Antes de Internet, del "Oráculo
Digital" de Google y de la inmensa cantidad de material que podemos hallar,
consultar y descargar de la Red, estaban (y aún se encuentran entre nosotros)
las bibliotecas "físicas".
Nos hemos acostumbrado a la inmediatez, no solo en las relaciones interpersonales gracias a la masificación de las redes sociales, sino que también a la hora de conseguir muchas cosas que en la presencialidad implican viajes y tiempo para obtener lo que queremos; la comodidad y la eficacia de estas herramientas se agradecen, pero implican también la pérdida de experiencias que, al menos los más "viejos" como uno, recordamos con cariño y nostalgia.
Hoy en día si uno quiere saber de un tema determinado y/o requiere algún libro en especial, puede indagar en el ciberespacio y llenarse de datos al respecto, en el primer de los casos, como por igual conseguir sin mayores gastos económicos publicaciones, que de otra manera pueden ser muy caras o que son en la práctica inencontrables (como pasa con los títulos descatalogados y ciertos textos técnicos).
En mi época de estudiante, de colegio y luego universitario (esto durante el siglo pasado), cuando debía realizar una investigación para un trabajo determinado ("hacer una carpeta" se le llamaba), tenía dos opciones si es que no contaba con la bibliografía a mano: La primera era ir a una biblioteca y pedir/buscar ahí el documento que me fuera más beneficioso para mi labor; ello implicaba quedarme en dicho lugar (a menos que me prestaran el tomo en cuestión) y si no tenía la opción de fotocopiar lo que me servía, copiar a la manera "amanuense" en un cuaderno la información que me servía. Para encontrar los libros adecuados a las necesidades de cada uno, se accedía a unos archivadores llenos de tarjetas, ordenadas alfabéticamente o según asunto a tratar; luego uno daba el código respectivo a los bibliotecarios y ellos buscaban entre las corridas de libros en existencia; habían (y todavía existen, supongo) bibliotecas donde uno mismo accedía a los estantes en los cuales estaban los textos, cuidadosamente ordenados y etiquetados.
El segundo caso, que fue muy utilizado por este servidor durante su etapa previa al pregrado (cuando era una blanca palomita), merece un párrafo aparte, puesto que es el que mejores remembranzas me trae.
Nos hemos acostumbrado a la inmediatez, no solo en las relaciones interpersonales gracias a la masificación de las redes sociales, sino que también a la hora de conseguir muchas cosas que en la presencialidad implican viajes y tiempo para obtener lo que queremos; la comodidad y la eficacia de estas herramientas se agradecen, pero implican también la pérdida de experiencias que, al menos los más "viejos" como uno, recordamos con cariño y nostalgia.
Hoy en día si uno quiere saber de un tema determinado y/o requiere algún libro en especial, puede indagar en el ciberespacio y llenarse de datos al respecto, en el primer de los casos, como por igual conseguir sin mayores gastos económicos publicaciones, que de otra manera pueden ser muy caras o que son en la práctica inencontrables (como pasa con los títulos descatalogados y ciertos textos técnicos).
En mi época de estudiante, de colegio y luego universitario (esto durante el siglo pasado), cuando debía realizar una investigación para un trabajo determinado ("hacer una carpeta" se le llamaba), tenía dos opciones si es que no contaba con la bibliografía a mano: La primera era ir a una biblioteca y pedir/buscar ahí el documento que me fuera más beneficioso para mi labor; ello implicaba quedarme en dicho lugar (a menos que me prestaran el tomo en cuestión) y si no tenía la opción de fotocopiar lo que me servía, copiar a la manera "amanuense" en un cuaderno la información que me servía. Para encontrar los libros adecuados a las necesidades de cada uno, se accedía a unos archivadores llenos de tarjetas, ordenadas alfabéticamente o según asunto a tratar; luego uno daba el código respectivo a los bibliotecarios y ellos buscaban entre las corridas de libros en existencia; habían (y todavía existen, supongo) bibliotecas donde uno mismo accedía a los estantes en los cuales estaban los textos, cuidadosamente ordenados y etiquetados.
El segundo caso, que fue muy utilizado por este servidor durante su etapa previa al pregrado (cuando era una blanca palomita), merece un párrafo aparte, puesto que es el que mejores remembranzas me trae.
La última carpeta que hice, en cuarto medio y para la que ocupé más bibliografía que nunca. |
Todos los miércoles con el diario La Tercera salía una revista de carácter infantil/juvenil llamada Icarito; esta tenía una intencionalidad pedagógica y en tiempos en los cuales uno no tenía acceso a bibliografía específica, era el medio adecuado para contar con información variada (y de manera económica, puesto que venía gratuita con el periódico), que podía servir ante una eventual tarea del colegio. En un principio esta publicación en cada número abordaba tópicos diversos y creo que hasta juegos traía; sin embargo, no tengo mayor memoria al respecto, de esta primera etapa suya que duró años, puesto que no la coleccionaba. Fue en el transcurso de los ochenta, me parece que a mediados de esa década prodigiosa, que la revista comenzó a tener una modalidad monotemática, comenzando por una larga serie de ejemplares dedicados a la computación, cuando para mí el tema era algo muy alejado a mi cotidianeidad y me parecía algo más bien algo propio de la ciencia ficción; la informática de ille tempore distaba bastante de lo que es ahora, pero el pequeño que era en ese entonces, alucinaba con esas líneas y apenas vislumbraba que tendría tan estrecha relación durante mi adultez. Nunca olvidaré el comercial para la tele, que anunciaba la nueva etapa de Icarito y que con una voz robótica presagiaba:
"¡Computación,
tecnología del futuro!"
Cuando estaba en enseñanza media, mis profesores nos tenían prohibido utilizar el Icarito para realizar nuestras carpetas; no obstante, yo los engañaba y cuando debía mencionar la bibliografía que ocupaba, me inventaba el nombre de los libros y de las editoriales; el de los autores los sacaba de los afiches de cine, que tenía pegados alrededor de mi cuarto. Obviamente también usaba enciclopedias cuando podía conseguirme.
También salían otras colecciones educativas en los diarios, estos tipo libritos de grapa, entre los que recuerdo aquellos sobre los próceres de Chile y, especialmente, uno dedicado a nuestra rica mitología (uno de mis temas favoritos).
Un lugar destacado en mi biografía, tienen las llamadas láminas Mundicrom, hermosas ilustraciones a todo color que se compraban en paqueterías; estas abarcaban numerosas temáticas y se adquirían para ilustrar actividades escolares varias, incluyendo "diarios murales". La empresa nacional que sacaba esta serie, también editó un montón de álbumes de coleccionables, muchos de ellos de tipo educativo (como uno muy hermoso del cuerpo humano que recuerdo estuvo a la venta en dos ocasiones diferentes y me gustaba harto).
Los chicos de ahora ignoran todo este mundo y actividades, por lo mismo cuando puedo en mi labor de profesor les cuento de cómo era la vida en mis tiempos; lo mismo hago con mi sobrinito Amilcar de 12 años en la actualidad y es emotivo recordar junto a él esos pasajes de mi existencia que comparto con mis contemporáneos.