sábado, 21 de noviembre de 2015

El derecho a la autenticidad.


     Italo Calvino (1923-1985) fue un escritor italiano nacido en Cuba mientras sus padres vivían en ese país, pero que a los dos años se regresaron a su patria, donde permaneció la mayor parte de su existencia.  Tras recibir una educación de izquierda y comprometida socialmente, estuvo por años ligado al Partido Comunista de su nación, hasta que decepcionado se desligó de este, aunque siempre mantuvo los intereses humanistas, además de los de corte artístico (ya que en sus obras no dejó de hacer crítica al sistema, aunque siempre cuidando la dimensión estética de su trabajo, escribiendo textos con múltiples lecturas interpretativas y experimentando a la hora de narrar sus historias).
     Incursionó además en el ensayo y el periodismo, trabajando tanto el relato corto por medio de numerosos cuentos de su autoría, como la novelística.  Comenzó su carrera con una literatura de corte neorrealista, esto es representativa de las temáticas de denuncia y cercanas a la vida de los sectores populares, como con su ópera prima El Sendero de los Nidos de Araña (1947); no obstante luego se decantó por una literatura más de corte maravilloso y hasta cierto punto fantástico, con algunos elementos de ciencia ficción en algunos casos, como bien sucede con sus textos Las Cosmicómicas (1965), Tiempo Cero (1967) y Las Ciudades Invisibles (1978).

Italo Calvino.

      Su novela El Barón Rampante (1960) es sin duda una de sus obras más famosas, formando parte de una trilogía de fábulas para adultos, en conjunto con El Vizconde Demediado (1960) y El Caballero Inexistente (1961); todos ellos libros en los cuales su autor jugó con la extrapolación, para abordar diferentes temas de todo tipo, con acidez por un lado y con un hondo lirismo por otro.
      Usando un narrador testigo, ya que quien cuenta la historia es el hermano menor del protagonista, es la historia de Cósimo, primogénito de una familia noble de poca monta, quien enojado con los suyos (y en realidad con las convenciones de la vida, como también resistiéndose a la idea de una vida infeliz, tal como sin dudas puede verse entre quienes lo rodean) decide a los doce años de edad vivir en los árboles y nunca más bajar de ellos.  Pues lo que parece el capricho de un niño, se convierte en una opción diferente de vida, ya que Cósimo cumple su palabra y no vuelve a pisar el suelo.  De este modo la novela será la crónica, venida de la fuente más cercana posible, acerca de los poco más de sesenta años, que pasa arriba de los árboles el entrañable protagonista.
      Por cierto, se trata además de una obra que se mueve entre la narrativa histórica, ya que está ambientada en el siglo XVIII y cierto realismo mágico.   Lo primero, porque en ella aparecen, aunque de manera breve, personajes históricos como Voltaire y Napoléon; del mismo modo también se describen en parte las costumbres de la época, sus tipos humanos y sus acontecimientos narrados se relacionan con eventos reales, tales como la Revolución Francesa y algunos conflictos bélicos propios de la zona en la que transcurre el libro.
     
Lo primero que puede llamar la atención desde sus primeras páginas, es la caracterización que hace el autor a la familia de Cósimo, bastante disfuncional por cierto y llena de personajes que caen en el esperpento, aunque aun así poseen una humanidad tal, que la mayoría de ellos logra enternecer al lector.  En primer lugar, destaca un padre que hace lo posible por llevar con dignidad su título nobiliario y liderar a su familia como hombre recto, además de ganarse el respeto de su comunidad; no obstante ante tanta preocupación, siempre es alguien lejano para su sangre y ello lo convierte en otro de los seres desgraciados, que viven en el que fuera el hogar del protagonista.  Luego está la madre, llamada la Generala, pues fue criada en medio de un ambiente militar y gusta de educar a sus hijos de manera marcial, aprovechando cualquier excusa para llevar a cabo su frustración de no haber servido en la milicia, por lo que no ceja en sacar al soldado que hay en ella apenas pueda; este hecho la mantiene también distante de sus hijos, hasta que ve en la opción del vástago mayor, algún tipo de relación con sus sueños y ello le otorga cierto orgullo.  Luego está la hermana, quizás el familiar más bizarro de todos, una chica con aires de crueldad y forzada a vestir de monja en su propia casa, por un extraño escándalo con un varón (siendo que en realidad ella no fue la víctima, sino la victimaria); la muchacha gusta cocinar, aunque sus ingredientes son de lo más asquerosos (insectos, caracoles y lo más insospechado), comida que obliga a sus dos hermanos pequeños a consumir.  Les sigue un tío, hermano “natural” del padre, quien es abogado, aunque no practica su profesión y viste a la usanza turca tras un periodo con este pueblo; taciturno como los otros dos adultos de la casa, guarda celosamente un par de secretos, que descubre con el tiempo Cósimo tras su vida en los árboles.  Por último el hermano menor, quizás el más “normal” de su núcleo familiar, también resulta ser el más aburrido del resto, porque salvo su papel de narrador, lleva una vida sin matices y que lo hace contrastar con la extravagancia del resto.   Bien se puede decir que todos estos son sujetos o bien infelices (los adultos) o de pocas virtudes que los destaquen frente a otros (ambos hermanos), lo que contrasta con el genio que desde temprana edad, demuestra ser el personaje principal.

      “Nuestro padre el barón era un hombre fastidioso, la verdad, aunque no malvado; fastidioso porque su vida estaba dominada por ideas confusas, como sucede a menudo en épocas de cambio. Los tiempos agitados transmiten a muchos una necesidad de agitarse ellos también, pero totalmente al revés, o de forma desorientada: así, nuestro padre, con lo que entonces se estaba incubando, hacía alarde de pretensiones al título de duque de Ombrosa, y no pensaba más que en genealogías y sucesiones y rivalidades y alianzas con los potentados vecinos y lejanos.
     Por eso en casa se vivía siempre como si estuviéramos en el ensayo general de una invitación a la Corte, no sé si a la de la emperatriz de Austria, del rey Luis, o quizá de aquellos montañeses de Turín. Nos servían un pavo, y nuestro padre observaba si lo trinchábamos y descarnábamos según todas las reglas reales, y el abate casi no lo probaba para no dejarse coger en un error, él que debía ayudar a nuestro padre en sus reprensiones. Del caballero abogado Carrega, en fin, habíamos descubierto su fondo de intenciones equívocas: hacía desaparecer muslos enteros bajo los faldones de su zamarra turca, para comérselos luego a mordiscos como le gustaba, escondido en la viña; y nosotros habríamos jurado (aunque nunca conseguimos pillarlo con las manos en la masa, de lo hábiles que eran sus movimientos) que se sentaba a la mesa con el bolsillo lleno de huesos ya descarnados, para dejarlos en el plato en lugar de los cuartos de pavo hechos desaparecer como por encanto. Nuestra madre la generala no contaba, porque usaba bruscos modos militares incluso al servirse en la mesa - «So! Noch ein wenig! Gut!» -, a los que nadie replicaba; pero con nosotros se comportaba, si no con etiqueta, con disciplina, y echaba una mano al barón con sus órdenes de plaza de armas - «Sitz' ruhig! ¡Y límpiate los morros!» -. La única que se encontraba a sus anchas era Battista, la monja doméstica, que descarnaba pollos con un ahínco extremo, fibra por fibra, con unos cuchillitos afilados que sólo tenía ella, parecidos a bisturís de cirujano. El barón, que acaso habría podido ponérnosla como ejemplo, no osaba mirarla, porque, con aquellos ojos espantados bajo las alas de la cofia almidonada, los dientes apretados en su amarilla carita de ratón, le daba miedo incluso a él. Se comprende, pues, que fuera la mesa el lugar donde salían a luz todos los antagonismos, las incompatibilidades entre nosotros, y también todas nuestras locuras e hipocresías; y que precisamente en la mesa se determinara la rebelión de Cósimo. Por esto me alargo al contarlo, puesto que, en la vida de mi hermano, ya no volveremos a encontrar ninguna mesa aparejada, podemos estar seguros”.



     Cósimo desde el principio de la novela se hace querible, pues es una persona maravillosa, que por supuesto en medio de su poco atractiva familia no podía ser él mismo, de modo que cuando decide revelarse, de algún modo lo que hace es liberarse de las ataduras que significa ser alguien más del montón.  Es elocuente, caballeroso e ingenioso, también hábil y culto, inteligente y una vez que se hace mayor, no deja de ser interesante para el sexo femenino (lo que le otorga una divertida serie de enredos amorosos, entre los reales y los inventados por el populacho, al convertirse en toda una personalidad del pueblo).  Para subsistir lo más cómodamente posible en su estilo de vida, llegando a ser autosuficiente, inventa toda una serie de artefactos y técnicas, que lo hacen aún más admirable.  Su hermano menor lo adora y tras pasado el tiempo, incluso su padre llega a reconocer que su heredero es alguien digno.  A lo largo de su existencia, el Barón tiene varias aventuras extraordinarias, las que dejan claro su calidad de sujeto notable, llegando a hacerse querido por su comunidad, la que lo toma tanto por un “loco lindo”, como por alguien con rasgos de sabio y con el cual pueden contar cuando lo necesitan. 

      El listado de las vivencias destacadas de Cósimo es grande y variado, convirtiendo cada una de sus hazañas en toda una delicia para el lector.  Sus distintas intervenciones, junto a todo tipo de personajes, evidencia como nunca su singular identidad y que lo convierte en un hombre notable, aspecto suyo que desde niño forma parte de él.  Al respecto se pueden mencionar su amistad con un peligroso ladrón, quien se obsesiona con la lectura de novelas, al punto de perder su interés por la vida al filo de la ley.  También llega a conocer a un grupo de españoles, aristócratas como él, quiénes llegan a sus costas tras ser exiliado por el rey, viéndose obligados a vivir en los árboles; nuestro héroe pasa una temporada con ellos y entabla su primera relación romántica con una de sus damas.  Igual de entretenida resulta ser su experiencia con unos piratas, a los que él solito logra derrotarlos.  La verdad es que muchas otras cosas pasa el llamado Barón Rampante y que es mejor descubra por su cuenta quien a futuro se adentre en sus páginas.
     De entre toda la gente con la que llega a codearse, la más importante para su persona, educación sentimental y su destino final, viene a ser Viola, la hija pequeña de una familia noble vecina y a la que conoce de niño, de la que se prenda a primera vista.  Pues Viola tal como él desde niña, demuestra poseer una personalidad fuerte e independiente, pero hasta allí llega su semejanza con Cósimo, ya que donde este es respetuoso de los demás, humilde e íntegro en general, la otra resulta ser alguien caprichosa y manipuladora; no obstante como bien dice el dicho, los opuestos se atraen y ello a la larga trae sus consecuencias (unas bien cómicas y otras trágicas).  Es en esta relación entre ambos y la mencionada con la española, que se puede observar el tema de la soledad, el cual en todo caso es visto en otros personajes de la novela, como su familia; puesto que es la soledad debido a sus propias elecciones pasadas, lo que los lleva a cada uno a acercarse al otro, aun cuando esta compañía nunca llega a ser un bálsamo total contra ese sentimiento.  Asimismo cuando Cósimo llega a entablar algún tipo de amistad, lo hace con individuos por igual solitarios como él, siendo que luego el compañerismo entre ellos no llega a la plenitud, porque al final nunca se convierten en el par del otro y tampoco se consigue la esperada confianza.  Por lo tanto, las relaciones sociales si bien se fundan en la necesidad de compenetración social, nunca llegan a ser por completo satisfactorias (salvo cuando se trata del socorro en casos de necesidad mayor, como cuando en dos ocasiones distintas, Cósimo se transforma en el salvador de sus conciudadanos).
     Pese a los nobles que aparecen en el libro y que viven en el mismo pueblo de Cósimo, quiénes no son descritos como persona ideales en todo caso, buena parte de su desarrollo permite conocer a los pobladores más sencillos del lugar y por ello mismo mucho más auténticos (como dichosos), que quiénes ostentan algún título nobiliario o poder económico.   De este modo el libro resulta ser una especie de oda a la vida simple, vista a través de la figura del protagonista, como de los pobladores, quienes pasan su existencia sin mayores complicaciones.
     A momentos la narración toma la primera persona, en los episodios donde el narrador opta por dar paso a Cósimo, como el responsable de contar en directo sus aventuras.  A su vez cabe destacar la presencia de varios párrafos pertenecientes a diálogos en otras lenguas, como el alemán, el francés, el ruso y el español, que en la lengua original del texto no están traducidos; de este modo por ser uno hablante nativo del idioma castizo, resulta gratificante saber qué en realidad habla el protagonista, con los exiliados en los capítulos dedicados a su periodo con esta gente.
     El libro posee ratos de verdadero humor, que pueden sacar más de una sonrisa, no obstante es en sus episodios más sublimes, que el corazón del lector puede llegar a sobrecogerse, debido al lirismo de su autor para contarnos algo con tanta emotividad.  Para ejemplificar esto último, una cita a la inolvidable reconciliación entre padre e hijo, luego de un buen tiempo de escasa comunicación:

     “Donde se encontraron era un lugar abierto, con una fila de arbolitos alrededor. El barón dio vueltas con el caballo de arriba abajo dos o tres veces, sin mirar al hijo, aunque lo había visto. El muchacho, desde el último árbol, se acercó salto a salto a árboles cada vez más cercanos. Cuando estuvo delante de su padre se quitó el sombrero de paja (que en verano sustituía al gorro de gato salvaje) y dijo:
     - Buenos días, señor padre.
     - Buenos días, hijo.
     - ¿Estáis bien?
     - De acuerdo con los años y los sinsabores.
     - Me complace veros animoso.
     - Lo mismo quiero decir de ti, Cósimo. He oído que te afanas por el provecho común.
     - Me despierta interés la salvaguardia de los bosques donde vivo, señor padre.
     - ¿Sabes que una parte del bosque es de nuestra propiedad, heredada de tu pobre abuela Elisabetta que en paz descanse?
     - Sí, señor padre. Por Belrío. Crecen allí treinta castaños, veintidós hayas, ocho pinos y un arce. Tengo copia de todos los mapas catastrales. Es precisamente como miembro de una familia propietaria de bosques que he querido unir en sociedad a todos los interesados en conservarlos.
     - Ya - dijo el barón, acogiendo favorablemente la respuesta. Pero añadió -: Me dicen que es una asociación de panaderos, hortelanos y herreros.
    - También, señor padre. De todas las profesiones, con tal que sean honestas.
    - ¿Tú sabes que podrías mandar en la nobleza vasalla con el título de duque?
    - Sé que cuando tengo más ideas que los demás, doy a los demás estas ideas, si las aceptan; y esto es mandar.
     «Y para mandar, hoy en día, ¿se estila vivir en los árboles?», tenía el barón en la punta de la lengua. Pero ¿de qué valía poner todavía en danza esa historia? Suspiró, absorto en sus pensamientos. Luego se desató el cinturón al que estaba colgada su espada.
     - Tienes dieciocho años... Es hora de que se te considere un adulto... Yo ya no viviré mucho... - y sostenía la espada plana con las dos manos -. ¿Recuerdas que eres el barón de Rondó?
    - Sí, señor padre, recuerdo mi nombre.
    - ¿Querrás ser digno del nombre y del título que llevas?
    - Trataré de ser lo más digno que pueda del nombre de hombre, y lo seré también de cada atributo suyo.
    - Ten esta espada, mi espada - se alzó sobre los estribos, Cósimo se bajó en su rama y el barón alcanzó a ceñírsela.
    - Gracias, señor padre... Os prometo que haré buen uso de ella.
    - Adiós, hijo mío - el barón volvió su caballo, dio un corto tirón a las riendas, se alejó cabalgando lentamente.
    Cósimo se quedó un momento pensando si no debería saludarlo con la espada; después consideró que su padre se la había dado para que le sirviera de defensa, no para hacer movimientos de desfile, y la dejó en la vaina”.

    Tras una vida maravillosa encima de los árboles, aunque nunca alejado de la tierra, sobre la que sus raíces se sujetan y nutren (tal como él mismo mantiene su lazo con la humanidad), llegan los últimos días de Cósimo…Pues aun cuando estos no carecen de su cuota triste, su despedida resulta tan extraordinaria, como acostumbró a vivir, otorgándole cierta inmortalidad y con la cual su leyenda nunca perdería la magia que lo caracterizó.   Por tal razón Calvino, concluye su preciosa obra de una manera inesperada, aunque para nada alejada de su tono fabuloso.

15 comentarios:

  1. De tu texto se puede inferir que el libro es una crítica social, precisamente a las convenciones de la época en que fue escrito, pero trasladado a un tiempo anterior (siglo XVIII). O muy posiblemente el autor haya tratado de reflejar su experiencia personal en algún tema. El toque de realismo mágico es lo que lo convierte, como afirmas en otro párrafo, en una fábula para adultos. Muy buen artículo, como siempre. Una duda: ¿Las imágenes vienen en el libro o las conseguiste en la red?

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    1. Gracias una vez más, amigo Roger, por leerme y comentar. Pues las bellas ilustraciones que agregué, las encontré gracias a Google, que la edición que tengo yo es una demasiado sobria versión en tapa dura Bruguera (que lamentablemente no lleva la portada que agregué en este post).

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  2. Es interesante saber después de leer como es el personaje que me llamo mucho la atencion la idea de que el viva en un arbol,se ve muy bueno el libro pero no son de mi gusto (opinion personal) la forma de hablar y expresarse,sabiendo que esta ambientada en ese periodo y deben hablar de esa forma para darle mas realismo pero aun asi es algo que no me he acostumbrado,pero aun asi no le quita lo interesante que es la historia.Como siempre buena reseña sobre el libro.Saludos

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    1. Pues te animo a leer esta maravillosa novela, Andrés, que si bien el lenguaje ocupado siempre es un detalles relevante, este libro posee otros aspectos que te pueden encantar; además es un libro breve y de fácil lectura. A su vez te confieso que yo me alisto a leer prontamente otra obra de su autor.

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  3. Hola Elwin! Cómo estás? Paso nomás a saludarte, a dar señales de vida y a contarte que me gustó tu reseña. Calvino es un gran escritor... en algún momento, cuando estudiaba italiano, leí parte de Las Ciudades Invisibles en su lengua original. Un auténtico lujo.
    Saludos, y que sigas bien!

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    1. ¡No sabes qué bello regalo ha sido para mí tener noticias tuyas, Guivi! He lamentado mucho tu "desaparición" y constantemente reviso tu blog para ver si hay alguna actualización; ojalá no lo hayas dejado de lado (te dejé otro comentario hace rato en tu último post y nada de nada). Tengo mala suerte con los tres blog femeninos que sigo, pues el tuyo, el de Damablanca y otro más, se han perdido en el limbo de los blogs olvidados por sus dueños. ¿Qué ha sido de ti? ¿Has sabido de nuestra colega paraguaya?

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    2. Uy, Elwin, tengo varias ideas para escribir y ninguna me convence del todo, por desgracia. Debería ser más metódica y ponerme una pauta, digamos, de un artículo por mes, al menos... pero ya ves, me quedo en las buenas intenciones nomás.
      Con la Damablanca hablamos por mensaje privado todos los días. Ella está bien, pero tiene su blog tan colgado como yo. Mi recomendación es que la sigas en facebook, allí sí actualiza más seguido y podrías estar al tanto de sus cosas...

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    3. ¡Pucha, Guivi, no pienses tantos tus textos y entrégate a tus musos! Te cuento que el "feisbuk" no es de mi gusto, así que no tengo. Por cierto, deseo mucho compartir contigo y Damablanca este texto tan importante para mí: http://elcubildelciclope.blogspot.cl/2015/10/entrevista-mi-mismo.html

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    4. Hola Elwin, cómo estás? Paso nomás a contarte que estoy entretenidísima mirando Jessica Jones, te cuento que es la primera vez que realmente me engancho a ver una serie inspirada en un comic, y creo que en parte se debe a tu influencia, junto a la de un amigo de mi esposo. Veo que también estás con eso, así que te pregunto si vas a hacer comentario... si me da la cabeza, también tengo algo para escribir sobre el particular... Un abrazo!

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    5. Por supuesto que escribiré sobre esta serie que me tiene enganchado y el texto estaría listo para la semana que está por comenzar. Sería genial que también le hicieras tu propio post, como dama que eres y así comparar nuestros puntos de vistas (eso sí, no tardes en hacerlo y no leas mi escrito para que no te "contamines" de mis ideas", hasta que hayas subido tu propio trabajo que con gusto leeré).

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    6. Muy bien, tenemos un trato! Me comprometo, de esa forma no tendré otra salida que escribir, jajajaja! Nos seguimos leyendo!

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  4. Otro autor que tengo pendiente, si bien leí compilaciones de relatos de terror antologadas y prologadas por él. Me ha gustado la idea de este libro, tan original. Me recordó a la figura de los anacoretas estilitas, que vivían en lo alto de columnas, orando apartados de la sociedad.

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    1. ¡Qué interesante lo que me cuentas sobre esas antologías hechas por este maestro! Me encantaría tenerlas ¿Cuáles son? Me encantaría leer algo sobre este gran autor en tu blog, que siempre tus análisis son superiores a los míos.

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  5. El barón rampante es una novela grandiosa. La primera lectura quizás es la peor, porque la premisa suena como a impostada y el argumento parece un poco mal cosido, pero en una segunda lectura, cuando se van percibiendo los matices y las ideas en el subtexto, se comienza a entender mejor la intención de Calvino, y se disfruta mucho más. La historia del barón rampante con los españoles es simplemente soberbia.

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    1. Desde mi simpleza, agradezco haber tenido la oportunidad de leer tan bello libro. Para mi esta novela es uno de esas obras que se queda en tu corazón y en tus recuerdos, permitiéndote crecer y querer ser mejor persona de lo que has sido hasta el momento.

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