El afamado escritor estadounidense Orson Scott
Card, el mismo autor de una las novelas más celebradas de la ciencia ficción de
casi los últimos treinta años, El Juego de Ender, comenzó como
muchos de sus colegas escribiendo numerosos cuentos; estos los fue publicando
en revistas varias; con el paso del tiempo, ya convertido en un verdadero
profesional de las letras, se dedicó a las novelas, sin dejar de lado el relato
corto que le vio nacer como artista del género (puesto que antes escribía obras
para su comunidad mormona, como obras de teatro). En 1992 salió a la luz un inmenso volumen en
el que recogió gran parte de su literatura de corta extensión, con nada menos
que 45 cuentos y un poema épico; el tomo recibió el lírico y algo críptico
nombre de Mapas en un Espejo, libro a través del cual reunió todos
aquellos textos de cierta extensión que consideraba “aceptables” (ya que
algunos optó por dejar fuera de esta gran recopilación, al no considerarlos lo
suficientemente valiosos como para sentirse orgulloso de ellos). Estas historias corresponden a un verdadero
documento histórico, al convertirse en un fiel testimonio de la evolución
literaria de su creador; ello en especial, porque en algunos casos (al menos
con 3 de sus textos contenidos en la antología) estos escritos se transformaron
en sendas novelas, de modo que Card fue capaz de superarse a si mismo al mejorar
y madurar sus ideas. Ahora bien, esta
antología la dividió en 5 partes, considerando temáticas y/o subgéneros; luego
cada uno de esos segmentos recibió un nombre o subtítulo genérico, que una vez
que salieron las ediciones de bolsillo, se publicaron en respectivos tomos
separados. Por otro lado, cada
subdivisión contó con su propia introducción y en la cual el escritor hizo
referencia a las cualidades generales que compartían los textos reunidos en
dichos libros; a su vez no dejó de obsequiarnos con unas cuantas reflexiones y
claves para apreciar mejor estas subdivisiones de su obra corta. Los libros terminan con una apostilla en la cual dedicó líneas a
cada cuento, hablando algo de su génesis y significancia que poseían dentro de
su labor profesional y vida personal.
A partir de esta primera entrada, comienzo a reseñar y comentar esta
recomendable recopilación de cuentos, de quien me es mi segundo escritor
favorito (¡Adivinen quién es el primero!).
En todo caso antes de dar forma a Mapas en un Espejo, ya
había sacado al menos una compilación de su narrativa breve, no obstante al
final optó por hacer algo más grande y demostrativo de su odisea como fabulador;
de este modo incorporó esos relatos iniciales a un libro mayor, para así otorgarle
un sentido testimonial en una colección definitiva de aquellos primeros
años. Lamentablemente no me fue posible
conseguirme los libros 1 y 4 de la serie, así que mientras tanto tendré que
conformarme con criticar los 3 que por momento ya tengo y leí.
Acá vamos:
Mapas en un Espejo 2: Flujo, Cuentos
sobre Futuros Humanos.
Tal como dice su subtítulo, este tomo corresponde a varios relatos
centrados en el futuro de la humanidad, en algunas ocasiones algunos bastante
cercanos al nuestro y en otro orientados hacia una extensión de años más que
considerable. Acá hay todo tipo de
subtemas de la ciencia ficción, los que en los apartados a los cuentos mismos,
serán abordados como bien corresponde.
1- Mil Muertes: Para quien está acostumbrado al
Card más sensible y poético, esta historia puede resultar algo chocante, puesto
que trata sobre un disidente de una antiutopía que es condenado a un espantoso
castigo: a morir una y otra vez de las formas más horrendas y luego ser
resucitado para recordar su sufrimiento a la espera de que reniegue de sus
convicciones; por supuesto el protagonista es un idealista y no accede a los
deseos de sus tiranos, por lo que pasa una y otra vez por diferentes tormentos
(que el escritor describe de una forma sanguinaria no conocida en él, lo que
bien se demostrará en la cita que más adelante se agrega). En esta temprana obra del escritor, es
posible evidenciar en el personaje principal el carácter heroico tan típico de
los protagonistas de sus novelas posteriores, que luego le darían la gloria, ya
que en todo momento el sentenciado no deja de mantener su postura opositora a
un sistema cruel; con ello se da el tema valórico del autosacrificio, algo que
luego sería evidenciado en personajes tan memorables como Ender, Bean y Alvin de
posteriores sagas de Orson Scott Card.
Destaca también que los métodos del sistema político en el que se
desarrolla esta obra, recuerdan bastante a los descritos en la magna novela de
George Orwell 1984 y donde en esta famosa antiutopía, lo único que desean las
autoridades es anular la libertad de pensamiento de sus ciudadanos. El nombre de este cuento y parte de su trama,
remite también a un clásico texto de Jack London titulado Un Millón de Muertes. Estas dos relaciones con trabajos anteriores
del género pueden bien ser motivo de homenaje, intertextualidad o simplemente uso
conciente/inconciente de tópicos recurrentes en la ciencia ficción y que no
dejan de atender a una crítica social habitual de este tipo de literatura a las
llamadas dictaduras.
“Desde el
principio fue peor de lo que había supuesto. La soga le apretaba el cuello con
fuerza, y no había modo de resistirse. La asfixia no fue nada al principio.
Como estar bajo el agua conteniendo el aliento. Pero la soga le dolía en el
cuello; Jerry quería gritar pero no podía emitir ningún sonido.
No al principio.
Manipularon la cuerda, que subió y bajó
mientras los guardias la sujetaban al gancho de la pared. Una vez los pies de
Jerry llegaron a tocar el suelo.
Cuando la soga se tensó, sin embargo, los
efectos del estrangulamiento se impusieron y el dolor cesó. Jerry sentía los
martillazos de la sangre en la cabeza, la hinchazón de la lengua. No podía
abrir los ojos. Y ahora quería respirar. Tenía que respirar. Su cuerpo exigía
respirar.
Pero no dominaba su cuerpo. Intelectualmente
sabía que no podía llegar al suelo, sabía que esta muerte era transitoria, pero
su mente no influía sobre su cuerpo. Pataleaba y forcejeaba para llegar al
suelo. Tensaba las manos contra las cuerdas. Y con el esfuerzo sólo conseguía
que los ojos se le hincharan más, pues la presión sanguínea no podía pasar de
la cuerda, y que la necesidad de aire fuera más angustiante.
No había auxilio posible, pero trató de
gritar pidiendo socorro. Logró emitir un sonido, pero eso le costó aire.
Parecía que le metían la lengua en la nariz. Pateó con más violencia, aunque
cada pataleo era un desgarrón. Giró sobre la cuerda, se vio en el espejo. Su
cara estaba enrojeciendo.
¿Cuánto faltará? ¡No puede faltar mucho
más!
Pero faltaba mucho más.
Si hubiera estado bajo el agua,
conteniendo el aliento, habría desistido y se habría ahogado. Si hubiera tenido
una pistola y una mano libre, se habría descerrajado un tiro para poner fin a
ese dolor y el puro terror físico de no poder respirar. Pero no tenía pistola,
no podía inhalar, y la sangre le palpitaba en la cabeza y le hacía ver todo en
tonos de rojo, hasta que al fin no vio nada.
No vio nada excepto lo que le pasaba por
la cabeza, que era un desvarío, como si su conciencia tratara frenéticamente de
organizar algo para cancelar el estrangulamiento. Se veía en el barranco del
fondo de su casa, donde se había caído cuando niño, y alguien le arrojaba una
cuerda, pero él no podía cogerla, y de pronto le ceñía el cuello y lo
arrastraba hacia abajo.
Manchas negras le apuñalaban los ojos. El
cuerpo se le hinchó y de pronto hizo erupción. Tripas, vejiga y estómago
lanzaron todo lo que contenían, pero el vómito se le atascó en la garganta: una
sensación ardiente.
Los temblores se transformaron en convulsiones
y espasmos, y por un momento Jerry creyó alcanzar la ansiada inconsciencia.
Pero de pronto descubrió que la muerte no era tan amable.
No había deslizamiento gradual en el
sueño. No había «muerte inmediata» ni piadosa cesación del dolor.
La muerte lo despertó de su inconsciencia
durante una décima de segundo. Pero en esa infinita décima de segundo
experimentó la infinita agonía de la inminente inexistencia. Su vida no desfiló
ante sus ojos. En cambio estalló la falta de vida, y su mente experimentó un
dolor y un temor mucho mayor del que había provocado el mero ahorcamiento.
Y luego murió”.
2- Aplaudid y Cantad: Una ácida narración acerca de viajes
en el tiempo, la que se encuentra llena de humor negro y además posee un
protagonista bastante patético. Éste
último corresponde a un anciano, que en su soledad recuerda a su amor de
juventud, relación que nunca pudo concretar; como ahora tiene los medios
suficientes, pretende visitarla saltando hacia el pasado y usando el cuerpo de
su yo más joven, a ver si por fin logra encauzar su triste vida. El cuento muestra cómo una cosa es pretender
hacer algo y otra que su llevado a cabo termine tal y como uno lo espera. Esta es la primera historia del tomo, en el
que el lector se encuentra con un Card que use palabras malsonantes en su
narrador y personajes, lo que no deja de sorprender y que en todo caso se
justifica en la bajeza de sus protagonistas, como en el mundo descrito aquí.
Orson Scott Card. |
3- Paseaperros: El Ciberpunk es un subgénero de la ciencia ficción nacido en los
setenta en Inglaterra, de la mano de gente como William Gibson y Bruce
Sterling; su popularidad llegó a tal que traspasó como pocas expresiones del
género las barreras de la literatura y originó un montón de cómics,
videojuegos, series de TV y películas, siendo los japoneses quienes con toda su
pasión y creatividad lo adaptaron a sus mangas
y animés. En pocas palabras el Ciberpunk consiste en un futuro más o menos catastrófico, en el
cual hay una fuerte división entre ricos y pobres, siendo que estos últimos
viven en pésima condiciones, pero con acceso a tecnología del más alto
nivel. De este modo Paseaperros corresponde a
la única incursión de su creador en el subgénero y que escribió con el
propósito de darle su propio punto de vista.
Es así que en el relato se apropia del lenguaje soez con una coprolalia
inesperada en un mormón como Card y unos personajes detestables hasta cierto
punto, partiendo por el protagonista, quien sólo hacia finales del cuento
muestra unas cuantas virtudes morales.
Éste es un sujeto que por extrañas razones dejó de crecer y se quedó con
la apariencia de un niño; pasa su existencia traficando de manera ilegal
información computacional, hasta que un día entra en contacto con otro
delincuente quien requiere de sus servicios.
Entre todo lo transcurrido en este cuento, destaca la manera singular
con la cual el autor desarrolla los temas de la soledad, la necesidad de
pertenencia y la amistad, lo que le otorga a su protagonista una humanidad que
lo acerca a la de personajes más admirables del escritor. Por cierto, Orson Scott Card no deja en este
caso de ocupar la tecnojerga tan habitual en el ciberpunk y que en parte hace a veces difícil la “digestión” para
un lector más habituado a una prosa de tipo poética.
La siguiente cita textual evidencia el lenguaje presente en este relato:
“No, no
trato de arrancarte lágrimas. Ya estoy acostumbrado. Aunque la reina de la
fiesta nunca me haya revelado el Amor Verdadero sobre una colcha tejida, tengo
un talento que a algunos les resulta útil, así que siempre me las he apañado.
Visto bien, ando por el barrio residencial y no pago muchos impuestos. Pues soy
experto en códigos. Dame cinco minutos con el currículum de cualquiera, es decir,
su autopsicocospía, y nueve veces de cada diez acierto con su código de acceso
y entro en sus archivos más secretos, jugosos y pegajosos. Para ser franco, son
tres veces de cada diez, pero aun así es más conveniente que tener un ordenador
trabajando un año para que emita los quince caracteres que den con el código
justo, sobre todo porque después del tercer intento fallido te intervienen el
teléfono, protegen los archivos y llaman a la pasma.
¿Te revuelve las tripas? ¿Un tierno
chiquillo como yo enredado en gravísimas conductas dispopulares? Tendré medio
vaso y un metro de altura, pero puedo simular a cualquiera mejor que su propia
madre, y cuanto más le conozca, más profundo es mi gancho. No sólo soy capaz de
conocer tu código ahora, sino que puedo anotar una
palabra en un papel, sellarlo, y si vas a casa y modificas el código y abres lo
qué escribí, encontrarás tu código nuevo, tres veces de cada diez. Soy vertical,
y Paseaperros lo sabía. Un diez por ciento más de superyó y ni siquiera sería
legalmente humano, pero aún estoy por debajo de esa cota, cosa que no puedo
decir de muchos tíos cuya cabeza es ciento por ciento zoológico”.
4- Tratamos de actuar como si no
fuera así: Entretenidísimo
y sarcástico cuento de humor negro, que no deja de poseer una fuerte crítica al
impacto de la televisión en la vida hogareña de la gente; por lo tanto acá es
posible ver llevada a su máxima expresión la intromisión de la llamada “cajita
tonta” en la cotidianeidad, a través de programas de escaso nivel intelectual y
cultural (anticipándose con ello a los morbosos reality shows, como ya lo hizo décadas atrás Ray Bradbury en Fahrenheit
451). En esta ocasión se nos
narra las vicisitudes de un sujeto que se ve obligado a ver el mismo tipo de
televisión basura de siempre, mientras que lo que él desea es un tipo de
diversión más “sana” (de hecho, es un gran amante de la literatura). Mientras tanto el mundo en el que vive lleva
un rígido control de sus conciudadanos, categorizándolos en grupos para darles
sólo un tipo de divertimento y con ello inhibiendo su derecho a la libre
elección (por ende el futuro de este cuento también corresponde a una
antiutopía). El relato rescata el valor
de la autodeterminación por sobre los rigidos patrones sociales, así como las
virtudes de la buena literatura.
5- Planeta Inhabitable: Un cuento más de crítica social y en
el cual Card quizás por primera vez en su narrativa, introduce su visión
cosmopolita e integradora del mundo, al punto de ocupar a personajes de
distintas culturas y naciones en el argumento; la crítica social va de la mano
al crear un futuro en el cual la típica guerra entre naciones e ideas
contrarias, llevan al planeta a su devastación total, pero prolongando el
conflicto armado a un estado que cae en el absurdo. De todo esto se dan cuenta un grupo de
astronautas, quiénes desde una colonia humana que logró escapar del genocidio,
realizan un viaje hasta el planeta madre para ver qué ha sucedido después de
tanto tiempo con la Tierra. El relato no
deja de poseer el habitual humor negro ya visto en los textos anteriores.
6- Vida de Perros: Escrito en colaboración con Jay A.
Parry (Card luego ha firmado a cuatro manos al menos dos novelas con otros
colegas), podría decirse que junto con el texto que abre el volumen y el que lo
termina, vendría a ser de lo mejorcito del tomo y ello sin desmedro del resto
que les acompañan. Con mucho humor y de
una forma por completo original, cuenta sobre una singular invasión alienígena
y que al final se ve frustrada por las mismas particulares condiciones en las
que sus sofisticados implicados se ven envueltos. El título posee al menos dos sentidos: Uno,
porque los alienígenas han decido ocupar los cuerpos de estos cánidos, de modo
de depositar en ellos su conciencia y así engañar a los humanos; dos, debido a
la mala suerte de los candidatos a conquistadores una vez fracasado su
plan. Cabe destacar el gusto del
escritor por describir razas alienígenas por completo extrañas y que en este
caso más bien pareciera inspirarse en la ciencia ficción de la época de los pulps (años 30), debido a su “exótica”
apariencia. Por último, acá subyace el
tema del “otro” y la otredad, gracias
a cómo se narra el encuentro entre razas tan distintas entre sí y cómo cada una
enfrenta dicha experiencia (no habiendo además verdadera comprensión acerca de
la naturaleza de la una y la otra).
7- El Originista: Para ser sinceros, esta verdadera
joya de la narrativa breve de Orson Scott Card, corresponde más bien a una
novela corta y todo ello gracias a sus más de 100 páginas que abarcan casi la
mitad de todo Flujo. Asimismo viene a
ser un claro homenaje del escritor hacia el “Buen Doctor”, o sea Isaac Asimov,
ya que redactó esta historia ambientándola nada menos que en el famoso universo
de su saga de Fundación. De este modo El
Originista transcurre en el ya “mítico” planeta de Trantor (que también
otros artistas revisitarían) y tiene entre sus numerosos personajes al
emblemático personaje de la ciencia ficción conocido como el psicohistoriador
Hari Seldon (artífice dentro de la ficción asimoviana, de las llamadas Primera
y Segunda Fundación, poderosas instituciones que se suponen protegerían a la
humanidad tras el declive del Imperio Galáctico). Ya en esta última historia del tomo, el
lector frecuente del autor puede notar sin lugar a dudas la presencia del Card
al que ha llegado a apreciar: un artista capaz de crear personajes entrañables
y narrar con lirismo y emotividad varios de los momentos más álgidos de su
obra. En esta ocasión el protagonista
es un científico perteneciente a una familia de rancio abolengo y poder
económico, quien despierta el recelo del emperador con sus estudios. A su vez es amigo íntimo de nada menos que
Hari Seldon y cuando se entera de su proyecto (del cual en todo caso apenas
sabe sus verdaderas dimensiones) le pide que lo incorpore a él; no obstante es
rechazado por éste, aunque ignora que el sabio Seldon tiene mayores planes para
con él. En esta novela corta destaca la
bella relación entre el protagonista y su esposa, de modo que a través de ella
es posible apreciar la idea de que el amor en una pareja puede llegar a
convertirse en algo verdaderamente sublime (y que cuando hay respeto por la
individualidad del otro, ésta con el tiempo se fortalece para sobrepasar
cualquier prueba). Tampoco se puede
olvidar la relevancia que le otorga el autor al papel de las historias dentro
de la sociedad humana y su poder para configurar cada cultura; ello viene a ser
otro motor narrativo que le otorga una complejidad exquisita a este bello
tributo a Asimov.
“Ése era
el dilema. El papel de Deet en la biblioteca había comenzado como investigación
aplicada: unirse al personal con el propósito de confirmar su teoría de la
formación comunitaria. Pero esa tarea era imposible de cumplir sin
transformarse en parte activa de la comunidad bibliotecaria. La vocación
científica de Deet los había unido. Ahora esa misma vocación los separaba. Le
dolería más abandonar la biblioteca que perder a Leyel. No, no era así, se
reprochó. La autocompasión lleva al autoengaño. Es exactamente al revés: le dolería
más perder a Leyel que abandonar su comunidad de bibliotecarias. Por eso había
aceptado ir a Términus. ¿Pero podía culparla por sentirse feliz de no tener que
escoger? ¿Feliz de conservar ambas cosas?
Pero incluso mientras reprimía los
pensamientos malévolos que surgían de su decepción, no pudo contener su tono
hiriente.
— ¿Cómo sabrás que el experimento ha
terminado?
Ella frunció el ceño.
—Nunca terminará, Leyel. Son
bibliotecarias. No las cojo de la cola como ratones para guardarlas en la caja
cuando ha terminado el experimento. En algún momento tendré que parar y
escribir el libro.
— ¿Lo harás?
— ¿Escribir el libro? Ya he escrito libros,
creo que puedo hacerlo de nuevo.
— Quiero decir si pararás.
— Cuándo, ¿ahora? ¿Estás poniendo a prueba
mi amor por ti, Leyel? ¿Estás celoso de mi amistad con Rinjy, Animet, Fin y
Urik?
¡No! No me acuses de esos sentimientos
pueriles y egoístas.
Pero supo
que su negativa sería falsa aun antes de replicar.
—A veces sí, Deet. A veces creo que eres
más feliz con ellas.
Y como había hablado con franqueza, lo que
pudo desembocar en una discusión siguió los cauces de una tranquila
conversación.
—Y lo soy, Leyel —respondió ella con igual
franqueza—. Cuando estoy con ellas, estoy creando algo nuevo, estoy creando
algo con ellas. Es estimulante, vigorizante. Descubro cosas nuevas todos los días,
en cada palabra, cada sonrisa, cada lágrima, cada señal de que ser una de nosotras es lo más importante de la vida.
—No puedo competir con eso.
—No, no puedes, Leyel. Pero tú lo completas.
Porque no significaría nada, sería más frustrante que estimulante si no pudiera
regresar a ti todos los días para contarte qué ha sucedido. Tú siempre entiendes
qué significa, siempre te entusiasmas, convalidas mi experiencia.
—Soy tu público. Como un padre.
—Sí, anciano. Como un esposo. Como un niño.
Como la persona que más amo en el mundo. Eres mi raíz. Allá hago alarde de
valentía, ramas y hojas brillantes al sol, pero vengo aquí para sorber el agua
de tu suelo.
—Leyel Forska, fuente de capilaridad. Tú
eres el árbol, yo soy la tierra.
—Que resulta estar llena de fertilizante.
—Ella le besó. Un beso que evocaba días más jóvenes. Él aceptó de buen grado.
Una sección más blanda del suelo les sirvió
de lecho improvisado. Al final él se tendió junto a ella, apoyándole el brazo
en la cintura, la cabeza en el hombro, rozándole el pecho con los labios. Recordaba
cuando sus senos eran pequeños y firmes, erguidos en el pecho como pequeños monumentos
a su potencial. Ahora, mientras ella yacía de espaldas, eran una ruina
erosionada por la edad, de modo que caían a ambos lados, descansando
fatigosamente en los brazos.
—Eres una mujer magnífica —susurró Leyel,
haciéndole cosquillas con los labios.
Sus cuerpos fláccidos ahora eran capaces de
mayor pasión que cuando eran tersos y fuertes. Antes eran puro potencial. Es lo
que amamos en los cuerpos jóvenes, el potencial. Ahora ella tiene un cuerpo de
logros. Tres buenos hijos fueron los capullos, luego los frutos de este árbol,
que se han ido a echar raíces en otra parte. La tensión de la juventud ahora
cedía ante el relajamiento de la carne. Ya no había promesas cuando hacían el
amor. Sólo cumplimiento.
—De paso —murmuró ella—, eso fue un ritual.
Conservación comunitaria.
— ¿Soy sólo otro experimento?
—Y bastante logrado. Estoy comprobando si
esta pequeña comunidad puede durar hasta que uno de nosotros caiga”.
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