La
quinta novela de las famosas y elogiadas Crónicas Vampíricas de Anne Rice,
corresponde a Memnoch el Diablo.
Publicada en 1995, lleva a su protagonista Lestat no solo a una nueva
dimensión de sus aventuras, sino que también a entrar en conocimiento de detalles que ningún
otro inmortal o mortal ha llegado jamás a manejar. Queda claro que luego de esta experiencia,
nuestro antihéroe como nunca se convierte en toda una anomalía entre los suyos,
pues luego de todo lo que le ha pasado ¿Qué otra cosa puede opacar lo que ahora
le está por suceder?
Tras lo narrado en esta obra, la Rice
vuelve a superar el nivel de creatividad con la cual logra diferenciar una
entrega de otra, sin caer en el típico recurso de “más de lo mismo”. Lo anterior, pues nos volvemos a encontrar
con algo por completo distinto a las novelas anteriores, yendo mucho más allá
de la habitual narrativa de este subgénero.
Pese a que se trata del volumen más breve
en lo que va del ciclo, puesto que en español no alcanza las cuatrocientas páginas de extensión, el
lector bien puede sentir que pasa demasiado en sus páginas. No estamos presentes a una obra de carácter
coral, con una gran cantidad de personajes entre protagonistas y secundarios,
como en el caso de La Reina de los Condenados.
En cambio sí estamos hablando de un libro que abarca no solo cientos,
miles o millones de años, sino que eras enteras de narración, algo que
racionalmente apenas podríamos comprender.
Todo esto se le revela a Lestat cuando llega a enterarse de que existe
realmente el Más Allá, cuando visita el Paraíso y el Infierno e incluso llega a
conocer a Dios…y al Diablo.
El libro comienza cuando Lestat lleva
tiempo detrás de un importante mafioso, al que se ha dado el gusto de seguir
más que de costumbre entre sus víctimas (recordemos que por lo general se
alimenta solo de sujetos nefastos), hasta que por fin no aguanta las ganas y lo
atrapa. Pese al enorme atractivo que le
representa este sujeto, se ensaña con él y prácticamente lo despedaza. La descripción de la muerte del hombre a manos
del chupasangre, llama la atención no solo por su violencia, sino porque
anticipa el estado emocional confuso en el que este se encuentra y los hechos
extraordinarios que están por venir.
Es
entonces que en contra de cualquier cosa que le haya pasado, con todos a
quienes antes mató, se le aparece el fantasma de Roger (su última presa) y
entre ambos llegan a tener una muy significativa conversación. Durante las horas en que llegan a charlar
amenamente, Lestat se da cuenta que son almas afines y termina por lamentar no
haberlo conocido mejor, poder llegar a ser amigos y hasta haber tenido la
oportunidad de convertirlo en uno de los suyos.
En la historia de Roger, vemos cómo el
mal resulta ser algo que poco a poco se va cargando en la esencia de las
personas. De este modo su confesión
expone que uno no nace dañado moralmente hablando, puesto que hasta las
personas con las mejores intenciones y especiales, pueden caer sin proponérselo
en el camino de la ignominia. Todo eso y
más es lo que podemos apreciar en las palabras del hombre muerto, quien pudo
ser un verdadero aporte para la humanidad y sin embargo sus malas decisiones lo
llevaron por el otro lado.
Asimismo, se vuelve a dejar consignada la
certeza de que hasta los más grandes monstruos humanos, tienen una faceta que
los puede elevar por sobre sus miserias. Y dicha luz es el amor. En el caso de Roger esto se presenta a través
de lo que siente por su única hija, a quien adora con todo su corazón; es así
que le pide a Lestat que la cuide, tras la catástrofe de su muerte, que bien
sabe repercutirá en su mundo por completo distinto al suyo.
Antes de asesinar a Roger y luego
conocerlo en profundidad una vez muerto este, Lestat ya sabía de su hija, Dora,
una hermosa y auténtica muchacha que había fundado una especie de iglesia
cristiana. Pues ya le había llamado la
atención esta mujer, no obstante ahora que gracias a Roger sabe más acerca de
su persona, se atreve a contactarla y le confiesa quién es, sin negarle su
responsabilidad en el deceso de su padre.
De igual modo llega a contarle de los deseos de su padre para que le
hiciera de albacea, del gran legado histórico que le ha dejado, entre lo que se
encuentran verdaderas reliquias. Como
Dora es una persona de gran inteligencia y sensibilidad, en vez de asustarse
con la presencia de Lestat, se siente interesada en él y al final terminan por
forjar un lazo de fraternidad y/o idilio platónico entre los dos. Esta cercanía romántica del vampiro hacia
una mujer mortal, difiere en gran parte de la que tuvo durante sus experiencias
en El Ladrón de Cuerpos, pues cuando estuvo con Gretchen hubo consumación
carnal y sin embargo cuando esta supo de su verdadera naturaleza, fue incapaz
de aceptarlo como tal; en cambio con Dora al tratarse de algo más espiritual, esta
sí acepta a Lestat sin temor de su faceta sobrenatural. No obstante hay que recordar que ambas han
dedicado su vida a la religión y al final su relación con Lestat termina por ser
controlada por sus pasiones teocéntricas (de este modo una pequeña reflexión… ¿Se
puede amar como mujer o como hombre a un igual si el deseo por Dios es más
fuerte? Al parecer según la Rice no es posible).
Paralelamente a todo esto, Lestat
comienza a sentir que una entidad lo persigue, llegando incluso a sentir temor
ante este acoso, ya que en ningún momento ignora de que se trata de algo o
alguien, cuyo poder se encuentra por sobre sus propias facultades únicas. Los momentos de terror del propio vampiro
antes de saber la identidad de su acosador, son únicos:
“De pronto alcé la vista y comprobé que la
figura negra no era una estatua. Me estaba mirando. Estaba viva, respiraba y me
observaba con sus feroces ojos negros.
—No, es imposible —dije en voz alta,
tratando de sumirme en la profunda calma que a veces me produce el peligro—. Es
imposible.
Propiné una pequeña patada al cadáver de
mi víctima para asegurarme de que seguía ahí, de que no me había vuelto loco,
temeroso de acabar desorientado como en otras ocasiones. Luego grité.
Me puse a chillar como un niño y salí
huyendo de la habitación.
Atravesé
corriendo el pasillo y salí por la puerta trasera. Había anochecido.
Trepé por los tejados y luego, extenuado,
me metí en un estrecho callejón y me tumbé en el suelo a descansar. No, aquella
visión no era cierta. Era una imagen que había proyectado mi víctima y me la
había transmitido en el momento de expirar para vengarse de mí, haciendo que aquella
estatua negra y alada, aquella figura con patas de macho cabrío, cobrara
vida...
—Eso debió de ser —dije”.
Una vez que nuestro protagonista conoce la
identidad de quién anda detrás de él, le resulta aún más pavorosa la verdad,
pues quien lo busca es nada menos que el mismísimo Diablo. Lestat supone que le ha llegado la hora y que
le toca irse al Infierno, pero como es de suponer en alguien tan voluntarioso
como él, se resiste. No obstante las
intenciones y la conducta de quien se le ha presentado, no es tal como pensaría
alguien que fue educado bajo la fe
católica, pues su visitante le cuenta la verdad sobre el papel del demonio en
la Tierra y es así que se entera de una vieja idea: el Diablo en realidad no es
malvado.
Memnoch resulta ser el verdadero nombre
del que también es conocido como Lucifer y Satanás, quien acude hasta el
vampiro para solicitarle ayuda en su “guerra” contra Dios, convirtiéndolo en su
primer al mando. No obstante nada es tan
sencillo y la batalla entre este antiquísimo ser y el Creador no se trata de la
oposición entre el mal y el bien, sino que tiene relación con la misión de
Memnoch, de ganar la mayor cantidad de almas para el Cielo; pues este ángel que
pese a su “caída” no ha perdido su condición de tal, sigue amando a su Señor,
así como ama a la humanidad, solo que no comparte las ideas de Dios para con
los humanos.
De una manera muy convincente, apoyándose
en los textos bíblicos y otros religiosos, la escritora nos cuenta la historia
de la creación, el origen de la vida en el planeta, el papel de los ángeles en
todo esto y el plan divino para la humanidad.
Ante ojos fundamentalistas la Rice (fervorosa creyente de pasado
católico), en más de una ocasión cae en la herejía, debido a la fantasía
religiosa que relata y más todavía porque nos describe a un Dios imperfecto,
que cae en la soberbia y la intolerancia; por otro lado, llegamos a sentir
simpatía por el propio Memnoch, quien
solo debido a sus dudas para con el plan divino, ha sido condenado a una dura
tarea por casi una eternidad.
Uno de los puntos más interesantes de
toda esta ficción, viene a ser cuando la narración se detiene en un importante
detalle que tal como lo revela Memnoch a Lestat, resulta algo casi accidental y
que ni siquiera Dios lo consideró dentro de su plan: el desarrollo de almas por
parte de los seres humanos, lo que les otorga una parte de la naturaleza de
Dios mismo y, por ende, los emparenta con los propios ángeles. Pues esta revelación provoca todo un cisma en
el Cielo y es en ello que Memnoch toma un papel decisivo al convertirse en el
más importante agente de Dios para observar qué está pasando abajo. Decisivo en su opinión personal respecto al
derecho de hombres y mujeres para estar en presencia de Dios, viene a ser el
precioso relato de su temporada como humano; al respecto, nuevamente la
escritora se vale de los textos teológicos para darle mayor peso a su
escritura. De igual manera, en este
momento del libro llegamos a conocer con mucho lirismo, el origen de las
religiones, de la ciencia y la tecnología.
“»Al cabo de unos instantes se me ocurrió
algo inmediato y lógico, tal vez hasta evidente. Enseñaría a esas gentes todo
cuanto sabía. No sólo les hablaría del cielo, de Dios y los ángeles, pues eso
no les serviría de nada, sino que les aconsejaría que procuraran morir de forma
plácida e intentasen alcanzar la paz en el reino de las tinieblas.
»Era lo menos que podía hacer. Además,
también les enseñaría lo que yo había aprendido sobre su mundo, lo que había
percibido con mi lógica y ellos aún desconocían.
»Empecé a hablarles sin más dilación. Los
conduje hacia las montañas, entramos en las cuevas y les mostré las vetas
minerales. Les dije que cuando ese metal estaba caliente brotaba de la tierra
en forma líquida, pero que ellos podían calentarlo de nuevo para hacerlo
maleable y así confeccionar todo tipo de objetos con él.
»Cuando regresamos a la orilla del mar
cogí un puñado de tierra y formé con ella unas figuritas. Luego cogí un palo,
tracé un círculo en la arena y les hablé sobre los símbolos. Les dije que
podíamos hacer un símbolo parecido a un lino que representara a Lilia, cuyo
nombre en su lengua significa "lirio", y así como otro símbolo que
representara lo que yo era: un hombre alado. Hice unos dibujos en la arena y
les mostré lo fácil que resultaba ligar una imagen a un concepto o a un objeto concreto.
»Al atardecer, las mujeres se congregaron
a mi alrededor y les enseñé cómo trenzar tiras de cuero, lo cual jamás se les
había ocurrido, para una pieza grande con ese material. Todo era lógico y se
ajustaba a lo que yo había deducido mientras observaba el mundo cuando era un
ángel”.
Sin ser una novela acerca del mundo
vampírico, a diferencia de las tres primeras que comprenden estas Crónicas,
lejos intervienen muchos más bebedores de sangre que en el caso de El
Ladrón de Cuerpos, el libro que antecedió a este; cabe recordar que este
mismo título sirvió de antesala a los eventos de Memnoch el Diablo, si
recordamos cuando David todavía humano y anciano, le cuenta a su amigo Lestat
la ocasión en que pudo ver y oír una extraña conversación entre Dios y el
Diablo. Es así como no solo nos
volvemos a encontrar con Louis, quien esta vez demuestra una actitud mucho más
empática con su “hacedor”, sino que también el propio David ya renacido toma
nuevamente un rol preponderante en los eventos. No obstante viene a ser la participación de
un Armand distinto al que antes habíamos conocido, como si se tratara de una
nueva persona, gracias a que por fin hubiera hecho las paces con todos sus
traumas de siglos de vida infeliz, lo que llega a admirar al lector ya
conocedor de estos personajes. De igual
modo la inesperada aparición de Maharet, la inmortal más antigua luego de que
fue destruida Akasha y de quien nada sabíamos desde La Reina de los Condenados,
resulta destacable; no obstante tal como el más humanizado Armand con el que
aquí nos encontramos, esta Maharet también se aprecia distinta, pues carece de
la dulzura con la cual llegamos a encariñarnos en su debut. Otro Antiguo, Mael, reaparece, no obstante
su rol solo cumple la función de ejemplificar la catástrofe que se desata
cuando Lestat apenas logra volver, más o menos ileso (y cuerdo), de su periplo
por el Más Allá.
Dentro de la narración que hace Memnoch a
Lestat, uno de los pasajes más impresionantes, viene a ser la versión del
Diablo de nada menos que el relato bíblico de la tentación de Jesús durante su
estadía en el desierto. La maestría de la
autora y su claro conocimiento sobre la religión que le vio crecer, se puede
apreciar en la manera de cómo reinterpreta esta charla entre Dios y el Diablo.
“»—Señor, no soporto verte sufrir —dije,
incapaz de apartar la mirada de Él y soñando con poder llevarle agua y comida—.
Deja que te enjugue el sudor. Deja que vaya a buscar agua. Deja que te conduzca
hasta una fuente. Deja que te consuele, te lave y te vista con unas prendas
dignas del Dios hecho Hombre.
»—No —contestó Dios—. Cuando creí haberme
vuelto loco, cuando apenas recordaba que era Dios, cuando comprendí que había
renunciado a mi omnisciencia para padecer y conocer las limitaciones de los
mortales, podrías haberme convencido de seguir ese camino. Quizás habría
aceptado tu oferta. Sí, conviérteme en un rey, me revelaré ante ellos de esa
forma. Pero ahora, no. Sé quién soy, y lo que soy. Sé lo que acontecerá. Tienes
razón, Memnoch, en el reino de las tinieblas hay unas almas preparadas para ir
al cielo, y yo mismo las llevaré. He aprendido lo que tú me sugeriste que
aprendiera.
»—Señor, tienes hambre. Estás sediento.
Utiliza tu poder para convertir estas piedras en pan y aplacar así tu hambre, o
deja que vaya en busca de comida.
»—Por una vez escúchame, Memnoch —dijo
Dios con una sonrisa—. Deja de hablar de agua y comida. Yo soy quien ha asumido
un cuerpo mortal. ¡Eres incorregible! No haces más que discutir. Calla y escucha.
Soy de carne y hueso. Ten piedad de mí y déjame hablar”.
Entre los estadios por los que pasa Lestat
durante su viaje junto a Memnoch, se encuentra nada menos que unos cuantos
viajes al pasado, siendo uno de ellos nada menos que la pasión y la crucifixión de Nuestro
Señor. No obstante como ya sabemos que
esta versión de Dios no es tan perfecta, su propia conducta se aleja de cualquier
idea cercana a una teología judeocristiana.
La capacidad de asombro y de tolerancia respecto al “juego fantaseoso”
con lo que resulta ser sagrado para millones, pone en evidencia el criterio del
lector cuando se cuenta que Lestat… ¡Bebe la sangre que el propio “Dios
encarnado” le ofrece, mientras este mismo carga con la cruz! Luego de esto…
¿Podría haber otro vampiro más poderoso en el orbe que Lestat! Pues, vamos, ha
bebido directamente el néctar vital del Creador. Por último, cuando sucede el célebre episodio
de la Verónica (en realidad una leyenda apócrifa, sobre el paño que tras mojar
el rostro sangrante de Cristo, quedó con su imagen grabado en la tela), Dios le
dice que se lo lleve. Este acto a
posterioridad trae consecuencias demasiado increíbles, otorgándole al libro
algunos de sus mejores pasajes.
Asimismo, podemos encontrar una crítica
para nada velada, sobre la manera de cómo el hombre ha tomado para sí el amor
hacia Dios; puesto que tal como queda expuesto en el libro, las religiones
defendiendo sus supuestas verdades, han provocado guerras y muertes como ninguna
otra ideología a lo largo de la historia.
Es entonces que Lestat, se convierte en testigo de innumerables
injusticias hechas en nombre del “único Dios”.
Ello en todo caso va de la mano con la idea que tiene el Dios de este
libro, de que la única manera de conseguir la “salvación eterna”, es a través
del dolor y el sufrimiento.
El erotismo no podía faltar en esta
novela y en esta ocasión se hace presente a través de un tema que incluso dentro
de la literatura vampírica es tabú, apenas ha sido tratado o bien resulta
escabroso y/o de mal gusto: el deseo por la sangre menstrual. Se supone que la primera vez en que se
trabajó esto en una narración sobre vampiros, fue en Un Poco de tu sangre (Some
of your blood, 1961), del destacado autor de ciencia ficción Theodore
Sturgeon, en una de sus pocas incursiones en los terrenos cercanos al
terror. Pues la novelista, quien ya ha
demostrado osadía para romper con los viejos paradigmas morales, no se queda
atrás, tal como queda demostrado en la siguiente cita:
“—Cariño —dijo Dora—, ¡estoy aquí!
Sus delgados y cálidos brazos rodearon mis
hombros, haciendo caso omiso de los copos de nieve que se desprendían de mi
cabello y mi ropa. Caí de rodillas y oculté el rostro en su falda, cerca de la
sangre que brotaba de entre sus piernas, la sangre de su útero, la sangre de la
Tierra, la sangre de Dora que emanaba de su cuerpo. Luego, caí hacia atrás y
permanecí tendido en el suelo.
No podía hablar ni moverme. De pronto noté
los labios de Dora sobre los míos.
—Te hayas a salvo, Lestat —dijo ésta.
¿O era la voz de David?
—Estás con nosotros —dijo Dora.
¿O lo dijo Armand?
—Estamos aquí.
—Fijaos en sus pies. Sólo lleva un zapato.
—... y se ha roto la chaqueta... y ha
perdido los botones.
—Cariño, cariño —dijo Dora, besándome de
nuevo.
Me volví suavemente, procurando no
aplastarla con el peso de mi cuerpo, le levanté la falda y sepulté el rostro
entre sus muslos desnudos y calientes. El olor de su sangre inundó mi cerebro.
—Perdóname, perdóname —murmuré. Mi lengua
atravesó sus finas braguitas de algodón, apartó la compresa y lamió la sangre
que retenía su joven y rosada vulva, la sangre que brotaba de su útero, no una
sangre pura, pero sangre de su sangre al fin, de su cuerpo fuerte y joven, una
sangre que procedía de las cálidas células de su carne vaginal, una sangre que
no le producía dolor alguno ni le exigía más sacrificio que tolerar mi
execrable acción, mientras mi lengua hurgaba en su vagina y lamía suavemente la
sangre de sus labios púbicos, sorbiendo hasta la última gota”.
Memnoch el Diablo puede ser
considerada como la novela menos entretenida en lo que van las Crónicas
Vampíricas, quizás porque mucho pasa para que recién se realice el
prometido viaje de Lestat junto a Memnoch y que este mismo por fin se ponga interesante
y tenga acción. Las variadas páginas
dedicadas a lo que el diablo llama “las trece revelaciones de la Creación”,
casi llegan a ser soporíferas con toda la descripción que poseen. En cambio una vez llegados al Infierno, los
tormentos de las almas no pueden dejar de recordar al magnífico Dante.
“La horripilante figura de una mujer
devorada por las llamas representaba una quimera para aquellas almas que se
arrojaban gritando al fuego en un intento de liberarla y sofocar las llamas que
lamían sus cabellos, de rescatarla de aquella terrible agonía. Era el lugar
donde quemaban a las brujas. ¡Todas ardían en la hoguera! ¡Sálvalas! ¡Dios mío,
sus cabellos están en llamas!
Los soldados que disparaban los cañones y
se tapaban los oídos para no oír las detonaciones suponían una espectral visión
para las legiones de almas que sollozaban postradas de rodillas, y el gigante
que blandía un hacha constituía un horripilante fantasma para los que la
miraban estupefactos, reconociéndose en él.
— ¡No lo soporto!
Ante mis ojos desfilaron unas monstruosas
imágenes de asesinatos y torturas, casi abrasándome el rostro. Vi a unos
espectros que eran arrastrados a una muerte segura en unas calderas que
contenían alquitrán hirviendo, a unos soldados que caían de rodillas con los
ojos desmesuradamente abiertos, a un príncipe de un reino persa que gritaba y
se retorcía mientras las llamas se reflejaban en sus ojos negros”.
No
obstante para nada se trata de una obra hueca, al contrario, posee su propia
carga de sublimidad, profundidad y lirismo, al que ya nos tiene acostumbrados
la artista. El solo hecho de la
importancia que le otorga a la fe, a la religión y, por supuesto a la figura de
Dios y el Diablo, más todas las alusiones a la rica “mitología judeocristiana”
(inolvidable resulta ser cuando se menciona la teofonía, la música del Cielo y que se escucha supuestamente cuando
uno deja este plano de existencia al morir) hacen de este libro una preciosa
reflexión sobre esta parte importante de nuestra humanidad. En muchos aspectos es una obra culta, algo
solo para lectores con un bagaje cultural amplio y más todavía si son
creyentes, de modo que no estamos hablando del típico libro de vampiros y menos
de un texto fácil de digerir.
Uno de los libros que mas se atraganta de la serie, pero que vale mucho la pena.
ResponderEliminarClaro y ganas me dan de saber qué pasa después, pero no continuaré la saga hasta el año que viene, que ya es hora de otras historias.
EliminarEl hecho de que es breve lo hace llamativo. Sin embargo, la fusión de vampirismo con religión no me parece que se mezcle muy bien. ¿Qué pasará luego? ¿Terminará Lestat transformándose en una entidad equivalente a Dios? Sería infumable...
ResponderEliminarIgnoro qué pasará más adelante con Lestat, pero con él todo puede suceder. Espero el año que viene revelar el resto de su destino.
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