lunes, 21 de octubre de 2013

Una novela fundacional: “Drácula” de Bram Stoker.

Clásica ilustración del libro e imagen de su autor.
     A lo largo de la historia del arte fabulador, han aparecido textos narrativos que se han constituido en los clásicos absolutos de sus géneros o de su literatura nacional; esto debido a su condición bien de ser la primera de sus obras en lograr una consagración definitiva, gracias a sus virtudes estéticas, como también por definir de forma trascendental los parámetros bajo los cuales los títulos que les preceden se hallen bajo su modelo.  Así es como en la novelística española, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (más conocido vulgarmente como Don Quijote) de Miguel de Cervantes, viene a tomar este puesto de honor en sus letras, que en todo caso están llenas de importantes libros; los italianos poseen su valiosa Divina Comedia de Dante Alighieri (si bien escrita en verso, como muchos otros poemas épicos), mientras que para los latinoamericanos de habla castellana (y los colombianos, debido a la nacionalidad de su autor) Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez resulta ser la obra capitular; los mexicanos pueden sentir orgullo por Pedro Páramo de Juan Rulfo y los cubanos por El Reino de Este Mundo de Alejo Carpentier; por su parte los peruanos cuentan con La Ciudad y los Perros de Mario Vargas Llosa, los venezolanos con Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y los colombianos con La Vorágine de José Eustaquio Rivera, para Argentina Rayuela de Julio Cortázar resulta ser su obra cumbre y los chilenos, supongo, consideramos en general Hijo de Ladrón de Manuel Rojas la novela más destacada de nuestra narrativa; mucho más atrás en el tiempo los griegos ya habían conseguido lo más excelso de su literatura con La Iliada y La Odisea, ambas de Homero y que tan solo algunas  tragedias logran si quiera equiparárseles en importancia.  Pasando a los subgéneros, la literatura policial tiene a Estudio en Escarlata de Sir Arthur Conan Doyle, mientras que en la ciencia ficción las obras de Verne y Wells se disputan el título, ya sea con 20 mil Leguas de Viaje Submarino o Viaje al Centro de la Tierra del francés y en el caso del inglés, tendríamos a El Hombre Invisible, La Máquina del Tiempo o La Guerra de los Mundos en la contienda; para la fantasía, resulta casi indiscutible que la trilogía de El Señor de los Anillos posee tan valioso lugar…
    ¿Y qué pasa con la literatura de terror? Pues bien, es cierto que el gran Poe ya en la primera mitad del siglo XIX superó a muchos de sus predecesores, gracias a cuentos suyos que hoy en día provocan el mismo espanto y maravilla de antaño, como lo son sus relatos de El Gato Negro o La Ruina de la Casa de Usher, por no mencionar más; sin embargo esto corresponden a textos muy breves (si bien intensos) y en contraposición con las obras mencionadas arriba, todavía no llegan a ser los epítomes de su género.  No obstante, para la narrativa de “miedo”, casi medio siglo después, otro autor de habla inglesa, el irlandés Bram Stoker, sería quien con su obra más famosa nos regalaría con el volumen que se transformaría en la obra de terror más importante, si no también más famosa a lo largo de la historia y del ancho mundo.
    Si bien en pleno Romanticismo una muy joven Mary Shelley ya había sentado precedentes con su magistral Frankenstein en la Inglaterra de 1817, otros personajes mucho más populares acaparaban la atención del público en aquellos tiempos: los vampiros.  Con el avance de ese importante siglo, se publicaron relatos de gran impacto como Carmilla de Sheridan La Fanu y La Muerta Enamorada de Théophile Gautier, los cuales tenían como protagonistas a estos seres chupasangre.  Fue así como Stoker inspirado en la moda de su tiempo y tomando como referente a un importante héroe nacional rumano, de quien se contaban oscuras historias debido a su sadismo, escribió su magna obra: Drácula.   A partir de la figura del noble Vlad Tepes, conocido como El Empalador por su afición a clavar vivos a sus enemigos y disfrutar con la contemplación de su suplicio, el irlandés escribió una voluminosa novela en la que da cuenta de un grupo de individuos extraordinarios que deben vérselas con un mal sobrenatural, el cual por siglos ha permanecido en la Tierra y que ahora desea conquistar el mundo moderno tras salir de su ancestral Rumania.
    El libro se encuentra escrito en formato de cartas, diarios de vida y documentos varios, donde cada uno de los personajes relata sus aventuras y desventuras relacionadas con Drácula; éste por lo general es percibido en el texto bajo los ojos de sus víctimas y enemigos y nunca como lo que luego sería desarrollado a partir de las famosas películas de los años treinta de la Universal: al otorgársele un protagonismo que lo llegara a resaltar por sobre el resto de los personajes.   De este modo a diferencia de lo que cree el común de la gente, que nunca en su vida ha leído el libro, el conde Drácula resulta ser una verdadera manifestación pura del mal y nunca es retratado de forma humanizada, como también en gran parte del libro sus propósitos e historia personal solo son expuestas gracias a la interpretación y el poco conocimiento que poseen de ello quienes se le oponen.   Como bien puede ser visto en los siguientes fragmentos:

     <<—Entonces, creo que sería conveniente que les diga algo sobre el tipo de enemigo al que vamos a tener que enfrentarnos. Así pues, voy a revelarles parte de la historia de ese hombre, que he podido llegar a conocer. A continuación podremos discutir nuestro método de acción, y podremos tomar de común acuerdo todas las disposiciones necesarias.
     "Existen seres llamados vampiros; todos nosotros tenemos pruebas de su existencia. Incluso en el caso de que no dispusiéramos de nuestras desafortunadas experiencias, las enseñanzas y los registros de la antigüedad proporcionan pruebas suficientes para las personas cuerdas. Admito que, al principio, yo mismo era escéptico al respecto. Si no me hubiera preparado durante muchos años para que mi mente permaneciera clara, no lo habría podido creer en tanto los hechos me demostraran que era cierto, con pruebas fehacientes e irrefutables. Si, ¡ay!, hubiera sabido antes lo que sé ahora e incluso lo que adivino, hubiéramos podido quizá salvar una vida que nos era tan preciosa a todos cuantos la amábamos. Pero eso ya no tiene remedio, y debemos continuar trabajando, de tal modo que otras pobres almas no perezcan, en tanto nos sea posible salvarlas. El nosferatu no muere como las abejas cuando han picado, dejando su aguijón. Es mucho más fuerte y, debido a ello, tiene mucho más poder para hacer el mal. Ese vampiro que se encuentra entre nosotros es tan fuerte personalmente como veinte hombres; tiene una inteligencia más aguda que la de los mortales, puesto que ha ido creciendo a través de los tiempos; posee todavía la ayuda de la nigromancia, que es, como lo implica su etimología, la adivinación por la muerte, y todos los muertos que fallecen a causa suya están a sus órdenes; es rudo y más que rudo; puede, sin limitaciones, aparecer y desaparecer a voluntad cuando y donde lo desee y en cualquiera de las formas que le son propias; puede, dentro de sus límites, dirigir a los elementos; la tormenta, la niebla, los truenos; puede dar órdenes a los animales dañinos, a las ratas, los búhos y los murciélagos... A las polillas, a los zorros y a los lobos; puede crecer y disminuir de tamaño; y puede a veces hacerse invisible. Así pues, ¿cómo vamos a llevar a cabo nuestro ataque para destruirlo? ¿Cómo podremos encontrar el lugar en que se oculta y, después de haberlo hallado, destruirlo? Amigos míos, es una gran labor. Vamos a emprender una tarea terrible, y puede haber suficiente para hacer que los valientes se estremezcan. Puesto que si fracasamos en nuestra lucha, él tendrá que vencernos necesariamente y, ¿dónde terminaremos nosotros en ese caso? La vida no es nada; no le doy importancia. Pero, fracasar en este caso no significa solamente vida o muerte. Es que nos volveríamos como él; que en adelante seríamos seres nefandos de la noche, como él... Seres sin corazón ni conciencia, que se dedican a la rapiña de los cuerpos y almas de quienes más aman. Para nosotros, las puertas del cielo permanecerán cerradas para siempre, porque, ¿quién podrá abrírnoslas? Continuaremos existiendo, despreciados por todos, como una mancha ante el resplandor de Dios; como una flecha en el costado de quien murió por nosotros. Pero, estamos frente a frente con el deber y, en ese caso, ¿podemos retroceder? En lo que a mi respecta, digo que no; pero yo soy viejo, y la vida, con su brillo, sus lugares agradables, el canto de los pájaros, su música y su amor, ha quedado muy atrás. Todos los demás son jóvenes. Algunos de ustedes han conocido el dolor, pero les esperan todavía días muy dichosos. ¿Qué dicen ustedes?"

     "Así, cuando encontremos el lugar en que habita ese hombre del pasado, podemos hacer que permanezca en su féretro y destruirlo, si empleamos todos nuestros conocimientos al respecto. Pero es inteligente. Le pedí a mi amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, que me diera informes para establecer su ficha y, por todos los medios a su disposición, me comunicó lo que sabía. En realidad, debía tratarse del Voivo de Drácula que obtuvo su nobleza luchando contra los turcos, sobre el gran río que se encuentra en la frontera misma de las tierras turcas. De ser así, no se trataba entonces de un hombre común; puesto que en esa época y durante varios siglos después se habló de él como del más inteligente y sabio, así como el más valiente de los hijos de la "tierra más allá de los bosques". Ese poderoso cerebro y esa resolución férrea lo acompañaron a la tumba y se enfrentan ahora a nosotros. Los Drácula eran, según Arminius, una familia grande y noble; aunque, de vez en cuando, había vástagos que, según sus coetáneos, habían tenido tratos con el maligno. Aprendieron sus secretos en la Escolomancia, entre las montañas sobre el lago Hermanstadt, donde el diablo reclamaba al décimo estudiante como suyo propio. En los registros hay palabras como..., brujo, y.. Satán e infierno; y en un manuscrito se habla de este mismo Drácula como de un "wampyr", que todos comprendemos perfectamente. De esa familia surgieron muchos hombres y mujeres grandes, y sus tumbas consagraron la tierra donde sólo este ser maligno puede morar. Porque no es el menor de sus horrores que ese ser maligno esté enraizado en todas las cosas buenas, sino que no puede reposar en suelo que tenga reliquias santas."  >>  

    No obstante en la primera parte del libro, mientras Jonathan Harker pasa su aterradora experiencia en el mismísimo castillo de Drácula, obtenemos sabrosos datos de la boca del propio vampiro acerca de su rancia estirpe:

    <<"Nosotros los escequelios tenemos derecho a estar orgullosos, pues por nuestras venas circula la sangre de muchas razas bravías que pelearon como pelean los leones por su señorío. Aquí, en el torbellino de las razas europeas, la tribu ugric trajo desde Islandia el espíritu de lucha que Thor y Wodin les habían dado, y cuyos bersequers demostraron tan clara e intensamente en las costas de Europa (¿qué digo?, y de Asia y de África también) que la misma gente creyó que habían llegado los propios hombres-lobos. Aquí también, cuando llegaron, encontraron a los hunos, cuya furia guerrera había barrido la tierra como una llama viviente, de tal manera que la gente moribunda creía que en sus venas corría la sangre de aquellas brujas antiguas, quienes expulsadas de Seythia se acoplaron con los diablos en el desierto. ¡Tontos, tontos! ¿Qué diablo o qué bruja ha sido alguna vez tan grande como Atila, cuya sangre está en estas venas? —dijo, levantando sus brazos —. ¿Puede ser extraño que nosotros seamos una raza conquistadora; que seamos orgullosos; que cuando los magiares, los lombardos, los avares, los búlgaros o los turcos se lanzaron por miles sobre nuestras fronteras nosotros los hayamos rechazado? ¿Es extraño que cuando Arpad y sus legiones se desparramaron por la patria húngara nos encontraran aquí al llegar a la frontera; que el Honfoglalas se completara aquí? Y cuando la inundación húngara se desplazó hacia el este, los escequelios fueron proclamados parientes por los misteriosos magiares, y fue a nosotros durante siglos que se nos confió la guardia de la frontera de Turquía. Hay más que eso todavía, el interminable deber de la guardia de la frontera, pues como dicen los turcos el agua duerme, y el enemigo vela. ¿Quién más feliz que nosotros entre las cuatro naciones recibió “la espada ensangrentada”, o corrió más rápidamente al lado del rey cuando éste lanzaba su grito de guerra? ¿Cuándo fue redimida la gran vergüenza de la nación, la vergüenza de Cassova, cuando las banderas de los valacos y de los magiares cayeron abatidas bajo la creciente? ¿Quién fue sino uno de mi propia raza que bajo el nombre de Voivode cruzó el Danubio y batió a los turcos en su propia tierra? ¡Este era indudablemente un Drácula! ¿Quién fue aquel que a su propio hermano indigno, cuando hubo caído, vendió su gente a los turcos y trajo sobre ellos la vergüenza de la esclavitud? ¡No fue, pues, este Drácula, quien inspiró a aquel otro de su raza que en edades posteriores llevó una y otra vez a sus fuerzas sobre el gran río y dentro de Turquía; que, cuando era derrotado regresaba una y otra vez, aunque tuviera que ir solo al sangriento campo donde sus tropas estaban siendo mortalmente destrozadas, porque sabía que sólo él podía garantizar el triunfo! Dicen que él solo pensaba en él mismo. ¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin un jefe? ¿En qué termina una guerra que no tiene un cerebro y un corazón que la dirija? Más todavía, cuando, después de la batalla de Mohacs, nos sacudimos el yugo húngaro, nosotros los de sangre Drácula estábamos entre sus dirigentes, pues nuestro espíritu no podía soportar que no fuésemos libres. Ah, joven amigo, los escequelios (y los Drácula como la sangre de su corazón, su cerebro y sus espadas) pueden enorgullecerse de una tradición que los retoños de los hongos como los Hapsburgo y los Romanoff nunca pueden alcanzar. Los días de guerra ya terminaron. La sangre es una cosa demasiado preciosa en estos días de paz deshonorable; y las glorias de las grandes razas son como un cuento que se narra”>>.

    Es así como pese a la fama que cobra hoy en día el conde Drácula, sobre quien se han escrito un montón de novelas más, hecho seriales, películas y cómics que lo tienen de protagonista, en el libro que le vio naces apenas sale; o mejor dicho en gran parte de su extensión su presencia está latente como el gestor de los terribles eventos que en él se narran, pero las veces en las cuales éste interactúa de forma directa, son las menos.  Al principio del libro, es decir durante su primer encuentro con Jonathan Harker y al final, cercano al clímax, como también en el desenlace, es cuando más interviene el famoso personaje.  Entre medio aparece unas cuantas veces para infortunio de los protagonistas, pero sus intervenciones dejan con gusto a poco al lector ávido de sus historias.
   
El personaje histórico que inspiró a Stoker.
Nutriéndose de las leyendas folclóricas de la Europa Oriental y de otras partes del mundo, Bram Stoker instituyó para la posteridad su hoy en día sabida “mitología”; por ende en sus páginas son designadas las reglas bajo las cuales se hayan amparadas estas criaturas de la noche, así como sus habilidades: deben ser invitadas por sus víctimas para poder ingresar en sus hogares, necesitan descansar en la tierra (en lo posible de su lugar de origen); temen a las cruces, al ajo, al agua bendita y a las ostias, todos ellos elementos que los pueden destruir o al menos herir, siendo la luz del sol la mejor arma contra éstos, así como resultan mortales el acto de enterrarles una estaca en el corazón y también cortarles la cabeza.  A su vez el autor deja claro en su libro que estos seres pueden transformarse en niebla, como además mandar a las bestias “inferiores” tales como ratas y lobos.   Con posterioridad, autores como Anne Rice jugarían con estas convenciones, actualizando a los vampiros a sus tiempos y cambiando con ello la mitología correspondiente.
    En la novela el conde Drácula ha decidido dejar sus ancestrales tierras para conquistar el mundo moderno; de este modo su amenaza corresponde a la intrusión del oscurantismo del pasado, lleno del conocimiento precientífico, para dominar con sus artificios las tierras en las que predomina la verdad racionalista y progresista (virtud del mundo moderno a la que en más de una ocasión Bram Stoker hace alusión en el texto, realizando todo un discurso panegírico al respecto).  Por ende la lucha del grupo de héroes contra el maléfico conde, no es otra cosa que la oposición del sofisticado conocimiento de los tiempos venideros y al que pertenecen todos estos personajes (ingleses, un holandés y un gringo, por supuesto), contra la superchería “ignorante” de los pueblos atrasados como bien es descrita toda Rumania y sus habitantes en el libro.
    Para su época, la novela ya poseía varios momentos pavorosos y descripciones que si bien no llegan a lo explícito y visceral de la actualidad, todavía poseen su fuerza dramática; a su vez detallan con una cuidada pluma la presencia maligna del siniestro conde, así como todo lo relacionado con él:

    “Lo que vi fue la cabeza del conde saliendo de la ventana. No le vi la cara, pero supe que era él por el cuello y el movimiento de su espalda y sus brazos. De cualquier modo, no podía confundir aquellas manos, las cuales había estudiado en tantas oportunidades. En un principio me mostré interesado y hasta cierto punto entretenido, pues es maravilloso cómo una pequeña cosa puede interesar y entretener a un hombre que se encuentra prisionero. Pero mis propias sensaciones se tornaron en repulsión y terror cuando vi que todo el hombre emergía lentamente de la ventana y comenzaba a arrastrarse por la pared del castillo, sobre el profundo abismo, con la cabeza hacia abajo y con su manto extendido sobre él a manera de grandes alas. Al principio no daba crédito a mis ojos. Pensé que se trataba de un truco de la luz de la luna, algún malévolo efecto de sombras. Pero continué mirando y no podía ser ningún engaño. Vi cómo los dedos de las manos y de los pies se sujetaban de las esquinas de las piedras, desgastadas claramente de la argamasa por el paso de los años, y así usando cada proyección y desigualdad, se movían hacia abajo a una considerable velocidad, de la misma manera en que una lagartija camina por las paredes”.

    Y también resulta ejemplar al respecto el siguiente extracto:

    “El objeto que se encontraba en el féretro se retorció y un grito espeluznante y horrible salió de entre los labios rojos entreabiertos. El cuerpo se sacudió, se estremeció y se retorció, con movimientos salvajes; los agudos dientes blancos se cerraron hasta que los labios se abrieron y la boca se llenó de espuma escarlata. Pero Arthur no vaciló un momento. Parecía una representación del dios escandinavo Thor, mientras su brazo firme subía y bajaba sin descanso, haciendo que penetrara cada vez más la piadosa estaca, al tiempo que la sangre del corazón destrozado salía con fuerza y se esparcía en torno a la herida. Su rostro estaba descompuesto y endurecido a causa de lo que creía un deber; el verlo nos infundió valor y nuestras voces resonaron claras en el interior de la pequeña cripta”.

  
Mi Drácula audiovisual favorito (luego del de Lee) en su
apariencia anciana durante el gran filme de Francis Ford Coppola.
Bien sabido es el elemento erótico que radica en el vampiro y que ya en las narraciones de Sheridan Le Fanu y Théophile Gautier mencionadas más arriba, ya se encontraban predefinidas (si bien en ambos casos el “monstruo” es un personaje femenino); todo esto en cuanto a la misma seducción que provoca el vampiro en sus víctimas, así como en el mismo acto de la mordedura fatal, que se constituye tanto en una experiencia orgásmica para la presa, al igual que para el particular depredador nocturno; además tal acto viene a ser una especie de violación, por cuanto lo que hace el vampiro clásico es dominar con su fuerza la conciencia de su víctima para conseguir su objetivo.  Respecto a todo esto, se debe hacer notar que el Drácula original, tal y como es descrito por su autor, no es el individuo sexy y atractivo que el cine impuso desde los filmes de Bela Lugosi hasta la actualidad; no así sucede con sus llamadas “novias” que desde las páginas del texto de Stoker se ven como verdaderas femme fatales:

    “No estaba solo. El cuarto estaba lo mismo, sin ningún cambio de ninguna clase desde que yo había entrado en él; a la luz de la brillante luz de la luna podía ver mis propias pisadas marcadas donde había perturbado la larga acumulación de polvo. En la luz de la luna al lado opuesto donde yo me encontraba estaban tres jóvenes mujeres, mejor dicho tres damas, debido a su vestido y a su porte. En el momento en que las vi pensé que estaba soñando, pues, aunque la luz de la luna estaba detrás de ellas, no proyectaban ninguna sombra sobre el suelo. Se me acercaron y me miraron por un tiempo, y entonces comenzaron a murmurar entre ellas. Dos eran de pelo oscuro y tenían altas narices aguileñas, como el conde, y grandes y penetrantes ojos negros, que casi parecían ser rojos contrastando con la pálida luna amarilla. La otra era rubia; increíblemente rubia, con grandes mechones de dorado pelo ondulado y ojos como pálidos zafiros. Me pareció que de alguna manera yo conocía su cara, y que la conocía en relación con algún sueño tenebroso, pero de momento no pude recordar dónde ni cómo. Las tres tenían dientes blancos brillantes que refulgían como perlas contra el rubí de sus labios voluptuosos. Algo había en ellas que me hizo sentirme inquieto; un miedo a la vez nostálgico y mortal. Sentí en mi corazón un deseo malévolo, llameante, de que me besaran con esos labios rojos. No está bien que yo anote esto, en caso de que algún día encuentre los ojos de Mina y la haga padecer; pero es la verdad. Murmuraron entre sí, y entonces las tres rieron, con una risa argentina, musical, pero tan dura como si su sonido jamás hubiese pasado a través de la suavidad de unos labios humanos. Era como la dulzura intolerable, tintineante, de los vasos de agua cuando son tocados por una mano diestra. La mujer rubia sacudió coquetamente la cabeza, y las otras dos insistieron en ella. Una dijo:
    — ¡Adelante! Tú vas primero y nosotras te seguimos; tuyo es el derecho de comenzar.
   La otra agregó:
   —Es joven y fuerte. Hay besos para todas.
  Yo permanecí quieto, mirando bajo mis pestañas la agonía de una deliciosa expectación. La muchacha rubia avanzó y se inclinó sobre mí hasta que pude sentir el movimiento de su aliento sobre mi rostro. En un sentido era dulce, dulce como la miel, y enviaba, como su voz, el mismo tintineo a través de los nervios, pero con una amargura debajo de lo dulce, una amargura ofensiva como la que se huele en la sangre.
Tuve miedo de levantar mis párpados, pero miré y vi perfectamente debajo de las pestañas. La muchacha se arrodilló y se inclinó sobre mí, regocijándose simplemente. Había una voluptuosidad deliberada que era a la vez maravillosa y repulsiva, y en el momento en que dobló su cuello se relamió los labios como un animal, de manera que pude ver la humedad brillando en sus labios escarlata a la luz de la luna y la lengua roja cuando golpeaba sus blancos y agudos dientes. Su cabeza descendió y descendió a medida que los labios pasaron a lo largo de mi boca y mentón, y parecieron posarse sobre mi garganta. Entonces hizo una pausa y pude escuchar el agitado sonido de su lengua que lamía sus dientes y labios, y pude sentir el caliente aliento sobre mi cuello. Entonces la piel de mi garganta comenzó a hormiguear como le sucede a la carne de uno cuando la mano que le va a hacer cosquillas se acerca cada vez más y más. Pude sentir el toque suave, tembloroso, de los labios en la piel supersensitiva de mi garganta, y la fuerte presión de dos dientes agudos, simplemente tocándome y deteniéndose ahí; cerré mis ojos en un lánguido éxtasis y esperé; esperé con el corazón latiéndome fuertemente.
    Pero en ese instante, otra sensación me recorrió tan rápida como un relámpago.
   Fui consciente de la presencia del conde, y de su existencia como envuelto en una tormenta de furia. Al abrirse mis ojos involuntariamente, vi su fuerte mano sujetando el delicado cuello de la mujer rubia, y con el poder de un gigante arrastrándola hacia atrás, con sus ojos azules transformados por la furia, los dientes blancos apretados por la ira y sus pálidas mejillas encendidas por la pasión. ¡Pero el conde! Jamás imaginé yo tal arrebato y furia ni en los demonios del infierno. Sus ojos positivamente despedían llamas. La roja luz en ellos era espeluznante, como si detrás de ellos se encontraran las llamas del propio infierno. Su rostro estaba mortalmente pálido y las líneas de él eran duras como alambres retorcidos; las espesas cejas, que se unían sobre la nariz, parecían ahora una palanca de metal incandescente y blanco. Con un fiero movimiento de su mano, lanzó a la mujer lejos de él, y luego gesticuló ante las otras como si las estuviese rechazando; era el mismo gesto imperioso que yo había visto se usara con los lobos. En una voz que, aunque baja y casi un susurro, pareció cortar el aire y luego resonar por toda la habitación, les dijo:
    — ¿Cómo se atreve cualquiera de vosotras a tocarlo? ¿Cómo os atrevéis a poner vuestros ojos sobre él cuando yo os lo he prohibido? ¡Atrás, os digo a todas! ¡Este hombre me pertenece! Cuidaos de meteros con él, o tendréis que véroslas conmigo.
La muchacha rubia, con una risa de coquetería rival, se volvió para responderle:
    —Tú mismo jamás has amado; ¡tú nunca amas!
     Al oír esto las otras mujeres le hicieron eco, y por el cuarto resonó una risa tan lúgubre, dura y despiadada, que casi me desmayé al escucharla. Parecía el placer de los enemigos. Entonces el conde se volvió después de mirar atentamente mi cara, y dijo en un suave susurro:
    —Sí, yo también puedo amar; vosotras mismas lo sabéis por el pasado. ¿No es así? Bien, ahora os prometo que cuando haya terminado con él os dejaré besarlo tanto como queráis. ¡Ahora idos, idos! Debo despertarle porque hay trabajo que hacer.
    — ¿Es que no vamos a tener nada hoy por la noche? —preguntó una de ellas, con una risa contenida, mientras señalaba hacia una bolsa que él había tirado sobre el suelo y que se movía como si hubiese algo vivo allí.
    Por toda respuesta, él hizo un movimiento de cabeza. Una de las mujeres saltó hacia adelante y abrió la bolsa. Si mis oídos no me engañaron se escuchó un suspiro y un lloriqueo como el de un niño de pecho. Las mujeres rodearon la bolsa, mientras yo permanecía petrificado de miedo. Pero al mirar otra vez ya habían desaparecido, y con ellas la horripilante bolsa. No había ninguna puerta cerca de ellas, y no es posible que hayan pasado sobre mí sin yo haberlo notado. Pareció que simplemente se desvanecían en los rayos de la luz de la luna y salían por la ventana, pues yo pude ver afuera las formas tenues de sus sombras, un momento antes de que desaparecieran por completo.
    Entonces el horror me sobrecogió, y me hundí en la inconsciencia”.

    La anterior cita textual corresponde a su vez a uno de los pasajes más célebres del libro, por cuanto en él se puede observar de forma gráfica la naturaleza diabólica de estos seres, incluyendo la poderosa personalidad de Drácula, capaz de opacar a sus inferiores y a los espíritus débiles.  A su vez el acto sanguinario llevado a cabo por el conde y sus concubinas, ante una época purista como aquella en la que el artista escribió su trabajo, era de suponer que no podía ser más atroz y cobarde por tratarse de crímenes de los que apenas se hacía mención (si bien existían desde la noche de los tiempos).
El Drácula cinematográfico más clásico: el de Bela Lugosi.
    La misma presencia de las novias de Drácula, se opone a la imagen pura y benigna de Mina, la en un principio casi etérea novia de Jonathan Harker y luego su valerosa esposa y a la que el mismo conde Drácula tratará de dominar en su afán lujurioso de muerte y destrucción.  Si bien este personaje, que resulta ser el protagónico femenino de mayor importancia del libro, en un principio es descrito de forma algo convencional para una mujer de su época (pues corresponde a una damisela indefensa que debe ser protegida a toda costa por los “machos” de la obra), a medida que la trama va desarrollándose, va cobrando tal relevancia, que llega a sobrepasar los parámetros de su época para los estereotipos femeninos; de este modo Mina se transforma en quizás una de las primera mujeres valerosas e independientes (a su modo, claro) de la literatura y cuya ayuda resulta esencial para su grupo a la hora de derrotar el antiquísimo mal que viene a ser Drácula (a su vez recordemos que el vampiro como manifestación de todo lo satánico que puede haber, lo que desea es corromper lo bello, bueno e ingenuo existente; he aquí una metáfora acerca del propósito del mal y sacado de los mismos textos sagrados, de modo que es comprensible que el conde tras haber logrado la perdición de la angelical Lucy, desee ahora dominar a la avispada Mina).  Así es como el propio Abraham van Helsing, la verdadera Némesis del conde, llega a hablar tan bien de ella, a manera de reconocimiento del valor de la mujer en sí:

    “—Ella es una de las mujeres de Dios, confeccionadas por sus propias manos para mostrarnos a los hombres y a otras mujeres que existe un cielo en donde podemos entrar, y que su luz puede estar aquí en la tierra. Tan veraz, tan dulce, tan noble, tan desinteresada, y eso, permítame decirle a usted, es mucho en esta edad tan escéptica y egoísta. Y usted, señor, he leído todas las cartas para la pobre señorita Lucy, y algunas de ellas hablan de usted, de tal manera que por medio del conocimiento de otros lo conozco a usted desde hace algunos días; pero he conocido su verdadera personalidad desde anoche. Me dará usted su mano, ¿verdad que sí? Y seamos amigos para toda la vida”.

    En la novela, Bram Stoker se permite filosofar unas cuantas veces, llevando a sus personajes a realizar inteligentes observaciones sobre el devenir de las cosas.  De este modo es que en especial personajes tales como van Helsing y Renfield son los que más habitualmente realizan soberbios razonamientos; con ello se evidencia la misma agudeza y el saber enciclopedista del autor, quien entre otras cosas, demuestra en el libro un serio interés hacia la ciencia, los avances tecnológicos, la modernidad y el progreso en general (llama la atención cuando en un momento uno de los personajes ve en la figura del texano Quincey Morris como a un símbolo de la “floreciente nación” de Estados Unidos y el poder que bien podría llegar a tener este país sin contara con gente como él…¿Un inesperado vaticinio quizás?).  He aquí un hermoso fragmento de las sabias palabras del profesor van Helsing:

    “—Ah, usted no comprende, amigo John. No crea que no estoy triste, aunque río. Fíjese, he llorado aun cuando la risa me ahogaba. Pero no piense más que estoy todo triste cuando lloro, pues la risa hubiera llegado de la misma manera. Recuerde siempre que la risa que toca a su puerta, y dice: "¿puedo entrar?", no es la verdadera risa. ¡No! La risa es una reina, y llega cuando y como quiere. No pregunta a persona alguna; no escoge tiempo o adecuación. Dice: "aquí estoy". Recuerde, por ejemplo, yo me dolí en el corazón por esa joven chica tan dulce; yo doy mi sangre por ella, aunque estoy viejo y gastado; di mi tiempo, mi habilidad, mi sueño; dejo a mis otros que sufran necesidad para que ella pueda tener todo. Y sin embargo, puedo reír en su propia tumba, reír cuando la tierra de la pala del sepulturero caía sobre su féretro y decía ¡tud!, ¡tud!, sobre mi corazón, hasta que éste retiró de mis mejillas la sangre. Mi corazón sangró por ese pobre muchacho, ese muchacho querido, tan de la edad en que estuviera mi propio muchacho si bendecidamente viviera, y con su pelo y sus ojos tan iguales. Vaya, ahora usted sabe por qué yo lo quiero tanto. Y sin embargo, cuando él dice cosas que conmueven mi corazón de hombre tan profundamente, y hacen mi corazón de padre nostálgico de él como de ningún otro hombre, ni siquiera de usted, amigo John, porque nosotros estamos más equilibrados en experiencias que un padre y un hijo, pues aun entonces, en esos momentos, la reina risa viene a mí y grita y ruge en mi oído: "¡aquí estoy, aquí estoy!", hasta que la risa viene bailando nuevamente y trae consigo algo de la luz del sol que ella me lleva a las mejillas. Oh, amigo John, es un mundo extraño, un mundo lleno de miserias, y amenazas, y problemas, y sin embargo, cuando la reina risa viene hace que todos bailemos al son de la tonada que ella toca. Corazones sangrantes, y secos huesos en los cementerios, y lágrimas que queman al caer..., todos bailan juntos la misma música que ella ejecuta con esa boca sin risa que posee. Y créame, amigo John, que ella es buena de venir, y amable. Ah, nosotros hombres y mujeres somos como cuerdas en medio de diferentes fuerzas que nos tiran de diferentes rumbos. Entonces vienen las lágrimas; y como la lluvia sobre las cuerdas nos atirantan, hasta que quizá la tirantez se vuelve demasiado grande y nos rompemos. Pero la reina risa, ella viene como la luz del sol, y alivia nuevamente la tensión; y podemos soportar y continuar con nuestra labor, cualquiera que sea”.

Otro Drácula  inolvidable para el cine: el interpretado
por el gran Cristopher Lee.
    Al tratar el libro del viejo tema de la lucha del bien contra el mal, siendo más encima Drácula un individuo que representa la maldad en sí, no solo como hombre, si no como encarnación de lo demoniaco, a esta oscuridad se le opone con gran fuerza la misma religiosidad del resto de los protagonistas.  Relacionado a esto y en contra de lo que algunos espíritus estrechos piensan que este tipo de obras ensalzan los antivalores y se constituyen en discursos de alabanza hacia el satanismo, obras tales como esta y la ya citada Frankenstein, glorifican la virtuosidad del cristianismo y los modelos de conducta tan positivos como la fraternidad, el perdón, la valentía y el sacrificio personal en beneficio de una empresa humanitaria.  Es aquí cuando el grupo liderado por van Helsing, pese a que aparentemente todo está en contra suyo y se enfrenta a una fuerza antigua y magnífica en su villanía, nunca pierde la fe y cada uno de sus integrantes logra superar sus propios dolores y flaquezas (por ejemplo cada uno de ellos, menos van Helsing, en el libro ha sufrido la pérdida mortal de un ser querido, de modo que se hace notar en sus ánimos el vacío provocado por estas desgracias personales y aún así son capaces de llevar a cabo sus tareas sin deprimirse).  A su enorme fe en que la divinidad los acompañará, también se encuentra la claridad de su inteligencia, como a su vez la calidad de sus corazones, de modo que los héroes del libro en cierta medida resultan ser la representación de todo lo bueno que pueda haber en la naturaleza humana; esta configuración idealizada de los personajes, llega a ser el medio a través del cual el escritor resalta la virtud del hombre “moderno” de su época para conseguir opacar y superar los negros poderes del vampiresco Drácula.   Asimismo cabe notar que cada miembro de la “pandilla” del doctor, posee una elocuencia tal que sus discursos bien permiten la exposición de todas las ideas que el autor desea exponer y así compartir con el lector su propio pensamiento político ya señalado en este texto.

    Para terminar, un apartado dedicado a los personajes del libro, si bien se obviará de éste al propio Drácula, del cual ya se ha dicho bastante por  medio de las ideas personales de quien escribe, como a través de las citas agregadas de la novela en sí.

  • Jonathan Harker: Joven abogado de personalidad más o menos tímida, quien resulta ser el primero del grupo en enfrentarse al mal de Drácula.  Al parecer es un hombre de origen humilde, al igual que su prometida Mina.  De los varones que conforman el grupo opositor a Drácula, se podría decir que es el individuo menos activo, pero no por ello deja de ser alguien valeroso.  Su estadía en el castillo de Drácula le provocó tal impresión y sufrimiento, que su salud se agravó.  Ama con todo el corazón a su mujer.
  • Wilhelmina “Mina” Harker: Oficia de profesora y posee intereses periodísticos.  Vive preocupada por serle útil a su amado, así como siente un fuerte lazo fraterno con su amiga de infancia Lucy, por quien también se desvive.  Se convierte en el grupo liderado por van Helsing, en el corazón de éste, gracias a su especial personalidad.  Es una mujer muy fuerte, de grandes dotes intelectuales, lo que permitió a su gente recopilar y ordenar toda la información que tenían por separado del conde.  Termina transformándose en la nueva obsesión del conde, tras su “triunfo” con Lucy.
  • John Seward: Eminente psiquiatra que dirige un manicomio, el cual colinda con una de las edificaciones en Londres que Drácula ha comprado.  Muy culto, es uno de los dos galanes que ama a Lucy y que han tenido que renunciar a su mano en beneficio de uno de sus amigos; no obstante ello no lo ha alejado de su compañía.  Tras el mal que consume a su amor platónico, decide contactar a su maestro y amigo van Helsing para que lo ayude a descubrir cómo mejorar a su paciente; su estrecha relación con el hombre mayor, se debe en parte a que Seward en una ocasión le salvó la vida a éste, razón por la cual el sabio holandés le prometió amistad incondicional.  De mente racionalista, poco a poco debe asumir que existe un mundo oculto al normal conocimiento de la gente y que corresponde a la presencia de fuerzas sobrenaturales.
    Una de las ilustraciones más bellas
    que se han hecho para el libro, a cargo
    del gran artista peruano Boris Vallejo.
  • Lucy Westenra: La mejor amiga de Mina, resulta ser una joven adorable, de gran belleza e inocencia.  Posee una madre anciana muy enferma, quien como todo el mundo la ama de sobremanera.  Es de origen noble y posee una inmensa riqueza, pero no por ello ha perdido su sencillez.  Tres hombres le pidieron la mano, siendo que al decidirse por uno de ellos, los otros dos le ofrecieron su valiosa amistad.  Su tragedia al caer bajo las redes de Drácula, va a ser el detonante de la guerra contra éste; a su vez todo el proceso en el que se describe el largo y penoso martirio suyo, con su correspondiente transformación, resulta ser uno de los mejores elementos del libro.
  • Arthur Holmwood: De los tres pretendientes de Lucy, es quien logra conseguir su visto bueno.  Tras la muerte de su padre, obtiene el título de lord.  Contra la corriente, mantiene una gran amistad con los otros dos hombres que pretendieron desposar a su amada, a quienes los conocía desde mucho antes de los eventos narrados en el libro.  Su fortuna le permite financiar los medios para acabar con el mal de Drácula, haciéndose partícipe activo en la lucha contra éste.
  • Quincey Morris: Del trío que amaba a Lucy, el texano resulta ser el de mayores atributos para la confrontación armada, de modo que sus conocimientos y habilidades vienen a ser primordiales a la hora de ir en pos del enemigo y pelear contra sus servidores.  Es un hombre de aspecto recio y actitud aventurera.
  • Renfield: Hombre de mediana edad y de connotada inteligencia, como de gustos refinados, quien en un momento indeterminado se volvió loco y adquirió el desagradable hábito de comer insectos y otras bestias pequeñas vivas; por lo general de personalidad dócil, en momentos sus arrebatos de locura muestran gran violencia y fuerza.  Al parecer su mal fue gatillado por la presencia de Drácula o al menos fue influenciado, puesto que en numerosas ocasiones el personaje hizo alusión indirecta al vampiro, como a su vez demostró adoración hacia él.  Renfield desea la vida eterna que “ofrece” su señor, no obstante su espíritu extraordinario en más de una ocasión vuelve a sobrepasar su insanía, de modo que ayuda al doctor Seward y a los suyos a recabar información preciosa sobre su “maestro”.  Muchos de los mejores diálogos del libro corresponden a este personaje.
  • Abraham van Helsing: Quien en realidad se “roba la película” en el libro o al menos le hace el peso a la poderosa personalidad de Drácula, hace su aparición cuando ya van mucho más de cien páginas de comenzada la obra.  Es un erudito profesor ducho en múltiples disciplinas y que según cuenta él mismo, sabía desde hace mucho tiempo de la existencia del vampiro.  También es un hombre de gran fuerza de voluntad, líder nato, quien logra darle forma al equipo con el cual irá tras Drácula.  Otros atributos suyos son su temple amistoso, caballerosidad y llega a ser todo lo que se espera de un hombre mayor al cual se pueda admirar.
Ilustración basada en la "romántica" versión de Coppola para este clásico libro.

viernes, 18 de octubre de 2013

Maestros del Horror 15: "Family" de John Landis


     Como muchas de las obras que hasta el momento nos ha entregado Maestros del Horror, la segunda incursión del director John Landis para este programa, posee más de una lectura.  A su vez corresponde a una ácida mirada a la supuesta sociedad perfecta estadounidense (o mejor dicho, a su ideal de familia como núcleo comunitario).  Para saber más acerca de este señor, los invito a leer una pequeña síntesis de su trabajo en este enlace.
     Tal cual es habitual en su filmografía de horror, Landis nos vuelve a impactar con una historia donde mezcla la truculencia con un humor negro que muchas veces cae en el absurdo.   Todo gracias a una trama basada en un guión original para este mediometraje, en el cual se muestra lo que sucede cuando un matrimonio joven y sin hijos (ambos profesionales, jóvenes, atractivos y gentiles, o sea, el epítome de lo que se espera de toda familia moderna “publicitaria”) se cambia a una nueva vecindad y entra en confraternidad con uno de sus vecinos; su nuevo amigo en apariencia se ve como un cincuentón de actitud campechana, alguien de quien supuestamente no habría por qué sospechar, no obstante desde los primeros minutos de la historia, el espectador sabe que el hombre es un psicópata.  Por lo tanto el confiado matrimonio se encuentra en peligro y el curso de los acontecimientos va en la expectación ante qué pasará si estos dos descubren la verdad y/o el psicópata logra salirse con las suyas.
     El episodio comienza de forma magistral: la cámara se mueve ilustrándonos parte de un vecindario perfecto típico estadounidense (lindo, limpio y lleno de áreas verdes), para luego detenerse en una casa, a la que entra; su interior también se ve perfecto, prácticamente acogedor, pero es en su sótano donde de forma simbólica se esconde (y oculta) el verdadero corazón del lugar y que en todo caso no se muestra de inmediato.  El momento en el que se revela la actividad del dueño de casa, resulta más que sorpresivo: es chocante.  La escena es acompañada por una alegre melodía popular, que contrasta con lo que está sucediendo oculto a la mirada de los vecinos (acompañamiento musical que se repetirá en otros momentos de manifestación de la locura del personaje).
      En cuanto a la casa misma donde habita el psicópata, si bien ésta se presenta como un hogar digno para vivir a gusto, esconde además de lo que sucede en el sótano, la llamada “habitación favorita” del asesino: un lugar estancado en el tiempo y que remite a los “ingenuos” años cincuenta (sitio que por supuesto el dueño de casa no muestra a sus pocos visitantes, puesto que en él da rienda suelta a sus fantasías de tener una familia modelo).
      La apariencia del psicópata de turno (recordemos que en la primera temporada Larry Cohen ya había abordado a estos personajes tan caros al género y de forma bastante original) resulta ambivalente: por un lado se ve casi patriarcal, pero pacífico, gracias a su rostro sonrosado y cuerpo abultado; pero a la vez esta condición suya, al poseer un cuerpo que cae en una monstruosa obesidad, es fiel reflejo de sus apetitos insanos.  Landis además permite al espectador realizar un recorrido alucinante a la mente desquiciada de su psicópata, de modo que es posible contemplar lo que éste ve y escucha, de modo que se puedan comprender en parte sus aberrantes crímenes (no obstante ello no tiene la intención de ser una humanización del personaje, si no más bien que forma parte del elemento caricaturesco de éste, así como viene a ser parte del discurso crítico de esta obra, al mostrarnos esta parodia del modus vivendi gringo).
     En cuanto al joven matrimonio que deber vérselas con su aparente buen vecino, es ensalzado en una primera instancia  como una pareja dulce, ingenua y cuyos dos integrantes no pueden ser mas hermosos, en contraposición con quien bien sabemos que es un monstruo humano; a su vez estos dos guardan su propio secreto: la muerte trágica de su única hija.  No obstante a medida que la historia llega a su clímax, marido y mujer descubren su verdadero rostro y ello bien ejemplifica aquello de “vemos caras, pero no corazones”.  La gran revelación del final de este capítulo puede entenderse de muchas formas: por un lado como una manifestación más de esa idea tan “gringa” de que la justicia misma puede justificar el uso de la violencia (incluyendo la tortura) y de la cual bien sabemos que su gobierno aprueba sin mayores resquemores; por otro lado, presenta el antiguo tema de la venganza, que en todo caso va de la mano con el “ojo por ojo” del código legal de Hamurabi (otra vez la ley y la justicia, pero esta vez en un plano mucho más visceral); por último, la inesperada confrontación del desenlace, no deja de llevarnos a la reflexión de que todos nosotros por muy civilizados y sofisticados que seamos, si la ocasión lo permite, no vacilamos en sacar a flote la bestia irracional que llevamos dentro.
     El título de esta pequeña joyita está más que claro entonces: al mostrarnos las dos versiones de una familia idealizada (la del psicópata por un lado y la de la joven pareja por otra), Landis confirma lo que ya muchos de sus compatriotas con acidez han preconizado en tantas ocasiones a través de películas y series de TV.  El estereotipo de la familia ideal estadounidense es solo una ilusión, puesto que si escarbamos dentro de ella, encontramos las mismas miserias que en cualquier otra parte del mundo.

     Por último, este episodio fue estrenado originalmente el 3 de noviembre de 2006 en USA.

domingo, 13 de octubre de 2013

Los dos mejores cuentos de la literatura chilena


I- Una breve introducción.

      Cuando se ha leído y estudiado bastante la literatura nacional (no solo gozándola, si no también llevando a análisis su contenido y sopesando el peso literario de numerosas de sus obras, a la hora de ver su influencia con respecto a trabajos posteriores, como igualmente poniéndolas en comparación con sus contemporáneos), un investigador puede bien encontrarse con la existencia de dos relatos de corta extensión que han marcado precedentes en la narrativa chilena (por supuesto esto es posible hacerlo con la literatura de otros países, como también cuando se estudian géneros, movimientos y/o cualquier otro tipo de clasificación, lo mismo que sucede con otras expresiones artísticas tales como el cine, los cómics, la música y otros).    Es así como aparecen en el horizonte de quien se ha dado con la tarea de ahondar en los recovecos de esta literatura, con estas dos “obritas” que pese a su escasa extensión, engloban lo mejor de nuestras letras: El Árbol de María Luisa Bombal y El Vaso de Leche de Manuel Rojas.  
      A continuación este documento intentará dar cuenta al lector de la razón de por qué  tantos especialistas del fino arte de contar historias nacionales, han llegado a la misma conclusión al darles a los citados títulos tal honor entre sus pares.   Por lo tanto se indagará en los simbolismos presentes en cada uno de estos cuentos por separado, no sin antes hacer una pequeña mención a sus autores y a las características de sus obras (lo cual se puede comprobar en los relatos que aquí se abordarán, puesto que no solo corresponden a un ejemplo de su labor literaria, si no que también forman parte de lo más destacado de su producción y por ello reflejan soberbiamente los elementos que configuran su arte).

II- La soledad inherente del ser humano en “El Árbol” de María Luisa Bombal.

    
María Luisa Bombal.
Publicado en 1936 en una época en la cual las mujeres recién comenzaban la lucha por su igualdad como ciudadanas, mientras que en Latinoamérica solo se escribían textos de denuncia social (por lo general ligados a la pobreza y/o las diferencias entre las clases aristocráticas y los obreros) o romances, El Árbol fue una espina en el costado de la paternalista narrativa criolla.   En aquel entonces, la producción literaria de esta mujer chilena, proveniente de una familia de posición acomodada, provocó algo de controversia debido a sus temáticas que resultaron ser algo “adelantadas” para tales años: Que una mujer escribiera acerca de las vicisitudes de las congéneres de su mismo sexo y clase social, refiriéndose a sus problemas como personas condenadas a las decisiones de sus padres, luego de sus esposos y con ello imposibilitadas de lograr la realización personal, se vio como una forma escapista de la autora frente a los considerados verdaderos temas de contingencia (como los de corte político, religioso y socioeconómico). 
     Supuestamente a nadie le interesaba lo que pasaba dentro de la compleja psiquis femenina, mucho menos sus miedos y experiencias más íntimas y más todavía si se trataba de mujeres a quienes les debería bastar con las comodidades de su riqueza para ser felices.  No obstante como bien sabemos hoy en día, el mundo no es tan sencillo como se pretendía y tanto hombres como mujeres poseemos similares necesidades, esperanzas y miedos. 
     A su vez otro elemento propio de la pluma de esta inteligente mujer, cuyo talento lamentablemente fue opacado por sus propias taras (el alcohol y la depresión como sucede con tantos casos entre los grandes creadores a lo largo de la historia), fue el marcado erotismo de sus escritos.  De este modo fue polémico en aquella época y sociedad que más encima fuese una mujer quien se manifestara de esa forma (o sea, haciendo pública la naturaleza sensual femenina, al punto de dejar claro que dicho género también requería de la satisfacción erótica para sentirse bien, algo no solo deseado por los hombres).  Lo anterior bien se puede evidenciar en el fragmento de su obra más famosa, La Última Niebla:

     “Parece que me hubieran vertido fuego dentro de las venas. Salgo al jardín, huyo. Me interno en la bruma y de pronto un rayo de sol se enciende al través, prestando una dorada claridad de gruta al bosque en  que me encuentro; hurga la tierra, desprende de ella aromas profundos y mojados.
      Me acomete una extraña languidez. Cierro los ojos y me abandono contra un árbol. ¡Oh, echar los brazos alrededor de un cuerpo ardiente y rodar con él, enlazada, por una pendiente sin fin...! Me siento desfallecer y en vano sacudo la cabeza para disipar el sopor que se apodera de mí.
     Entonces me quito las ropas, todas, hasta que mi carne se tiñe del mismo resplandor que flota entre los árboles. Y así, desnuda y dorada, me sumerjo en el estanque.
     No me sabía tan blanca y tan hermosa. El agua alarga mis formas, que toman proporciones irreales. Nunca me atreví antes a mirar mis senos; ahora los miro. Pequeños y redondos, parecen diminutas corolas suspendidas sobre el agua.
     Me voy enterrando hasta la rodilla en una espesa arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y penetran. Como brazos de seda, las plantas acuáticas me enlazan el torso con sus largas raíces. Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento fresco del agua”.[1]

     Como muchos artistas, la Bombal escribía acerca de lo que conocía de más cerca, o sea, tomando como fuente de inspiración su propia experiencia.  Así es como esta mujer que fue infeliz, terminó sus días sola, alcoholizada y en la pobreza (dejando una carrera literaria inconclusa, puesto que no escribió mucho que digamos, si bien lo poco que publicó dejó más que claro su virtuosismo).  De este modo los escritos de la narradora tienen como personajes a mujeres de clase social alta, quienes viven ignoradas por los hombres y para quienes son simples muñecas para mostrar y mantener en casa como madres y dueñas de casa (tal cual ya lo había mostrado Henrik Ibsen en su magistral Casa de Muñecas, en la segunda mitad del siglo XIX).  Por lo tanto sus protagonistas son mujeres inseguras y condenadas a la soledad de su vida tradicional en medio de la sociedad patriarcal; no obstante buscan algún medio para escapar de sus miserias y conseguir algo de verdadera plenitud.
    Es entonces que nos encontramos con la historia de Brígida, una demasiado joven y hermosa mujer, quien se marchita poco a poco en la monotonía de su señorial casa, esposa de un hombre que la trata como a una niña más.  La protagonista posee bajo autoestima, pues desde pequeña la han considerado una persona torpe, en la práctica una inútil.  No obstante tal cual la gestora de este inolvidable relato, Brígida es una persona sensible (aunque no tiene conciencia de ello); ésta desde pequeña es capaz de apreciar la música clásica, a tal punto de que disfruta el simple hecho de escucharla y con ello consigue retraerse a su mundo interior, que resulta mucho más rico de lo que aparenta.

      “¡Qué agradable es ser ignorante! ¡No saber exactamente quién fue Mozart; desconocer sus orígenes, sus influencias, las particularidades de su técnica! Dejarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.
          Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre un agua cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una telaraña, abierto sobre el hombro”.

     Un día Brígida detiene su atención en un árbol que se encuentra fuera de una de las ventanas de su hogar y es entonces que éste se transforma simbólicamente para ella en la figura masculina y protectora que nunca tuvo, como también en el medio ideal a través del cual pueda retraerse mejor a sus pensamientos; con ello logra la paz, aunque sea durante los momentos en los cuales se encuentra sola. 

     “Es el árbol pegado a la ventana del cuarto de vestir. Le bastaba entrar para que sintiese circular en ella una gran sensación bienhechora. ¡Qué calor hacía siempre en el dormitorio por las mañanas! ¡Y qué luz cruda! Aquí, en cambio, en el cuarto de vestir, hasta la vista descansaba, se refrescaba. Las cretonas desvaídas, el árbol que desenvolvía sombras como de agua agitada y fría por las paredes, los espejos que doblaban el follaje y se ahuecaban en un bosque infinito y verde. ¡Qué agradable era ese cuarto! Parecía un mundo sumido en un acuario. ¡Cómo parloteaba ese inmenso gomero! Todos los pájaros del barrio venían a refugiarse en él. Era el único árbol de aquella estrecha calle en pendiente que, desde un costado de la ciudad, se despeñaba directamente al río”.

     A partir de su “encuentro” con el árbol, Brígida aprende a ser más fuerte y por primera vez en su vida irrumpe en ella la fuerza telúrica femenina de la independencia (por lo tanto el árbol mismo como manifestación de la naturaleza, se transforma en el detonante del espíritu de la protagonista, razón por la cual bien se podría considerar dicho elemento como al avatar de Brígida); así es como la particular heroína se revela contra su marido y todo lo que él representa como parte de una sociedad castradora para el resto de las mujeres.  Es cuando consigue por fin su propia dicha (no sin antes uno que otro sacrificio).

III- La solidaridad de los extraños en “El Vaso de Leche” de Manuel Rojas.

Manuel Rojas.
     Manuel Rojas (1896-1973) es hoy en día considerado uno de los maestros de la literatura nacional chilena; ello no solo por la gran calidad e inmensa humanidad de su obra, si no que además debido a su propio talento como ejemplo de lo mejor de las letras hispánicas, cuando se trata de transformar en arte nuestra bella lengua castellana.  Tal cual otros grandes escritores valorados por el manejo de su lengua materna a la hora de contar grandes historias, Rojas fue un hombre que se hizo a sí mismo y todo lo que logró fue fruto de su esfuerzo y virtuosismo, ya que en realidad apenas tuvo educación formal (solo estudió en el colegio hasta los 11 años de edad).  No obstante pese a la dura vida que le tocó, puesto que conoció la pobreza y debió ejercer un sinnúmero de oficios (entre los más humildes), logró conseguir una rica carrera literaria que abarca tanto cuentos, como novelas, ensayos y poesía.   Así fue que se le invitó a dar una serie de conferencias en universidades a lo largo del mundo y participó de otros eventos de carácter cultural en atención a su labor artística.
     Su obra más importante, si bien todos sus trabajos resultan ser maravillosos, corresponde a su conmovedora novela Hijo de Ladrón, libro en el cual sintetiza como nunca las características de su literatura: una obra nutrida de su propia biografía, en la cual crea a  personajes marginales, quienes pese a vivir en la pobreza, no han perdido su dignidad y nobleza de corazón.
     En 1957 se le concede el Premio Nacional de Literatura (galardón que se le negó lamentablemente a María Luisa Bombal).
    Publicado por primera vez en 1929, formando parte de su segundo volumen de cuentos titulado El Delincuente (nombre de otro célebre relato suyo), El Vaso de Leche resulta ser otra narración breve de gran emotividad y lirismo prosístico.  Es la historia de un joven que se encuentra en la vagancia, pero no por ello se encuentra fuera de la ley, y quien conserva aún su orgullo.  Su pobreza que no implica falta de nobleza, contrasta con la del habitual habitante de las calles que se muestra en el mismo cuento:

     “Un instante después, un magnífico vagabundo, vestido inverosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo previamente, le gritó:
     —Are you hungry?
     No había terminado aún su pregunta, cuando el atorrante, mirando con ojos brillantes el paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:
     —Yes, sir, 1 am very much hungry! (¡ SI, señor, tengo harta hambre! )
     Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer entre las manos ávidas del hambriento. Ni siquiera dio las gracias, y abriendo el envoltorio calientito aún, sentóse en el suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca se perdonarla no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que hable ese idioma”.

     El muchacho ha llegado a un puerto y allí deambula muerto de hambre; el modo de cómo Rojas hace referencia al sufrimiento del protagonista, resulta desgarrador:

     Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; vela todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba como un borracho. Sin embargo, no habría podido quejarse ni gritar, pues su sufrimiento era obscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba aplastado por un gran peso”.

     Incapaz de soportar su padecimiento, llega hasta un local al que el narrador llama “lechería” y que bien corresponde a un café y/o restorán.  Allí el hombre pide tan solo dos cosas para saciar su tremendo apetito: un vaso de leche y unas “vainillas” (algo así como unas galletas o pastelillos), aún sabiendo que no tiene cómo pagar su humilde solicitud.  Es entonces que llegamos al inolvidable clímax de este cuento y donde el protagonista conoce quizás por primera vez en su vida el verdadero significado de la solidaridad, en esta ocasión bajo la presencia de quien se supone es la dueña del lugar: se trata de una mujer, quien casi como una madre acogedora, reconoce en él su carestía; luego en unas pocas líneas, Manuel Rojas nos regala con uno de los momentos más sublimes de la literatura chilena.  Este gesto de humanidad por parte de la mujer, que se presenta tan maternal y espontáneo, difiere del primer acto de solidaridad ofrecido al personaje, pero el cual es rechazado por su destinatario (hecho por un “gringo” al comienzo del texto, si bien difiere en su manifestación, puesto que en primer lugar es hecho por un hombre, luego por un extranjero que no habla su idioma, o sea todo un extraño, y por último carece del elemento afectivo que tendrá el realizado por la misma mujer).
     Cuando el protagonista (de quien nunca sabremos su nombre, quizás decisión de parte del autor significativa, puesto que con ello “universaliza” como nunca a su personaje, al hacer que éste represente a TODOS los pobres del mundo) llega al sitio donde por fin pueda saciar sus necesidades, el lugar es descrito como si se tratase del regreso al vientre materno, pues es blanco, cómodo y grato; la condición del lugar aumenta más al ser atendido por una persona tal como lo es dama mencionada, quien a su vez viste de blanco inmaculado y además resulta ser de nacionalidad española (¿Otra referencia a la idea de lo “matriarcal”, debido su relación con la llamada “Madre Patria”?).  La leche misma que bebe entra cálida en su organismo y consigue hacer que se desahogue (la leche, un nuevo simbolismo relacionado con la figura maternal).
     El cuento termina con este viajero sin rumbo henchido en su corazón con la esperanza.  Por último se queda contemplando el mar, que en su horizonte se transforma en la promesa de un futuro mejor.

IV- Una breve conclusión.

    Como bien se puede contemplar  al comparar ambos cuentos aquí analizados, se puede observar que la potencia de sus tramas radica en varios puntos en común:

  • Primero tenemos a dos personajes, una mujer y un hombre jóvenes respectivamente, quienes se ven sometidos al sufrimiento y al desamparo.  No obstante cada uno de ellos termina su historia con el conocimiento de que de ahora en adelante la vida puede ser más benigna para ellos.  Con respecto a la narración de Brígida, ésta parte in extrema res, o sea, desde el final y luego a través de un racconto al rememorar su pasado, se nos entrega el origen de su libertad; en cambio al innominado joven de El Vaso de Leche se les abren las puertas de la felicidad gracias a la oportunidad que le da la mujer de la lechería (mientras que para Brígida, resulta ser el mismo gomero el objeto que reacondiciona su  pensamiento y actuar).
  • Los dos cuentos están escritos en una prosa poética, lleno de simbolismos (la música y el árbol en la obra de la Bombal; mientras que la lechería, el vaso de leche y la mujer en la narración de Rojas), con los cuales sus autores proyectan sus visiones particulares del mundo, claramente influenciadas por sus propias vivencias.
  • Estos dos relatos escritos en años cercanos entre sí, abordan la búsqueda de la felicidad de sus personajes: a través de Brígida cuando ésta decide separarse de su indolente marido y en el caso del joven cuando aquel opta por embarcarse en busca de nuevos rumbos.
  • Por último, resulta innegable reconocer la destreza de sus autores al contarnos en tan pocas páginas, sendos trabajos que todavía mantienen la frescura de su narración, inolvidables personajes y un desenlace potente.




[1] Para más datos  sobre esta autora y La Última Niebla hacer click en este enlace


Arte de una edición ilustrada del recomendable cuento de María Luisa Bombal.

martes, 1 de octubre de 2013

Cuando el arte imita a la vida (y la vida imita al arte).


     En el año de 1998 se estrenó una película que hoy en día ya es considerada todo un clásico, tanto dentro del cine en general, como en el de ciencia ficción: El Show de Truman de Peter Weir.  En pocas palabras el filme muestra la supuesta idílica vida de Truman Burbank en el pueblito de Seahaven (hermoso sitio en el cual nunca pasa nada extraordinario y la mayor parte de la gente es amigable), a quien los inesperados giros del destino poco a poco lo hacen darse cuenta de que todo a su alrededor es una ilusión; esta duda frente a su existencia lo lleva a querer romper con el esquema preestablecido de lo que hasta ahora es su pequeño mundo, puesto que la verdad es que él es protagonista de un programa de televisión que gira en torno a su persona desde antes de su nacimiento y que es emitido en todo el mundo logrando las más altas sintonías en la historia de la pantalla chica.  No obstante el gestor de este “éxito”, hará todo lo posible por evitar que Truman descubra la verdad y con ello su mayor éxito se acabe.
    Dirigida con maestría por el veterano director australiano Peter Weir (responsable de verdaderas obras de arte como bien lo son El Año en que vivimos en Peligro, La Costa Mosquito, Sin Miedo a la Vida y Capitán de Mar y Tierra, entre muchas otras cintas de calidad), esta película bien se puede considerar como una obra perfecta en más de un sentido.  Apoyada además por un sólido guión de quien es responsable Andrew Niccol (quien por esta misma época en la que se hizo este largometraje, escribió y dirigió otro memorable trabajo del género que es Gataca), contó además con la sólida actuación reveladora del hasta entonces solo comediante Jim Carey; quien fuera otrora el caricaturesco detective de animales en Ace Ventura, en esta ocasión demostró con creces su versatilidad al incursionar por primera vez en el drama y al hacerlo tan bien fue nominado a varios premios (ganando algunos de estos como el Globo de Oro); todo gracias al carisma que le concedió a su personaje, quien fue representado como un hombre que dentro de su ingenuidad y dulzura, bien corresponde al arquetipo del ser humano en la búsqueda del conocimiento de si mismo y de lo que lo rodea.   Pero no solo la interpretación actoral de Carey logró brillar en la cinta, si no que también el desempeño hecho por todo el resto de los artistas que intervinieron en este filme, destacando Laura Linney, quien acá de la esposa de ficción de Truman, y la de Ed Harris, a cargo del complejo personaje de Cristoff, el creador del programa sobre la vida de Truman; fue así como ambos lograron acaparar la atención tanto de la crítica como del resto de la gente y a su vez conseguir sendas nominaciones a premios por su labor.
    Sobre el personaje a cargo de Laura Linney, bien se puede ver a dicho carácter como a una mujer que tal como el resto de quienes viven alrededor de Truman, pareciera alguien cordial: se la observa en una primera instancia como al ama de casa y esposa perfecta, hermosa y femenina, incluso complaciente, no obstante a lo largo del filme queda claro la falsedad de su careta y se evidencia su personalidad histérica y manipuladora.   Todas sus sonrisas, movimientos y acciones cumplen con el propósito de engañar al protagonista y de conseguir el beneplácito de los patrocinadores del programa: mientras conversa y se desplaza, realiza publicidad de sus productos, aprovechando la más mínima oportunidad dentro de la realidad ficcionada en la que se ve inmersa.
    Luego se encuentra el personaje de Christof, el creador del show en el que se ha transformado la vida de Truman y que en la película es interpretado por un actor poseedor de una gran filmografía, como lo es Ed Harris, quien las pocas veces en las que sale en la cinta, logra impresionar por la credibilidad que le da a su papel.  Su nombre es una clara reminiscencia a Cristo, el Hijo de Dios para la teología cristiana; así es como en esta historia es el dios de este pequeño mundo, siendo el responsable del devenir de los acontecimientos más importantes en la vida de Truman.  Tal como los dioses griegos y los de otras creencias, este Christof ve desde el cielo (en sus dependencias ubicadas en la altura del domo que cubre la falsa ciudad de Seahaven) cómo transcurre la existencia de quien se haya bajo su poder y cuando considera que es necesario, dictamina cual parca lo que le pasará a continuación al protagonista (mueve los hilos del guión preestablecido, que es para él la vida de Truman, a gusto de lo que quiere que suceda).  No obstante, quizás contra su propia voluntad, este “oscuro dios” ha llegado a amar a su manera a Truman y en más de una ocasión se le muestra con pequeños gestos de afecto hacia éste; luego hacia el poderoso clímax de la cinta, como salido de un episodio del Antiguo Testamento, Christof por primera vez se manifiesta de forma directa ante Truman y le habla desde su morada para instarlo a obedecerlo (no obstante su “hijo” se quiere independizar, pues ha optado por hacer uso de su libre albedrío y dejar de lado completamente el Paraíso terrenal ordenado y aséptico que le ofrece su “padre”).  Cabe destacar el hecho de que este personaje de apariencia intelectual, con su gorra de artista que acentúa su carácter de pequeño creador (o mejor, de demiurgo), en un principio iba a ser llevado a la pantalla por otro actor, pero por problemas con los productores y con el director, renunció y casi a manera de “parche” llegó Harris a tomar el papel (lo que al final fue toda una bendición, claro).
     Siguiendo con los simbolismos religiosos, cuando Truman comienza a “despertar” del engaño en el cual ha estado sumido desde su nacimiento, es a la edad de 30 años, la misma que tenía Jesús cuando comenzó la vida pública proclamando Su palabra durante su peregrinaje.  A su vez el nombre de Truman en sí es un juego de palabras en inglés, puesto que resulta ser la contracción de las palabras true y man, que respectivamente significan verdad y hombre; por lo cual él es el verdadero hombre en medio de un mundo que ciertamente no es tal, a su vez considerando su propia psicología y actuar a la hora de asumir sus decisiones para salir del “huevo” de la comodidad que es su realidad ficticia.
     Cuando Truman decide escapar para ir en busca de lo que para él es su ideal, como también su propia “Tierra Prometida”, la isla de Fidji, lo hace por mar, navegando.  Esta imagen de particular héroe en el que se ha convertido Truman, quien debe realizar un viaje “peligroso” hacia lo desconocido e ir más allá del mar, responde al ideario del océano como un simbolismo de la aventura y la esperanza; metáforas que tantas veces se han visto en la literatura, tal como en los textos del autor chileno Manuel Rojas y la tercera parte de la trilogía de Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis titulada La Travesía del Explorador del Amanecer (donde Dios y su hijo Aslan, Cristo representado alegóricamente en el león de estas novelas, viven más allá del mar) y muchas otras obras más. 
     Otras virtudes y/o características de este largometraje tan recomendable, resultan ser su cuidada fotografía y dirección de arte: así es como atendiendo a los planes de Christof para su obra, correspondiente al propio show de Truman, la ciudad en que vive es hermosa, limpia y ordenada; abundan el blanco y los tonos pasteles y la vestimenta de sus habitantes y las edificaciones parecieran haberse quedado anclados en unos idílicos años cincuenta del pasado siglo.  Por lo tanto la realidad se encuentra exagerada tal cual una pintura o una ilustración de un Estados Unidos de ensoñación, tema tan caro a tantos autores gringos.   Cabe destacar también el uso de humor para representar el drama que en las manos de otros artistas bien podría ser algo pesadillesco, más propio de las fantasías paranoicas de escritores como Phillip K. Dick o Kafka, quienes tantas veces mostraron en sus escritos las vidas de hombres enfrentados a invisibles poderes que controlan sus vidas; por esta razón el humor en una película de estas connotaciones no solo se agradece, si no que hace de la vida pautada de Truman algo que al hacernos reír o sonreír, nos lleve de la mano a la reflexión, ante lo absurdo que pueden ser nuestras propias vidas en los momentos más inesperados.   Por último, un gran aporte dentro de la obra integral que resulta ser este título, es su cuidada banda sonora, hecha en gran parte por Burkhart von Dallwitz, usando además temas previos del gran compositor Phillip Glass, quien también aportó para la banda sonora de este filme con partituras originales; a su vez se escogió agregar a las emotivas composiciones de los músicos mencionados, un bello tema de piano de Chopin y otro de Wojciech Kilar (es así como cada uno de estos temas, logra resaltar la emotividad en distintas escenas de la citada película).
     Y para terminar, no se puede obviar el recordatorio de que la ciencia ficción como género desde sus inicios, se ha adelantado al curso de las cosas en la vida real, anticipando muchos aspectos que hoy en día forman parte de nuestra cotidianeidad.  Es así como en el caso concreto de El Show de Truman, esta obra vaticinó la fiebre de los hoy llamados reality shows, al convertir la vida de un sujeto normal en un espectáculo y ser ésta seguida por millones a través de la televisión.  El filme en sí muestra cómo gente a lo largo del mundo vive pendiente de lo que pasa con Truman, convirtiéndose sus experiencias en la razón de ser de muchos de los espectadores o en una parte fundamental de sus propias vidas, ya que el público ocupa gran parte de sus horas en ver qué está pasando con el mismísimo Truman.  Este interés que cae en el escapismo y la morbosidad de gran parte de los telespectadores, en la actualidad es pan de cada día con tanto programa de este estilo; por ende, esta fantasía estrenada en 1998, fue a pocos años con anterioridad a su futuro, una profecía acerca de la falta de aventura propia de mucha gente, que hoy en día vive pendiente de lo que le pasa a quienes se han ofrecido para convertir su existencia en algo público.


 
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