I- Una historia personal con el artista.
Mi compatriota el escritor Roberto
Bolaño (1953- 2003) me provoca sentimientos encontrados, ahora más que nunca
luego de que estuve casi un mes entero (las 4 primeras semanas tras mi regreso
a la pega, luego de las vacas de invierno) dedicado a una de sus dos novelas
más emblemáticas: Los Detectives Salvajes.
La verdad es que este señor que en la práctica vivió casi toda su vida
en el extranjero, tras irse al exilio con su familia a los 15 años de edad a
México, para escapar de las atrocidades de la dictadura de Pinochet, no tuvo
mucho contacto con su madre patria y que yo sepa tampoco se sentía muy a gusto
en estas tierras (tengo entendido que se llevaba mal con la mayoría de los
escritores de acá, a los que despreciaba por una u otra razón). Luego se fue a
España, donde pasó el resto de su vida hasta que un cáncer hepático se lo llevó
con solo 50 años de edad, como a muchos otros de los grandes creadores,
demasiado pronto y en plena cúspide de su carrera… Y sin embargo en su paso por
el mundo nos dejó un tremendo legado de novelas, cuentos, poemas y
ensayos.
La verdad es que no voy a ahondar en su
vida, ni en el resto de su obra, pues salvo mis impresiones con Bolaño y el
libro que hace poco acabé, me sería algo engorroso hablar de textos que no me
he leído y lo más probable que tampoco vaya a visitar en un futuro cercano. Con el Bolaño que ya conocí me basta por el
momento y aún tengo pendiente uno de sus libros póstumos, El Espíritu de la Ciencia Ficción,
que me regaló mi querido amigo Miguel Acevedo para mi último cumpleaños y al que
espero “hincarle el diente” en algún momento del año que viene (que además me
lo recomendó mucho otro de mis mejores amigos, Marcelo López).
La primera vez en que supe de este señor de
inmediato me prejuició contra él, pues fue cuando este públicamente habló
pésimo de una de mis autoras favoritas, Isabel Allende, al decir que esta era
(y cito textualmente) “una escribidora y
no una escritora”. ¿Y quién es este tipo? Me pregunté, ya que nunca antes
había escuchado o leído algo sobre él, que no podía dejar de llamarme la
atención se llamara casi igual que el creador del Chavo del 8, el Chapulín
Colorado y tanto querido personaje en Latinoamérica. De inmediato me supuse que se trataba de uno
de esos intelectuales que creían que la literatura debía ser algo para la
elite, que no podía ser “entretenida”, así que de seguro por esa razón tanta
mala leche con su colega y el éxito de su carrera…No estaba equivocado, que
ahora tras haberme leído su dichosa novela, me queda claro que Bolaño (o “Bolaños”
como le llama un intelectualoide amigo que tuve, como una de esas tantas
personas que se llena la boca por SOLO LEER A AUTORES SERIOS) en efecto no
escribía para las masas y bien por él, que cada loco con su tema.
Un día, hace no sé cuánto tiempo ya,
buscando en Internet un ejemplo para realizar una guía de estudios para mis
alumnos, me encontré con un fragmento de una de sus narraciones y la verdad es
que me gustó. No recuerdo su nombre,
como tampoco puedo acordarme de los 3 cuentos suyos que me leí cuando
participaba de una tertulia literaria y este fue el escritor elegido de ese
mes; no obstante esas pequeñas piezas suyas las disfruté mucho y ello me
predispuso a querer ahondar en su trabajo, que nadie es perfecto y ahora podía
perdonarle su intolerancia contra la Allende.
Hoy en día Roberto Bolaño está considerado
entre los narradores más destacados e influyentes de las letras
hispanoamericanas, por no mencionar que algunas de sus novelas se están entre
las más valoradas por la crítica especializada y, como no, por quienes adoran
este tipo de literatura “sesuda”. La
verdad es que no sé si todo esto venía desde antes de su fallecimiento o es
fruto del redescubrimiento de su genialidad (que no se la voy a negar), que por
algo han editado varios de sus títulos que nunca publicó en vida; o se trata de
simple postura intelectual la de poner por sobre otros autores y sus obras, la
supuesta superioridad literaria de gente como Bolaño, que no se “ensuciaba las
manos” escribiendo best Sellers.
…Se me estaba olvidando, le agradezco de
corazón a Roberto Bolaño que su amistad por Pedro Lemebel (al que sí le tengo
tremendo aprecio, pese a mis diferencias con su persona y algunas características
de su bibliografía), lo haya llevado a apoyarlo para que fuese conocido en el
extranjero y Alfaguara misma lo publicara más allá de nuestras fronteras; que
la calidad y trascendencia de su prosa sobrepasa el afecto que había entre
ambos literatos y así lo supo muy bien el igualmente fenecido Bolaño.
Tampoco puedo dejar de contarles a
quienes lean estas palabras desde el extranjero, la famosa anécdota por estos
lares ocurrida a poco rato de su muerte, en un noticiero de la televisión abierta
chilena. Resulta que una de sus “supuestas”
periodistas no era alguien que digamos muy instruida, por no decir poco
inteligente y en ese momento interrumpió su lectura habitual para decir: “Acabo
de enterarme de que murió un comediante muy querido: ROBERTO BOLAÑOS”. La mujer fue objeto de burla durante mucho
tiempo.
Varias veces estuve a punto de comprarme
alguno de sus textos, que en especial me atraía Nocturno de Chile, que
aborda el tema de una de esas casas que se usó durante el gobierno de Pinochet
para la tortura de los presos políticos, un vergonzoso episodio de la historia
de mi país que siempre me ha impactado y causado curiosidad (con todo mi
respeto por aquellos que sufrieron de estas vejaciones) y sin embargo nunca
llegué a hacerlo. Fue entonces que el año
pasado, justo para la Comic-Con otro amigo, Luciano Ortega, me obsequió Los
Detectives Salvajes y que él ya había leído, para que así ambos la
comentáramos. Fue toda una grata
sorpresa y le di mi palabra de que no pasaría mucho en que me dispusiera a ello…Bueno,
no cumplí por completo mi juramento, que tan solo a finales de julio pasado me
puse a la tarea aplazada. Comencé mi
lectura el lunes 30 de julio y la acabé este viernes 24 recién pasado.
II- La versión
que tuve en mis manos y la que acabó en ellas.
Fíjense que el texto me atrapó desde el
principio, en especial gracias al tono más acelerado de su primera parte y que
recibe el nombre de Mexicanos perdidos en México.
La edición que me regaló Luciano es un tomo grandote de Alfaguara, de
esos que tienen solapas (que así creo se le llaman a esos dobleces que lleva la
tapa y sobre los que las editoriales acostumbran a poner una que otra
información, como citas a críticas de la obra en cuestión y la biografía de su
autor) y de casi 800 páginas. Se trata
de un tomo voluminoso que pesaba harto y lo pongo en pretérito, pues para
malestar y disgusto mío lo perdí el miércoles 15 de este mes, feriado, en la
tarde mientras andaba de paseo con Amilcar (fuimos al teatro a ver una
adaptación de Sueño de una noche de verano de Shakespeare). Ya iba sobre las página 500 y si bien en ese
momento de la lectura estaba algo lateado con ella, me negaba a dejarla
inconclusa; que harto tenía (y tengo) que decir al respecto.
Pensé en leer online lo que me quedaba, pero cuando le conté a Luciano, este se
ofreció a prestarme su ejemplar; luego recordé que en mi trabajo tenían uno
también, puesto que una colega lo pidió allá el año pasado para leerlo, así que
al día siguiente a primera hora se lo solicité a la bibliotecaria. Era eso sí de otra editorial, Anagrama, de
letra más pequeña y por ello más compacto.
Grande fue mi sorpresa al encontrar en su interior, uno de los
marcapáginas que realizaron los chicos de mi antigua jefatura el año pasado en
diciembre, que de seguro dejó ahí mi compañera y que más encima me dio la
impresión de que me mintió cuando me dijo que lo había leído entero, pues
estaba como en la página 150 (en Chile, en contra de lo esperado, la mayoría de
los profesores a lo más lee el diario, con la excusa de que no tienen tiempo o
les aburre dicha actividad…Lo que encuentro toda una aberración, entre quienes
se supone se dedican a estimular a las mentes jóvenes a practicar esta costumbre);
en todo caso consideré como un buen augurio pillar dicho marcapáginas allí.
Fue durante esos primeros minutos de
continuar mi aventura personal con Los Detectives Salvajes, cuando tuve
mi última charla, vía chat de Gmail, con mi desaparecido amigo Eduardo Romero,
Cidroq en la blogósfera, mientras iba en un bus junto a varios alumnos míos
para visitar una exposición de arte chino contemporáneo. Tenía pretendido
contarle que estaba leyendo una novela ambientada en su país, México y que una
de sus protagonistas se llamaba igual que su hija, Xóchitl, pero no llegué a
hacerlo. Creo que siempre relacionaré
esta obra con mi desaparecido “cuate”.
La verdad es que harta feo encuentro la
portada de la edición de Alfaguara de la novela, con esas letras que simulan un
título de la película de misterio, como si una linda ilustración en cambio le
quitara seriedad a una narración tan compleja como esa; de hecho, he visto
otros títulos suyos editados por esta empresa y todos ellos poseen el mismo
tipo de “arte”, con letras variadas que ostentan algún grado de sofisticación
que tanto desprecio en algunas ediciones en habla hispana. Lo mejor, eso sí, de esta versión es que trae
reproducida parte de los manuscritos originales de Bolaño para esta “obra
maestra” suya y que se agradece por ser en la práctica un regalo a los
lectores, como en especial a los incondicionales del escritor. En cuanto a la edición de Anagrama, al menos
posee una foto o reproducción de un cuadro, más o menos representativo del argumento
de la obra, que igual pareciera estar sacado de la imagen de una peli, pero no
cuenta con el agregado del volumen que se me extravió.