
los límites entre la realidad y la ficción en una obra literaria, cuando el
personaje principal descubre que bien su propia vida puede estar escribiéndose
y que hay fuerzas superiores a sus impulsos que lo manejan (idea que recuerda a
un clásico español como Niebla de Unamuno), como también a
que uno debe cumplir un papel determinado en la trama que viene a ser la existencia
(noción abordada en otro texto español, aunque mucho más antiguo que el
primero, El Gran Teatro del Mundo, de Calderón de la Barca).
Por otro lado, una vez más dentro del arte
de contar historias, se encuentra la figura del artista/demiurgo, como un ser
sensible abierto a una percepción superior de las cosas y que ante tal
capacidad, se muestra además como un sujeto frágil y complejo (lo que sin dudas
se observa en la personalidad de cada uno de los escritores de esta obra, todos
ellos tan distintos y a la vez tan extravagantes en su caracterización). A su vez tal como los ilustra este capítulo, son individuos que
en su forma de ser, se mantienen alejados del resto de los mortales, quienes no
logran comprender su individualidad (por lo que sólo entre pares consiguen
cierto tipo de comunión, por muy anómala que sea).
En cuanto al demonio mismo que aparece en
el mediometraje, llama la atención su diseño, el cual recuerda a la tipología
más clásica de estas criaturas, la que a su vez posee reminiscencias de los
genios o djins de las narraciones árabes y quienes en ocasiones conceden
deseos (en este caso concreto, el de crear una obra maestra), a cambio del alma
misma de sus amos temporales.
También cabe detenerse en la ambientación
de la casa donde transcurre esta pequeña joyita, puesto que se ve como un lugar
decrépito y en el cual el tiempo se ha estancado; ya que sus habitantes han
renunciado a sus vidas públicas y “normales” ante el deseo obsesivo de
conseguir la plenitud como fabuladores (esto es, sin vida y falto de luz y
colores cálidos). Por ende, no es un
lugar en el cual exista la verdadera felicidad, si no que lo que abunda en él es
la ambición malograda, que convierte la casa en un verdadero edificio maldito. En todo esto toma un especial papel la
iluminación con la cual fue filmada la
historia, con tonalidades apagadas y sombrías, algo propio del cine negro de
antaño, como de muchas producciones de “miedo” más ambientalistas.
Por último, la banda sonora del capítulo
estuvo a cargo de un compositor que en su momento alcanzó cierta fama: Richard
Band, habitual de los primeros filmes de alguien de la talla de Stuart Gordon
(otro habitual en Maestros del Horror) y de muchos filmes de las lloradas
productoras de los ochenta y noventa del cine clase B del género. Por su parte, su trabajo para Reanimator
del mismo Gordon, basada en un cuento de Lovecraft, hoy está
considerado uno de los soundtracks más célebres de los filmes de terror de su
época, si bien lo que hizo para El Pozo y el Péndulo, sobre el
famoso cuento de Poe, bien resultó más logrado que en el título anterior. De este modo la presencia de la mano de
alguien como Richard Band en Valerie en las Escaleras, le otorga
otro punto de interés a la hora de apreciarla con justicia.
La bestia acosadora de este episodio. |
Aun me acuerdo cuando vi este capitulo,lo que mas me gusto fue su final la chica que tanto fantaseaba con ella termina convirtiéndose en paginas demostrando que ella parte de su imaginación,la escenografía que hay que destacar mucho cuando el iva al calabozo,y como fluía la historia
ResponderEliminarMe gusta mucho este capítulo, primero porque está basada en la obra de uno de mis autores favoritos, Clive Barker y segundo, porque trabaja uno de mis actores predilectos, Tonny Tood (además del gran Cristopher Loyd).
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