1.
Lo primero que rescato del pasado.
A lo largo de nuestra vida, desde nuestra
infancia más temprana, hay sitios que nos marcan para siempre (tal como las
personas que nos acompañan durante parte del camino o a lo largo del resto del
trayecto, aunque esto último solo lo sabremos cuando ya haya acabado ese
periplo que es nuestra existencia), zonas naturales como playas, bosques o
campos, como también construcciones hechas por el ser humano, que se han
llegado a convertir en parte de nosotros.
Muchos de nuestros recuerdos están formados por ellos, así como hay de
por medio sentimientos que nos provocan, según lo que hayamos pasado en sus
dependencias.
En mi caso, estos lugares son construcciones "artificiales", correspondientes a locales de comida, donde saboreé un montón de cosas ricas, a veces solo y otras acompañado por algún ser querido (algunos de ellos ya no al lado mío, por una u otra razón); en otras, corresponde a sitios ligados a la cultura y la entretención, específicamente cines y tiendas, librerías generalmente, donde iba a comprar mis libros que hoy en día atesoro en mi colección. Todos estos casos que ahora rememoro ya no están y solo perviven en mis recuerdos con gran intensidad.
Cuando pienso (y siento) en lo anterior, se me vienen a la cabeza restoranes y "cafés" como el Bravissimo, que frecuentaba desde los noventa, hasta el 2019 (poco antes del llamado Estallido Social) y que cerró por culpa de la pandemia del Covid (entre otras cosas); fui a varios de sus locales en Santiago e incluso en Viña del Mar, con familiares y amigos, muchas veces con el único hombre al que amé, por lo tanto, tengo demasiados recuerdos gratos al respecto. Sus helados exclusivos y promociones de onces eran geniales. En el mismo nivel se encuentra el Café Colonia, que al menos le conocí dos sucursales, ambas ubicadas en la misma calle del Centro de Santiago (ignoro si tuvo más); que allí compraba tortas y pasteles en ocasiones muy especiales, como cumpleaños y cuando hice alguna "visita"; por lo menos una vez tomé una de sus exquisitas onces. La maldita pandemia también se llevó esa marca que tenía décadas de tradición.
Los cines de antaño se fueron hace rato, en parte por culpa de las grandes cadenas internacionales que llegaron a Chile en los noventa. Escribí al respecto hace rato, pero cuando pienso en el tema que hoy nos reúne, no puedo dejar de traer a la memoria al cine Gran Palace, una de las salas más grandes que tuvimos en Chile antes de la "invasión extranjera" y que luego se convirtió en multisala, sobreviviendo en este último formato hasta bien comenzado el presente siglo; allí vi tanto cine comercial como "cine-arte", filmes muy queridos por mí desde que era adolescente (recuerdo una tarde lluviosa de vacaciones de invierno, cuando en solitario asistí a ver El Rey León) y en mi vida como universitario (una semana El Juez Dredd y a la siguiente En las Fauces de la Locura de John Carpenter, ambas con mi recordado compañero de esos años), luego como adulto ya titulado, hace rato como profesor (La Pasión de Cristo y la primera de Iron Man, entre otras). Más encima, al lado había un Bravíssimo, así que ya era costumbre pasar después a servirse una cosita para comentar la peli después de verla. También echo de menos al Imperio, ubicado en una hermosa galería que luego remodelaron; en ese sitio siendo adolescente acudí al estreno en plena Navidad de Bram Stoker' s Dracula (aquella vez las calles estaban vacías, que salí temprano y a esa edad verlas así era como estar en otro mundo) y en mi primer año de universitario (justo al comienzo de lo que llamo mi "Edad Dorada") asistí para gozar El Extraño Mundo de Jack antes de que se convirtiera en una cinta de culto. Definitivamente hoy ir al cine no es lo mismo de antes, ya no posee esa magia de antaño de esas salas que pocas quedan funcionando.
En mi caso, estos lugares son construcciones "artificiales", correspondientes a locales de comida, donde saboreé un montón de cosas ricas, a veces solo y otras acompañado por algún ser querido (algunos de ellos ya no al lado mío, por una u otra razón); en otras, corresponde a sitios ligados a la cultura y la entretención, específicamente cines y tiendas, librerías generalmente, donde iba a comprar mis libros que hoy en día atesoro en mi colección. Todos estos casos que ahora rememoro ya no están y solo perviven en mis recuerdos con gran intensidad.
Cuando pienso (y siento) en lo anterior, se me vienen a la cabeza restoranes y "cafés" como el Bravissimo, que frecuentaba desde los noventa, hasta el 2019 (poco antes del llamado Estallido Social) y que cerró por culpa de la pandemia del Covid (entre otras cosas); fui a varios de sus locales en Santiago e incluso en Viña del Mar, con familiares y amigos, muchas veces con el único hombre al que amé, por lo tanto, tengo demasiados recuerdos gratos al respecto. Sus helados exclusivos y promociones de onces eran geniales. En el mismo nivel se encuentra el Café Colonia, que al menos le conocí dos sucursales, ambas ubicadas en la misma calle del Centro de Santiago (ignoro si tuvo más); que allí compraba tortas y pasteles en ocasiones muy especiales, como cumpleaños y cuando hice alguna "visita"; por lo menos una vez tomé una de sus exquisitas onces. La maldita pandemia también se llevó esa marca que tenía décadas de tradición.
Los cines de antaño se fueron hace rato, en parte por culpa de las grandes cadenas internacionales que llegaron a Chile en los noventa. Escribí al respecto hace rato, pero cuando pienso en el tema que hoy nos reúne, no puedo dejar de traer a la memoria al cine Gran Palace, una de las salas más grandes que tuvimos en Chile antes de la "invasión extranjera" y que luego se convirtió en multisala, sobreviviendo en este último formato hasta bien comenzado el presente siglo; allí vi tanto cine comercial como "cine-arte", filmes muy queridos por mí desde que era adolescente (recuerdo una tarde lluviosa de vacaciones de invierno, cuando en solitario asistí a ver El Rey León) y en mi vida como universitario (una semana El Juez Dredd y a la siguiente En las Fauces de la Locura de John Carpenter, ambas con mi recordado compañero de esos años), luego como adulto ya titulado, hace rato como profesor (La Pasión de Cristo y la primera de Iron Man, entre otras). Más encima, al lado había un Bravíssimo, así que ya era costumbre pasar después a servirse una cosita para comentar la peli después de verla. También echo de menos al Imperio, ubicado en una hermosa galería que luego remodelaron; en ese sitio siendo adolescente acudí al estreno en plena Navidad de Bram Stoker' s Dracula (aquella vez las calles estaban vacías, que salí temprano y a esa edad verlas así era como estar en otro mundo) y en mi primer año de universitario (justo al comienzo de lo que llamo mi "Edad Dorada") asistí para gozar El Extraño Mundo de Jack antes de que se convirtiera en una cinta de culto. Definitivamente hoy ir al cine no es lo mismo de antes, ya no posee esa magia de antaño de esas salas que pocas quedan funcionando.
Habría sido lindo tener alguna foto en esos lugares. Ahora solo guardo la imagen mental de mi persona en tales edificios.
Lo que me ha llevado a escribir estas palabras, fue la noticia que para variar me dio mi amigo Miguel (por medio de él generalmente me entero de estas "desgracias") y que consiste en el hecho de que la librería y comiquería Antiyal acaba de cerrar esta semana. Supe tan aciago suceso en pleno Viernes Santo por la noche y fue para mí un bombazo, puesto que tan solo el día anterior anduve tentado de pasar, aprovechando que me encontraba relativamente cerca (hoy en día en la semana laboral, e incluso los findes, poco ando por esos lares).
Antiyal ha sido LEJOS más relevante en mi cronología como ñoño y en especial como coleccionista, en mayor medida que las librerías antes mencionadas ¿Por qué digo esto? La respuesta puede parecer sencilla, si bien posee varios matices para mí, algo que solo entenderían otras personas como yo, que comparten conmigo la pasión por la lectura de historietas y literatura "de género".
Desde los noventa, cuando era un universitario y el único dinero que tenía a mano era el que me daban mis papás, la Antiyal estuvo entre lo que llamo "mis lugares favoritos". Recuerdo haber entrado y quedar maravillado con sus estanterías y títulos, que pocas veces había visto algo así "en vivo" y no en una peli o serie gringa, ya que fue una de las primeras o posiblemente fue la primera de todas en su tipo que conocí. Como no tenía plata para gastar, pues mis ahorros los usaba en libros y cine, me hice la promesa de que cuando comenzara a trabajar iba a dejar un porcentaje para comprar todos los meses cómics.
Solo en el llamado "Milenio" comencé a ser un cliente habitual de la Antiyal. En ese tiempo no tenía mayor referencia para comparar precios, porque apenas iba a otras tiendas; no obstante, en esta siempre había ofertas y apenas uno entraba se encontraba con ella, por lo general números de revistas sueltas y one-shots (historias autoconclusivas), muchos de ellos títulos ya cerrados hace rato (remates y excedentes) dispuestos en un lugar “privilegiado”. Todo era muy barato en esa sección y gracias a ella pude iniciar de verdad a reunir mi tesoro, entre ellos muchos números de las hoy lloradas editorial Vid (México) y Zinco (España), además de Forum (de Planeta de Agostini, España) y Toutain (otra vez la Madre Patria). Había que tener paciencia, eso sí, para completar las enumeraciones, lo que se conseguía yendo de forma regular para comprobar si habían renovado el material. Los precios eran muy BARATOS y de esa forma pude completar todo lo que sacó Zinco de Superman a partir de su muerte (desde El Reino de los Supermanes) y del mismo Azuloso antes de su muerte y posterior a ella, aunque con historias posteriores a lo de Zinco, que incluyen su etapa con cambio de traje y poderes energéticos. Todo eso y mucho más, la verdad, perlas muy apreciadas por mí.
Por lo general compraba lo que había en los distintos cajones, que separaban la mercancía por precios, colecciones y otras tipologías que solo los clientes habituales entendíamos a cabalidad. Buscando y buscando había muchas joyas que te estaban esperando para llevarlas a tu casa, si es que tenías el buen ojo y el conocimiento de reconocer lo que eran; además los buenos precios nunca faltaban y por años era un gusto gastarte la plata en ello.
Atendida por su propio dueño, don Daniel Pérez, uno podía ñoñear de lo lindo con él, que el caballero era un erudito de la materia y te podía recomendar de verdad sobre aquellas obras y autores de los que nada sabías (luego “me contó un pajarito” que con los clientes que no sabían del tema no tenía paciencia y les contestaba mal). Él, como uno, amaba este arte y por lo mismo tenía a disposición facsímiles "viejos, reviejos", como originales de Condorito (algunos firmados por sus artistas) y otros de la aún más antigua editorial Novaro (de México). Conversábamos harto y entre ello le cambiaba mis números en grapa por versiones de mejor calidad (como tapa dura), pagando la diferencia o le pedía que me guardara uno que otro título para mi próxima visita; también hicimos uno que otro negocio cambiándole algún título repetido por otro que me faltaba.
Por lo menos en tres ocasiones mandé a diferentes amigos a nombre mío (el Profe me llamaba) con el objetivo de que me compraran algún regalito para mi cumple o Navidad, asesorados por el maestro. También llevé allá a unos ex alumnos, ya egresados de Enseñanza Media y comenzando la adultez, quienes terminaron apodándolo cariñosamente Tío Manga (de hecho, uno de ellos, Luciano y con quien mantengo mayor comunicación después de tantos años, fue la otra persona que, el mismo día en que se supo del cierre de la Antiyal, me contó por whatsapp de ello).
También vendían libros, aunque su "existencia" era mínima adentro, y debido a ello compré unos cuantos, que desde al menos una década todavía tengo sellados mis Segundas Crónicas de Thomas Covenant de Stephen Donaldson, una trilogía de fantasía (esperando conseguirme la primera para leerla de una vez). Tampoco puedo olvidar que también editó unos cuantos libros y cómics, que conservo de su imprenta una colección de relatos celtas; mientras que en cuanto a historietas, publicó a algunos autores nacionales, que creo la idea era regalar estas ediciones a la clientela más asidua (como su servidor), así como también llegó a obsequiar unas geniales revistas informativas que todavía conservo.
Se me estaba olvidando: A veces el mismo titulo lo encontrabas en otro lugar de la tienda con un precio diferente, algo que no sé si alguien más se habrá dado cuenta de ello (era un poquito desordenado hay que confesar). Por supuesto que me quedaba que el ejemplar que más le conviniera a mi bolsillo.
Conocí a su hermano menor, con quien de igual manera charlaba harto y, lo mejor, con el cual podía hasta regatear los precios (todavía recuerdo la vez en que me llevé muy feliz una preciosa colección de tomos de DC, gracias a él y a mi labia).
Cuando comencé a trabajar fuera del Gran Santiago, en Talagante primero y ahora en Peñaflor, dejé de ir y solo fui como dos veces en plena Pandemia, cuando se liberaron un poco las salidas (2020); me dio gusto ver que estaba abierto. Por otro lado, durante ese tiempo me hice unos caseros en el Persa Bío-Bío, a quienes les compraba tomos de lujo muy baratos y lo mismo comencé a adquirir mucho por internet vía Buscalibre. Así fue cómo dejé de ir para allá, que uno a veces cree que los lugares y las personas estarán para siempre a nuestra disposición, hasta que el inexorable paso del tiempo nos demuestra que estamos equivocados y eso pasa mucho a medida que nos vamos haciendo viejos.
Cuando me comuniqué con otro amigo, Luis Saavedra, el Tío Lucho, me di cuenta que este ya sabía al respecto y de hecho manejaba información. Estas son las palabras textuales que me escribió:
Recuerdo haber ido, no contigo, pero si con otro amigo ñoño que deberías conocer, Gabriel Barrientos, más conocido como " Gabotrón". Él me mostró esta tienda y me asesoró en la compra de unos cómics que nunca leí la verdad. Varios otros memorables lugares de San Diego han cerrado sus cortinas. Eso nos recuerda que pertenecemos a otro siglo, un mundo que se agota y desaparece. Por eso fue tan bonito cuando volvimos al.Normandie aquella vez que te fuiste sin mediar mucha explicación. Saludos compañero!!
ResponderEliminarHabría sido lindo compartir contigo de las exquisiteces del Bravissimo o del Colonia. Ya nos veremos completa una buena peli, como antaño, en el Normandie.
EliminarPocas cosas clásicas perduran
ResponderEliminarAl menos lo hacen en nuestros recuerdos
EliminarBueno... lo de las librerías de saldos y de viejos parece ya algo que no tiene retorno. Acá en mi ciudad, Mar del Plata, donde en mi adolescencia prácticamente compré casi la mitad de mi biblioteca, ya no queda casi ninguna. Por supuesto que esto genera mucha nostalgia y cierta tristeza, pero los tiempos modernos son los que son... muchos fuimos dejando de alquilar películas, de compras CDs y de comprar libros en físico. Hoy día la gran mayoría es streaming, mp3 y ebooks. ¡Saludos!
ResponderEliminarMe niego a leer en digital, si bien sé que muchos libros que deseo tener hacer rato hoy en día están descatalogados. Por lo menos hay que atesorar lo que tenemos, que no sabemos cuándo perderemos lugares como este.
EliminarCreo que la misión está clara, enjuagarse las lágrimas y pensar en ser continuador de esta tradición. Creo que con tus conocimientos y contactos, y algo de tiempo, podrías empezar a meterte en el mundo de la distribución de aquello que tantas alegrías puede llegar a dar en la vida. Empezar con algo pequeño, compatibilizarlo con tu trabajo habitual e ir creciendo de a poco. El boca a boca en tu lugar de trabajo, las facilidades de internet para promocionar material nuevo, interactuar con los clientes sin necesitar una tienda física, tal vez podría funcionar. Porque las tradiciones necesitan sucesores para continuar existiendo y los que van quedando se están disolviendo por la edad y falta de difusión. ¡Tarea para la casa!
ResponderEliminar¿Me vas a creer he fantaseado con esta idea? (por lo menos tener un puesto en el Persa Bío-Bío de libros, cómics y merchandising)
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