miércoles, 28 de septiembre de 2016

Con el mundo no basta.



     La quinta novela de las famosas y elogiadas Crónicas Vampíricas de Anne Rice, corresponde a Memnoch el Diablo.  Publicada en 1995, lleva a su protagonista Lestat no solo a una nueva dimensión de sus aventuras, sino que también a  entrar en conocimiento de detalles que ningún otro inmortal o mortal ha llegado jamás a manejar.  Queda claro que luego de esta experiencia, nuestro antihéroe como nunca se convierte en toda una anomalía entre los suyos, pues luego de todo lo que le ha pasado ¿Qué otra cosa puede opacar lo que ahora le está por suceder?
      Tras lo narrado en esta obra, la Rice vuelve a superar el nivel de creatividad con la cual logra diferenciar una entrega de otra, sin caer en el típico recurso de “más de lo mismo”.  Lo anterior, pues nos volvemos a encontrar con algo por completo distinto a las novelas anteriores, yendo mucho más allá de la habitual narrativa de este subgénero.
      Pese a que se trata del volumen más breve en lo que va del ciclo, puesto que en español no alcanza  las cuatrocientas páginas de extensión, el lector bien puede sentir que pasa demasiado en sus páginas.  No estamos presentes a una obra de carácter coral, con una gran cantidad de personajes entre protagonistas y secundarios, como en el caso de La Reina de los Condenados.  En cambio sí estamos hablando de un libro que abarca no solo cientos, miles o millones de años, sino que eras enteras de narración, algo que racionalmente apenas podríamos comprender.  Todo esto se le revela a Lestat cuando llega a enterarse de que existe realmente el Más Allá, cuando visita el Paraíso y el Infierno e incluso llega a conocer a Dios…y al Diablo. 
       El libro comienza cuando Lestat lleva tiempo detrás de un importante mafioso, al que se ha dado el gusto de seguir más que de costumbre entre sus víctimas (recordemos que por lo general se alimenta solo de sujetos nefastos), hasta que por fin no aguanta las ganas y lo atrapa.  Pese al enorme atractivo que le representa este sujeto, se ensaña con él y prácticamente lo despedaza.  La descripción de la muerte del hombre a manos del chupasangre, llama la atención no solo por su violencia, sino porque anticipa el estado emocional confuso en el que este se encuentra y los hechos extraordinarios que están por venir.
      Es entonces que en contra de cualquier cosa que le haya pasado, con todos a quienes antes mató, se le aparece el fantasma de Roger (su última presa) y entre ambos llegan a tener una muy significativa conversación.  Durante las horas en que llegan a charlar amenamente, Lestat se da cuenta que son almas afines y termina por lamentar no haberlo conocido mejor, poder llegar a ser amigos y hasta haber tenido la oportunidad de convertirlo en uno de los suyos.
      En la historia de Roger, vemos cómo el mal resulta ser algo que poco a poco se va cargando en la esencia de las personas.  De este modo su confesión expone que uno no nace dañado moralmente hablando, puesto que hasta las personas con las mejores intenciones y especiales, pueden caer sin proponérselo en el camino de la ignominia.  Todo eso y más es lo que podemos apreciar en las palabras del hombre muerto, quien pudo ser un verdadero aporte para la humanidad y sin embargo sus malas decisiones lo llevaron por el otro lado.
      Asimismo, se vuelve a dejar consignada la certeza de que hasta los más grandes monstruos humanos, tienen una faceta que los puede elevar por sobre sus miserias. Y dicha luz es el amor.  En el caso de Roger esto se presenta a través de lo que siente por su única hija, a quien adora con todo su corazón; es así que le pide a Lestat que la cuide, tras la catástrofe de su muerte, que bien sabe repercutirá en su mundo por completo distinto al suyo.
      Antes de asesinar a Roger y luego conocerlo en profundidad una vez muerto este, Lestat ya sabía de su hija, Dora, una hermosa y auténtica muchacha que había fundado una especie de iglesia cristiana.  Pues ya le había llamado la atención esta mujer, no obstante ahora que gracias a Roger sabe más acerca de su persona, se atreve a contactarla y le confiesa quién es, sin negarle su responsabilidad en el deceso de su padre.  De igual modo llega a contarle de los deseos de su padre para que le hiciera de albacea, del gran legado histórico que le ha dejado, entre lo que se encuentran verdaderas reliquias.  Como Dora es una persona de gran inteligencia y sensibilidad, en vez de asustarse con la presencia de Lestat, se siente interesada en él y al final terminan por forjar un lazo de fraternidad y/o idilio platónico entre los dos.   Esta cercanía romántica del vampiro hacia una mujer mortal, difiere en gran parte de la que tuvo durante sus experiencias en El Ladrón de Cuerpos, pues cuando estuvo con Gretchen hubo consumación carnal y sin embargo cuando esta supo de su verdadera naturaleza, fue incapaz de aceptarlo como tal; en cambio con Dora al tratarse de algo más espiritual, esta sí acepta a Lestat sin temor de su faceta sobrenatural.  No obstante hay que recordar que ambas han dedicado su vida a la religión y al final su relación con Lestat termina por ser controlada por sus pasiones teocéntricas (de este modo una pequeña reflexión… ¿Se puede amar como mujer o como hombre a un igual si el deseo por Dios es más fuerte? Al parecer según la Rice no es posible).
      Paralelamente a todo esto, Lestat comienza a sentir que una entidad lo persigue, llegando incluso a sentir temor ante este acoso, ya que en ningún momento ignora de que se trata de algo o alguien, cuyo poder se encuentra por sobre sus propias facultades únicas.  Los momentos de terror del propio vampiro antes de saber la identidad de su acosador, son únicos:

     “De pronto alcé la vista y comprobé que la figura negra no era una estatua. Me estaba mirando. Estaba viva, respiraba y me observaba con sus feroces ojos negros.
     —No, es imposible —dije en voz alta, tratando de sumirme en la profunda calma que a veces me produce el peligro—. Es imposible.
     Propiné una pequeña patada al cadáver de mi víctima para asegurarme de que seguía ahí, de que no me había vuelto loco, temeroso de acabar desorientado como en otras ocasiones. Luego grité.
      Me puse a chillar como un niño y salí huyendo de la habitación.
      Atravesé corriendo el pasillo y salí por la puerta trasera. Había anochecido.
      Trepé por los tejados y luego, extenuado, me metí en un estrecho callejón y me tumbé en el suelo a descansar. No, aquella visión no era cierta. Era una imagen que había proyectado mi víctima y me la había transmitido en el momento de expirar para vengarse de mí, haciendo que aquella estatua negra y alada, aquella figura con patas de macho cabrío, cobrara vida...
      —Eso debió de ser —dije”.

     Una vez que nuestro protagonista conoce la identidad de quién anda detrás de él, le resulta aún más pavorosa la verdad, pues quien lo busca es nada menos que el mismísimo Diablo.  Lestat supone que le ha llegado la hora y que le toca irse al Infierno, pero como es de suponer en alguien tan voluntarioso como él, se resiste.  No obstante las intenciones y la conducta de quien se le ha presentado, no es tal como pensaría alguien que  fue educado bajo la fe católica, pues su visitante le cuenta la verdad sobre el papel del demonio en la Tierra y es así que se entera de una vieja idea: el Diablo en realidad no es malvado.
      Memnoch resulta ser el verdadero nombre del que también es conocido como Lucifer y Satanás, quien acude hasta el vampiro para solicitarle ayuda en su “guerra” contra Dios, convirtiéndolo en su primer al mando.  No obstante nada es tan sencillo y la batalla entre este antiquísimo ser y el Creador no se trata de la oposición entre el mal y el bien, sino que tiene relación con la misión de Memnoch, de ganar la mayor cantidad de almas para el Cielo; pues este ángel que pese a su “caída” no ha perdido su condición de tal, sigue amando a su Señor, así como ama a la humanidad, solo que no comparte las ideas de Dios para con los humanos.
     De una manera muy convincente, apoyándose en los textos bíblicos y otros religiosos, la escritora nos cuenta la historia de la creación, el origen de la vida en el planeta, el papel de los ángeles en todo esto y el plan divino para la humanidad.  Ante ojos fundamentalistas la Rice (fervorosa creyente de pasado católico), en más de una ocasión cae en la herejía, debido a la fantasía religiosa que relata y más todavía porque nos describe a un Dios imperfecto, que cae en la soberbia y la intolerancia; por otro lado, llegamos a sentir simpatía por el propio Memnoch,  quien solo debido a sus dudas para con el plan divino, ha sido condenado a una dura tarea por casi una eternidad.
      Uno de los puntos más interesantes de toda esta ficción, viene a ser cuando la narración se detiene en un importante detalle que tal como lo revela Memnoch a Lestat, resulta algo casi accidental y que ni siquiera Dios lo consideró dentro de su plan: el desarrollo de almas por parte de los seres humanos, lo que les otorga una parte de la naturaleza de Dios mismo y, por ende, los emparenta con los propios ángeles.  Pues esta revelación provoca todo un cisma en el Cielo y es en ello que Memnoch toma un papel decisivo al convertirse en el más importante agente de Dios para observar qué está pasando abajo.  Decisivo en su opinión personal respecto al derecho de hombres y mujeres para estar en presencia de Dios, viene a ser el precioso relato de su temporada como humano; al respecto, nuevamente la escritora se vale de los textos teológicos para darle mayor peso a su escritura.  De igual manera, en este momento del libro llegamos a conocer con mucho lirismo, el origen de las religiones, de la ciencia y la tecnología.

     “»Al cabo de unos instantes se me ocurrió algo inmediato y lógico, tal vez hasta evidente. Enseñaría a esas gentes todo cuanto sabía. No sólo les hablaría del cielo, de Dios y los ángeles, pues eso no les serviría de nada, sino que les aconsejaría que procuraran morir de forma plácida e intentasen alcanzar la paz en el reino de las tinieblas.
     »Era lo menos que podía hacer. Además, también les enseñaría lo que yo había aprendido sobre su mundo, lo que había percibido con mi lógica y ellos aún desconocían.
     »Empecé a hablarles sin más dilación. Los conduje hacia las montañas, entramos en las cuevas y les mostré las vetas minerales. Les dije que cuando ese metal estaba caliente brotaba de la tierra en forma líquida, pero que ellos podían calentarlo de nuevo para hacerlo maleable y así confeccionar todo tipo de objetos con él.
     »Cuando regresamos a la orilla del mar cogí un puñado de tierra y formé con ella unas figuritas. Luego cogí un palo, tracé un círculo en la arena y les hablé sobre los símbolos. Les dije que podíamos hacer un símbolo parecido a un lino que representara a Lilia, cuyo nombre en su lengua significa "lirio", y así como otro símbolo que representara lo que yo era: un hombre alado. Hice unos dibujos en la arena y les mostré lo fácil que resultaba ligar una imagen a un concepto o a un objeto concreto.
      »Al atardecer, las mujeres se congregaron a mi alrededor y les enseñé cómo trenzar tiras de cuero, lo cual jamás se les había ocurrido, para una pieza grande con ese material. Todo era lógico y se ajustaba a lo que yo había deducido mientras observaba el mundo cuando era un ángel”.

     
      Sin ser una novela acerca del mundo vampírico, a diferencia de las tres primeras que comprenden estas Crónicas, lejos intervienen muchos más bebedores de sangre que en el caso de El Ladrón de Cuerpos, el libro que antecedió a este; cabe recordar que este mismo título sirvió de antesala a los eventos de Memnoch el Diablo, si recordamos cuando David todavía humano y anciano, le cuenta a su amigo Lestat la ocasión en que pudo ver y oír una extraña conversación entre Dios y el Diablo.   Es así como no solo nos volvemos a encontrar con Louis, quien esta vez demuestra una actitud mucho más empática con su “hacedor”, sino que también el propio David ya renacido toma nuevamente un rol preponderante en los eventos.   No obstante viene a ser la participación de un Armand distinto al que antes habíamos conocido, como si se tratara de una nueva persona, gracias a que por fin hubiera hecho las paces con todos sus traumas de siglos de vida infeliz, lo que llega a admirar al lector ya conocedor de estos personajes.  De igual modo la inesperada aparición de Maharet, la inmortal más antigua luego de que fue destruida Akasha y de quien nada sabíamos desde La Reina de los Condenados, resulta destacable; no obstante tal como el más humanizado Armand con el que aquí nos encontramos, esta Maharet también se aprecia distinta, pues carece de la dulzura con la cual llegamos a encariñarnos en su debut.   Otro Antiguo, Mael, reaparece, no obstante su rol solo cumple la función de ejemplificar la catástrofe que se desata cuando Lestat apenas logra volver, más o menos ileso (y cuerdo), de su periplo por el Más Allá.
     Dentro de la narración que hace Memnoch a Lestat, uno de los pasajes más impresionantes, viene a ser la versión del Diablo de nada menos que el relato bíblico de la tentación de Jesús durante su estadía en el desierto.  La maestría de la autora y su claro conocimiento sobre la religión que le vio crecer, se puede apreciar en la manera de cómo reinterpreta esta charla entre Dios y el Diablo.

     “»—Señor, no soporto verte sufrir —dije, incapaz de apartar la mirada de Él y soñando con poder llevarle agua y comida—. Deja que te enjugue el sudor. Deja que vaya a buscar agua. Deja que te conduzca hasta una fuente. Deja que te consuele, te lave y te vista con unas prendas dignas del Dios hecho Hombre.
      »—No —contestó Dios—. Cuando creí haberme vuelto loco, cuando apenas recordaba que era Dios, cuando comprendí que había renunciado a mi omnisciencia para padecer y conocer las limitaciones de los mortales, podrías haberme convencido de seguir ese camino. Quizás habría aceptado tu oferta. Sí, conviérteme en un rey, me revelaré ante ellos de esa forma. Pero ahora, no. Sé quién soy, y lo que soy. Sé lo que acontecerá. Tienes razón, Memnoch, en el reino de las tinieblas hay unas almas preparadas para ir al cielo, y yo mismo las llevaré. He aprendido lo que tú me sugeriste que aprendiera.
      »—Señor, tienes hambre. Estás sediento. Utiliza tu poder para convertir estas piedras en pan y aplacar así tu hambre, o deja que vaya en busca de comida.
      »—Por una vez escúchame, Memnoch —dijo Dios con una sonrisa—. Deja de hablar de agua y comida. Yo soy quien ha asumido un cuerpo mortal. ¡Eres incorregible! No haces más que discutir. Calla y escucha. Soy de carne y hueso. Ten piedad de mí y déjame hablar”.

     Entre los estadios por los que pasa Lestat durante su viaje junto a Memnoch, se encuentra nada menos que unos cuantos viajes al pasado, siendo uno de ellos nada menos que  la pasión y la crucifixión de Nuestro Señor.  No obstante como ya sabemos que esta versión de Dios no es tan perfecta, su propia conducta se aleja de cualquier idea cercana a una teología judeocristiana.  La capacidad de asombro y de tolerancia respecto al “juego fantaseoso” con lo que resulta ser sagrado para millones, pone en evidencia el criterio del lector cuando se cuenta que Lestat… ¡Bebe la sangre que el propio “Dios encarnado” le ofrece, mientras este mismo carga con la cruz! Luego de esto… ¿Podría haber otro vampiro más poderoso en el orbe que Lestat! Pues, vamos, ha bebido directamente el néctar vital del Creador.  Por último, cuando sucede el célebre episodio de la Verónica (en realidad una leyenda apócrifa, sobre el paño que tras mojar el rostro sangrante de Cristo, quedó con su imagen grabado en la tela), Dios le dice que se lo lleve.  Este acto a posterioridad trae consecuencias demasiado increíbles, otorgándole al libro algunos de sus mejores pasajes.
      Asimismo, podemos encontrar una crítica para nada velada, sobre la manera de cómo el hombre ha tomado para sí el amor hacia Dios; puesto que tal como queda expuesto en el libro, las religiones defendiendo sus supuestas verdades, han provocado guerras y muertes como ninguna otra ideología a lo largo de la historia.  Es entonces que Lestat, se convierte en testigo de innumerables injusticias hechas en nombre del “único Dios”.  Ello en todo caso va de la mano con la idea que tiene el Dios de este libro, de que la única manera de conseguir la “salvación eterna”, es a través del dolor y el sufrimiento.
       El erotismo no podía faltar en esta novela y en esta ocasión se hace presente a través de un tema que incluso dentro de la literatura vampírica es tabú, apenas ha sido tratado o bien resulta escabroso y/o de mal gusto: el deseo por la sangre menstrual.  Se supone que la primera vez en que se trabajó esto en una narración sobre vampiros, fue en Un Poco de tu sangre (Some of your blood, 1961), del destacado autor de ciencia ficción Theodore Sturgeon, en una de sus pocas incursiones en los terrenos cercanos al terror.  Pues la novelista, quien ya ha demostrado osadía para romper con los viejos paradigmas morales, no se queda atrás, tal como queda demostrado en la siguiente cita:

     “—Cariño —dijo Dora—, ¡estoy aquí!
     Sus delgados y cálidos brazos rodearon mis hombros, haciendo caso omiso de los copos de nieve que se desprendían de mi cabello y mi ropa. Caí de rodillas y oculté el rostro en su falda, cerca de la sangre que brotaba de entre sus piernas, la sangre de su útero, la sangre de la Tierra, la sangre de Dora que emanaba de su cuerpo. Luego, caí hacia atrás y permanecí tendido en el suelo.
     No podía hablar ni moverme. De pronto noté los labios de Dora sobre los míos.
     —Te hayas a salvo, Lestat —dijo ésta.
     ¿O era la voz de David?
     —Estás con nosotros —dijo Dora.
     ¿O lo dijo Armand?
     —Estamos aquí.
     —Fijaos en sus pies. Sólo lleva un zapato.
     —... y se ha roto la chaqueta... y ha perdido los botones.
     —Cariño, cariño —dijo Dora, besándome de nuevo.
    Me volví suavemente, procurando no aplastarla con el peso de mi cuerpo, le levanté la falda y sepulté el rostro entre sus muslos desnudos y calientes. El olor de su sangre inundó mi cerebro.
      —Perdóname, perdóname —murmuré. Mi lengua atravesó sus finas braguitas de algodón, apartó la compresa y lamió la sangre que retenía su joven y rosada vulva, la sangre que brotaba de su útero, no una sangre pura, pero sangre de su sangre al fin, de su cuerpo fuerte y joven, una sangre que procedía de las cálidas células de su carne vaginal, una sangre que no le producía dolor alguno ni le exigía más sacrificio que tolerar mi execrable acción, mientras mi lengua hurgaba en su vagina y lamía suavemente la sangre de sus labios púbicos, sorbiendo hasta la última gota”.

       Memnoch el Diablo puede ser considerada como la novela menos entretenida en lo que van las Crónicas Vampíricas, quizás porque mucho pasa para que recién se realice el prometido viaje de Lestat junto a Memnoch y que este mismo por fin se ponga interesante y tenga acción.  Las variadas páginas dedicadas a lo que el diablo llama “las trece revelaciones de la Creación”, casi llegan a ser soporíferas con toda la descripción que poseen.  En cambio una vez llegados al Infierno, los tormentos de las almas no pueden dejar de recordar al magnífico Dante.

      “La horripilante figura de una mujer devorada por las llamas representaba una quimera para aquellas almas que se arrojaban gritando al fuego en un intento de liberarla y sofocar las llamas que lamían sus cabellos, de rescatarla de aquella terrible agonía. Era el lugar donde quemaban a las brujas. ¡Todas ardían en la hoguera! ¡Sálvalas! ¡Dios mío, sus cabellos están en llamas!
      Los soldados que disparaban los cañones y se tapaban los oídos para no oír las detonaciones suponían una espectral visión para las legiones de almas que sollozaban postradas de rodillas, y el gigante que blandía un hacha constituía un horripilante fantasma para los que la miraban estupefactos, reconociéndose en él.
      — ¡No lo soporto!
     Ante mis ojos desfilaron unas monstruosas imágenes de asesinatos y torturas, casi abrasándome el rostro. Vi a unos espectros que eran arrastrados a una muerte segura en unas calderas que contenían alquitrán hirviendo, a unos soldados que caían de rodillas con los ojos desmesuradamente abiertos, a un príncipe de un reino persa que gritaba y se retorcía mientras las llamas se reflejaban en sus ojos negros”.

     No obstante para nada se trata de una obra hueca, al contrario, posee su propia carga de sublimidad, profundidad y lirismo, al que ya nos tiene acostumbrados la artista.  El solo hecho de la importancia que le otorga a la fe, a la religión y, por supuesto a la figura de Dios y el Diablo, más todas las alusiones a la rica “mitología judeocristiana” (inolvidable resulta ser cuando se menciona la teofonía, la música del Cielo y que se escucha supuestamente cuando uno deja este plano de existencia al morir) hacen de este libro una preciosa reflexión sobre esta parte importante de nuestra humanidad.  En muchos aspectos es una obra culta, algo solo para lectores con un bagaje cultural amplio y más todavía si son creyentes, de modo que no estamos hablando del típico libro de vampiros y menos de un texto fácil de digerir.

4 comentarios:

  1. Uno de los libros que mas se atraganta de la serie, pero que vale mucho la pena.

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    1. Claro y ganas me dan de saber qué pasa después, pero no continuaré la saga hasta el año que viene, que ya es hora de otras historias.

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  2. El hecho de que es breve lo hace llamativo. Sin embargo, la fusión de vampirismo con religión no me parece que se mezcle muy bien. ¿Qué pasará luego? ¿Terminará Lestat transformándose en una entidad equivalente a Dios? Sería infumable...

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    1. Ignoro qué pasará más adelante con Lestat, pero con él todo puede suceder. Espero el año que viene revelar el resto de su destino.

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